8 de diciembre de 2023

El voto a la Inmaculada

    La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María por el papa Pío IX en 1854 no cambió para nada el sentir de los fieles españoles, para quienes el culto a María Inmaculada formaba parte de sus devociones más arraigadas desde hacía siglos. 
    La defensa del misterio de la Inmaculada Concepción se convirtió en el siglo XVII casi en un “asunto de estado” y tuvo sus mejores defensores en los monarcas, que a lo largo de este siglo no cejarán en su empeño de obtener del papado la definición dogmática que aún tardaría en llegar.
La Inmaculada Concepción. Bartolomé Esteban Murillo
Hacia 1665. Museo del Prado
    Aunque entonces sí llegaron algunos enfrentamientos entre los “maculistas” e “inmaculistas” (como ocurrió en Sevilla en 1613), entre dominicos y franciscanos que defendían ambas posturas, lo cierto es que desde 1616, fecha en la que se crea la Real Junta de la Inmaculada (que centraliza la acción política de la Corona encaminada al reconocimiento del misterio de la Inmaculada), hay un crecimiento constante en ciudades, gremios, universidades, cofradías, órdenes militares o eclesiásticas del deseo de erigirse en defensores de la postura “inmaculista”, haciendo voto de su reconocimiento y devoción a la virgen Inmaculada.
    Por dos veces lo hizo Trujillo.
    El miércoles 8 de diciembre de 1627, siendo Papa Urbano VIII y reinando en España Felipe IV, se reunieron en la sala alta de las casas del concejo la justicia y regimiento de Trujillo. Don Alonso de Lemos era entonces su corregidor y junto a él se encontraba su alcalde mayor, el doctor Gabriel Aldaba. Sentados en sus sillas a ambos lados del corregidor, 16 regidores acudieron esa mañana al ayuntamiento y de todo ello tomaron buena cuenta los dos escribanos del concejo, Pedro Jiménez de Santiago y Pedro Manglano.
    No hubo discusión pues todos “de un acuerdo y voluntad” expresaron su intención de que se votase y jurase “para sienpre jamás” la fiesta de la Inmaculada Concepción de la virgen María, “para demostraçión y pía devozión del entrañavle amor con que esta muy noble y muy leal çiudad manifiesta al mundo la firmeza de la mucha afiçión y reverençia con que respeta y adora esta prinçesa sacratísima y protectora y patrona suya y de sus çiudadanos, vezinos y moradores”.
    Se sentía Trujillo preferida a otras ciudades en los favores de la Virgen y se enorgullecía de tenerla en su escudo y que sus armas estuvieran presididas por la imagen de María.
    Pero no eran las casas del concejo lugar idóneo para realizar tal voto y juramento. Desde el ayuntamiento se inició una procesión cívica que abrían los porteros con sus ropas de damasco encarnado y sus mazas e insignias de plata. El estandarte y pendón de la ciudad, portado por el alférez mayor don Juan Fernando Pizarro, encabezaba al resto. Adentrados en la villa por la puerta de Santiago, llegaron a la iglesia de Santa María, donde junto a su altar mayor les esperaba don Francisco Hurtado de Mendoza y Ribera, obispo de Plasencia, presente esos días en la ciudad. Tomaron asiento la justicia y regidores y, revestido el obispo del pontifical, comenzó la misa mayor. Tras el evangelio, el obispo bajó hasta la última grada del altar mayor “y estando descubierto el Santísimo Sacramento en su custodia en el altar mayor y en unas andas, junto a donde estava el dicho señor obispo, una imajen de la Virjen santísima señora nuestra”, arrodillándose todos, el escribano Pedro Jiménez de Santiago leyó “en alta voz” el voto y juramento que hacía la ciudad.

1627, diciembre 8. Trujillo
Infinita y soberana Magestad y vos madre suya purísima Virjen señora nuestra, reyna del çielo
Nos, la justiçia e regimiento desta muy noble y muy leal çiudad de Trugillo, deseando manifestar con zeremonia solene el afeto y devoçión que os tienen y lo que sienten de la exçelençia de vuestros méritos y virtudes, para mayor gloria de vuestra pureza, movidos de la gran piedad de los santos pontífiçes de quien os halláis tan servida por las graçias e yndulgençias que an conçedido a los fieles y devotos de vuestra Purísima Conçepçión y de la devozión y afecto con que la universal Iglesia zelebra vuestra nunca manchada pureza, nosotros pues, los presentes, prometemos, votamos y juramos firmemente a Dios todopoderoso y a vos santísima, purísima y gloriosísima María, madre suya, de defender y enseñar públicamente y particularmente que vos, de quien todos sentimos y confesamos que sois sienpre bienaventurada santa Inmaculada, bendita entre todas las mugeres por los méritos de Jesucristo nuestro señor, hijo unijénito de Dios y vuestro, desde la eterna previstos fuiste preservada por singular privilexio de que os libró la graçia divina santificándoos desde el primer ynstante dichoso de vuestra conçeçión. Este voto y juramento hazemos todos postrados umildemente a vuestros pies sagrados, así Dios nos ayude y estos santos evangelios (...).
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 67.1. fols. 427v-428v) 

    Así leído el voto y juramento, el obispo tomó un misal y una cruz “y hincado de rodillas dixo haçía el mismo voto y juramento”. Al obispo siguieron en el juramento el corregidor, su alcalde mayor, don Juan Fernando Pizarro, el alférez mayor de la ciudad, como primer regidor, los clérigos que asistieron al acto y, uno a uno, los demás regidores. 
    Acabado el juramento “y aviendo predicado el dicho señor obispo y zelebrado y dicho la misa mayor”, la justicia y regimiento volvió a formar procesión “en forma de ziudad” con el estandarte y pendón en manos del alférez mayor, como era su prerrogativa. Y así se llegó a las puertas de la justicia, en la plaza, “donde estava la música de los ministriles, que tocaron sus istrumentos”. 
    “Y esto pasó en la forma referida”, dando fe de ello el escribano Pedro Jiménez de Santiago, el señor corregidor y dos caballeros regidores, “conforme a la costumbre”.
    También fue en la iglesia de Santa María donde la ciudad volvió a repetir su juramento el 13 de mayo de 1653. Habían pasado 26 años desde el anterior juramento. Era entonces corregidor de la ciudad don Miguel Pasquier de Camargo. Don Juan Pizarro de Hinojosa gozaba del título de alférez mayor en sustitución de su tío, don Fernando Pizarro de Orellana, y los escribanos del ayuntamiento eran Diego Izquierdo de Medina y Juan Durán.
    El año anterior, el rey Felipe IV, como gran maestre de las órdenes militares, había pronunciado voto a la Inmaculada en su nombre y en el de las órdenes. Era pues normal que Trujillo “ençendiéndose más en ardor çeloso de este divino misterio con el ejenplo de su augusto y ynclito monarcha don Phelipe quarto el grande, nuestro señor”, desease renovar su voto a su “espeçial patrona y abogada”, no “contentándose solo con averla puesto en el escudo de sus armas por mayor blasón de su nobleza y por timbre más glorioso de su nombre” ni “con averse obligado primera vez con espeçial juramento y voto a defender, creer y enseñar su sienpre pura y Ynmaculada Conçepçión”. Siguiendo el ejemplo de “los reynos, yglesias, unibersidades y sagradas y militares órdenes”, repetía Trujillo por segunda vez “el juramento y boto de la Ynmaculada Conçepçión de María santísima, para maior firmeça y seguridad y para mayor manifestaçión de la devoçión que tubo con esta Señora quando hiço el primero”. 
Felipe IV jurando defender la doctrina de la 
Inmaculada Concepción de María
Pedro de Valpuesta.  1645-58.
Museo de Historia de Madrid

     No nos cuenta el arca si de nuevo el concejo fue en procesión hasta el templo de Santa María, donde el corregidor Pasquier de Camargo, veinte regidores y los dos escribanos, ante “gran concurso de eclesiásticos y seglares” y el licenciado Miguel de Figueroa Bazán, cura rector de la parroquia, reafirmaron de nuevo su juramento de defender el misterio de la Inmaculada.

