24 de diciembre de 2015

Aguinaldos de Pascua

El libro de actas de 1736 termina con la sesión que el ayuntamiento de Trujillo realiza el día 24 de diciembre. El escribano Pedro de Rodas Serrano recogió en el acta que en la reunión del concejo se trataron “diferentes materias tocantes al bien común y utilidad de los propios y rentas de esta ciudad y prevenziones para el abasto de pan”. No sabemos si la reunión mantenida en día tan señalado fue corta o larga, pues parece que ningún acuerdo se tomó sobre tales materias y los capitulares trujillanos se limitaron a cerrar el año tomando un único acuerdo que cumplía con una larga tradición, repartir el aguinaldo.


1736, diciembre 24. Trujillo

En la ciudad de Truxillo, en veinte y quatro días de el mes de diziembre año de mil setezietos y treinta y seis, después de haverse zelebrado misa y tocado la campanilla como es costumbre, se juntaron para hazer aiuntamiento los señores Marqués de Espinardo, coronel de infantería española, correxidor de ella y su tierra por Su Magestad, don Antonio de Heraso Tapia y Paredes, don Fernando de Contreras, don Françisco de Mendoza, don Vizente de Heraso, don Antonio Vizente de las Casas, el conde de la Oliva y don Joseph de Quiñones, rexidores perpetuos de esta dicha ziudad, y acordaron lo siguiente:
Aguinaldos en honor de las Santas Pasquas.
En honor y reverenzia de la festividad de las Santas Pasquas del nazimiento de Nuestro Señor Jesuchristo, acordó la ciudad se dé el aguinaldo ordinario al combento de religiosas descalzas de señor San Antonio, Colegio de Niñas huérfanas, ministros porteros del aiuntamiento y demás personas que es costumbre, y para su abono al mayordomo de propios se despache libramiento en forma.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 263, fol. 102r)

Guillaume de Boldensele. Liber de quibusdam ultramarinis partibus et praecipue de Terra sancta. Siglo XV. Biblioteca Nacional de Francia

23 de noviembre de 2015

Oíd, oíd, oíd… que se limpien las fuentes

     Encaramado y encastillado en lo más alto del berrocal granítico, Trujillo no cuenta con cursos de agua que puedan abastecer a sus habitantes. Su posición defensiva y de vigía en la penillanura le alejó de un recurso tan básico como necesario.
Precisamente por ello trató siempre de encontrar el agua en el berrocal granítico, excavando pozos, aprovechando fisuras, grietas y fallas que facilitaran el acceso al preciado líquido siempre en una búsqueda afanosa, utilizando zahoríes o trayendo el agua desde la lejana Santa Lucía en plena Sierra de las Villuercas.
     Cursos de agua escasa y que se agostan, períodos de sequía intensa y una ciudad en constante crecimiento demográfico y con necesidades también crecientes explican esa atención del concejo hacia las fuentes, mostrándose siempre cuidadoso y solícito en su mantenimiento y conservación. En tiempos de guerra, el agua y los puntos de abastecimiento de la población fueron fundamentales ante posibles conflictos y asedios. Más aún lo fueron en tiempos en los que el anuncio de la pestilencia llegaba a la ciudad y entonces el concejo no dudó en limpiarlas y vigilarlas.
     Pero también en tiempos de paz, los regidores, reunidos con el corregidor en las casas del concejo o en el atrio de San Martin a campana tañida, como era uso y costumbre, ordenaban que se limpiaran las fuentes, que no se arrojaran inmundicias, no dudando en disponer de los fondos suficientes para un mantenimiento necesario. Las más de las veces aquellos acuerdos se recogían en Ordenanzas y acuerdos municipales y se hacían conocer a través del pregonero: " Oíd, oíd, oíd… que se limpien…"
     De este modo, gracias a esa atención y después de más de 500 años, aquellas fuentes medievales han llegado hasta nosotros habiendo abastecido a Trujillo con sus aguas públicas, generando recursos y legándonos un valioso patrimonio.
     Hoy aquel patrimonio está en gran parte maltratado y abandonado, cuando no destruido. Si en unos casos las fuentes han sido engullidas por el crecimiento urbano, en otros, cuando aun podemos contemplarlas -que no disfrutarlas-, han sido despojadas de los brocales y lanchas que las protegían y aderezaban. Algunas, casi cerradas por zarzales, sufren el olvido mientras las higueras silvestres crecen entre sus sillares medievales, rompiendo brocales y las viejas grapas de hierro por las que antaño se preocupó tantas veces el concejo.
     Una de aquellas fuentes sobre la que desde muy temprano encontramos referencias en el arca es la Fuente Alba o la Fontalba, hacia el camino a Cáceres, cerca de las Huertas de la Magdalena. Un espacio sobre el que se han acumulado decisiones a lo largo de siglos y que hoy es parte de nuestro patrimonio histórico. Fuente pública en espacio público que debe ser un espacio patrimonial y de identidad del que poder disfrutar y contemplar y que hoy, destruyéndose en el olvido, espera ansiosamente, como hace siglos, los acuerdos del concejo.


