26 de noviembre de 2024

Los cortejos de los "cuerpos reales"

    La primera vez que Leonor de Austria, reina ya de Portugal, pasó por Trujillo, marchaba a Lisboa tras contraer matrimonio por poderes con Manuel I, viudo entonces de Isabel y María de Aragón, tías de Leonor. El jueves 11 de noviembre de 1518, pocos días antes de cumplir 20 años, la hija primogénita de Juana de Castilla y Felipe de Austria se detenía en Trujillo, de donde partiría el lunes siguiente, y la ciudad decidía agasajarla como solía, con toros.

1518, noviembre 11. Trujillo
Toros de fiesta de la reina de Portugal. Y ansí juntos, acordaron y mandaron que por quanto la serenísima señora reyna de Portugal a de estar en esta çibdad hasta el lunes y en otras partes se an hecho fyestas de correr toros, que mandavan e mandaron que el mayordomo haga traer seys toros para que se corran y maten el domingo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 13, fol. 125r.)

    La última vez que Leonor de Austria, reina viuda de Portugal y Francia, pasó por Trujillo, en 1574, marchaba a El Escorial para que sus restos reposaran en el panteón que su sobrino Felipe quería dedicar a su dinastía. 
    En el invierno que dio paso a 1574, tres cortejos fúnebres recorrieron los caminos que llevaban al monasterio de El Escorial desde Granada, Mérida, Yuste, Valladolid y Tordesillas. 
    Con claras instrucciones recibidas desde la Corte (“he mandado ordenar el memorial o instrucción que se os enviará con esta”), tres obispos y tres nobles trasladaron los restos reales que habrían de ser depositados en el nuevo Panteón Real. 
    Desde Granada, el obispo de Jaén y el conde de Alcalá de los Gazules deberían llevar desde la Capilla Real a Yuste los restos de la emperatriz Isabel (fallecida en 1539), de los hermanos del monarca, Fernando y Juan (muertos en la niñez en 1530 y 1538) y de su primera esposa, la princesa María Manuela de Portugal (fallecida en 1545 en Valladolid y sepultada en Granada en 1549). 
    El prelado de Coria y el conde de Oropesa serían los encargados de trasladar también a Yuste, desde la iglesia de Santa María la Mayor de Mérida, los restos de Leonor de Austria, sepultada en el templo emeritense tras fallecer en Talaveruela (luego Talavera la Real) en 1558.
Cenotafio de Carlos V y su familia. Carlos V, su esposa Isabel y sus hermanas María y Leonor.
Monasterio de El Escorial. Pompeo Leoni. Fuente: Patrimonio Nacional.

    Desde el monasterio jerónimo de Yuste, el obispo de Jaén y el conde de Alcalá, llegados desde Granada, trasladarían en un solo cortejo a El Escorial los “cuerpos reales” a los que se sumarían los restos del emperador Carlos.
    También desde Valladolid y Tordesillas, un obispo, el de Salamanca, y un noble, el marqués de Aguilar, llevarían al monasterio escurialense los restos de la reina María de Hungría (fallecida como sus hermanos Carlos y Leonor en 1558) y de la reina Juana, cuyo cuerpo sería entregado “a los dichos obispo de Jaén y duque de Alcalá que le han de llevar a Granada”, donde sus restos reposarían junto a los de su esposo Felipe y sus padres, Isabel y Fernando. 
    Etapas, acompañamientos y protocolos, honras y túmulos, ornamentos, misas, sufragios, hachas y velas, todo estuvo minuciosamente planeado y dispuesto para que los cortejos civiles y religiosos estuvieran a la altura de la dignidad de los “cuerpos reales”que acompañaban. 
    Mulas con las cabezas cubiertas con “caparazones de paño negro” portarían, “en los palos de litera que para ello estará aparejada”, los féretros envueltos en brocados blancos para los dos infantes, “por haber muerto niños”, y el resto en paños de terciopelo negro “y quando lloviere o nevare, se porná ençima de la litera el ençerado que se llevare”. 
Guardia de a pie y a caballo, frailes y “sacerdotes de misa”, gentiles hombres, criados reales y oficiales, constituían un cortejo que abría una cruz portada por un clérigo “clérigos vestido con su sobre pelliz”.
    Trujillo recibió dos de los cortejos con dos días de diferencia. Mucho antes de su llegada, el obispo de Coria escribía a la ciudad para que se aprestase a organizar todo lo necesario para recibir los restos de la reina de Francia.

1573, diciembre 7. Trujillo
Reçibimiento de la reyna de Françia. Este día se reçibió e leyó una carta del señor obispo de Coria en que avisa cómo por esta çibdad tiene de pasar el cuerpo de la reyna de Françia y para ordenar el reçibimiento y aposentos y la çera que fuere menester y lo demás, se cometió a los señores Pedro Mesía de Escobar y Hernando de Orellana, los quales respondan a el señor obispo. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 39, fol. 626v.)

    Todo estuvo listo para cumplir lo mandado por el rey y así lo comunicó Trujillo al prelado cauriense, Diego Tello de Daz,a el día 15 de enero a través de los dos comisarios nombrados el mes anterior, quienes habrían de notificarle “lo que esta çibdad hará en el reçebimiento de los huesos de la cristianísima reyna de Françia”, respondiendo a las instrucciones recibidas de Felipe II por el obispo cauriense: “y en los lugares prinçipales, el dicho Obispo y conde avisarán a los eclesiásticos, justicia y regimiento para que salgan en procesión con cruzes como se acostumbra rescebir los cuerpos reales y lo mismo harán quando salieren…”.
    Para tal recibimiento y despedida, era necesario repartir “lutos” y disponer el ceremonial que venía impuesto desde la Corte.

1574, enero 18. Trujillo
Reçebimiento de los cuerpos reales difuntos. Lutos. Este día se leyeron e obieron en este ayuntamiento dos cartas, una del duque de Alcalá y otra del obispo de Coria por las quales y por el traslado de la çédula de Su Magestad que enviaron, pareçe que por esta çibdad tienen de pasar y llevar los cuerpos de la enperatriz y otras personas reales que se traen de Granada y llevan a San Lorenzo el Real y así mesmo el cuerpo de la cristianísima reyna de Françia y se acordó que para los reçibimientos que se tienen de hazer, se saque y dé a cada regidor a siete varas de bayeta negra para hazer una capa y caperuça de luto a costa de esta çibdad y esto a los regidores que se hallaren presentes y no a los ausentes y a el alguazil mayor çinco varas y a el sesmero çinco varas y a cada escrivano de ayuntamiento, a cada uno çinco varas. Y que los señores Pedro Mesía de Escobar y Hernando de Orellana, comisarios, hagan prevenir los monesterios y cofradías y lo demás. Y se ynformen si será bien o no que los regidores lleven hachas de çera.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 39, fol. 637v.)

    Dos días tuvo que esperar la comitiva granadina en Santa Cruz de la Sierra para cumplir el deseo de Felipe II de que quienes desde Mérida trasladaban a doña Leonor de Austria llegasen a Yuste dos días antes que el resto de los “cuerpos reales”, para dar así ocasión de que en el monasterio jerónimo se celebrasen en honor de doña Leonor sus propias ceremonias. 
    Se sucedieron esos días visitas de cortesía a Santa Cruz para ofrecer en nombre de la ciudad al obispo de Jaén y al conde de Alcalá “el buen reçibimiento y lo demás que les parezca” y se libraron gastos que ocasionarían las dos comitivas. El cerero Francisco González, dispuso 48 hachas de cera para que ardieran en tal ocasión y Hernando de Mendoza trajo de los lugares de la comarca los bastimentos necesarios para alimentar a tan numerosas comitivas   .
    Esa semana no se reunió el concejo, quizás demasiado ocupado en completar y cumplir el ceremonial previsto. Dos túmulos se levantaron en la ciudad, uno quizás en la plaza y otro en el interior de la iglesia de San Martín, donde se llevaron a cabo los responsos y misas que estaban ordenados: “en los lugares donde se hiziere noche se porná el ataúd en la yglesia ençima del estrado que para ello se hará cubierto de paño negro y se colgarán dos paños de luto en las paredes de la tal yglesia a los lados del dicho cuerpo”, de lo cual se encargarían los oficiales mandados desde la corte. 
    El día de llegada, al poner en el estrado los ataúdes, estaba dispuesto que se les diría un responso “y quedarán algunos de los dichos religiosos y clérigos de noche en la tal yglesia con el cuerpo”, mientras que al día siguiente, antes de salir, se oficiaría una misa de requiem rezada o cantada. 
    Adornados los túmulos con los letreros y epitafios que realizó el escribiente trujillano Francisco Rodríguez, la ciudad supo estar a la altura de la dignidad de quienes por ella pasaron (vivos o difuntos) y honró los “reales huesos” como haría pocos años después cuando, con el mismo destino, el cortejo fúnebre de la cuarta esposa de Felipe II, su sobrina Ana de Austria, se detuvo en Trujillo.

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Bibliografía: María José Redondo Cantera: “Arquitecturas efímeras y escenografías funerarias para la última reunión familiar en El Escorial (1573-1574)”. O largo Tempo do Renascimiento. Arte, Propaganda e Poder. (2008). Pp. 691-742.