1653, mayo 13. Trujillo
Y así, ynvocando primero el auxilio del Espíritu Santo y sujetando sus açiones y pensamientos a la Santa Sede apostólica, como tan hija de la Iglesia, haçe juramento y voto a Dios nuestro señor poniendo la mano sobre los santos Evangelios y sobre la + en que murió para redimirnos, de defender, enseñar y creer que María santísima, madre de Dios, verdadera reina del cielo y de la tierra fue conzevida sin pecado orixinal, previniendo la divina graçia en el primer ynstante de su animaçión y esto por los méritos y muerte de su preçiosísimo hijo, Cristo señor nuestro, por cuya sangre fue más noblemente redimida que los demás hixos de Adán, sellando el Espíritu Santo con el sello de su amor en aquel primer ynstante su alma santísima, para que sienpre fuese Ynmaculada. Así lo bota y lo jura esta mui noble y mui leal çiudad de Trugillo en nombre de todos los beçinos y moradores della y su tierra presentes y ausentes por quienes presta capçión como si se hallaran presentes en este acto y lo firmaran.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 72.1, fol. 51)

    Apenas tres días después del solemne acto de Santa María, un nuevo regidor tomaba posesión de su oficio. El sargento mayor de la ciudad, Agustín de Trejo, ocupaba la última silla de los regidores en sustitución de don Tomás de Alvarado. Podría haber sido uno más de los muchos actos que desde 1544 se repetían cada vez que un nuevo regidor se sumaba al ayuntamiento: presentación de la carta real que contenía su nombramiento, acatamiento por la ciudad de la merced real hecha al nuevo regidor y juramento de éste de que usaría y ejercería su oficio “fiel y diligentemente”, haciendo cumplir las ordenanzas y procurando el bien de la ciudad. Podría haber sido uno más pero no lo fue. Porque ese mismo día, 16 de mayo de 1653, poco antes de que Agustín de Trejo presentase la provisión real que le hacía nuevo regidor de Trujillo, el concejo tomó unánimemente un acuerdo:

1653, mayo 16. Trujillo
Acuerdo para que los regidores que entraren juren de defender la Conçepçión de Nuestra Señora. 
Que atento la çiudad en treçe deste mes hiço botos jurando de defender y tener la opinión de que la virgen María, nuestra señora, madre de Dios, fue conçebida sin mancha de pecado original, como más largamente en el dicho juramento y voto se contiene, para que se continúe la memoria desta afectuosa devoçión y las personas que de aquí adelante fueren entrando a ser rexidores en esta çiudad no queden defraudadas del mérito y gusto de averlo jurado y votado personalmente y esta çiudad dé un paso más en las demostraçiones de su afecto y devoçión, acordó que sienpre que entrare regidor nuevo a tomar posesión del dicho ofiçio, hagan el dicho juramento y voto y se ponga añadido a la minuta del que haçen quando toman la posesión para siempre jamás y a continuaçión de este ayuntamiento se ponga un traslado del dicho voto y juramento.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 72.1, fol. 49r)

    Y así fue cómo Agustín de Trejo “entró en dicho ayuntamiento y puesta la mano derecha sobre un misal y cruz de plata que en él estava, hiço voto y juramento de defender y tener la opinión de que la virjen María nuestra señora, madre de Dios, fue conçebida sin mancha de pecado orijinal en la misma forma y como lo hiço esta çiudad de Truxillo en treçe deste presente mes de mayo, estando en la parrochial de Santa María la Mayor de ella”, convirtiéndose en el primero de los muchos regidores que desde ese día añadieron a su juramento habitual el reconocimiento y la defensa de la Inmaculada Concepción de María, una de las más queridas devociones de los reinos hispánicos.

17 de noviembre de 2023

La plazuela de las escuelas

    La ciudad está llena de historias y no son solo las de los grandes acontecimientos o las grandes transformaciones. La ciudad, sus calles, sus plazas y plazuelas acumulan una memoria -las más de las veces olvidada o desconocida- fruto de quienes en ellas vivieron, las habitaron, gozaron, las sufrieron o murieron en ellas.
    Recuperar algunos de esos momentos de historias de una calle, una plaza o un rincón de nuestra ciudad, nos ayuda a construir una imagen de quienes allí vivieron. Recuperar esa memoria social y urbana de los rincones de la ciudad nos ayuda a deconstruirla y conformar una nueva imagen más rica, más completa y más humana de los lugares que habitamos.
    Si eso ocurre en un entorno más conocido, incluso en ese pequeño espacio que hoy habitamos, entonces la calle, la plaza, la casa o las habitaciones en las que discurre parte de nuestra vida adquieren un valor singular, el de historia de los lugares pequeños y los pequeños acontecimientos que hacen la ciudad más humana y sentida.
    Muchos vecinos de Trujillo pasan con frecuencia por la plazuela del Licenciado Burgos y para muchos es simplemente eso, un lugar de paso al subir o bajar a la plaza. Para otros es el lugar en el que se vive, una plazuela donde siempre se escuchan los ecos de los pájaros, de quienes por allí pasan, de coches, de sonidos de procesiones que discurren a su alrededor.
    Pero hubo un momento en que esa plazuela se llenaba de voces alegres de niños o de recias y sosegadas voces de trabajadores. Unos y otros deseosos de aprender y conocer, al tiempo que convertían la plazuela en su patio de recreo.  
    José María Campón Rico había nacido en Cáceres en 1882. En su casa de la calle Arco del Rey, el hijo de Juan Campón y Eladia Rico debió tener muy claro cuál sería su futuro profesional, teniendo en cuenta que su padre y su hermano Francisco eran maestros. Tras aprobar el bachillerato en el Instituto de la ciudad, continuó sus estudios en la Escuela Normal (donde impartía clases su padre). Con 20 años, Juan es ya maestro. Fue entonces el momento de decidir su futuro, que podría haber estado en la escuela particular que en esos momentos regentaba su hermano en la plazuela de la Concepción de Cáceres. Sin embargo, será Trujillo el lugar elegido para iniciar su proyecto de vida. 
    En 1904, el maestro Campón abre escuela en Trujillo. En la plazuela del Licenciado Burgos, en el número 2, en el principal, fija su vivienda y establece su escuela. Desde Cáceres trae ya buenas referencias pues ese mismo año ha preparado a alumnos para realizar el examen de ingreso en el instituto. El mejor, premio al examen, ha sido uno de esos niños, Antonio Guerra García, hijo del trujillano Cipriano Guerra Cuadrado, profesor en el centro cacereño.
    Aún soltero, en agosto de 1906, José María Campón remitió al director del Instituto provincial la documentación que el Real Decreto que acababa de publicarse exigía a todas las escuelas privadas. Sus métodos de enseñanza, los materiales de que disponía su escuela, el horario, las asignaturas... todo lo recoge en los documentos enviados a Cáceres, a los que acompañaba un pequeño plano de la escuela, su acreditación personal y los informes municipales que certificaban que el local reunía las condiciones higiénicas adecuadas y acordes a la normativa municipal.
    Impartida la enseñanza en dos grados, por supuesto se fundamentaría en los principios de la moral cristiana, aunque los métodos de enseñanza procurarían amoldarse “a los procedimientos más en práctica por los pedagogos modernos”.  
    “El curso será solar, sin más vacaciones que los domingos y días festivos, comprendiendo también días de fiesta nacional, Carnaval, Semana Santa, Pentecostés y Navidad”.
“Plano de la escuela que dirige D. José Mª Campón Rico 
sita en Plaza Burgos”. Archivo IES El Brocense
    Las mañanas y las tardes comenzaban en su escuela con revista del aseo y rezo. Luego se sucedían la lectura, escritura, el canto, Historia y Geografía, Doctrina Cristiana e Historia Sagrada, Gramática, Aritmética y Dibujo, nociones de Geometría y Derecho, dejando para los sábados las ciencias Físico-Naturales y el sábado por la tarde los trabajos manuales y la Higiene y Fisiología. Terminaba la larga semana con “Lista, rosario y distribución de vales”. 
    Pero la escuela del maestro Campón era especial, pues los alumnos (que podrían ser hasta 30) estarían en régimen de internado o “medio-pensionistas”.
    A las 8 de la mañana comenzaban a llegar a la plazuela los alumnos que dormían en sus casas,  a las que regresarían a las 8 de la tarde, recibiendo clases en la mañana hasta las 11 y de 4 a 6 por la tarde. Cinco pesetas mensuales era el precio de las clases a las que habrían de sumarse 3 pesetas diarias por la alimentación de los alumnos internos y 1,50 pesetas para los “medio-pensionistas”. 
    Para probar la buena atención que recibirían sus pupilos, José María Campón detalló también en su informe qué alimentos recibirían los alumnos en su escuela y que hoy consideraríamos poco acordes a su edad:
“desayuno: café con leche o chocolate con bollo, pan francés o buñuelo.
Comida: cocido abundante, un plato fuerte de principio, vino, postre y café.
Merienda: queso o fruta y dulces.
Cena: ensalada, un plato de entrada, otro fuerte y postres”.
    Prohibía los castigos corporales y su deseo era que existiera una estrecha relación entre la escuela y el hogar, adoptando los días y tiempo que entendiera oportunos para los paseos y excursiones escolares.
De este modo la plazuela se convirtió en el escenario de la vida del maestro Campón, de una vida no sólo de trabajo pues también encontraría cerca a quien debería haberle acompañado en ese recorrido vital. En la calle Carnicería vivía María Silva Bello, hija de Diego Silva y Máxima Bello, con quien se casaría José María Campón en 1906, sumándose a la familia el pequeño Eladio un año después. Pero la alegría que trajo a la plazuela su nuevo inquilino se sumó a la tristeza de despedir a María ese mismo año. Pocos años después, en 1911, José María Campón Rico abandonaba Trujillo para ocupar plaza de maestro en Alcántara (donde volvía a casarse) donde permanecería hasta 1926 para terminar su vida docente en Vizcolozano, en Ávila.
    ¿Y su escuela?. En los padrones de vecinos de años posteriores que conserva el arca, un nuevo maestro ocupa la vivienda de José María Campón Rico. El salmantino Enrique Marchante Lora también pertenecía a una familia de maestros. Su hermana Rosario era desde 1895 maestra en Serradilla -donde dejaría un imborrable recuerdo- tres años antes de que Enrique se convirtiera en maestro.
    Quizás se hiciese cargo de la escuela de la plazuela aunque no sabemos si en las mismas condiciones que ofrecía el anterior maestro. Pero sí sabemos que tuvo a su cargo otra escuela que en 1912 se abrió en la misma plazuela.
    Aunque no formaba parte la educación de sus objetivos concretos, la Sociedad de Socorros Mutuos “La Protectora” estableció en el Reglamento que se redactó en 1910 la posibilidad de llevar a la práctica todas aquellas medidas que pudieran “facilitar toda la ilustración posible a la clase obrera”. Una escuela para artesanos y obreros pareció el mejor camino y en julio de 1912 el presidente de la Sociedad, Manuel García Chamorro, realizaba en el Instituto de Cáceres los trámites que les permitiera abrir “una escuela para sus Socios e hijos de éstos, en la que aprendan la 1ª enseñanza y otros conocimientos pertinentes á los diferentes oficios, artes o industrias á que se dedican”. Reglamento y plano forman el expediente de la “Escuela de obreros” que ocuparía “el local de esta ciudad sito en la Plazuela de Burgos, número 1, principal, bajo la Dirección de Don Enrique Marchante Lora, Maestro superior de 1ª enseñanza, residente en esta población”.
Archivo IES El Brocense

