8 de diciembre de 2023

El voto a la Inmaculada

    La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María por el papa Pío IX en 1854 no cambió para nada el sentir de los fieles españoles, para quienes el culto a María Inmaculada formaba parte de sus devociones más arraigadas desde hacía siglos. 
    La defensa del misterio de la Inmaculada Concepción se convirtió en el siglo XVII casi en un “asunto de estado” y tuvo sus mejores defensores en los monarcas, que a lo largo de este siglo no cejarán en su empeño de obtener del papado la definición dogmática que aún tardaría en llegar.
La Inmaculada Concepción. Bartolomé Esteban Murillo
Hacia 1665. Museo del Prado
    Aunque entonces sí llegaron algunos enfrentamientos entre los “maculistas” e “inmaculistas” (como ocurrió en Sevilla en 1613), entre dominicos y franciscanos que defendían ambas posturas, lo cierto es que desde 1616, fecha en la que se crea la Real Junta de la Inmaculada (que centraliza la acción política de la Corona encaminada al reconocimiento del misterio de la Inmaculada), hay un crecimiento constante en ciudades, gremios, universidades, cofradías, órdenes militares o eclesiásticas del deseo de erigirse en defensores de la postura “inmaculista”, haciendo voto de su reconocimiento y devoción a la virgen Inmaculada.
    Por dos veces lo hizo Trujillo.
    El miércoles 8 de diciembre de 1627, siendo Papa Urbano VIII y reinando en España Felipe IV, se reunieron en la sala alta de las casas del concejo la justicia y regimiento de Trujillo. Don Alonso de Lemos era entonces su corregidor y junto a él se encontraba su alcalde mayor, el doctor Gabriel Aldaba. Sentados en sus sillas a ambos lados del corregidor, 16 regidores acudieron esa mañana al ayuntamiento y de todo ello tomaron buena cuenta los dos escribanos del concejo, Pedro Jiménez de Santiago y Pedro Manglano.
    No hubo discusión pues todos “de un acuerdo y voluntad” expresaron su intención de que se votase y jurase “para sienpre jamás” la fiesta de la Inmaculada Concepción de la virgen María, “para demostraçión y pía devozión del entrañavle amor con que esta muy noble y muy leal çiudad manifiesta al mundo la firmeza de la mucha afiçión y reverençia con que respeta y adora esta prinçesa sacratísima y protectora y patrona suya y de sus çiudadanos, vezinos y moradores”.
    Se sentía Trujillo preferida a otras ciudades en los favores de la Virgen y se enorgullecía de tenerla en su escudo y que sus armas estuvieran presididas por la imagen de María.
    Pero no eran las casas del concejo lugar idóneo para realizar tal voto y juramento. Desde el ayuntamiento se inició una procesión cívica que abrían los porteros con sus ropas de damasco encarnado y sus mazas e insignias de plata. El estandarte y pendón de la ciudad, portado por el alférez mayor don Juan Fernando Pizarro, encabezaba al resto. Adentrados en la villa por la puerta de Santiago, llegaron a la iglesia de Santa María, donde junto a su altar mayor les esperaba don Francisco Hurtado de Mendoza y Ribera, obispo de Plasencia, presente esos días en la ciudad. Tomaron asiento la justicia y regidores y, revestido el obispo del pontifical, comenzó la misa mayor. Tras el evangelio, el obispo bajó hasta la última grada del altar mayor “y estando descubierto el Santísimo Sacramento en su custodia en el altar mayor y en unas andas, junto a donde estava el dicho señor obispo, una imajen de la Virjen santísima señora nuestra”, arrodillándose todos, el escribano Pedro Jiménez de Santiago leyó “en alta voz” el voto y juramento que hacía la ciudad.