Inmaculada Arias de Saavedra Alías: “Exequias granadinas por reinas hispano-portuguesas. La emperatriz Isabel, la princesa María
y la reina Bárbara de Braganza”. Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX). Vol. 3. (2009). Pp. 2043- 2083.


31 de octubre de 2024

El "paseíno" del Campillo

    Los espacios de la ciudad también tienen memoria y esa memoria se nutre de las actuaciones, remodelaciones y cambios que en ellos se realizan y de las vivencias de generaciones que, a lo largo del tiempo y en circunstancias muy diversas, discurrieron por ellos.
    La ciudad, sus lugares, son una hermosa amalgama de espacios percibidos, vividos, amados, sentidos -o incluso rechazados- de modo muy diferente a lo largo del tiempo. Hay determinados momentos o períodos de nuestra vida en los que algunos de ellos se convierten en un referente fundamental y los cargamos de vivencias, de tiempo disfrutado, de sentimientos. Están llenos, sobre todo, de otras personas con las que allí estuvimos y disfrutamos. Podríamos recorrerlos con los ojos cerrados
porque fueron nuestro espacio de juegos infantiles, de primeros paseos, de primeros amores.
    Pero sucede que crecemos y que el tiempo, la vida, hace que dejemos de percibirlos y casi se vuelven invisibles. Las mas de las veces pasamos por lugares de la ciudad casi sin advertir su existencia. Los vemos a diario, los atravesamos, apenas los miramos y, aparentemente, no los sentimos.
    Ocurre, sin embargo, que una imagen, tal vez en blanco y negro, reactiva nuestra memoria y la del espacio que  de nuevo volvemos a percibir con intensidad. Y entonces todo el espacio parece crecer y nosotros menguar mientras soñamos cuando jugábamos a la pica o a la comba, con alfileres o con bolindres. Crecimos y empezamos a pensar en cuestiones serias e importantes y olvidamos los sueños y la memoria que atesoran esos lugares.
    En 1472 Inés González y sus hijos procedieron a cumplir una de las últimas voluntades de su marido y padre, Gil González, de la casa de Orellana la Vieja. Regidor de la ciudad de Trujillo en varias ocasiones, Gil González había hecho saber a los suyos que se sentía en deuda con la ciudad. Como sus testamentarios, en junio de 1472 y ante el escribano Alonso Rodríguez de Almazán, Inés y su hijo, el licenciado Francisco de Orellana, procedieron a entregar a Trujillo alguno de los bienes del  ya difunto Gil González “para que a todos comúnmente aprovechase”. El “regalo” donado fue un terreno, “canpo syn paredes” en los arrabales de la ciudad, “a donde dizen el Canpillo”, junto al alcacer de Juan de Vargas y entre el camino que salía del Pozuelo (calle Sofraga) hacia la fuente de la Añora y el que desde el barrio de Santi Espíritu se dirigía a dicha fuente. Sería el Campillo tierra común en la que pronto aparecieron mesones, como el de Maderuelo, pozos públicos y viviendas. Allí moraban en 1551 los canteros Alonso Martín, Bartolomé Soto, Martín Casco, Nufrio González y Martín Izquierdo. Allí estuvo el horno de Ana Herrera de Hinojosa y el convento de las descalzas de San Antonio. Poco a poco sus solares se ocuparon, sus calles se empedraron y un arco dio la bienvenida a personajes reales y se cerró cuando la ciudad se protegió del contagio.

    A lo largo de los siglos, sus vecinos fueron fundamentalmente labradores y jornaleros, hortelanos, aguadores y viudas pobres. Se mantuvo su arbolado, se limpiaron sus callejas, su llevó a su extremo el rollo que una vez dominara la plaza mayor y un pequeño jardincillo cubrió la plazuela que iniciaba el Campillo.
    En ese “paseíno” que todos titulamos con el nombre de un, para nosotros, desconocido “tío Granuja”, jugaron muchas generaciones y disfrutaron de aquel pilar de cerámica azul con pequeñas esculturas de ranas.
    En 1892 la ciudad sacó a licitación la “remodelación” de aquel paseo. Un murete de mampostería, un respaldo de hierro y arena en su superficie harían de este espacio ciudadano un lugar de reunión, de encuentros, de juegos. Un espacio del que muchos disfrutamos y que no reconocemos (y en el que no nos reconocemos) al atravesar hoy esa plazuela. Si el “paseíno del tío Granuja” pudiera hablar...


1892, abril 24. Trujillo
Proyecto para la construcción de un murete de mampostería, de un respaldo de hierro y del enarenado de la plaza del Campillo.
Trujillo, 24 de abril de 1892
Condiciones facultativas
Primera
La tierra que para el barro se emplee será arcilloso y de buena liga para que pegue, el barro á de estar bien vatido.
Segunda
La piedra que en la mampostería se emplee, será la que en el sitio de la obra está apilada y si ésta no fuera suficiente, tendrá el Contratista que traerla de iguales condiciones.
El mortero de cal que se emplee en el repello de los muretes estará formado de una espuerta de cal y dos de arena, medido todo en volumen, siendo el repello después de asentado raspado.
Tercera
Las dimensiones que han de tener los muretes serán de cuarenta y un metro de longitud después de descontar las dos puertas de tres metros de longitud que en la misma van por 0,80 de ancho y el alto conveniente hasta formar los 0,30 de altura, que ha de llevar la totalidad del banco por encima del nivel del terreno.
Cuarta
El yerro que en la construcción de la barandilla se emplee, será de buena calidad.
La barandilla estará formada por pilarotes de hierro redondos de 0,50 de altos por 0,015 de diámetro, llevando dos pequeñas espigas para su remache en la parte superior y empotramiento por su parte inferior. Estos pilarotes irán espaciados un metro de eje a eje y sostenidos por dos eses de pletina. Dichos pilarotes irán unidos por su parte inferior y superior por dos llantas de hierro de 0,03 de ancho por 0,006 de grueso, por la longitud conveniente, teniendo que ir la llanta inferior 0,10 levantada del asiento en cuyo centro se ha de  colocar la barandilla. 
Para complementar el sistema se pondrá de pilarote á pilarote dos pletinas de 0,04 por 0,04 en forma de aspa.
Los pilarotes, así como las eses de refuerzo de los mismos irán convenientemente sujetos á el asiento de cantería para que la barandilla no tenga movimiento.
La barandilla irá pintada al óleo con color negro.
Quinta.

Antes de proceder á el enarenado se empezará por tender una capa de tierra á la que se le darán los espesores que sean convenientes para que el centro de la plaza tenga fácil deshagüe, para lo cual las vertientes no bajarán de un dos por % en las dos direcciones que tiene que llevar. Una vez que se haya hecho el tendido de tierra y que esté perfectamente sentado y sin hoyos ni desigualdades, se procederá á hechar una capa de arena cuyo espesor después de apisonada no ha de bajar de un centímetro.
Trujillo 24 de abril de 1892
El arquitecto
Eduardo Herbás
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1088.12)