 Desde el primer día de noviembre hasta finales de marzo, todas las noches podrían acudir estos alumnos a unas clases que, a lo largo de dos horas, pretendían completar una formación que un temprano acceso al mundo laboral había reducido.  
    Lectura, Escritura, Lengua castellana y nociones de Matemáticas, Aritmética y Geometría constituían las materias que se impartieron ese primer año, indicándose que en los siguientes años sería también objeto de enseñanza el dibujo lineal y de figura. 

1912, febrero 11. Trujillo
Varios. A petición del presidente de la Sociedad de socorros mutuos “La Protectora” de esta ciudad, se le conceden en calidad de préstamo y para que las dediquen á la enseñanza, diez y seis mesas de dos asientos y ocho de dibujo, de las existentes en el Ex-colegio Militar.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1517, p. 36)
Plano de la Escuela de Obreros. Archivo IES El Brocense

    Años después, el maestro Marchante se fue de Trujillo a otros destinos más cercanos a Salamanca, pero la escuela siguió formando a obreros y artesanos bajo la dirección del maestro Ramón Galeano.
    Frente a frente, en la plazuela, niños y obreros convirtieron durante unos años este espacio en lugar de encuentro de quienes aún no pensaban en el futuro y quienes se enfrentaban diariamente a su presente. Quienes pusieron en marcha estas escuelas, quienes allí se formaron y estudiaron completan un poco más la memoria urbana y social de esta pequeña plazuela junto a San Francisco.

25 de septiembre de 2023

El espolón, la calle Gargüera y la puerta del Sol

    El espolón, lugar hoy de paseo, “un pedazo de muralla y al fin de ella una torre alta”, servirá desde 1736 de “mirador para más extensión y divertimento” de las monjas del convento de San Francisco el Real de la Puerta de Coria, a quienes ese año cede el concejo su uso. La torre que lo cierra en su extremo estaba entonces arruinada en gran parte y por ella era fácil acceder a la huerta del convento, alterando su paz y su clausura. 
    Hacía mucho tiempo que había perdido su sentido militar y de poco serviría después en la guerra con la que se iniciaría el siglo siguiente, pero hubo un momento en que Trujillo tuvo sus ojos puestos en este espolón y el concejo no fue tan generoso como lo sería siglos después con las religiosas franciscanas. Era otra ciudad, eran otros tiempos, y el valor de ese trocito de muralla era bien distinto a los ojos de rivales en los bandos trujillanos.
El espolón, murallas y puerta del Postigo
    Junto a él estaban en el siglo XV las casas de Juan Sánchez de Arévalo, cuyos corrales llegaban a la muralla y que fueron adquiridas a sus hijos por Francisco de Hinojosa y su esposa doña Juana de Solís. En Zalamea de la Serena, en febrero de 1461, Francisco y Juana firmaban la carta de compra y poco después, en Trujillo, tomaba posesión de las mismas Álvaro de Hinojosa en nombre de su hijo y su nuera. Parece que nada se hizo entonces aunque algún anciano recordaba años después haber visto subir piedras “a las dichas casas por ençima del muro desta çibdad con un torno que le traían unos bueyes e con unas maromas gruesas”, pero nunca Hinojosa convirtió aquellas casas en su morada. 
    Lo maravilloso de abrir varias de las arcas que guardan nuestra historia –varios archivos- es que a veces nos permiten mirar por ventanas y observar de cerca lo que otros vieron y hoy resulta difícil imaginar y nos permite corregir errores que una y otra vez se han repetido. 
    Desde el espolón se ve hoy la inmensa penillanura que se abre más allá del berrocal y el cementerio que desde el siglo XIX fue ocupando la huerta del convento de la Coria y el espacio en torno a la antigua iglesia de San Andrés. 
    Aquellas piedras sueltas y las casas que compró Francisco de Hinojosa estaban sesenta años después “en lo más solo e despoblado de la villa desta dicha çibdad”, pero era un lugar frecuentado por los trujillanos. 
    Contemos la historia. Muerta la esposa de Francisco de Hinojosa, contrajo nuevo matrimonio con doña Juana de Sotomayor, hija de Luis de Chaves el viejo, “muchacha muy hermosa y ricamente dotada” dicen los cronistas, siendo Francisco “muy viejo y anciano”.  
    Tras la muerte de Francisco de Hinojosa en 1489, las casas que compró junto al espolón fueron poco a poco arruinándose, ocupadas un tiempo por un aguador llamado Benito. Los corrales se sembraron a veces con espinacas y hortalizas de invierno. En ellos, permanecía una higuera “junto al muro, hacia el rincón del espolón”, un espacio que, abandonado, servía de lugar de recreo a los trujillanos que a él se acercaban para jugar “al mojón y al herrón” y a la ballesta en los días festivos, lo mismo que a los pies de estos muros, fuera de la ciudad, donde “se salen allí de ynbierno e de berano a holgar muchas personas desta dicha çibdad”.
    Ahí, en esas casas arruinadas que compró su padre y otras adquiridas a los Valverde de Berzocana, también caídas (“porque eran de muchos herederos y eran pobres”), será donde el hijo de Francisco de Hinojosa y doña Juana de Sotomayor, Gutierre, comience a hacer
sus casas hacia 1522. 
Gutierre de Sotomayor fue valiente y pendenciero, en opinión de algunos de sus vecinos, hombre principal y caudaloso, a decir de muchos y miembro significativo de la parcialidad de los Chaves. 
    Sus contrarios, la parcialidad de los Vargas, se esfuerzan en ese momento para que en la casa de Luis de Chaves, junto a la puerta de Santiago, no se alce un segundo muro que la proteja aún más. A esta queja sumarán la construcción que Gutierre de Sotomayor (primo hermano de Juan de Chaves, padre de Luis) está realizando junto al espolón, en la calle Gargüera.
Actual calle Gargüera

Hoy, la calle de este nombre discurre, a trozos encajonada, entre la calle Santa María y la calle de los Naranjos, lejos de su ubicación inicial. Quizás la construcción del cementerio la “empujó” (o al menos su nombre) hacia donde hoy está, pero siempre fue preocupación de la ciudad su mantenimiento.  
“Calle. Muchos veçinos desta çibdad suplican manden adereçar la calle de Gargüera” (1521).
 “Que se adereçe la calçada de la calle de Gargüera a la puerta de los Piçarros e se quiebre una lancha que está allí perjudiçial e cometiose a los señores Juan Piçarro e Diego de Hinojosa, regidores” (1536).
    Sancho de Carvajal, Francisco Altamirano, Álvaro Pizarro y Alonso de Valverde, regidores de la ciudad en 1522, junto a Luis de Carvajal, su hermano Alonso García de Vargas, Juan García de Vargas, Gonzalo de Ocampo, Juan Pizarro, Francisco de Bonilleja y Francisco de Carvajal, firmarán el poder que confería a Lope de León su representación para conseguir no solo que Luis de Chaves destruyese lo hecho en su casa sino para que igualmente Gutierre de Sotomayor desistiese de continuar la construcción de unas casas nuevas, aprovechando los cimientos de las anteriores. 
    Nada tendrían contra este edificio en la calle Gargüera, “que es calle prinçipal de la dicha çibdad”, si no fuese por las pretensiones de Sotomayor de “añadir” a sus casas suelo de la ciudad. Y no cualquier suelo, porque lo iniciado hasta entonces había unido a la construcción dos torres y el propio espolón. Además, los muros de sus corrales, añadían en su queja, dificultarían el paso por la puerta del Postigo, que se abre cerca del espolón, e igualmente la casa añadiría ciertos impedimentos al tránsito por la propia calle Gargüera.
El arca del Archivo de Simancas conserva los interrogatorios realizados a los testigos presentados por ambas partes, en los que cerca de 30 personas, algunos de avanzada edad, responden al licenciado Almodóvar, juez comisionado para entender en el asunto, a quien se había mandado ir a Trujillo y comprobar “por vista de ojos” cómo era el edificio que Gutierre de Sotomayor hacía en sus casas, si parte del espacio construido era suelo público, si ocupaba los adarves y torres de la cerca, si cerraba el paso por la puerta del Postigo y si de todo ello vendría perjuicio a la ciudad y sus vecinos.
Puerta del Postigo