1627, diciembre 8. Trujillo
Infinita y soberana Magestad y vos madre suya purísima Virjen señora nuestra, reyna del çielo
Nos, la justiçia e regimiento desta muy noble y muy leal çiudad de Trugillo, deseando manifestar con zeremonia solene el afeto y devoçión que os tienen y lo que sienten de la exçelençia de vuestros méritos y virtudes, para mayor gloria de vuestra pureza, movidos de la gran piedad de los santos pontífiçes de quien os halláis tan servida por las graçias e yndulgençias que an conçedido a los fieles y devotos de vuestra Purísima Conçepçión y de la devozión y afecto con que la universal Iglesia zelebra vuestra nunca manchada pureza, nosotros pues, los presentes, prometemos, votamos y juramos firmemente a Dios todopoderoso y a vos santísima, purísima y gloriosísima María, madre suya, de defender y enseñar públicamente y particularmente que vos, de quien todos sentimos y confesamos que sois sienpre bienaventurada santa Inmaculada, bendita entre todas las mugeres por los méritos de Jesucristo nuestro señor, hijo unijénito de Dios y vuestro, desde la eterna previstos fuiste preservada por singular privilexio de que os libró la graçia divina santificándoos desde el primer ynstante dichoso de vuestra conçeçión. Este voto y juramento hazemos todos postrados umildemente a vuestros pies sagrados, así Dios nos ayude y estos santos evangelios (...).
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 67.1. fols. 427v-428v) 

    Así leído el voto y juramento, el obispo tomó un misal y una cruz “y hincado de rodillas dixo haçía el mismo voto y juramento”. Al obispo siguieron en el juramento el corregidor, su alcalde mayor, don Juan Fernando Pizarro, el alférez mayor de la ciudad, como primer regidor, los clérigos que asistieron al acto y, uno a uno, los demás regidores. 
    Acabado el juramento “y aviendo predicado el dicho señor obispo y zelebrado y dicho la misa mayor”, la justicia y regimiento volvió a formar procesión “en forma de ziudad” con el estandarte y pendón en manos del alférez mayor, como era su prerrogativa. Y así se llegó a las puertas de la justicia, en la plaza, “donde estava la música de los ministriles, que tocaron sus istrumentos”. 
    “Y esto pasó en la forma referida”, dando fe de ello el escribano Pedro Jiménez de Santiago, el señor corregidor y dos caballeros regidores, “conforme a la costumbre”.
    También fue en la iglesia de Santa María donde la ciudad volvió a repetir su juramento el 13 de mayo de 1653. Habían pasado 26 años desde el anterior juramento. Era entonces corregidor de la ciudad don Miguel Pasquier de Camargo. Don Juan Pizarro de Hinojosa gozaba del título de alférez mayor en sustitución de su tío, don Fernando Pizarro de Orellana, y los escribanos del ayuntamiento eran Diego Izquierdo de Medina y Juan Durán.
    El año anterior, el rey Felipe IV, como gran maestre de las órdenes militares, había pronunciado voto a la Inmaculada en su nombre y en el de las órdenes. Era pues normal que Trujillo “ençendiéndose más en ardor çeloso de este divino misterio con el ejenplo de su augusto y ynclito monarcha don Phelipe quarto el grande, nuestro señor”, desease renovar su voto a su “espeçial patrona y abogada”, no “contentándose solo con averla puesto en el escudo de sus armas por mayor blasón de su nobleza y por timbre más glorioso de su nombre” ni “con averse obligado primera vez con espeçial juramento y voto a defender, creer y enseñar su sienpre pura y Ynmaculada Conçepçión”. Siguiendo el ejemplo de “los reynos, yglesias, unibersidades y sagradas y militares órdenes”, repetía Trujillo por segunda vez “el juramento y boto de la Ynmaculada Conçepçión de María santísima, para maior firmeça y seguridad y para mayor manifestaçión de la devoçión que tubo con esta Señora quando hiço el primero”. 
Felipe IV jurando defender la doctrina de la 
Inmaculada Concepción de María
Pedro de Valpuesta.  1645-58.
Museo de Historia de Madrid

     No nos cuenta el arca si de nuevo el concejo fue en procesión hasta el templo de Santa María, donde el corregidor Pasquier de Camargo, veinte regidores y los dos escribanos, ante “gran concurso de eclesiásticos y seglares” y el licenciado Miguel de Figueroa Bazán, cura rector de la parroquia, reafirmaron de nuevo su juramento de defender el misterio de la Inmaculada.