21 de septiembre de 2024

Los Santos de Berzocana

    El martes veintiuno de septiembre de 1593, día de San Mateo, salían de la iglesia de San Juan Bautista de Berzocana parte de las reliquias de san Fulgencio y santa Florentina que, desde hacía siglos, custodiaba el templo. 
    En una caja que la ciudad de Trujillo envió a Berzocana para tan importante contenido (y que pareció mejor que la que llevó fray Pedro de Santiago, prior de Guadalupe, guarnecida de terciopelo carmesí y llave dorada) se habían depositado, envueltos en tafetán colorado, dos huesos “que parecen de canillas, enteros, salvo que al uno le faltaba un poquito de la de una parte”. Otros dos huesos, “a manera de canillas, el uno más delgado y largo que el otro”, pero ninguno entero, iban recubiertos de tafetán verde.  
    Era la caja trujillana “una arquita a manera de cofre…guarnecida de terciopelo colorado y con cuatro goznes de plata, en que se tenía la tapa, y con cerradura y llave de plata; y en la frontera de la tapa, encima de la cerradura, tenía a los lados las figuras de los bienaventurados santos san Fulgencio y santa Florentina dibujados en dos planchitas de plata y en medio de ellas, en otra planchita, nuestra Señora entre dos torres, que son las armas de la ciudad de Trujillo con otras guarnicioncitas que, para fortalecer la dicha arquita, tiene a las esquinas y cantones”. (1)
    Desconocemos quien se encargó de grabar a buril, “sobre chapa de plata, esmaltadas en negro”, las figuras que adornaban la “caxa de açiprés” que realizó Baltasar Díaz, carpintero trujillano, y que fue completada con las “sedas y lençería” que adquirió el regidor don Francisco de Sotomayor por encargo del concejo.
    Una “taleguita de olores”, algodón (“porque se hinchiese el vacío” y no peligrasen las reliquias) y un pedazo de tafetán rojo que cubría el sagrado envío completaban el contenido del arca, cerrada con llave y sellada con el sello del obispo placentino, don Juan Ochoa de Salazar. Iniciaba así el arca su camino desde la villa de Berzocana al cercano monasterio de Guadalupe, para proseguir después hasta San Lorenzo el Real de El Escorial y acabar finalmente su recorrido en la catedral de Murcia.
    No recibió el obispo de Cartagena, don Sancho Dávila y Toledo, lo que deseaba él y su diócesis y que constituyó el encargo que recibió el canónigo doctor Arce: la totalidad de las reliquias que de san Fulgencio y santa Florentina se veneraban en el templo de Berzocana. 
     Al deseo del prelado cartagenero se sumaba la intención del monarca, Felipe II, de incluir entre las reliquias reunidas en el monasterio escurialense las del obispo de Écija, Fulgencio, y su hermana Florentina, hermanos de otros dos santos, Isidoro y Leandro. Hasta siete campañas emprendió el rey entre 1572 y 1598 que conseguirían concentrar en El Escorial restos “autentificados” de “todos los santos conocidos, a excepción de san José, san Juan y Santiago el Mayor”, diría fray Juan de Sigüenza.
San Fulgencio y santa Florentina
Iglesia de San Juan Bautista. Berzocana
    En 1572 el obispo de Plasencia, don Pedro Ponce de León, ya había remitido al rey un informe de la “Averiguación de las reliquias” existentes en Berzocana, realizado por mandato real y encargado al beneficiado de la parroquia, Santiago Maldonado. De todos los testigos –“viejos y ancianos”- se obtuvo la misma respuesta: pese a no haber escrituras ni documentos que lo atestiguaran, “es la común opinión de todos” que los restos venerados y custodiados en la iglesia de Berzocana “son habidos y tenidos y comúnmente reputados por los cuerpos de los dichos santos gloriosos”, traídos a estas tierras “cuando la destrucción de España”. 
    Todos se hicieron eco de los milagros ocurridos por su intercesión, de la veneración que en la localidad y en su comarca se les tenía, de las solemnes procesiones que en sus festividades (entonces 15 de enero y Nuestra Señora de agosto) celebraba la villa y de la capilla que en ese momento estaba mandada hacer por el prelado placentino y de la que daba buena cuenta la mucha cantería ordenada traer, “que es la que está a la puerta de la iglesia”.
    Pero en 1593 no se pretendía “autentificar” las reliquias sino que éstas salieran de Berzocana y la villa hubo de pleitear y hacer todo lo posible por que no ocurriera así. Mucho se ha escrito sobre el “pleito de los santos” y la disputa que Cartagena planteó para conseguir que los cuerpos de ambos santos volvieran a su lugar de nacimiento. 
“De Murcia la catedral
llevárselos intentó
mas la alta Majestad
de nuestro Rey lo estorbó”.
    Así dice Berzocana en su canto de las Coplas del Ramo en las fiestas de ambos santos y añade que “Trujillo lo defendió y el Cabildo de Plasencia”. Porque el arca nos cuenta el papel que la ciudad de Trujillo, bajo cuya jurisdicción estuvo el lugar de Berzocana hasta 1538 en que se convierte en villa exenta, tuvo en esos momentos tras recibir pronto su petición de ayuda y unir sus esfuerzos a los que ya estaban en marcha para oponerse a la pretensión del obispo cartagenero.
    En la sesión del concejo del día 21 de junio de 1593 se leía una carta remitida a Trujillo por la villa de Berzocana “pidiendo favor a esta çiudad para la defensa que no se saquen de la dicha villa los cuerpos santos que en ella están”. Los regidores Juan de Chaves y Alonso de Vivancos recibieron la comisión de responder a la villa “con toda suavidad, ofresçiendo el favor desta çibdad para el caso que se pide”.
    Se pone en marcha entonces una doble actividad de los regidores trujillanos que tiene como objetivo contradecir por un lado las pretensiones de Cartagena y del propio monarca y por otro tratar con la propia villa de Berzocana la mejor manera de “resolber este negoçio con la defensa y buen término que más conbenga”.
    Tras la carta de Berzocana, el 25 de junio, llegaba la del cabildo de Plasencia con traslado de dos cartas reales en que el monarca pedía al obispo de Plasencia “hiçiese dar çiertos huesos del cuerpo santo de san Fulgencio”. Y si en la primera “solo ynterçedía por dos huesos” para El Escorial, en la segunda reclamaba para Cartagena ”la cabeça del dicho Bienaventurado San Fulgençio”. Ese mismo día partían para Berzocana don Juan de Chaves Sotomayor y don Sancho Pizarro de Aragón, regidores de Trujillo, a quienes debía acompañar el cantero García Carrasco, pues la ciudad pretendía que su escudo figurase “en la capilla que se va haziendo para los cuerpos de los bienaventurados san Flugençio y santa Florentina” y éste parecía ser un buen momento para conseguir ese propósito: que el escudo trujillano estuviera en la capilla y que la villa de Berzocana desistiera de seguir el pleito que mantenía con la ciudad sobre dos mil quinientos ducados de penas de “cortos y quemos” en los montes que Trujillo había cobrado a vecinos de Berzocana. Buena ocasión para conseguir ambas cosas a cambio de su apoyo y ayuda. Así lo entendió la villa que aceptó el “patronazgo” de la ciudad sobre la nueva capilla en construcción.

1593, junio 23. Berzocana
Acuerdo de Verzocana para el patronazgo y llaves de los cuerpos santos.
En la villa de Verzocana de San Fulgençio a veynte y tres del mes de junio de mil e quinientos e noventa y tres años, ante mi Sevastián Sánchez, escrivano público, estando en su ayuntamiento para las cosas tocantes e convinientes a este conçejo y república Alonso Abad y Juan del Hoyo, alcaldes ordinarios, y Martín Ximénez Zoyl y Juan Parra y Juan Martín del Corral y Juan Blázquez y Juan Solano, regidores, aviéndose juntado en el dicho su ayuntamiento, según que lo tienen de uso e costunbre, dixeron e acordaron que por quanto en la yglesia parrochial de esta villa de la advocaçión de señor San juan Baptista, en una capilla de por si está un sepulcro de piedra de aliox donde están los cuerpos de los bienaventurados santos san Fulgençio y santa Florentina, para cuya custodia y guarda a avido tres llaves, dos del sepulcro y una de la caxa que está dentro de ella, y porque cosa tan preçiosa y de tanta estima es justo aya la mayor guarda y fidelidad que sea posible y porque la çiudad de Trugillo a tenido y tiene tan fervorosa devoçión a estos santos cuerpos y que se conserven en la dicha yglesia de esta dicha villa donde Nuestro Señor a sido servido de los guardar y conservar, lo qual la dicha çiudad a mostrado con obras quando se a ofreçido y lo mismo entienden que hará en los tienpos venideros, que en nonbre de esta dicha villa, conçejo y ayuntamiento de ella, davan e dieron consentimiento para que la dicha çiudad de Trugillo pueda nonbrar y nonbre una persona que sea ydónea, vezino de esta dicha villa, para que en nonbre de la dicha çiudad tenga una de las dichas dos llaves del dicho sepulcro, la qual pueda poner y quitar a su alvedrío todas las vezes que quisiere e por bien tubiere. guardando el dicho orden en el nonbrar la tal persona.
Otro si dixeron que por quanto en la dicha parrochia de esta villa agora nuevamente a espensas de sus vezinos se haze una capilla a donde estén con más deçençia los cuerpos de los dichos bienaventurados santos que an por bien e consienten que en esta dicha capilla en la parte que más convenga se ponga el escudo y armas de la dicha çiudad de Trugillo, que son la ymajen de Nuestra Señora con su preçioso hijo en los braços y dos torres a los lados a espensas de la dicha çiudad, que piden e suplican a su señoría del obispo de Plasençia aya por bien e aprueve lo en este acuerdo contenido y para que en virtud del la dicha çiudad pueda hazer las dilijençias que convengan e suplicar a su señoría mande se entregue la dicha llave. E mandaron a mi, el presente escrivano, saque un tanto de este acuerdo y le entregue a la parte de la dicha çiudad de Trugillo. Lo qual ansí acordaron e consintieron por aquella vía e forma que mexor de derecho lugar aya y lo firmaron. Alonso Abad. Juan del Hoyo. Juan Martín. Martín Ximénez Zoyl. Juan Solano. Juan Parra. Juan Blázquez. Por mandado del conçejo, justiçia y regimiento de esta villa de Verzocana de San Fulgençio, Sevastián Sánchez, escrivano. E yo el dicho Sevastián Sánchez, escrivano público en esta dicha villa de Verzocana y de los hechos del conçejo de ella por merçed del prior y convento de Nuestra señora Santa María de Guadalupe, con aprovaçión del rey y nuestro, presente fuy a el dicho ayuntamiento y acuerdo de suso y lo saqué según y como ante mí pasó por mandado del dicho ayuntamiento e hize mi signo que es a tal en testimonio de verdad. Sevastián Sánchez, escrivano. 
(Archivo Municipal de Tujillo. Legajo 60, fol. 270v.) 