    Y en esas respuestas de afines a una u otra parcialidad y de quienes se declaran ajenos a tales enfrentamientos, en esas respuestas que parecen repetirse, encontramos esas pequeñas ventanas que nos cuentan cómo era ese rincón de la ciudad, qué juegos entretenían a los trujillanos, cuáles eran sus temores, cuáles sus amigos y enemigos. 
    Ciertamente, Sotomayor había ocupado dos torres y el propio espolón, así como la escalera que daba acceso a esta parte de la muralla; suelo, torres, adarves, espolón y escalera que Juan de Vargas había tenido siempre como propiedad de la ciudad, y así lo había visto “enalmenar y encalar como cosa que hera suya”. Alonso de Hinojosa no creía que la casa perjudicara el paso por el Postigo, “antes pueden entrar por la puerta del dicho Postigo carretas y bestias”. Francisco Solano, ciego, incluso había llegado “con la mano” al dicho Postigo y aún recordaba la higuera de los corrales, mientras que Pedro de Gironda recordaba haber oído a su padre, Alonso Gil de Gironda, cómo en tiempos de "guerras y bandos” la puerta a veces se cerró con las piedras de las paredes cercanas.
    El día tres de junio de 1523 el juez visitó el sitio y las obras. Subió por la escalera, anduvo por el andén y comprobó que estaba “atajado” con una pared de piedra y barro que lo unía a las casas de Sotomayor, en las que encontró incluidas dos torres y el espolón. Todo almenado y encalado. Luego, “salió por la puerta del dicho Postigo y vido el lienço del muro e çerca de las dichas dos torres y espolón”. 
    Muchos confirmaron que no sería nada nuevo añadir a una casa parte de la cerca y repitieron los muchos casos que podían verse en la ciudad.
    ¿Qué tenía entonces de especial lo pretendido por Gutierre de Sotomayor para que despertara el rechazo de otros caballeros?. 
    Tras una etapa de “entente cordiale” en los años anteriores entre las dos parcialidades de la ciudad, los Chaves y los Vargas, en los que el servicio al emperador Carlos y su causa parece unirles, de nuevo resurge lo que nunca desapareció. No me tienen buena voluntad, dice Gutierre de los quejosos. Les mueve el “odio y dañamiento” a los suyos y a sus deudos. Pero lo cierto es que ellos dan buenas razones.
    Controlar el espolón y las dos torres supone tener igualmente el control de tres de los accesos a la ciudad por esta zona, la puerta de Hernán Ruiz (hoy del Triunfo), la propia puerta del Postigo y la puerta de Coria. Con escopeteros y otra artillería que pusiese en las torres y el espolón, dice Diego Méndez, dominaría las puertas y podría “hazer mucho daño a los que salieren por ellas e que desde el dicho espolón pueden hazer mucho daño a los que estuvieren jugando o olgando en el suelo abaxo del”. Podría incluso perjudicar a la propia fortaleza, dice Juan de Vargas, pues parte de sus suministros entraban por la puerta de Hernán Ruiz y seguían por la calle Gargüera, por lo que acabado el edificio “seyendo él cavallero prinçipal en esta dicha çibdad como lo es, podría defender e defendería desde él que no subiesen por la dicha calle”. 
    Quizás el argumento más claro de la oposición a la ocupación de Sotomayor lo expuso Francisco de Loaisa. De 70 años de edad, dice ser pariente de Gutierre pero “de la parentela de los cavalleros de Vargas desta çibdad”. Él, como otros muchos caballeros de la parcialidad, como la propia familia de los Vargas, vive en la “villa”, de los muros adentro. Si Gutierre de Sotomayor dominara estas tres puertas desde su casa, “no les queda a la parçialidad de los cavalleros de Vargas, sy los tienpos se rebolviesen, puerta alguna en la dicha çibdad por donde puedan salir”. Porque, dice, desde el alcázar se dominan tres puertas, la puerta Alba al norte, la puerta del Sol al este y la puerta de puerta de San Juan, hacia la plaza del arrabal. En cuanto a las demás, “la puerta de Santiago la tiene e señorea Luis de Chaves el mayorazgo, veçino de la dicha çibdad, con dos torres fuertes que tiene en ella, y la puerta de Santa Cruz la tiene e señorea Álvaro de Escobar, vezino de la dicha çibdad, con una casa fuerte que tiene sobre ella, y la casa del alcaçarejo que es de Hernand Alonso Altamirano, veçino de la dicha çibdad señorea la puerta de Santa Cruz de la dicha çibdad, por manera que no les queda puerta ninguna por donde puedan entrar ni salir en esta dicha çibdad...”. 
    Hoy ya no existe la puerta de Sol (a la que erróneamente se identifica con la puerta de Santiago) quizás porque su situación en la muralla hacia un espacio escasamente habitado en el entorno de la iglesia de Santo Domingo, hizo innecesario su mantenimiento. Pero entonces era una de esas ocho puertas de las que algunos hablan y, como las demás, objeto de preocupación de la ciudad, que en 1534 encargaba al cantero Benito de Aguilar que realizara la calzada que “dende la puerta del Sol que va a Santo Domingo”. 

1535, febrero 5. Trujillo
Medida de tapias de calçadas. En seys días del mes de hebrero del dicho año, por mandado del dicho señor teniente, Pedro Cavallero, carpintero veedor e yo el dicho escrivano, fuymos a medir la calçada que Benito de Aguilar a fecho a la puerta del Sol hasta Santo Domingo; y medidas se halló que ovo çiento e quarenta e ocho tapias reales, con que acabe un poquito de calçada que le quedó señalado. E así mismo se midió otra calçada que a fecho a la Cruz de los Ángeles y hallose que ovo çiento e çinquenta e ocho tapias, con que haga junto al brocal de la fuente de Olalla un pedaço de calçada que fue muy nesçesario. Que son por todas trezientos e seys tapias reales.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 20.14, fol. 253r.)

Espolón
    Gutierre de Sotomayor hubo de abandonar la ocupación del espolón y las torres de la muralla. El licenciado Diego de Almodóvar vio el lugar, oyó a las partes, “la una parte contra la otra e la otra contra la otra”, y tuvo claro que el adarve, las torres y el espolón habían de quedar “libre y hesento y desocupado” como antes lo estaban y que de realizarse la casa como en ese momento estaba, perjudicaría el paso por la calle Gargüera. Consideraba que debería ordenarse destruir la pared que cerraba el espacio ocupado dejando en manos del Consejo las decisiones finales.
    Suponemos que se atendió a su opinión, que Gutierre de Sotomayor no ocupó el espolón y que permaneció como espacio público de la ciudad hasta que se convirtiera en “mirador” y “divertimento” de las monjas franciscanas.

31 de agosto de 2023

Tiempo de oposiciones

    “Ciencia y suficiencia”. Es lo que Trujillo pedía a quienes habían de ocupar la cátedra de Gramática que la ciudad mantenía a costa de su hacienda. “Aprovechamiento y fruto”, “horden y forma” en sus estudiantes, a los que Trujillo ofrecía gratuidad en las clases.
    Entre los asalariados de la ciudad siempre estuvo un “maestro de enseñar a leer e escrevir a los moços” y un “bachiller de la gramática” y la preocupación fue que el elegido para ello tuviera el conocimiento y la formación –ciencia y suficiencia- que permitiera a sus alumnos conseguir los mejores resultados.
    Y para convencerles de que viniesen a Trujillo, siempre fue necesario que el salario atrajese a los mejores. Si a finales del siglo XV, la ciudad pagaba al preceptor de la gramática 6000 mrs. (aumentados a 8000 antes de que acabase el siglo, lo mismo que se pagaba a un regidor o a los físicos), terminaría el siglo XVI compensando al preceptor con un salario de 75000 mrs. anuales.
    El bachiller Cigales, el bachiller Herrera, el bachiller Moreno o el bachiller Pedro de Castro tuvieron en sus manos la educación de los jóvenes que acudían a sus estudios, “ansí forasteros como naturales, syn pagar cosa alguna”. Y para ellos, la ciudad pensó pronto en una “casa de estudio” que, propiedad de la ciudad, acogiera a los estudiantes y fuera vivienda del preceptor. 
    En 1508 se vio la casa del clérigo Juan Martín y los regidores opinaron que “no es buena”. No encontraron la casa adecuada hasta 1528. Empezaron a buscarla un año antes, al tiempo que procuraban en la corte que se diese licencia a la ciudad “para que de los propios de la çibdad se conpre una casa para un estudio donde estudien los estudiantes de la gramática”. Conseguida la licencia, parecía que la mejor opción estaba en unos corrales junta a la huerta de San Francisco aunque finalmente fue otro el lugar elegido, quizás porque aquel no fuera sitio “apartado” como requería la labor a la que habría de destinarse el nuevo edificio.
    Antón Sánchez Barco era vecino de Trujillo pero vivía en Madrigalejo. Su casa en la ciudad, en el arrabal, en la “calle que va a Santo Domingo” parecía el lugar idóneo. Los tasadores de ambas partes la valoraron en 200 ducados, de los que Antón Sánchez habría de pagar 3 ducados al escribano Francisco Montejo, inquilino en ese momento de la casa.
    La nueva Casa del Estudio, que iniciaba la calle que hoy lleva su nombre, lindaba “con casas de Françisco de Rodas, cura de la yglesia de Santa María desta çibdad e con un huerto e corral de Florençio de Mena, clérigo, e por la otra con otro corral de mí el dicho Antón Sánchez Barco e por delante de las puertas con la calle real que va a Santo Domingo e con una calleja que sube hazia la fortaleza”.
    Poco tiempo después, en 1532, el bachiller Castro tenía ya sesenta estudiantes y en opinión del padre guardián de San Francisco, que “estuvo allí sobre çinco oras y que miró y platicó con algunos de los estudiantes”, “los halló buenos e de tal manera que el dicho bachiller haze mucho provecho en los estudiantes”, juicio compartido por el prior de la Encarnación.
Gramática de Nebrija. Edición Sevilla 1532