1508, julio 21-26. Trujillo

Pregón. Que se pregone el linpiar de la fuente Alva, sy ay alguno que lo tome a linpiar.

Fuente Alva. En Trogillo, a XXVI de julio de mil e quinientos e ocho años, ante mi, Françisco Martínez, escrivano, se obligaron Françisco Gil e Alonso Blanco e Christóval de la Vaca e Martín de la Vaca, veçinos desta çibdad e moradores en Santo Domingo, todos quatro juntamente de mancomún a boz de uno e cada uno dellos por sy e por el todo, renunçiando las leyes de duobus reys debendi e la autentica presente de fide jusoribus  e dixeron que ellos se obligavan e se obligaron de vaziar la fuente Alva e de la linpiar e dar vazya e linpia de aquí a doze días primeros syguientes, por quantya de quatro mil mrs. en dineros contados que la çibdad e su mayordomo les a de dar e pagar. E para ello se obligaron por sus personas e todos sus bienes e dieron poder a las justiçias para que gelo faga asy cunplir e renunçiaron todas las leyes. Testigos que fueron presentes a lo que dicho es que lo vieron e oyeron Luis de Camargo e Alonso de Castro e Françisco Sánchez, veçinos de la dicha çibdad de Trogillo. E por mayor firmeza lo firmó el dicho Françisco Garçía e por los otros que no saben fyrmar lo firmó el dicho Luis de Camargo, testigo.
E otrosy se obligaron que sy no la dieren vazya e linpia a contentamiento de los señores justiçia e regidores, que la çibdad e su mayordomo a su costa dellos busque quien la vazíe por los preçios que lo fallaren.
                           Françisco Gyl (rúbrica) Por testigo Luys de Camargo (rúbrica)


(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9.1, fols. 63v. y 64v.)