    Trujillo prestaría su ayuda, haría valer su influencia y la de sus caballeros regidores y se opondría en Plasencia a las pretensiones del doctor Arce y el obispado de Cartagena, dando poder a don Juan y a don Sancho para que, en nombre de la ciudad, pudieran comparecer “ante Su Santidad y otros sus nunçios y delegados y ante el rey nuestro señor y ante otros qualesquier sus juezes e justiçias y ante su señoría el obispo de Plasençia y ante su provisor y ante otros qualesquier juezes e justiçias eclesiásticos e seglares...y puedan contradeçir la pretensión de el doctor Arze, canónigo de Murçia, en nonbre del obispo, deán y cabildo de la santa yglesia de Murçia y Cartajena sobre las reliquias”. 
    Entregar las reliquias a Cartagena, “quanto más parte tan señalada como es la cabeça del dicho bienaventurado San Fulgençio”, supondría que el lugar se despoblase “siendo despojados de cosas tan preçiosas”, y aunque quizás en Berzocana no alcanzaran a tener las reliquias “con tanto aparato y sunptuosidad de edifiçio y culto como devían”, no podría ser mayor la devoción y veneración que la villa ofrecía a sus santos.
    Más difícil resultaba, sin embargo, oponerse al deseo real y a la solicitud del monarca de reliquias para San Lorenzo el Real, cediendo pronto Berzocana a dicha exigencia por ser “cosa dignísima y justa obedeçer con toda umildad lo que Su Magestad manda”. 
    Finalmente todos cedieron, Berzocana accedió a compartir con el monasterio escurialense las reliquias de sus santos y el obispo cartagenero pareció desistir de su empeño, aunque finalmente recibiría el regalo real de dos de los huesos conservados en la villa. 
    Éste fue el “ofrecimiento” que el 14 de agosto de 1593 agradecía el monarca a Berzocana y a Trujillo en sendas cartas, el “buen ánimo y voluntad con que me ofrecéis de acudir a que se me den dos huesos, uno de cada sancto”, voluntad que se demostraría mejor si en vez de dos fueran cuatro, dos de cada santo “y que sean de los mayores”. Para mayor seguridad, el mismo día que Felipe II daba las gracias a Berzocana y Trujillo por su ofrecimiento, escribía al obispo placentino. “Confío condescerán en ello”, decía el monarca, pero encargaba al prelado “lo procuréis con cuidado”.
    Agradecimiento aceptado y “orden” real cumplida. “Con todas las solemnidades”, Felipe II ordenaba que las reliquias fueran entregadas al prior de Guadalupe y “traherlos a donde yo estuviere, cerrados y sellados, de suerte que no se pueda tocar a ellos”. 
    El domingo 19 de septiembre fue la fecha señalada para tal solemnidad. A Berzocana acudió el obispo de Plasencia, don Juan Ochoa de Salazar, el prior de Guadalupe, fray Pedro de Santiago, el vicario de Trujillo y los curas de Orellana, Logrosán, Cañamero y Garciaz. De Trujillo acudió su alcalde mayor, el licenciado Villaveta y Montoya y los regidores trujillanos don Francisco de Sotomayor, don Lorenzo de Chaves, don Sancho Pizarro de Aragón y su hermano don Juan. Y por supuesto, todo el pueblo de Berzocana que hubo de aceptar su sentida pérdida. 
    El prior de Guadalupe ofició la misa mayor y el obispo dijo las Vísperas y Completas e “hizo una plática al pueblo en razón de sacar los santos huesos”. De la capilla pequeña al lado del evangelio, junto al altar mayor, de la llamada “capilla de los gloriosos santos”, fueron sacados los huesos que reposarían en el arca llevada por Trujillo y que habrían de entregarse a la mañana siguiente, temprano.
    Pero el lunes, la indisposición del prior hizo imposible la entrega y fue así cómo el martes 21, en la festividad de San Mateo, tras la misa mayor y la bendición episcopal, el pueblo de Berzocana acompañó y despidió en procesión (con “pendones y cruz, cantando la letanía”) el arca sellada entregada al prior.
Berzocana. Capilla de los Santos. 
Fuente: Cofradía Santos Fulgencio y Florentina

    Recibida en Guadalupe también por todo el pueblo, el arca con las santas reliquias entró en la iglesia del monasterio bajo rico palio y fue depositada junto al altar mayor. El jueves, último día del mes de septiembre, el padre fray Alejo de Ávila, vicario del monasterio de Guadalupe, partía de La Puebla para San Lorenzo el Real y ocho días después entregaba a su prior, fray Diego de Yepes, el cofrecillo de madera. El rey Felipe y su hija Isabel Clara Eugenia estuvieron presentes en su apertura.
    Identificados los huesos por el doctor Luis de Mercado, su médico de cámara, el propio monarca ordenaría apartar “los dos huesos mayores, el uno de san Fulgencio y el otro de santa Florentina; y mandado, que se diesen al obispo, don Sancho Dávila, iglesia catedral y a la ciudad de Murcia con el cofrecillo en que fueron enviadas a su majestad”.
    Pocos días después partía para Murcia el arca del carpintero trujillano, llevando sobre ella las armas de la ciudad y en su interior parte del corazón de los berzocaniegos. 

(1). Mediavilla Martín, B.-Rodríguez Díez, J.: Las reliquias del Real Monasterio del Escorial. Vol. I. Ediciones Escurialenses. 2004. P. 582.

8 de septiembre de 2024

Contratos de agosto

   Cuando agosto termina, el arca cierra por unos días sus llaves y descansa. Nos ha dejado muchas historias que de ella han ido surgiendo y sigue esperando a que otras muchas salgan para acompañarnos e iluminar espacios aún en penumbra de la historia de la ciudad.
    Otras muchas arcas siguen a disposición de investigadores y curiosos porque no descansan, no tienen llaves que las cierren, porque la tecnología las trae a tu casa y te permite acceder en cualquier momento a sus “tesoros”, a sus historias.
    Hace tiempo, el arca nos contó la historia de una capilla, de los escudos que la adornaron, del deseo de don Rodrigo de Orellana y Toledo de perpetuar su memoria y su estirpe. 
    En agosto de 1576 aún faltaban tres años para que el trujillano concertase con el cantero Francisco Sánchez la realización de su capilla y sepulcro, pero todo empezó en ese momento.
    No fue muy participativo don Rodrigo en el concejo trujillano ese año. Llevaba seis ocupando el oficio de fiel ejecutor que le había llegado de su pariente don Juan Alfonso de Orellana, el señor de Orellana la Vieja,  y que le daba “voz y voto” de regidor. No fueron muchas las sesiones del ayuntamiento de ese año en las que estuvo presente pero sí lo hizo en algunas de ese mes de agosto. El día trece estuvo de acuerdo en que los toros que celebraban la fiesta de Santa María de agosto se corrieran en su octava, el 22, porque “los cavalleros desta çibdad quieren reguzijarse el dicho día e hazer fiestas e juego de cañas”, cumpliendo así la prohibición papal de que se hiciera en los días de las festividades
Escudo Orellana-Sotomayor.
Palacio Orellana-Toledo. Trujillo

    Tampoco se opuso a la decisión tomada de retrasar hasta el día primero del siguiente mes de septiembre poder encender fuego en el monte sin pena, “atento el mucho pasto que este presente año ay”, o acotar la pesca en la albuhera y los estanques cercanos a la ciudad.

1576, agosto 13. Trujillo
Acoto de estancos y albuhera. Este día se acordaron que por quanto en los estancos desta çibdad y albuhera se van criando algunas tencas de las que por orden desta çibdad fueron echadas, y para que se críen y se conserven, mandaron acotar y acotaron los dichos estancos y albuhera para que ninguna persona pueda pescar en ellos con caña ni de otra manera alguna, so pena de seysçientos mrs. e perdidos los armadijos con que pescare, repartidos por terçios, juez e denunçiador y çibdad. Y al que pescare con redes incurra en pena de dos mil mrs. y diez días de cárçel y la pena repartida según de suso. Y el acoto e la caña sea hasta el día de San Miguel.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 39, fol. 935v.)

    No expresó su oposición, como sí hicieran sus compañeros en el ayuntamiento Juan Casco, Francisco Altamirano de Vargas y el licenciado Becerra, a que la ciudad contribuyese con 2.000 reales a la obra del monasterio de San Francisco, como ya venía haciendo, libramiento que salió adelante por decisión impuesta del teniente de corregidor que presidía la sesión. Eran muchos los materiales comprados para la obra -cal, cantería y ladrillo- y estaba a punto de cerrarse un arco, por lo que “si la dicha obra se dexase e se alçase mano della se perderían los materiales y no se cunpliría con la escriptura e orden que esta çibdad tiene tomada con el dicho monesterio”.
    De  nuevo el día 17 de agosto don Rodrigo de Orellana asistía a la sesión del concejo, en la que se decidió comprar trigo para el pósito, pagar lo gastado por el mayordomo “en el almuerzo que dio a la justiçia y regidores en la ermita de la Coronada este año, quando se llevó la candela que es costunbre” y tomar medidas contra los boticarios de la ciudad, a quienes no parecía hacer gracia la venta de “pequeños remedios”.

1576, agosto 17. Trujillo
Contra los boticarios. Este día se trató y platicó que los boticarios de esta çibdad no quieren dar hungüentos ni mediçinas por menudo de quatro mrs. abaxo y se acordó y mandó que se les notifique a los dichos boticarios que den qualesquier mediçinas que les pidan y en la cantidad que les pidieren, aunque sea de dos mrs. y lo mesmo hagan en el açúcar y dietas, so pena de seysçientos mrs. por terçias partes aplicados.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 39, fol. 936v.)
 