    Cuando hubo necesidad de buscar “persona letrada que lea gramática, latín e retórica”, la búsqueda se dirigió a Alcalá de Henares, a Salamanca y a Valladolid. También a Cáceres, Mérida, Alcántara o Plasencia intentando que quienes desempeñaban el oficio en estos lugares tuvieran en cuenta el buen salario que ofrecía Trujillo y acudieran a opositar a la ciudad.
    Pocas veces hubo un encargo directo en la contratación de un preceptor (como se hizo a fray Felipe de Meneses, en Alcalá de Henares, en cuyas manos se dejaba la elección en 1558) y los interesados hubieron siempre de pasar por una oposición, o al menos por el escrutinio de los más doctos de la ciudad.
    Tampoco ahora habrá de dejarnos el arca sin conocer algunos de esos procesos de selección. El 30 de julio de 1554 se había despedido al preceptor Ojalvo, quizás no satisfecho el concejo con su trabajo. Ninguno de los anteriores preceptores quiso volver a la ciudad y fue necesario hacer llamamientos para que acudieran a Trujillo quienes deseasen ocupar la cátedra durante los tres años siguientes, con un salario de 37500 mrs.  
“En este día se proveyó y mandó que la oposyçión de la cátedra de gramática se haga en la sala del ayuntamiento conforme a la orden que se dio al mayordomo en el punto de sillas e vancos para los que an de argüir (...) y que venidos, lea el más moderno en su título primero e arguya el más antiguo primero y por esta orden vayan leyendo e argumentando y que la primera leçión se asyne el día de Todos Santos a las dos y la letura se haga el viernes, día de Finados, a las dos y que los opositores trayan su títulos para el día de Todos Santos a la una para que se vea quién ha de leer la primera e segunda e terçera e asy por su orden e antigüedad...”.
    Unos años antes, en 1544, se puso en marcha un proceso similar para contratar a quien había de sustituir al bachiller Pedro de Castro, quizás ya de edad avanzada. En junio, Diego de Tapia fue a Alcalá de Henares con cartas de la ciudad, mientras que Cristóbal de Valencia hizo lo propio a Salamanca. Frailes de la Encarnaçión y de San Francisco (“los más doctos”), clérigos de la ciudad, el letrado del concejo, Diego Velázquez, y el propio preceptor Pedro de Castro constituyeron el tribunal reunido en el ayuntamiento. Las pruebas para decidir la idoneidad de los candidatos se iniciaron por el día de Santiago y concluyeron en la reunión del siete de agosto presidida por el licenciado Béjar, llegado desde Plasencia. 

1544, agosto 7. Trujillo
“En la çibdad de Trugillo a syete días del mes de agosto, año del naçimiento de nuestro salvador Ihesu Christo de mil e quinientos e quarenta e quatro años, se juntaron en la sala alta de las casas del ayuntamiento de la dicha çibdad los magníficos señores justiçia e regidores de la dicha çibdad, conviene a saber, el muy magnífico señor Diego Ruiz de Solís, comendador de Villanueva de la Fuente, corregidor en la dicha çibdad e su jurisdiçión por Su Magestad, y los señores Martín de Chaves e don Sancho de Paredes e don Gavriel de Mendoça e Juan Piçarro de Orellana e Bernardino de Tapia e Juan de Solís e Pedro Barrantes e Juan Cortés, regidores de la dicha çibdad, e con ellos quatro frayles de la Encarnaçión de la horden de Santo Domingo, que son frey Gonçalo de Lizan, e frey Gil Velázquez e fray Pedro de Salamanca e fray Tomás de Contreras, e quatro frayles del monesterio de Sant Françisco desta çibdad que son los syguientes, frey Juan de Ávila, guardián de San Françisco e fray Jerónimo de ¿Larrega? e fray Antonio Núñez e fray Martín de Medellín, e otrosy el bachiller Françisco Carrasco y Françisco Sánchez y Juan Tierno e Alonso Larios, clérigos, y el bachiller Diego Velázquez e el bachiller Pedro de Castro y el bachiller Guisado, clérigo, personas nonbradas para dezir su parezer sobre el examen de los oposytores a la cátedra de preçebtor de gramática de la dicha çibdad e juntamente con ellos el liçençiado Béjar, que vino de Plasençia a presidir en el dicho negoçio. E todos ansí juntos, por mandado del dicho señor corregidor juraron en forma de derecho que todos ternán secreto de todo lo que pasare y los dichos frayles dominicos e françiscos de suso nonbrados e declarados e los dichos clérigos de misa juraron en forma poniendo las manos en sus pechos por Dios e por Santa María e por las órdenes que resçibieron y los dichos bachilleres legos juraron por Dios e por Santa María e por las palabras de los santos evangelios e por la señal de la cruz en que pusieron sus manos derechas que votarán en este caso lo más justamente que alcançare, syn afecçión ni parçialidad ni amistad ni enemistad.
Justiçia e regidores
Y luego, por mandado de los dichos señores justiçia e regidores, se escrivieron los nonbres de los quatro opositores en sendos papeles, que son el bachiller Tarragona e el bachiller Alonso de Ayllón Toledano e el bachiller Salvador Gutiérrez e el bachiller Valverde, e los dio e entregó a los dichos frayles e legos suso nonbrados, personas elejidas e nonbradas para dar su pareçer e dar su voto. E escriptos, metieron en un cántaro el nonbre del que les paresçe que devían dar por preçebtor en esta çibdad y los tres en otro cántaro, que son los que quedan escluidos de la cátedra. Y las que quedaron e se metieron en el cántaro donde se echaron las tres siguientes y de las senzillas que se echaron en el otro, el dicho señor corregidor metió la mano y sacó una suerte e nonbre escripto...”. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 24.1. Fol. 321v.)

Institutiones Latinae. Biblioteca Nacional
    Los resultados fueron claros. El nombre del bachiller Alonso de Ayllón estuvo en 14 de los papeles que el corregidor sacó del cántaro frente a los dos apoyos que obtuvo el bachiller Salvador González. Tan solo un día después, el bachiller Ayllón tomaba posesión de su cátedra, en la Casa del Estudio, ante los alumnos, eligiendo la Poética de Horacio para iniciar la primera de las muchas lecciones que de él habrían de recibir los alumnos trujillanos.



20 de julio de 2023

Lucido y de poca costa

    Calles limpias cubiertas con juncias e hinojo, colgaduras en las casas y tapices en las plazuelas, música y pólvora, danzas, representaciones y por supuesto toros. El arca nos ha mostrado cómo a lo largo del siglo XVI la festividad del Corpus Christi se fue enriqueciendo en Trujillo, haciendo de este jueves del año el momento de mayor solemnidad religiosa y de regocijo profano. 
   No escatimó la ciudad en los gastos pues su saneada hacienda así se lo permitía. Y aunque la festividad vivió algún momento de crisis, no fue por falta de recursos sino por falta de vecinos.
    Pero eso cambiará en el siglo XVII porque entonces faltaron ambos, vecinos y recursos. La agotada hacienda municipal llevaba demasiado tiempo soportando inmensos gastos de guerras y exigencias constantes de la Corona que poco a poco fueron reduciendo sus recursos, hipotecando sus dehesas y alejando a vecinos de una ciudad por la que transitaban una y otra vez tropas hasta y desde la frontera portuguesa, a las que era preciso alojar y mantener.