Fuente Alba

12 de octubre de 2015

Varear la bellota

El tiempo de otoño se anunciaba en múltiples referencias. Las hormigas volanderas habían salido e inundaban las calles y los campos. En los huertos del borde de la ciudad, en Papalbas y las Huertas, las granadas enrojecían como los atardeceres, mientras los membrillos comenzaban a amarillear y pronto olería en las casas a compotas y dulces de membrillos.
En el berrocal, las primeras aguas habían apagado el polvo y los canchos reverdecían con los musgos almohadillados y los líquenes que se hinchaban. Aún no se oían los sonidos de los trashumantes que desde hacía un mes bajaban por las cañadas desde los Barrios de Luna, por las sierras de León, y de las tierras de Cameros, en el borde de la meseta.
Chaparras y encinas estaban ya adornadas con bellotas que perdían su verde intenso y amarilleaban más cada día; a sus pies, entre un pasto blanquecino y escaso, apuntaban los primeros verdes.
Aquel 6 de octubre de 1628, el concejo volvía a reunirse a campana repicada, como tantas veces venía haciendo y haría en siglos posteriores. Presidía el concejo su alcalde mayor, Gabriel Aldaba, y la asistencia de regidores era ese día numerosa (diecinueve caballeros acudieron), quizás porque el tema interesara.
El campo y el tiempo estaban en sazón. Como todos los años había que tomar los acuerdos precisos para el aprovechamiento de los montes y la bellota. La ciudad siempre se mostró cuidadosa con su montes y dehesas, conservó los escritos que afirmaban su propiedad y derechos, defendió sus lindes y mojones contra abusos y ocupaciones y, sobre todo, cuidó con mimo y esmero que los usos en el monte se acomodaran a la costumbre ya reglada y que una y otra vez, cada año, se veían en concejo para precisarlo y ajustarlo.
Ese año, en octubre, pasado ya San Miguel como establecían las ordenanzas, la maduración del fruto marcaba el desacote de los montes, aprovechamiento principal para el ganado de cerda. El ordenamiento es claro, fijando de modo preciso los tiempos y el modo en que se ha de aprovechar el fruto: de abajo arriba de la encina y con varas de medidas progresivamente más largas. Con toda seguridad así se aprovechaba al máximo la bellota que no se caía toda a la vez, como ocurriría si se hubiera hecho de otro modo, a la vez que se prolongaba su aprovechamiento por los ganados. Y cuando, coronando la encina, se concluía con el aprovechamiento de la bellota y el ramón que caía, podrían otros entrar a recoger el fruto en un espacio que, por último, se desacotaba y aprovechaba con el resto de los ganados.
Un uso completo, gradual e integral, en el que el arbolado siempre se preservó estableciendo además en ordenanza el grosor de las varas  (“del gordor de la muñeca del braço de un onbre, la más gruesa que se pueda haber”, se había señalado en 1516) y otras medidas que aseguraran el mantenimiento y el uso ajustado de los montes.
Era el tiempo de la montanera y con aquel uso y costumbre, con aquellos acuerdos tomados a campana repicada, se mantenían muchas de las dehesa que cinco siglos después podemos seguir disfrutando.


1628, octubre 10. Trujillo

Marcos de bellota. Acordose que por esta vez se dé la bellota de los montes del suelo y término desta çiudad al ganado de zerda, ezecto el del monte de Toçuelo que está acopiada en virtud de facultad real de Su Magestad, por los marcos y en la forma siguiente.
1. Que se dé el primero marco, que sea de una vara[1] de medir, el miércoles, digo el martes diez deste presente mes de otubre y dure hasta diez y ocho deste dicho mes.
2. Y el dicho día diez y ocho de otuvre se da el segundo marco y se pueda varear con palo de dos varas de largo, el qual dure hasta veynte y çinco del dicho mes.
3. Y el dicho día veynte y çinco de otubre se da el terçero marco y se pueda varear con palo de tres varas de medir en largo y dure el dicho marco hasta primero de noviembre deste año.
4. Y el dicho día primero de noviembre se da el quarto marco y se pueda barear con palo de quatro varas de medir y dure el dicho marco hasta nueve del dicho mes de noviembre.
Y los días diez y onçe del dicho mes se da a los coxedores y el día doze del dicho mes se desacota alto y baxo para todo género de ganados. Y mandaron se apregone y envíen yjuelas a las villas y lugares para que venga a notiçia de todos.

(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 68. Fol. 497v.)





[1] Vara castellana: 0,83 m.

27 de septiembre de 2015

Marcado por Trujillo

El arca está llena, repleta de historias que rescatar, de temas que investigar, de nombres que descubrir. Por ello siempre nos emociona leer el resultado del trabajo concienzudo de quienes, con su buen hacer como investigadores, nos abren pequeñas o grandes ventanas al arca, que no hacen sino confirmarnos la riqueza de lo que contiene.
En una de esas interesantes investigaciones, Rocío Periáñez Gómez[1] nos descubre un tema que parece en principio alejado de estas tierras, más propio de escenarios exóticos pero que sin embargo ha formado durante siglos parte de nuestra historia cercana, la esclavitud.
Rocío ha rastreado esta y otras muchas arcas en busca de historias reales, pocas veces felices, historias de seres humanos que vivieron «una realidad ingrata» pero asumida y aceptada por todos y que no será puesta en cuestión hasta el siglo XVIII, con la Ilustración.
Porque durante la Edad Moderna, «la esclavitud fue una institución consolidada, justificada y aceptada por la sociedad» y la ciudad de Trujillo no fue en este ni en muchos otros temas un espacio diferente.
Gracias a esa labor de investigación, el trabajo de Rocío Periáñez nos descubre que, entre 1560 y 1699,  el arca atesora 255 escrituras de venta y poderes para vender esclavos, «un “producto” caro, al que no podía acceder la gran mayoría de la población debido a su elevado precio», pero presente en la vida diaria de la ciudad.