    Don Rodrigo estuvo presente en dos de las cinco reuniones que tuvo el concejo en agosto de 1576 y sin embargo, tanto él como su esposa, doña Leonor de Sotomayor, estuvieron muy ocupados ese verano. Porque la capilla que el hijo de Pedro Suárez de Toledo mandara hacer en 1579 llegó al “patrimonio” de ambos esposos ese mes. Y todo nos lo cuenta una de esas “arcas digitales” que las nuevas tecnologías traen a nosotros, esta vez desde las tierras del norte. 
    En Vitoria-Gasteiz, la Fundación “Sancho el Sabio” custodia una copia del contrato que don Rodrigo de Orellana y doña Leonor de Sotomayor suscribieron ante el escribano Miguel Sánchez de Oñate con Diego de Melo, el mayordomo de la iglesia parroquial de San Martín.
Firma de don Rodrigo de Orellana Toledo

    Quizás la estancia en Trujillo en el mes de julio de don Martín de Córdoba Mendoza, el obispo placentino, facilitara a don Rodrigo el acuerdo que permitiría la compra del “altar colateral que está a la mano derecha del altar maior de la dicha iglesia para que sea suio propio e de sus herederos perpetuamente para siempre jamás”. 
    Se acordó el precio, se obtuvo la información de testigos que acreditaran la conveniencia de la venta, se dispuso de la licencia episcopal  y se fijaron las condiciones que habrían de cumplir los nuevos dueños de la capilla.
    El matrimonio Orellana-Sotomayor pagaría 100.000 maravedís a la fábrica de San Martín, “los quales impone en zenso al quitar, él y doña Leonor”, recibiendo la parroquia cada año 7.140 mrs. e hipotecando para su pago algunas de las propiedades que ambos tenían. A eso se añadirían 2.000 mrs. cada año (de los bienes de doña Leonor) para el mantenimiento del altar, cantidad de la que podría disponer la parroquia para tal fin si sus propietarios no cumplieran su compromiso de mantener el altar “vien tratado y adornado de retablo, frontales y lo demás neçesario para el serbizio del ofizio divino que en él se zelebrare”
    El platero Nufrio Fernández, Diego Parra el viejo y el clérigo Mateo García confirmaron en sus testimonios ante el doctor Laguna, provisor y vicario general del obispado, conocer el contenido del negocio del altar y enterramiento, “junto y zerca de la capilla y enterramiento que el dicho don Rodrigo de Orellana y Pedro Suárez de Toledo, su padre, tienen en la dicha iglesia de señor San Martín”, considerando todos ellos la utilidad y provecho de la venta, “que la dicha iglesia rezibe aumento en el edefizio que se ha de hazer en el dicho altar colateral y no ocupa a la dicha iglesia, antes la hermosea y adorna”.
    El día ocho de agosto el prelado placentino autorizaba la venta, formalizada el 18 de ese mismo mes ante escribano por Diego de Melo, don Rodrigo y su esposa doña Leonor. Precio, información, licencia y condiciones, las establecidas por la parroquia de San Martín para el nuevo altar y capilla, para sus nuevos dueños; condiciones similares, suponemos, a las que debieron acordarse para “el otro altar colateral que está dado a Franzisco de Gaete”.
    Así, mientras el arca trujillana descansa, el arca de Vitoria nos completa la historia y nos da luz sobre el intenso verano que tuvieron don Rodrigo y doña Leonor para asegurar un lugar especial y preeminente en el que descansar eternamente.

1576, agosto. Trujillo
Las condiziones tratadas entre el maiordomo de la yglesia de señor San Martín de esta ziudad de Truxillo, por la una parte, y don Rodrigo de Orellana, hijo de Pedro Suárez de Toledo, vezinos de la dicha ziudad, de la otra, azerca del altar que por parte de la dicha iglesis se le a de dar al dicho don Rodrigo son las siguientes: Que el dicho altar que es el colateral a la mano del evangelio que está en la dicha iglesia, que corresponde al arco y capilla que el dicho Pedro Suárez y el dicho don Rodrigo tienen en las dicha iglesia, se le ha de dar un título perpetuo y con él una sepoltura, que está frontero del dicho altar que es de la dicha iglesia, que está junto a otras sepulturas del dicho Pedro Suárez y sus difuntos, en el qual esté obligado a hazer un arco de cantería mui bien obrado y labrado y en buena polizía, del alto conbeniente según el arte al ancho del dicho altar, de tal manera que no impida a la vista al altar maior sino que quede descubierto. Iten, que en el dicho altar ha de hazer y sustentar un retablo y tener siempre vien adornado el dicho altar de frontales y de lo demás nezesario y para ello ha de obligar su persona e vienes y en espezial señalar dos mil marabedís de renta perpetuos sobre alguna hazienda, para que en defecto que el dicho don Rodrigo y sus suzesores no lo tubieren vien adornado y sustentado, lo pueda hazer el maiordomo de la dicha iglesia de los réditos de la dicha hazienda, como al prelado y a su visitador pareziere. Iten, que se levante el suelo del altar a donde está el dicho altar en el alto que se ha de lebantar el otro altar colateral que está dado a Franzisco de Gaete. Iten se ha de echar una media reja al dicho altar que venga con la plana del altar e que no pase de quatro terzias en alto e que se habra por la parte de adentro e no por la de afuera, que sea bien obrada e dorada e ansí se a de sustentar, a la qual no se le ha de echar zerradura ni llabe, porque ha de quedar de manera que todos los clérigos que quisieren digan misa en el dicho altar libremente y no se les ha de poner impedimento a ello, como no sea en tiempo que se obieren de dezir misas de capellanías o memorias o botibas del dicho don Rodrigo e de sus difuntos e suzesores o personas que tubieren derecho al dicho altar, que en tal caso se han de preferir los capellanes que las obieren de dezir a los otros clérigos que quisieren dezir misa en el dicho altar. Iten que no se a de abrir devajo del altar ni del hueco del para hazer enterramiento alguno. Item que no se ha de pretender derecho de asientos par del dicho altar ni en la sepultura que se señala con él, si no que fuere quando se llebare ofrenda sobre el dicho enterramiento y sepulturas del dicho don Rodrigo y sus difuntos, que entonces puedan sentarse sobre ellas o zerca de ellas e quando se hizieren algunos ofizios por los dichos difuntos. Y esto sin perjuizio de los otros que tubieren enterramientos zerca del dicho altar si concurriesen con ofrendas y ofizios, que en tal caso a cada uno se le conserbe su derecho y no se impidan los unos por los otros. Ytem que el dicho don Rodrigo pueda acompañar el dicho altar y arco que sobre él se ha de hazer con otro arco de entierro que corresponde al dicho altar si quisiere acompañarle como sea sin perjuizio de la vista del altar maior. Iten que el dicho don Rodrigo pueda poner los escudos y letreros que quisiere en el dicho arco que se ha de hazer en el dicho altar y sepultura que se le señala y que todo ello lo tenga en título perpetuo para si y para sus subzesores y para quien quisiere e por bien tubiere y que no estén obligados a pagar derecho alguno a la dicha iglesia de la abertura de la dicha sepultura. Iten que la dotación y limosna que el dicho don Rodrigo a de dar a la dicha iglesia por razón del dicho altar y repultura es siete mil y ziento y quarenta marabedís de zenso, pagadero en cada un año a la dicha iglesia a sus pagas de Nabidad y San Juan de junio por mitad, cargadoos sobre bienes libres y seguros en término de esta ziudad de Truxillo, con facultad que el dicho don Rodrigo y los que subzedieren en los dichos vienes puedan redimir y quitar el dicho zenso a razón de a catorze mil el millar, todo junto y no en partes y que el maiordomo de la dicha iglesia pueda si quisiere por su propia autoridad cobrar el dicho zenso de los arrendadores inquilinos de los dichos vienes sobre que se cargare.
(Archivo Fundación “Sancho el Sabio”. Legajo FSS_ST_HENAO,C.7,N.1/D.3) 


28 de agosto de 2024

Las viejas alamedas

    En este tiempo de estío, seco y tórrido, de polvo y calima, volvemos a buscar en el arca del concejo la memoria del verdor de los árboles, su gratificante sombra, el rumor de las hojas de las alamedas que, más allá de ornato, suponen bienestar para la ciudad y sus habitantes.
Porque hubo un momento en el que el concejo, reunido en pleno, soñó con arboledas que beneficiaran a la ciudad e imaginó espacios cubiertos de álamos y sauces, que el verde salpicara el granito en la ciudad y su entorno “para abrigo y defensa del frío e del sol”. Verde junto al agua en estancos y manantíos
“Álamos y sahuzes. Este dicho día, los dichos señores acordaron e mandaron que el mayordomo de la çibdad traya e haga traer álamos e çauzes para los poner en los estancos desta çibdad e en los manantíos de las dehesas de cavallos e bueyes e que los hagan poner e repararlos para que no los estraguen los ganados e bestias”. (1529)
“Álamos para la dehesa. Este dicho día e mes e año suso dichos, los dichos señores dixeron que porque en la dehesa de los cavallos aya un soto para abrigo e defensa del frío e del sol, que mandavan e mandaron al mayordomo Juan de Carmona, que estava presente, que haga traer álamos blancos e negrinos e sahuzes e que se pongan en la dehesa en las partes húmedas para que se puedan conservar e criar”. (1536)
    Uno de los espacios que mantuvo su arboleda a lo largo de los siglos fue la plaza de la Encarnación, del Mercadillo o de Ruiz de Mendoza, que de todos esos modos fue conocida. 
    En 1584 el concejo comisionaba al regidor don Rodrigo de Orellana para que iniciara los trámites y trabajos que permitieran dotar de una gran fuente a la plaza de la Encarnación.
    Para ello era necesario traer de pozos, cercanos o no, el agua que lo permitiera en una ciudad escasa de tal recurso. Buscar agua, crear fuentes fue siempre una de las preocupaciones del concejo trujillano y ahora estaba de suerte porque “de presente se a hallado una donde dizen al matadero, la qual an visto ofiçiales y an dicho como es de mucho agua y se ha visto por espiriençia serlo y ser muy bastante para hazer una fuente encañada que salga a la plaça del mercado de la Encarnaçión”. 