    Hasta 400 ducados podía gastar la ciudad en la festividad del Corpus cuando terminaba el siglo XVI, según establecía la licencia real, y apenas 50 años después le resultaba difícil reunir los 200 ducados que el propio concejo había establecido como gasto máximo para la fiesta. Habrán de pedirse prestados en 1641 (porque “al presente no ay de otra parte donde sacarlos”) ya que la fiesta había de celebrarse y siempre se pretendió que fuera acorde a “tal Señor y día que se a de celebrar”. Siempre “lucido”, pero ahora “de poca costa”.
    Las andas de plata que la ciudad tenía para la fiesta del Santísimo Sacramento fueron cuidadas y asegurada su conservación, prohibiendo el concejo que se prestasen “a yglesia ni conbento ni cofradía ni a otra persona alguna por el detrimento que tiene en prestarse y faltar como an faltado algunas pieças della” (1645). Se trajo un corneta desde Mérida, pues faltaba en la capilla de música de la ciudad y los gigantes de la celebración tuvieron nuevos vestidos, por estar “muy viejos y con poca deçençia” (1648), asegurándose con multas la presencia de la ciudad, como era la costumbre.
 
1647, junio 17. Trujillo
Que todos los cavalleros rexidores que estuvieren en esta çiudad el día de la fiesta del Santísimo Sacramento acudan el dicho día a la proçesión general que a de salir de Santa María como es costunbre y salgan desde las casas del ayuntamiento y acabada la proçesión buelban a ella y lo cunplan según y como tienen obligaçión y se espera que de su christiandad y çelo no faltará ninguno si no fuere con justa causa. Y lo mismo a las vísperas el miércoles por la tarde como es costunbre, pena de quatro ducados que se an de sacar para ayuda al gasto de dicha fiesta. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 70.2. Fol. 92v.)

    Pero no solo faltaban caudales con los que hacer frente a los pocos o muchos gastos que se quisieran hacer en las fiestas. Trujillo se despoblaba “pues los vecinos, oprimidos con tantas cargas, dexavan sus casas y se yvan della, aviendo faltado solo en una noche diez y siete” (1666).  Y eso se notaba en sus calles, en las casas vacías, en la solitaria feria de mayo (“la de menor gente y comercio que se a conocido”). Y finalmente se notó en la procesión.
    Ya lo hicieron en 1642. El recorrido tradicional partía de la iglesia de Santa María la Mayor, saliendo de la villa por la puerta de Santiago. Terminados los autos en los tablados de la plaza, la procesión recorría las calles de Sillería, San Miguel, Tintoreros, Vivancos (luego La Merced), calle Nueva, plazuela del Azobejo, calle Carnicerías y desde la plaza regresaba a Santa María. Pero en ese camino, adornado siempre con colgaduras y tapices, ya había en ese momento “muchas casas caídas” por “la poca gente y falta de veçinos que ay”. Reducir su recorrido haría que fuera la procesión “con más aconpañamiento y las calles estarán con más adorno”. Y así la ciudad, con la aprobación del vicario y del cabildo eclesiástico, decidió que ese año la procesión volviera desde San Miguel a la plazuela del Azobejo para continuar su recorrido habitual.
    Suponemos que en los años siguientes retornó la procesión a su trazado tradicional pues las actas no lo indican. Pero la decisión debió parecer la adecuada pues unos años después vuelve a acordarse el reducido recorrido que ya fijaron en 1642. Y quizás ya para siempre pues es el que nos muestra el arca en el siglo siguiente y por el que aún hoy sigue celebrándose el Corpus Christi en la ciudad.

1679, agosto 8. Trujillo
Que se acorte la procesión de Corpus. 
Aviendo la çiudad conferido sobre la proçesión que se haçe el día de Corpus Christi y calles por donde pasa y que la de Tintoreros y la Merçed y calle Nueva, que son de las por donde iva dicha proçesión, así por ser las casas pequeñas como por aver algunos sitios sin casas, no están con las colgaduras y deçençia que se requiere para dicha proçesión y además dello se alarga tanto que se acava muy tarde, se acordó se acorte dicha proçesión y que en llegando a la plaçuela del convento de San Miguel, se buelva por la calle de San Miguel a salga a la de la Carniçería, con que dicha proçesión no a de ir no pasar por las dichas calles de Tintoreros y de la Merçed y calle Nueva. Y que los cavalleros comisarios nombrados para la fiesta de Corpus deste año lo partiçipen al cabildo eclesiástico desta çiudad y se le pida de parte desta çiudad venga en ello y lo tengan por bien.
(Archivo Municipal de Trujillo, Legajo 77.2. Fol. 70r.)

9 de junio de 2023

Archivos llenos de vidas

    Cuando hablamos de archivos siempre hablamos de patrimonio y memoria. Son todos ellos fuentes de información y fuentes de historias que nos permiten comprender y compartir el pasado.  Una parte importante de nuestro ADN como sociedad está atesorada en los archivos cuya existencia, buena conservación y mejor uso hoy,  Día Internacional de los Archivos, celebramos.
    Y no hay mejor celebración que su uso, no hay mayor aprecio y respeto que su difusión, no hay mayor homenaje que sacar de sus arcas pequeñas o grandes historias que ayudan a conocernos.
    Juana, Leonor, Bernarda y Natividad. Cuatro mujeres que, como tantas otras, vivieron casi sin dejar rastro a pesar de tener quizás grandes historias que contar. 
    Cuatro mujeres que gracias a cuatro archivos surgen del silencio y cuentan su historia.

    Juana Rodríguez de Grado no estaba sola. Junto a ella, la comunidad de franciscanas del monasterio de la puerta de Coria de Trujillo, presenciaba el fin de su tiempo de novicia y su profesión como religiosa del convento. 
    Los días anteriores habían sido intensos. En la misma iglesia del convento, el día anterior, había dictado su testamento. Cuando muriese, deseaba ser enterrada con su madre, Teresa Calderón, en la sepultura en la que ésta descansaba en la cercana iglesia de Santa María. Misas por su alma y las de sus parientes, ofrendas de pan, vino y cera ante su sepultura y limosnas a las iglesias y ermitas de Trujillo. Sus escasas posesiones ya tenían destinatarios. Su parte en la dehesa de Valquemado, junto a Santa Cruz de la Sierra, sería para su padre, Diego de Grado, pero solo mientras viviese. A la muerte de éste, lo heredaría su hermano Juan de Grado y su sobrina Teresa Carrasco, la hija de su hermano Pedro Calderón. Tras su profesión como religiosa, su historia se sumerge en el silencio.
Profesión de Juana. Archivo TPGB. Leg. 19/027

1512, enero, 11. Trujillo
Yo Martín Gonçález, clérigo presbítero, notario público por las autoridades eclesiástica y hordinaria y uno de los notarios de la audiençia obispal de la çibdat de Trogillo, doy fe y testimonio en como en honze días del mes de enero del año del señor de mil e quinientos y doze años, estando dentro en la casa y monesterio de señor Sant Françisco de la puerta de Coria, que es adentro de los muros de la dicha çibdat de Trogillo y estando ende la señora Catalina de Mena, abadesa en el dicho monesterio, e Ana Calderón, portera, e Urraca Alonso e Estevanía de Paredes e Catalina Gonçález Galinda e Teresa Altamirano y Ysabel Álvarez de Paredes e María de Torres e Ysabel Álvarez la Piçarra e otras freylas de la dicha casa, después de aver dicho la misa cantada con solenidat Hernand Alonso de Villarejo, clérigo, y estando ende Juana Rodríguez, hija de Diego de Grado, puesta en ábito de freyla en manos del dicho Hernand Alonso clérigo, husó los tres votos sustançiales de derecho, que son obediençia, castidat e proveza particular, porque dixo que ella avía estado allí en la dicha casa el año de la aprobaçión que el derecho quiere, e aún más, e que ella pedía e requería al dicho Fernand Alonso resçibiese della el dicho acto e votos e que ansy lo quería hazer e hizo e prometió e juró en manos del dicho Hernand Alonso en presençia de muchos onbres e mugeres que ende estavan, la qual solenidat e votos asy hecho la dicha Catalina de Mena dixo que pedía a mi el dicho notario gelo diese por testimonio para guarda de la dicha casa.
(Archivo Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Legajo TR.19/027)


    Leonor de Sotomayor también fue monja profesa, pero no por su voluntad como parece lo fueron sus hermanas Ana de Sotomayor y Marina de Meneses en sus conventos de Toledo; prisionera en una torre de su casa, con “tormentos e prisyones”, acabó por aceptar el destino fijado por su padre, Rodrigo de Orellana, señor de la villa de Orellana la Vieja, en el convento de Santa Clara de Zamora.
Seguro Real a Leonor de Sotomayor.
AGS. RGS. Leg. 151502, 287

Sólo a su muerte, sus hermanas de profesión apoyaron su salida del monasterio, porque estaba claro que en ella “no avía señal de monja”. Fuera del convento no se sintió segura y acude a la reina Juana buscando su protección. Se temía de algunos de sus hermanos. De Juan, el sucesor de su padre en el señorío de Orellana la Vieja, de Gutierre, que luego habría de ser conocido como el fraile dominico fray Domingo de Sotomayor, y de Hernando. Con ellos sigue pleito, quizás por bienes que no recibió y ahora reclame, y de ellos recibe amenaza. Doña Juana la protege y manda pregonar en plazas y mercados su seguro a Leonor “para que la no hieran ni maten ni lisyen no prendan ni tomen y ocupen sus bienes ni le hagan ni manden hazer otro mal ni daño ni desaguisado alguno en su persona e bienes”. Nada sabemos de Leonor antes de este documento. Tras él, Leonor vuelve al silencio.


