9 de abril de 2017

¡Menuda feria la del 29!

Conocimos por José Lozano Ramos, allá por 1978, los deseos que desde 1890 tuvieron los trujillanos por ver levantarse en su ciudad un monumento a su hijo más famoso, Francisco Pizarro, y sus esfuerzos por conseguirlo a lo largo de bastantes años. Esas aspiraciones se convirtieron finalmente en realidad cuando la viuda del escultor Charles Cary Rumsey decidió regalar a Trujillo una copia de la escultura que su marido realizara del extremeño para la Exposición Internacional Panamá-Pacífico celebrada en San Francisco en 1915.

Estatua de Pizarro de Charles Cary Rumsey. 
Exposición Internacional Panamá-Pacífico. 1915. 
Online Archive of California
Este año, 2017, podríamos estar celebrando los 90 años de la inauguración de uno de los elementos urbanos que identifican a Trujillo y que preside su Plaza Mayor, la estatua ecuestre de Pizarro, pero sólo podremos hacerlo de su montaje ya que la escultura hubo de esperar pacientemente más de año y medio para que finalmente las autoridades, y la propia señora Rumsey, descubrieran un monumento que, ya para entonces, era más que familiar a los trujillanos.
El arca conserva no pocos documentos que nos hablan de esa espera, de los continuos retrasos de una ceremonia que una y otra vez la prensa señalaba como “próxima a realizar” y que sin embargo sufría una y otra demora.
Mrs. Rumsey, Mary Harriman Rumsey, visita Trujillo en abril de 1925 acompañada de su hermano y del duque de Alba, mediador entre la ciudad y la dama americana. En esta visita queda decidido que el lugar indicado para situar la estatua sería la Plaza Mayor. Se ponía en marcha la plasmación de la idea que en junio de 1926 comenzaba a ser realidad. Desde París, Mary Rumsey escribía al alcalde de Trujillo, José Núñez Secos, y le hacía partícipe de las decisiones tomadas sobre la estatua, el pedestal que habría de hacerse, el transporte de la obra y su colocación en Trujillo, decisiones que había compartido con el arquitecto Pedro Muguruza Otaño, que sería quien dirigiera las obras de remodelación del rincón de la plaza en el que se colocaría la estatua
“He decidido con el señor Muguruza hacer un ensayo de montaje de la estatua en la misma plaza, por medio del modelo de la estatua y del pedestal, a su escala; de esta forma, el Sr. Muguruza podrá resolver los muchos problemas de arquitectura que para la instalación se presentan”.[1]
Pero aún falta casi un año para que la obra esté en disposición de llegar a Trujillo:
“Ahora la estatua está en la fundición y tardará alrededor de seis u ocho meses en estar terminada: otros cuatro o cinco meses serán precisos a lo más para patinarla y esto hará que pueda disponerse de ella para la próxima primavera, lo que me hace pensar en la oportunidad de exhibirla en el próximo Salón [de París] antes de ser enviada a Trujillo”.

Estatua de Cortes de Charles Niehaus. 
Exposición Internacional Panamá-Pacífico. 1915. 
Online Archive of California
Y aunque el arquitecto Muguruza pensaba, en junio de 1926, que podría disponer del modelo de yeso en octubre o noviembre de ese año para “verlo colocado y elegir exactamente la inclinación, colocación”, en marzo del año siguiente el ayuntamiento trujillano se encuentra aún realizando gestiones para obtener una franquicia arancelaria que permitiera traer sin grandes costes desde París el modelo de yeso de la estatua, que trasportaría la empresa Davies, Turner e Cocquyt.
Con el modelo de yeso ya en Trujillo y el pedestal de madera realizado por carpinteros trujillanos, la estatua de Pizarro comienza un paseo por diferentes rincones de la plaza buscando el lugar adecuado donde más luzca y menos “estropee” el recinto, preocupación constante de la señora Rumsey. Decidida la colocación en la parte norte de la plaza y junto al atrio de San Martín, es necesario llevar a cabo la remodelación que ha proyectado el arquitecto Muguruza, contando, por supuesto, con la aprobación del consistorio trujillano.





1927, julio, 15. Trujillo
A las veinte horas y media del día 15 de julio de 1927, está reunido el Ayuntamiento en la sala de actos del Palacio Municipal con objeto de celebrar sesión extraordina (...)
5º. Diose luego lectura de una comunicación del arquitecto D. Pedro Muguruza, quien en nombre de la Sra. Rumsey interesa la conformidad del ayuntamiento para la colocación de la estatua de Pizarro en la situación últimamente ocupada por el modelo de yeso, acordándose sin discusión y por unanimidad contestar en sentido afirmativo. Referida comunicación abarca otros extremos que quedan a resolver cuando se conozca el alcance de los mismos.
Con motivo de este asunto, y resultando incompatible con la colocación de la estatua la existencia de las buñolerías instaladas en la Plaza Mayor, se acuerda dar por caducados las concesiones hechas a los dueños de los mismos, los cuales habrán de levantar sus casetas inmediatamente.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1529, págs. 85-86)