A. Durán. Trujillo. Mercadillo (Todocoleccion.net)
    El agua estaba cerca, junto al “rastro que es junto al alhóndiga”, y la nueva fuente sería “de mucho provecho y mucha utilidad y neçesidad para esta çibdad e vezinos della, yentes y venientes”. Agua cercana que se sumaría a la que, desde la calle de Olleros, desde el pozo que la ciudad compraría en la casa de doña Francisca de Sanabria, la viuda de don Alonso de Chaves, también alimentaría el arca del agua de la nueva fuente.
    Pedro de San Martín, herrero, aportó su trabajo; García de Osma, “ofiçial de hazer caños”, cobró a tres cuartillos cada uno de los 700 caños que le encargaron;  Francisco Palomo, cantero, consiguió en subasta la obra de la fuente y Cristóbal Sánchez, empedrador, remató la obra con el empedrado que cubría el caño. Fue la nueva fuente de la plaza de la Encarnación trabajo de muchos y lugar de disfrute para todos que debía ser cuidado, ordenando “que no laven ni echen ynmundiçias en la fuente de la Encarnaçión”. 
    Agua y verdor. Una “fuente de álamos” completaría el entorno. Con el agua sobrante de la fuente, en 1588 la ciudad ordenó que el espacio cercano, hacia San Juan, se allanase y plantase de álamos y que de nuevo don Rodrigo de Orellana fuera quien mandara hacer “tapias a la redonda de los álamos para que se guarden de bueyes y otros ganados” y “encañar toda el agua que pudieren y guiarla a la dicha alameda para que se pueda regar”. 
    Alameda de sombra, de paseo, de frescor en verano que la ciudad se empeñó en mantener y conservar aun cuando supusiera apartar y alejar algo tan importante también como el espacio que antes ocupaba el ganado en ferias y mercados. 

1588, mayo 16. Trujillo
Señalamiento de prados para la feria. Acordose que atento que los álamos que se an plantado en los prados de San Juan ocupan parte de los dichos prados para en que se solían poner los ganados y bestias de la feria y mercados de esta çibdad y para quitar ynconvenientes y pleytos, se señaló para la dicha feria y mercados todo el sitio que está desde la dehesa de las yeguas a la fuente del Mançanillo y a dar a la ermita de los Mártires y de allí a la ermita de la Piedad y que de todos y qualesquier ganados que se hallaren vendiendo o se vendieren de aquí adelante en estos sitios y conpras, no se pueda llevar ni lleve alcavala por los arrendadores de ganados y eredades, siendo las ventas en día de jueves y lo mismo sea de las cabalgaduras y bestias y que así se apregone.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 57, fol. 416v.)

A. Durán. Trujillo. Mercadillo (Todocoleccion.net)



16 de julio de 2024

Noche de teatro para el Asilo

    El arca siempre se muestra generosa con quien la respeta, con quien se acerca a ella con cuidado, con afán de conocer, de aprender, investigar y compartir. Pero esa generosidad documental y patrimonial necesita atención, tiempo, profesionalidad y respeto por parte de quien abre y lee cuidadosamente legajos y documentos.
    Quien como la trujillana Mª Victoria Rodríguez Mateos ha sabido enlazar sus pasiones -la medicina, el arte y la historia- y ha empleado tiempos dilatados en la consulta de cartas y censos, de acuerdos y actas municipales, proyectos constructivos, cuentas, memorias, protocolos notariales e imágenes, sabe que después hay que interpretarlos, comprenderlos y ensamblarlos para a continuación, con generosidad y con el mismo respeto, ofrecerlos a trujillanos, extremeños y personas de cualquier parte del mundo. 
    Así, de forma amena pero rigurosa, con palabras inspiradas y documentadas en el arca, podemos recorrer magistralmente, a través de un caleidoscópico y completo contenido, La vida cotidiana en Trujillo en el siglo XIX.
    

9 de junio de 2024

Arcas que construyen historias. El pequeño señor de Orellana la Nueva

    También el arca tiene su día y hasta su semana, la Semana Internacional de los Archivos. Y está bien que lo celebre y lo celebremos del mejor modo que un arca puede hacer: contando historias que guarda celosamente esperando a salir y ser compartidas.
    Hoy es el día de las “arcas” y en su honor intentaremos contar una de esas historias. Un relato que se inicia en el arca trujillana con una pequeña pieza que necesitará de otras muchas que ofrecen otras arcas y que, como en un puzle, se unen para darnos una imagen casi completa, porque seguro que la historia es mayor y aún habrá piezas escondidas que podrían resolver espacios en penumbra de nuestra historia.
    En 1508, la ciudad de Trujillo se construía y reconstruía. Atrás quedaron los años de guerra (que no de enfrentamientos) y era necesario derribar algunos de los rastros de esos conflictos. Junto a la puerta de Hernán Ruiz, una torrecilla con garitas que parecía haber sido construida por Fernando de Monroy debía ser destruida. Por su piedra competían los vecinos más próximos, Martín de Chaves, el hijo de Gonzalo de Torres, y doña Mayor de Sotomayor, la hija de don Alonso, la nieta de Luis de Chaves el viejo, la señora viuda de Orellana la Nueva. La torre estaba en su casa, frontera a la de Martín de Chaves, y la piedra debería ser para ella. Además reclamaba el pago del suelo tomado a su casa. Aunque no era su casa pues habla en nombre de su hijo Diego, el auténtico señor de Orellana la Nueva o de la Sierra, su octavo señor. 
Alcázar de los Bejarano. 1928. Archivo General de la Administración.

1508, mayo 22. Trujillo
Doña Mayor de Sotomayor dize que ya saben los señores que la çibdad, al tienpo que hizo la torre de la puerta de Hernán Ruiz, tomó un pedaço del suelo propio de la casa de Diego Garçía de Orellana, su hijo, e mandaron dar VU mrs. por ello, que lo paguen. Que muestre lo que dize y el derecho que tenía allí e que se vea lo que se deva fazer. 
E así mismo pide testimonio de quién y cómo mandó derrocar el cubo torre de su casa. Que sy algund derecho tiene e sy se syente por agravio que lo muestre e diga e alegue ante el señor teniente, que se le deshará el agravio.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9, fol. 51r.) 

    Esta es la primera pieza de la historia, la única que nos ofrece el arca de Trujillo. 
    Junto a la puerta de Fernán Ruiz, hoy del Triunfo, estaban las casas principales del señorío de Orellana la Nueva, allí donde la torre “que dicen de Theresa Gil” honraba a la esposa del segundo señor, Diego García de Orellana, a quien llamaron “el rico”. Allí estaban también las casas que su hijo Pedro de Orellana, quinto señor de la villa, dejara en herencia a algunos de sus hijos: Fernando, Francisco, Isabel (beata en el convento de Santa María) y Marta, su hija mayor, que con su esposo, Juan de las Casas, comprará las partes de sus hermanos entre 1489 (en que adquiere la parte de Francisco) y 1493 (en que cierra el trato con la viuda de Fernando, Sevilla López).
    Pero las casas principales en Trujillo, el alcázar de los Bejarano, le correspondieron a su hijo primogénito, Diego García de Orellana, el mayorazgo, el sexto señor de Orellana, casado con otra trujillana, Isabel de Vargas, hija de Juan de Vargas el viejo. 
    Y en esas casas vivía en 1508 doña Mayor y su hijo Diego. De doña Mayor contaba en 1548 el cronista Diego de Hinojosa y Vargas que la casó su padre “con el señor de Orellana la Nueva o de la Sierra, llamado creo que Pedro de Orellana. Fué mentecato; muy simple; hubieron un niño, Dieguito o García, que murió de tiña, por cuya muerte heredó su tío, creo que Juan de Orellana, el Ciego”. Y sí, así es la historia, pero mucho más compleja, con muchas más piezas de las que recordaba el cronista, quizás porque la historia se hubiese ya olvidado y sobre todo porque él no pudo acceder a las “arcas” que hoy nos explican con detalle esa historia.
    A la muerte en 1492 de Diego García de Orellana, el sexto señor de Orellana la Nueva, sucedió en el señorío su hijo Pedro, nacido en Trujillo y menor de edad, a quien sus padres prometieron en matrimonio (aún lejano) con doña Inés de Meneses, hija de Fernando Álvarez de Meneses y doña Mencía de Ayala, vecinos de Talavera de la Reina, y biznieta de Marta de Orellana, hija de Diego García “el rico”. Pero es posible que el matrimonio no se llevara a cabo por fallecimiento de la novia (a quien ya no cita en su testamento su madre en 1496) y habría que buscar nueva esposa.
    Antes, y quizás por fallecimiento de su madre y curadora, el nuevo señor de Orellana la Nueva, como mayor de catorce años y menor de veinticinco, buscó tutor, además de  administrador y gestor de sus bienes. Para lo segundo, la persona elegida en diciembre de 1500 fue el clérigo Cristóbal García. Poco después, el 16 enero de 1501, el alcalde mayor de Trujillo, el bachiller Fernán Álvarez de Cuéllar, atendía su petición y nombraba tutor y curador de Pedro a la persona que éste proponía, Alonso de Zorrilla, “que es persona ábile, ydóneo, sufiçiente e abonado”.
Firma de Pedro de Orellana. 1501
    No sabemos por qué, pero apenas quince días de haber sido nombrado su curador, Pedro de Orellana se encontraba preso en Plasencia, en la cárcel episcopal y, desde allí, ordenaba la venta de algunos de sus bienes para atender a sus necesidades.