1515, febrero 24. Medina del Campo
(...) Sepades que Leonor de Sotomayor, hija de Rodrigo de Orellana,cuya hera la villa de Orellana la Vieja, ya defunto, me hizo relaçión eçt diziendo que el dicho su padre, por fuerça e contra su voluntad la metió por fuerça monja en el monesterio de Santa Clara de la çibdad de Çamora e que con tormentos e prisyones la hizieron hazer profisyón, de lo qual ella syenpre hizo sus reclamaçiones. Y que luego que su padre murió, la priora e monjas e convento del dicho monesterio, veyendo que en ella no avía ninguna señal de monja, a canpana repicada la sacaron del dicho monesterio y declararon que ella no hera monja. E que después, por virtud de un rescrito de nuestro muy Santo Padre se a avido ynformaçión de la suso dicho, asy de las dichas monjas como de otras personas e de la fuerça que le fue hecha, cómo su padre la tuvo presa en su casa en una torre porque entrase en el dicho monesterio. E que en este estado está el dicho pleito e que no le queda syno un testigo de tomar e que a cabsa desto, Juan de Orellana e Gutierre de Sotomayor e Hernando de Orellana, sus hermanos, por que no siguiese el dicho pleito e porque ella no les pida sus bienes que le perteneçen, diz que le an amenazado que la an de malherir e matar e diz que la an andado buscando para ello, en lo qual diz que sy asy pasase que ella reçibirá mucho agravia e daño e me suplicó e pidió por merçed que çerca dello con remedio de justiçia la proveyese mandándola tomar e reçibir en mi guarda e seguro e so mi anparo e defendimiento real (...)
(Archivo General de Simancas. Registro General del Sello. Legajo 151502, 287) 

    Bernarda Valiente Solís no sabía escribir y así no pudo firmar ninguno de los dos únicos documentos que quizás otorgó en su vida. Sus dos testamentos. Fue la hija mayor de Juan Solís y Josefa Bravo y vino al mundo, en 1804, cuando arrancaba un siglo cargado de acontecimientos no siempre positivos para la ciudad.
    Aún no había cumplido los 19 años cuando unía su vida a Agustín Rubio Iglesias, trujillano como ella. Trece hijos y una vida que se cierran en dos documentos. El primero con su esposo, otorgando ambos testamento, y el segundo, ya viuda, disponiendo lo poco que quedaba por disponer.
    En 1863, cuando los esposos dictaban su testamento, sólo cinco de sus hijos seguían con vida y son pocos los datos que de Bernarda se indican. Que Agustín, su esposo, era mayoral de los ganados vacunos de don Fabián y don José de Orellana, que 6.000 reales se habían ido en pagar para que su hijo Antonio se librase del servicio militar, que Josefa y Antonia aún eran menores de edad. Nada de Bernarda.
    En 1876, Bernarda dictaba su segundo testamento. Agustín había fallecido dos años antes y su hija Antonia en 1871, quizás en el parto de su hijo Pedro. La hora y orden de su funeral y entierro, las misas y demás sufragios que habrían de decirse por su alma lo dejaba a decisión de sus hijos, a quienes legaba lo poco que quedaba de su vida. Una casa en la calle Afuera, la número 7, será el único bien a repartir cuando fallezca el 27 de diciembre de 1877. Setenta y tres años en pocas líneas que seguro fueron vividos con intensidad. 

1876, junio 9. Trujillo
En la ciudad de Trujillo, a nueve de junio de mil ochocientos setenta y seis, ante mí, D. Pedro Pedraza y Cabrera, vecino y Escribano del Número y Juzgado de la misma, Notario de su distrito, colegiado del territorio de la Audiencia de Cáceres, con presencia de los testigos que se dirán, comparece Bernarda Valiente y Solís, de setenta y un años de edad, viuda de Agustín Rubio, hija legítima de Juan y de Josefa, ya difuntos, natural y vecina de esta ciudad (...) la que asegura hallarse en pleno uso de sus facultades mentales y derechos civiles, sin fuerza, miedo ni interdicción alguna que la obste sus libres disposiciones, ni me conste cosa en contrario y dice: Que creyendo ante todo, como firmemente cree y confiesa el Misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Spíritu Santo, tres personas realmente distintas y un solo Dios verdadero (...) hallándose en avanzada edad y quebrantada salud, hace su testamento en la forma que sigue.
Primero. Encomienda su alma a Dios nuestro Señor que la crió de la nada, y su cuerpo lo manda a la tierra de que fue formado, y que hecho cadáver, sea sepultado en el cementerio de esta ciudad. (...)
Tercero. Manda se digan por el alma de su difunto esposo Agustín Rubio treinta misas rezadas, de cuatro reales limosna cada uno. (...)
Quinto. Declara: Que de su matrimonio con Agustín Rubio existen hijos legítimos Antonio, Juana, Francisco y Josefa, habiendo fallecido su también hija Antonia, dejando un solo hijo llamado Francisco Quesada Rubio.
Octavo. Del remanente de todos sus bienes, derechos y acciones instituye y nombra por universales herederos a sus hijos legítimos Antonio, Juana, Francisco y Josefa Rubio y Valiente y a su nieto Francisco Quesada Rubio, para que los ayan por quintas e iguales partes, encargándoles se conduzcan con honradez, providad y como buenos hermanos, y que encomienden a Dios a sus padres. (...)
Así lo otorgó la referida Bernarda Valiente Solís, y no lo firma, por no saber (...)
(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Pedro Pedraza y Cabrera. 1876. Fols. 585r-586v)

    Natividad Morales Moreno nació en Trujillo el primer día de octubre de 1840. Hija de Juan y Antonia, sus abuelos maternos, Fabián y Joaquina, eran trujillanos, pero su abuelo Casimiro había llegado desde Higuera de la Serena y su abuela Inés desde Casas del Puerto de Miravete. Con 66 años, vivía en 1906 en la calle de la Lanchuela, en el número 8, con su marido Luciano Jorge Holguín y sus hijos: María, Josefa y Manuel, los tres solteros. 
    Como también harían algunos otros maestros de la localidad, Natividad se dirigía en septiembre de ese año al director del Instituto General y Técnico de Cáceres para obtener la aprobación de la escuela particular de niñas que ya regentaba y que ocupaba parte de su casa. Adjuntaba la fe de su bautismo en la parroquia de San Martín, el reglamento del centro, el cuadro de asignaturas que se impartían y los planos del local, el informe de Aniceto Bravo Fernández (médico de la Beneficencia municipal) sobre la ventilación, luz y capacidad de las instalaciones y la certificación del alcalde de la buena conducta de Natividad y del cumplimiento de las ordenanzas municipales en su escuela.
Plano del Local Escuela. Archivo Instituto El Brocense


1906, septiembre 1. Trujillo
Iltmo. Sor. Director del Instituto General y Técnico de la provincia de Cáceres

    Natividad Morales y Moreno, natural y vecina de Trujillo (Cáceres), casada, de sesenta y seis años de edad y con cédula personal de 11ª clase expedida el día 7 de mayo último, señalada con los números 52435864 impreso y 1310 manuscrito, á V.S. respetuosamente expone: Que teniendo abierta una Escuela de niñas de 2ª enseñanza con carácter particular, establecida en esta ciudad, calle Lanchuela núm.º 8 y debiendo acojerme á la legalidad común que preceptúan las disposiciones vigentes, 
SUPLICA a V.S. se digne tramitar el ajustado expediente á fin de que le sea concedida la autorización legal que corresponde, al objeto de que continúe abierta la escuela que tiene fundada. Gracia que espera merecer de la reconocida justificación de V.S. cuya vida guarde Dios muchos años.
Trujillo, primero de septiembre de mil novecientos seis.
La Directora
Natividad Morales (rúbrica)
(Archivo Instituto El Brocense) 

Cuatro archivos, cuatro historias, cuatro mujeres. Los archivos siguen esperando a quienes de nuevo den voz a todas las vidas en silencio que atesoran.