A través de su esfuerzo como investigadora, se han asomado desde el arca muchas historias de esos esclavos, llegados de otras tierras o nacidos en la ciudad, trujillanos de nacencia o vivencia que no tuvieron en sus manos la decisión de ser esclavos. O sí. Porque hoy el arca nos hablará de una de esas historias que esta investigadora nos descubre. 
Siempre fue difícil para la ciudad encontrar quien ejerciese el complicado oficio de verdugo o ejecutor de la justicia. Es frecuente leer en los libros de actas “Que se busque berdugo” y en no pocas ocasiones esa búsqueda resulta infructuosa. Es eso lo que ocurre en 1561, cuando la ciudad debe recurrir a traer desde Plasencia, en julio de ese año, a un ejecutor que, acompañado de dos guardas, procediese a cumplir las sentencias dictadas por la justicia. Pero ello supone un importante coste económico para Trujillo, que ha de satisfacer el pago de sus salarios y desplazamientos, 600 reales por el tiempo que “an estado y estarán en esta ziudad”,  “y no ay harto dinero de gastos de justizia con que pagarlos”[2].
Y en esos días, administrar justicia es esencial para una ciudad en la que se han multiplicado los hurtos y la inseguridad ha de ser atajada. Como autores de muchos de estos robos se ha detenido a Francisco Pavón, a su hermano Juan Pavón, a la esposa de éste, Catalina de Escobar y a Antonio González. Detenidos y encarcelados, su castigo ha de ser ejemplar y de tal dureza que disuada a otros de seguir su ejemplo. Pena de horca es la sentencia que se pide para los reos y ante la posibilidad de perder la vida, Antonio González decide ofrecerse: será verdugo, ejecutará las sentencias a cambio de su vida y de algo más, de su propia persona. Lo que acuerda Antonio González es convertirse en esclavo, pasar a ser propiedad de Trujillo y aceptar que esa pertenencia quede marcada en su rostro.
Porque en ocasiones, la condición de esclavo se lleva marcada a fuego en el rostro a través de señales: «éstas se hacían en suelo peninsular y suponían señalar de por vida a las personas esclavizadas con una marca que evidenciaba su condición servil.
La forma más común de marcarlos, según lo que se desprende de las descripciones, era señalarles en lugares visibles, preferentemente sobre el rostro, con dos letras, la “S” y la “I”, iniciales de “Sine Iure” que se leían “es-clavo”, signo inequívoco de su condición». No será ésta la marca elegida por Antonio González y la ciudad. En su rostro se leería desde entonces TRUJILLO.