1501, enero 31. Plasencia
…dixo que por quanto el honrado señor bachiller Hernand Álvarez de Cuéllar, alcalde en la çibdad de Trogillo le ovo proveydo de curador a Alonso Zorrilla, vezino de la dicha çibdad de Trogillo e él estava e está preso e dethenido en la cárçel del señor obispo en esta çibdad de Plazençia e asy para sustentaçión de su estado y persona y su deliberaçión, él a menester de vender o enpeñar parte de su hazienda para conplir sus neçesidades y por quanto para ello era neçesario su presençia personal y él al presente no puede yr a la çibdad de Trogillo, para el dicho señor alcalde o otra qualquier justiçia de la dicha çibdad de Trogillo para que le de liçençia, poder e abtoridad para vender o enpeñar de sus bienes para lo que dicho es, que desde agora pide y requiere al dicho señor alcalde e a otra qualquier justiçia de la dicha çibdad que paresçiendo ante él el dicho Alonso Zorrilla, su curador, o Christóval Garçía, su fator e mayordomo, o qualquier dellos e presentándole informaçión de testigos de cómo él tiene neçesidad de vender o enpeñar para lo que dicho es, que mande ynterponer e ynterponga a la tal vendida o enpeñamiento su decreto e abtoridad e dé liçençia e facultad para ello, que el dicho Pedro de Orellana desde agora gela pide e requiere por ante mi el dicho escrivano porque esto dixo que le es neçesario, porque de otra manera no puede conplir con su persona y honra…”
(Archivo Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Legajo TR.05/068)

    Vendida su parte en la dehesa de Magasquilla del Cobo a su tía Marta y a su marido, Juan de las Casas, la vida del joven señor de Orellana la Nueva nos es desconocida hasta casi el momento de su muerte, aunque sí sabemos que casa hacia 1502 con doña Mayor de Sotomayor. 
    A decir del cronista Hinojosa, don Alonso de Sotomayor, el padre de la novia, buscó para sus tres hijas (María, Mayor y Juana) buenos “partidos”, tres mayorazgos,  prometiendo a cada uno de ellos que su esposa sería mejorada en su testamento, “mas después partió la hacienda igualmente entre todas”.
    Pedro de Orellana y Mayor de Sotomayor, señores de Orellana la Nueva y padres de Diego García de Orellana, nacido hacia 1503 y protagonista de esta historia quizás más que sus padres, alternarían su residencia entre el alcázar trujillano y la fortaleza de Orellana. 
    Ya dijimos antes que el cronista Hinojosa calificó a Pedro como “mentecato” y de loco le tilda su propio hermano, Juan de Vargas de Orellana, en julio de 1507, poco antes del fallecimiento de aquél. 
    Consideraba Juan de Vargas que el señorío de Orellana corría peligro en manos de su hermano Pedro, que “se ha tornado loco”, que “los bienes del dicho mayoradgo se destruyen e disypan” y que era necesario nombrar un tutor para que “un pariente çercano del dicho linaje sea proveydo de curador de la persona e bienes del dicho Pedro de Orellana, porque la dicha casa e mayoradgo no se pierdan ni destruyan”. No lo dijo entonces pero tras la muerte de su hermano, Juan de Vargas acusó a la propia doña Mayor de estar detrás de esa locura que afectó a Pedro los dos años anteriores a su fallecimiento. Le “dio bevedizos” y “nunca lo quiso curar como diz que fue requerida para ello por muchos parientes suyos”.
    Nada tuvo que hacer en Trujillo el licenciado Juan de Herrera, juez pesquisidor enviado por la Corona para obtener información de esa presunta locura y tomar las medidas necesarias para proteger el patrimonio del señorío. En ese mismo mes de julio, Pedro de Orellana, séptimo señor de Orellana la Nueva, fallecía dejando el señorío en manos de un niño de cuatro años, Diego, tutelado en principio por su madre, doña Mayor, pero cuya custodia sería objeto de deseo y pleitos en los años siguientes. 
    Comienzan a aparecer entonces nuevos personajes en la historia. A Diego, el menor, huérfano ahora, y doña Mayor, la madre, se unen Juan de Vargas de Orellana, el tío y siguiente en la línea del señorío de Orellana la Nueva, Juan de Vargas mayorazgo, cabeza del linaje de los Vargas, y Juan de Vargas de Madrigalejo. Tres Juanes, primos hermanos entre sí (como hijos de los hermanos Isabel, García y Alonso de Vargas), que unirán sus fuerzas para conseguir la tutela de Diego, la custodia de la fortaleza de Orellana y la administración de los bienes del mayorazgo.
Portada del alcázar Bejarano.
Trujillo

Porque ahora la tenían los Chaves, la tenía doña Mayor (a quien culpaban de la muerte de Pedro de Orellana) cuando debería estar en manos de alguien del linaje Bejarano.
    El primer movimiento es de doña Mayor, quien pide amparo a la reina apenas tres meses de la muerte de su esposo y tras ser nombrada tutora de su hijo por el corregidor de Trujillo, Martín Fernández Cerón. Temía que “estando en la dicha administraçión, por algunas personas les serán movidos algunos pleitos e cabsas contra ella e contra el dicho su hijo”, y pedía que “como hera viuda e de linage e vive onestamente e su hijo huérfano”, cualquier pleito contra ella se viera ante el Consejo Real o las Reales Audiencias.
    Investigar si en sus manos peligraba el patrimonio de su hijo, si doña Mayor “a vendido algunos de sus vienes” y “gasta todos los frutos e rentas del dicho mayoradgo”, será la tarea encomendada en marzo de 1508 por la reina Juana al corregidor de Plasencia, Juan de Montalvo, respondiendo a la petición de los Vargas parientes del difunto Orellana. 
    Nada parecía haber cambiado un año después cuando en abril de 1509 la investigación se comete al corregidor de Trujillo: doña Mayor seguía disfrutando de la tutela de su hijo, de la tenencia de la fortaleza de Orellana la Nueva y de las rentas del señorío. Los Vargas mantenían sus reclamaciones. No era solo que las rentas del señorío aumentarían con otro administrador, sino que la persona de su madre no era ya la idónea para ostentar la tutela de Diego. La cuestionaron no solo por considerarla responsable de la locura y muerte de su esposo sino también por su vida y comportamiento: “bive desonestamente”, dos veces había abortado y en septiembre de 1508 había dado a luz a un hijo, sin estar casada, al que criaba públicamente.
    Tal situación invalidaba a doña Mayor como tutora y sería ella misma la que promoviera el cambio en la curaduría del pequeño Diego. De la poderosa familia Meneses de Talavera de la Reina, el nuevo tutor fue Juan de Meneses. Emparentado con las familias de ambas Orellanas (como descendiente de Marta Martínez de Orellana, hija del segundo señor de Orellana la Nueva, y hermano de Teresa de Meneses, esposa de Rodrigo de Orellana, señor de Orellana la Vieja), quizás pensara doña Mayor (si es que de ella fue la idea) que el prestigio y poder de los Meneses podría contrarrestar la presión de los
Vargas. Seguían reclamando éstos la administración de los bienes del menor para el tío del pequeño señor de Orellana, Juan de Vargas Orellana, y que la tutoría de la persona de Diego y su fortaleza de Orellana pasaran a Juan de Vargas, el de Madrigalejo, primo hermano de su padre. 
    “Forçado e oprimido”, decían los Vargas que se encontraba Diego (parece que en algún momento llevado a Portugal para hurtarle de las manos de quien anhelaba ser su cuidador), mientras que las partes debatían y pleiteaban ante el Consejo Real, realizaban probanzas, presentaban testigos, alegaban en contra de la otra parte… 
    Dos años más que debieron ser difíciles para un niño de su edad, objeto del deseo de tantos. 
    Dos años más de pleitos que se cierran con el nombramiento de otro tutor, el tercero, para la persona y bienes de Diego García de Orellana. Gonzalo de Ocampo asume en abril de 1511 la tutoría y exige que doña Mayor de Sotomayor (ahora casada con Francisco Solano) rinda cuentas del tiempo que tuvo la administración de los bienes de su hijo y reclama al señor de Orellana la Vieja el pago de deudas pendientes con su tutelado. Parecía que la normalidad se iniciaba en la vida del pequeño Diego.
    Pero su historia, su vida, fue corta. Las crónicas no le citan o se limitan a señalar que murió sin descendencia. Y así fue. El octavo señor de Orellana la Nueva no tuvo descendencia y apenas tuvo vida.     En agosto de 1511 fallecía cuando tenía ocho años. No vería a su tío Juan convertirse en el nuevo señor de Orellana la Nueva; reclamar a su madre bienes de los que se consideraba heredera; exigirle títulos y escrituras que doña Mayor había protegido en la cercana Orellana la Vieja. Tampoco vería a su madre acusar a su último tutor de su muerte, de “averle plazido de la muerte del dicho menor”. Porque la historia tiene una última pieza. Murió de tiña, dijo el cronista. Malicia y negligencia, aduce su madre. Triste vida y triste muerte.