1653, mayo 13. Trujillo
Y así, ynvocando primero el auxilio del Espíritu Santo y sujetando sus açiones y pensamientos a la Santa Sede apostólica, como tan hija de la Iglesia, haçe juramento y voto a Dios nuestro señor poniendo la mano sobre los santos Evangelios y sobre la + en que murió para redimirnos, de defender, enseñar y creer que María santísima, madre de Dios, verdadera reina del cielo y de la tierra fue conzevida sin pecado orixinal, previniendo la divina graçia en el primer ynstante de su animaçión y esto por los méritos y muerte de su preçiosísimo hijo, Cristo señor nuestro, por cuya sangre fue más noblemente redimida que los demás hixos de Adán, sellando el Espíritu Santo con el sello de su amor en aquel primer ynstante su alma santísima, para que sienpre fuese Ynmaculada. Así lo bota y lo jura esta mui noble y mui leal çiudad de Trugillo en nombre de todos los beçinos y moradores della y su tierra presentes y ausentes por quienes presta capçión como si se hallaran presentes en este acto y lo firmaran.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 72.1, fol. 51)

    Apenas tres días después del solemne acto de Santa María, un nuevo regidor tomaba posesión de su oficio. El sargento mayor de la ciudad, Agustín de Trejo, ocupaba la última silla de los regidores en sustitución de don Tomás de Alvarado. Podría haber sido uno más de los muchos actos que desde 1544 se repetían cada vez que un nuevo regidor se sumaba al ayuntamiento: presentación de la carta real que contenía su nombramiento, acatamiento por la ciudad de la merced real hecha al nuevo regidor y juramento de éste de que usaría y ejercería su oficio “fiel y diligentemente”, haciendo cumplir las ordenanzas y procurando el bien de la ciudad. Podría haber sido uno más pero no lo fue. Porque ese mismo día, 16 de mayo de 1653, poco antes de que Agustín de Trejo presentase la provisión real que le hacía nuevo regidor de Trujillo, el concejo tomó unánimemente un acuerdo:

1653, mayo 16. Trujillo
Acuerdo para que los regidores que entraren juren de defender la Conçepçión de Nuestra Señora. 
Que atento la çiudad en treçe deste mes hiço botos jurando de defender y tener la opinión de que la virgen María, nuestra señora, madre de Dios, fue conçebida sin mancha de pecado original, como más largamente en el dicho juramento y voto se contiene, para que se continúe la memoria desta afectuosa devoçión y las personas que de aquí adelante fueren entrando a ser rexidores en esta çiudad no queden defraudadas del mérito y gusto de averlo jurado y votado personalmente y esta çiudad dé un paso más en las demostraçiones de su afecto y devoçión, acordó que sienpre que entrare regidor nuevo a tomar posesión del dicho ofiçio, hagan el dicho juramento y voto y se ponga añadido a la minuta del que haçen quando toman la posesión para siempre jamás y a continuaçión de este ayuntamiento se ponga un traslado del dicho voto y juramento.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 72.1, fol. 49r)

    Y así fue cómo Agustín de Trejo “entró en dicho ayuntamiento y puesta la mano derecha sobre un misal y cruz de plata que en él estava, hiço voto y juramento de defender y tener la opinión de que la virjen María nuestra señora, madre de Dios, fue conçebida sin mancha de pecado orijinal en la misma forma y como lo hiço esta çiudad de Truxillo en treçe deste presente mes de mayo, estando en la parrochial de Santa María la Mayor de ella”, convirtiéndose en el primero de los muchos regidores que desde ese día añadieron a su juramento habitual el reconocimiento y la defensa de la Inmaculada Concepción de María, una de las más queridas devociones de los reinos hispánicos.