1651, agosto 10. Trujillo

En la çiudad de Trugillo, en diez días del mes de agosto de mill y seiscientos y cinquenta y un años, ante mí, el escrivano público, y testigos, estando en la cárcel Real de esta ciudad pareció Antonio Gonçález, preso en dicha cárcel y vecino de esta dicha ciudad, y dixo que por quanto contra él se a procedido de oficio de la Real Justiçia y por acusación de el licenciado Juan de Texeda, fiscal della, por muchos y diferentes hurtos que a hecho en esta ciudad y otros lugares fuera della, en compañía de Francisco Pavón y Juan Pavón. Y aviéndosele tomado su confesión por el señor licenciado don Joan Calderón, alcalde maior desta ciudad, y en presencia de mí, el dicho escribano, sin amenaças ni miedo alguno, antes de su libre y espontánea voluntad, confesó aver hecho y cometido muchos hurtos de robos y escalamientos de casas, sacando y hurtado dellas cosas muy considerables de alhajas y peltrechos de casas, vendiéndolas y aprovechándose dellas y, estando pendiente la causa y recivida a prueva con cierto término, teniendo por muy cierto que por la gravedad destos delitos avrá de ser condenado en pena de muerte de horca, y que, por la calidad y circunstancia dellos y estar convencido y confeso, se avía de executar en él la dicha pena de muerte. Por escusarla y ser la vida muy amable, reconociendo que en esta ciudad no avía verdugo de asistencia y que se necesitava mucho de que lo uviese por la mucha frecuencia de delitos que en ella avía, por petición que presentó en treinta y uno del julio deste dicho año, pidió que perdonándole la vida por los delitos que avía cometido estava presto de ejercer el ofiçio de verdugo en esta ciudad y fuera della a donde se le mandare y le fue admitida por el señor don Miguel Pasquier de Camargo, corregidor desta ciudad, que se halló presente a su presentación, y por la sentencia difinitiva que en dicha causa dieron y pronunciaron los señores Juan de Orozco Carrasco y Juan Mejía Enríquez, regidores perpetuos de esta ciudad, jueces consistoriales y acompañados de dicho señor alcalde maior para la determinación de dicha causa fue condenado el otorgante en pena de muerte de horca y se conformó con ella dicho señor alcalde maior con calidad que consintiendo en haçer escritura de esclavitud para el ejerçicio de tal verdugo desta ciudad y otras partes a donde se le mandare y consintiendo, asimismo, que se le herrase en la cara con rétulo que dixese Trujillo, se le conmutava y conmutó la dicha pena de muerte en lo dicho con que si en algún tiempo hiciese fuga y se ausentase desta ciudad, sin licençia de juez competente que se la pudiese dar, se executase en él la pena de muerte en conformidad de la dicha sentencia de suso referida como lo dicho consta de los autos de dicha causa a que se remite y teniendo el otorgante entendido lo referido y reconociendo la ymportancia que se le sigue de prestar el dicho consentimiento poniéndolo en efeto, se otorgaba y otorgó por tal esclavo desta ciudad y se obliga de exercer en ella y fuera a donde le fuere mandado el ofiçio de verdugo en todos los casos y cosas a él tocantes y pertenecientes como esclavo que se confiesa desta dicha ciudad en cambio y recompensa de la dicha pena de muerte y por preçio de la vida que por ello recive y quiere y consiente ser herrado en la cara con letras que digan Trugillo en señal y reconocimiento de la dicha su esclavitud y confiesa y declara que esta escritura la haçe de su libre y agradable voluntad y que contra ella no yrá ni vendrá ahora ni en tiempo alguno ni della a hecho reclamación ni protesta y si la uviere hecho la da por ninguna y de ningún valor y efeto para que no valga sino esta escritura; y para más firmeça della juró por Dios nuestro señor y una señal de cruz y en forma de derecho de la guardar y cumplir en todo tiempo y no yr contra ello por ninguna causa ni raçón que sea pensada o no pensada aunque de derecho le sea concedida de que se aparta y deste juramento no tiene pedida ni pedirá absolución ni relaxaçión a ningún juez ni prelado que se la pueda conceder pena de perjuro y para su cumplimiento se obligó con su persona y bienes y dio poder a las justiçias y jueçes del rey nuestro señor que sean competentes a cuyo fuero y jurisdiçión se sometió y renunció el suyo propio domicilio y previlegio y la lei sit convenerid de juridicione omniun judicum para que le compelan al cumplimiento de lo que dicho es como si fuese en cosa juzgada y renunció las leies, fueros y derechos de su favor con la que prohive la general renunciación y lo otorgó así siendo testigos Gerónimo García procurador del número desta ciudad, Diego Rodríguez y Juan Ximénez de las Morenas, tejedor, vecinos desta ciudad. Y a ruego del otorgante, que doy fee conozco y dixo no saber firmar, lo firmó un testigo. Entre renglones y no yr contra ello.

      Gerónimo García (rúbrica)                   Ante mi Juan Durán (rúbrica)

(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos de Juan Durán. 1650-51. Fol. 326)[3]

Panel de azulejos. Siglo XVIII (Valencia) http://blogs.ua.es/historiavalencia16/




[1] Periáñez Gómez, R. (2010). Negros,mulatos y blancos: los esclavos en Extremadura durante la Edad Moderna. Diputación de Badajoz.
[2] AMT. Leg. 73.3, fol. 129v.
[3] Periáñez Gómez, R.: Op. cit. pp. 577-579