29 de mayo de 2023

Casa fuerte en lo mejor de la ciudad

    Quedó claro para los ingleses de finales del siglo XVI, “Para un hombre, su casa es su castillo”, pero este logro legal que protegió sus hogares de registros injustificados, tuvo para los trujillanos del siglo XV y XVI un significado real, casi literal. En una sociedad de “bandos y parcialidades”, de conflictividad en la que altercados, enfrentamientos o muertes son frecuentes, la casa no es solo su “castillo”, es signo del poder familiar, de estatus social y a veces de control de la vida del adversario y de protección de los propios.
    Cuando la cerca, el muro que rodea la “villa” antigua, pierde poco a poco su valor militar, los adarves y torres de la muralla son lentamente ocupados e integrados en viviendas construidas junto a ellos. Algunas ya lo hicieron desde antiguo y aún se muestra hoy inaccesible desde el exterior el alcázar de los Altamirano.  
    Nos lo contaron las fuentes: Hernán Alonso Altamirano tenía “armada toda su casa y encorporada en el adarve de la dicha çibdad que se dize el Alcaçarejo”; las casas de Francisco de Torres estaban junto al adarve e incluían cuatro torres; Martín de Chaves, Francisco de las Casas, Pedro de Loaisa, Esteban Rengel, los herederos de Hernando Alonso Pizarro e incluso las monjas del monasterio de San Francisco el Real junto a la puerta de Coria tenían sus “casas e corrales pegados a los adarves desta dicha çibdad y tienen hedeficadas parte de las dichas casas sobre los adarves (...) e metidas en los hedefiçios dellas algunas torres del muro” (1523).  Ellos y otros muchos y parece que todos sin oposición.
    Pero una de esas casas, uno de esos “castillos,” sí fue una y otra vez objeto de críticas, denuncias y pleitos. Porque dominaba una puerta de la ciudad, la de Santiago, porque sus poseedores encabezaban un bando, los Chaves y porque sus adversarios temían sufrir daño al pasar por su puerta.
    La casa de Luis de Chaves el viejo, luego de su nieto Juan de Chaves Mesía y más tarde de su bisnieto Luis de Chaves Rivadeneira, “hera casa fuerta e estava en lo mejor de la çibdad”. 
    Francisco de Carvajal, hijo de Diego de Carvajal, pretendió que se derribase en 1494. Quince cuchilladas le dejaron manco del brazo derecho y perdió cuatro dedos de su mano izquierda, todo por pasar a caballo ante la casa, seguro, sin armas. Diego García de Chaves, nieto de Luis de Chaves el viejo y hermano de Juan de Chaves, señor entonces de la casa, fue su agresor y el Carvajal solicitó de la Corona que la casa desapareciera o fuera requisada y tomada como cárcel, pues en sus puertas ya había muerto “quatro o çinco parientes suyos e matado e ynjuriado otros muchos”. 
    De nuevo fueron caballeros los que apelaron a la reina Juana para que la justicia interviniera en la casa, en las obras que Juan de Chaves llevaba a cabo en 1505 levantando “una barrera delante el muro de la çibdad, de una torre suya a otra torre del dicho muro”, sobre suelo concejil. Caballeros Vargas, Bonilleja, Loaisa, Carvajal o Pizarro, apellidos contrarios al bando de los Chaves, reclamaban derribar lo construido sin licencia del concejo del que formaba parte el propio Juan de Chaves.
    Apenas cuatro años después, parte de lo construido por Juan de Chaves en sus casas, al menos la zona que ocupaba el adarve de la muralla, se derrumba. Será el propio Juan de Chaves quien plantee al concejo si tal muro era su casa (y a él competía su reparación) o formaba parte de la muralla común de la ciudad. 
    Faltan en las actas los argumentos de la ciudad y del propio Juan de Chaves a favor de una y otra opción y sólo conocemos lo planteado por el regidor Francisco de Loaisa, para quien lo derrumbado no era muralla de la ciudad sino casa de Juan de Chaves, con tres ventanas o saeteras que daban luz a la casa, cuando en “los adarves de la çibdad no a de aver ventanas syno petril y almenas e saeteras en las almenas”. 
    Sin embargo, la decisión del corregidor, Sancho Martínez de Leyva, fue favorable a Chaves y la ciudad asumió el coste de la reparación del muro.

1509, abril 30. Trujillo
Este día, ante mi el dicho escrivano, pareçió presente Gómez Dávalos, veçino desta çibdad y dixo que por quanto ayer, veynte e nueve días deste presente mes, se remató en él la obra del adarve sobre que está armada la casa del señor Juan de Chaves en veynte e quatro mil mrs., que él agora dava e dio por su fyador a Françisco Gonçález Notario, veçino desta çibdad, que está presente, el qual dixo que le fyava e fyó que dará hecha e acabada la dicha obra de aquí al día de Santa María de agosto prymero venidero a contentamiento de los señores justiçia e regidores e avisará de ofyçiales del gordor e anchor que estava de antes e de la misma forma e manera que de antes estava, e cal e canto e todo a su costa e que ponga él todos los materyales que fuere menester para la dicha obra, començando desde el esquina de la dicha torre hasta el adarve nuevo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9, fol. 120r.)

    No a todos contentó este acuerdo y en 1516, Juan Méndez, vecino de Trujillo, denunciaba que lo hecho siete años atrás había sido aprovechado por los Chaves para hacer “más flaco e más estrecho” el muro sobre el que estaba “armada” la casa, alargando ésta e integrando aún más parte de la muralla, contraviniendo las leyes del reino que establecían 
“...que los muros de la çibdad estén desenbargados, de manera que todos puedan andar por ellos e defender las dichas çibdades quando fuere neçesario e no sea en manos de los que tovieren hechas casas sobre los dichos muros, estando las tales çibdades çercadas, dar entrada a los çercadores...” (AGS. RGS. Leg. 151602,149).
    Parece que el ahora propietario, Luis de Chaves, seguía construyendo el baluarte ante sus casas que iniciara su padre, sobre suelo concejil, y tampoco entonces se logró que la justicia interviniera para recuperar lo ocupado.
    Contra este baluarte, contra lo que parece estar destinado a ser una nueva muralla que protegiera la fachada “a las espaldas de su casa, hazia la parte de la plaza”, vuelven a levantarse los caballeros contrarios. 
    Como su padre en 1505, Luis de Chaves, el mayorazgo, era regidor de la ciudad en 1522 por el linaje de los Altamirano. El baluarte se seguía elevando ante la oposición de los contrarios, que consideraron llegado el momento de actuar y solicitar no solo que la obra parase sino que fuese destruida una parte de lo ya construido. Cuatro de los regidores que acompañaban a Luis de Chaves en el cabildo municipal, Sancho de Carvajal, Françisco Altamirano, Álvaro Pizarro y Alonso de Valverde, junto a los caballeros Luis de Carvajal, Alonso García de Vargas, Juan García de Vargas, Gonzalo de Ocampo, Juan Pizarro, Francisco de Bonilleja y Francisco de Carvajal, firmarán el poder que confería a Lope de León su representación para tales objetivos.
    La llegada de un nuevo el corregidor, don Alonso de Padilla y Pacheco, que sustituía a don Francisco de Castilla (a quien los cuatro regidores mencionados consideraban “parzial e favorable a Luys de Chaves mayorazgo”), hará posible que el asunto se vea por la justicia de la ciudad. Don Alonso de Padilla habría de informarse “de testigos de una parçialidad e de otra y de maestros canteros sabios espertos en el arte”, además de visitar las obras antes de decidir. Lo que el corregidor Padilla vio fue un baluarte con muros fuertes y troneras que terminaba en medio de la torre que dominaba la puerta de Santiago. 

    Informado de todo, decide:
“...por quanto por la dicha ynformaçión pareçe la dicha pared y hedefiçio y troneras ser perjudiçial y no se poder hazer y por hevitar pleytos e diferençias y porque ansy convenía a la paçificaçión desta çibdad, que mandava e mandó quiten las dichas troneras y deshazer la dicha pared conforme a la declaraçión de los dichos maestros e mandava e mandó, sy la dicha obra se oviere de hazer, sea de la manera que tienen aclarados los dichos maestros y no de otra manera (...) y mandó que en la buelta que la dicha pared haze hazia la puerta de Santiago, en que yva afrontar la dicha pared en el medio de la torre del dicho Luys de Chaves, que no se haga syno que quede toda la dicha torre esenta (...) y que fuese una pared de tres pies en ancho de piedra (e) barro...”. (Arch. Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Leg. CA. 44/037).
    “Si la dicha obra se oviese de hacer...”. Pero los denunciantes no querían que se hiciera y exigían que fuese derribada en su totalidad y que el suelo ocupado volviese a la ciudad. El siguiente paso fue presentar su queja ante el Consejo Real y que un juez pesquisidor recabase los datos necesarios. La información remitida por el licenciado Diego de Almodóvar (que desconocemos) no debió ser muy diferente a la que obtuvo el corregidor Padilla, ni la resolución en el Consejo Real cambió mucho lo ya ordenado por aquél. 
    Luis de Chaves no tendría que retornar a la ciudad el espacio usurpado y tendría su pared pero en ésta no podría haber troneras ni saeteras que salieran a la calle, ni ser muralla con “andén” en lo alto y ninguna puerta podría abrirse en el lienzo de sus casas que saliese al suelo “que está dentro de la pared del dicho edefiçio”.  
    Hoy ese muro sigue en pie, no es muralla, no es alto, no protege ni oculta las hermosas ventanas que se abren en las casas de los Chaves, en lo que una vez fue muralla. Pero esa pared era parte del “castillo” de los Chaves y un hermoso escudo nos lo recuerda.