1511, octubre 9. Burgos
…teniendo el dicho Gonçalo do Canpo el dicho menor en su poder lo dio a un Gonçalo Cano, su criado, que lo toviese e administrase e que un día del mes de agosto que agora pasó, el dicho Gonçalo do Canpo e el dicho Gonçalo Cano llevaron al dicho menor a casa de un Alonso Blasco, cantero, en su presençia le rapó la cabeça con una navaja hasta que le hizo saltar sangre della e luego sobre la sangre, asi fresco e reziente le untó con un ungüento hecho de çebollas albarranas, que diz que es una yerva peligrosa e ponçoñosa, matadora, e lo puso de tal forma y estado que el niño espiró dentro de una ora e que en contynente el dicho cantero huyó al monesterio de la Encarnaçión e que el dicho Gonçalo Cano se absentó de la dicha çibdad. E falleçido el dicho menor, diz que luego el dicho Gonçalo do Canpo, tutor, lo hizo llevar a enterrar a una hermita de la Coronada, dos leguas de la dicha çibdad, e que de allí, de camino se juntó con un tío del dicho menor, hermano de su padre e le fue a entregar la villa e fortaleza del menor por su abtoridad... Por ende que me suplicava e pedía por merçed (….) que mandase proçeder contra los culpantes e cada uno dellos aquellas penas que segund fuero e derecho paresçiese aver yncurrido porque no se dé atrevimiento a semejantes delitos, pues sabía el dicho Gonçalo do Canpo que el dicho menor tenía médico salariado en la dicha çibdad, onbre sabio que acostunbrava curar al dicho menor, e le curó e hizo curar por persona que no tenía ninguna çiençia ni esperiençia e con yervas tan ponçoñosas e de qualidad que le quitó la vida…

(Archivo General de Simancas. Registro General del Sello. Leg. 151110, 563)

    Tres archivos, tres arcas que en su celebración, en éste su día, nos regalaron las piezas de esta historia.
Escudo de los Bejarano. Palacio de Orellana de la Sierra
Fuente: https://laserenaturismo.es




19 de mayo de 2024

El paseo del elefante

Mª Teresa Pérez-Zubizarreta.
Elefantes en la Plaza.
Fuente: Fotos antiguas de TRUJILLO
     Si hubiera crónicas trujillanas recientes, a buen seguro registrarían, entre sucesos curiosos, la presencia de elefantes en Trujillo, en la misma plaza, la que hace siglos fuera del arrabal. Porque hubo un tiempo en el que, desde su atalaya, con su cámara y su capacidad curiosa, nuestra inolvidable María Teresa Pérez-Zubizarreta dio fe de ese acontecimiento, uno más de los que enriquecieron su arca fotográfica. Hacia mediados de la década de 1980, desde su balcón, captó magistral y oportunamente cómo cuatro elefantes, asiáticos por mayor detalle,  de un circo asentado en la ciudad saciaban su sed en el pilar de la plaza haciendo un alto en el recorrido por las calles trujillanas.
    Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en 1583, nuestra curiosa y detallada arca también guardó el recuerdo de la que quizás fuese la primera visita que la antigua plaza del arrabal recibió de un elefante. 
    En aquellos tiempos, España y Portugal formaban un único e inmenso territorio en el que Felipe II gobernaba en tierras americanas, europeas, plazas africanas y de la lejana Asia. Y el ejercicio del poder y gobierno conllevaba que en tierras tan extremas la presencia de la corona estuviera diestra y rectamente representada por virreyes, gobernadores y otras autoridades.
    Cuenta el propio rey Felipe el 30 de julio de 1582, en una carta dirigida desde Lisboa a sus hijas, que desde Tomar envió a un nuevo virrey a la India, Francisco de Mascarenhas, que sustituiría al fallecido don Luis de Ataíde, conde de Atouguia. Y del mismo modo que se enviaban autoridades y gente de tropa y gobierno, volvían a tierras peninsulares mercancías y mercaderías preciosas, diversas y exóticas. Y exótico era que se enviara un elefante. Un elefante regalo para un infante, Diego, entonces heredero de las coronas de Felipe II.
    Pero si extraño era el envío, las vicisitudes del viaje no debieron ser menores. Pensemos en un azaroso y largo viaje en una ruta ya en ese momento bien conocida por los marinos portugueses pero no exenta de incertidumbres. Ya era notable un viaje de varios meses, sometidos a tempestades, galernas y calmas chichas, a piratas y naves corsarias, atravesando el océano Indico, doblando el cabo de Buena Esperanza y circunnavegando África por el océano Atlántico, pero aún lo era más hacerlo con un elefante a bordo. !Una verdadera odisea!
    Aquel envío agradecido del virrey llegó afortunadamente a buen puerto en julio de 1582 en una nave suponemos que experta en tales periplos. A buen seguro que el paquidermo llegó acompañado del “mahout” o "cornaca" a una Lisboa en la que, acostumbrada a intercambios, mercaderías y fletes tal vez no extrañó demasiado su desembarco. 
    Aquel presente, destinado al infante Diego, aún debería hacer un viaje con seguridad menos cargado de incertidumbres y más corto, pero que, a buen seguro, despertó a su paso mayor asombro, expectación y temor. 
    En febrero de 1583, el elefante regio, del que no sabemos si tuvo nombre -como aquel otro Solimán que en 1542 llegó a Lisboa y hasta Viena-, iniciaba el camino entre las dos capitales peninsulares, Lisboa y Madrid, por el camino real, siguiendo a la corte del rey Prudente que retornaba a Madrid. Una aventura de varios meses en la que recorrer algo más de 130.000 leguas, eso sí a paso de elefante, guiado por un cornaca y en una comitiva en la que -como con Solimán, que novela magistralmente Saramago en "El viaje del elefante"- le acompañaría alguna tropa y todo lo necesario para un viaje que tuvo una “acompañante” peculiar. Porque el elefante no fue lo único extraño y memorable que vieron a su paso por poblaciones portuguesas y luego extremeñas. 
Philippe Galle.  Rinoceronte 
mostrado en la corte española. 1586 

    Agustín Portillo, el “jefe” de tan singular expedición, llevaba en sus manos cédula de paso expedida en Lisboa el 19 de febrero de 1583 por la que se ordenaba que en su camino se le proporcionasen “las posadas, mantenimientos y demás cosas que huvieren menester en los lugares por donde pasare”. Su misión era clara. Llevar a Madrid el “regalo” que desde la India se mandaba al infante Diego y hacer lo propio con la abada, la hembra de rinoceronte que años atrás llegó también como regalo a Lisboa y que Felipe II mandó trasladar a la corte madrileña. 
    En marzo de 1583, Felipe II entraba en Trujillo camino de Madrid y quizás se oyera ya en la ciudad noticias de que pronto habrían de llegar aquellas “monstruosas” y descomunales bestias de piel gruesa, cuya la lenta comitiva pasó por Trujillo en mayo y tal vez descansara en los prados del berrocal, cerca de la Encarnación o de San Juan. Era una oportunidad que quizás no volviera a ocurrir y el concejo decidió que la ciudad merecía “un paseo” al menos del animal que debía parecer más plácido

1583, mayo 20. Trujillo
Libramiento. Este día se mandaron librar a Portillo, que trae el elefante de Su Magestad, seys ducados en un mayordomo de cortos y quemos porque le traiga a la plaça y por las calles y monesterios desta çibdad.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 57, fol. 7v.)

    En la plaza del arrabal, en las calles trujillanas y puertas de monasterios, el paso del elefante de la India, controlado por las piernas y voces en extraña lengua de una persona de tez cetrina sentada sobre el cuello del animal, al que sí era necesario reprendería con aguzado aguijón, debió constituir un espectáculo de asombro y temor que seguro sería recordado en corros y tabernas mucho después de su marcha. 
    Asombro y temor que volvería a repetirse en ciudades, villas y lugares del camino que terminaría en Madrid y El Escorial. 
    Arcas y cartas, vecinas trujillanas y fotografías dejaron noticias curiosas que recrean y alimentan nuestra imaginación, mostrando el pasado y preservando la memoria de la ciudad.

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Cornaca: hombre que en la India y otras regiones de Asia doma, guía y cuida un elefante. Diccionario de la RAE.