Se procedió entonces al derribo “del paredón feo y antiestético sobre el que se adosaban tres “olorosas” churrerías y un urinario que también desaparece”, comentaría el corresponsal del periódico cacereño Nuevo Día, paredón que se transformaría en una “hermosa escalinata que ha de servir de fondo a la estatua y que tanto ha de hermosear la típica y amplia plaza”.
Las siguientes semanas serían de intenso trabajo en un ayuntamiento que esperaba ver pronto terminadas las obras de la plaza y que deseaba inaugurar la nueva estatua en una celebración que le permitiría rendir “a la señora donante un homenaje digno del favor que se recibe, tributando a las personalidades que concurran los honores debidos a su rango, haciendo grata la estancia de los invitados, y exteriorizando con festejos varios el regocijo popular; todo lo cual deberá llevarse a cabo, no con esplendidez, pero sí decorosamente, sin encogimiento ni tacañería”.[2]
Porque la estatua habría de llegar ese verano y el programa debería estar listo, ya que el rey quizás pudiera presidir unos actos que en principio tendrían como fecha adecuada el Día de la Raza de ese año, el 12 de octubre de 1927.
Plaza Mayor de Trujillo.
Unión Patriótica. Nº 26. 15/10/1927, pág. 27
Cuando septiembre se acababa, el pedestal de granito sobre el que se colocaría la estatua estaba listo; la Compañía de Riegos asfálticos había dejado impecables las calles Encarnación, Merced, Canalejas y Piedad y un kilómetro de las entradas a la ciudad de las carreteras de Cáceres, Badajoz y Madrid; el hotel La Cubana daba fin a su restauración “quedando a la altura de los mejores de provincias”; se estaba terminando en Madrid la arqueta que contendría el pergamino que se regalaría a la señora Rumsey con el título de hija adoptiva de Trujillo; estaba en marcha el concurso literario que sobre Trujillo, la figura de Pizarro y la dama americana donante de su estatua había convocado el ayuntamiento;[3] se había solicitado permiso al marqués de Tenorio para que los aviones que traerían al rey y a otros asistentes a la ceremonia pudieran aterrizar en el improvisado campo de aterrizaje que se haría en su finca Magasconas y la Comisión creada al efecto daba los últimos retoques al programa de la fiesta que incluía banquetes de gala, corridas de toros, fuegos artificiales y “una sorprendente iluminación en la típica Plaza Mayor, cuyo estudio y dirección se ha confiado al gerente de la Electro-Harinera, ingeniero don Agustín Durán”.[4]
Pero no, no sería la ceremonia ese 12 de octubre: “dificultades materiales para la terminación de las obras necesarias, y más aún que esto el deseo de que para mayor solemnidad del acto asistiera al mismo S.M. el Rey, ha hecho demorarlo hasta el mes de noviembre”, escribía el alcalde José Núñez Secos.[5]
Y así, Trujillo hubo de retrasar por vez primera tan preparada celebración, porque además la señora Rumsey comunicó a la ciudad su imposibilidad para asistir en esos momentos a la inauguración: “Desesperada porque una operación me impide ir ahora a España”, telegrafía la dama americana, mostrándose complacida con la posibilidad de “retrasarlo todo hasta la primavera”.
Lo cierto es que tal retraso vendría bien ya que la estatua aún no estaba lista, según escribía el arquitecto Muguruza al alcalde Núñez Secos:
“De todos modos, pienso que la estatua se debe de ir montando y dejarla en su sitio; la envolveremos en unos grandes lienzos y que vaya todo tomando pátina para que cuando se inaugure haya todo atado con la Plaza”.[6]
Será Codina, de la Fundición Codina Hermanos, quien se encargue, en noviembre de 1927, del montaje de la estatua, de la que, ya en su sitio, Muguruza pensaba realizar varias fotografías que enviaría a Nueva York, para “calmar las naturales impaciencias de la Sra. Rumsey, que aún tiene el escrúpulo de si estropeará la plaza”.[7]
Capeas. Carnaval 1928
 Así, Trujillo vivió sus siguientes capeas de carnaval, en febrero de 1928, con un Pizarro que ya presidía los festejos a la espera de ser “oficialmente inaugurado” quizás a finales del mes de mayo siguiente, momento en principio propuesto por una señora Rumsey que aún se encontraba delicada de salud.  Tales demoras hicieron que el arquitecto Muguruza escribiera al alcalde trujillano “para rogarle que haga cubrir la estatua de Pizarro con unos lienzos, de cualquier forma, con el exclusivo objeto de que quede patente que está a falta de inaugurar: ya que estarán de paso seguramente amigos de la Sra. Rumsey y, al verla descubierta, pudieran interpretar como que se ha inaugurado”.[8]
No sabemos si tales lienzos ocultaron en algún momento a Pizarro, pero no creemos que los trujillanos se resistieran a enseñar la estatua de su paisano que, ya entonces, suponía un importante reclamo para los visitantes. Porque la espera se alargaba y en mayo tampoco pudo ser. La mala salud de la señora Rumsey hacía dudar de su presencia en mayo o junio, e incluso propuso que la ceremonia se realizara en su ausencia, pero ni el Duque de Alba ni Muguruza lo aconsejaban:
tanto el Duque como yo pensamos que a Trujillo lo que le interesa es inaugurar la estatua al tiempo mismo de hacer público y grandioso homenaje a la persona de Mrs. Rumsey y que por lo tanto no les importará el retraso que sea en realizar la ceremonia, con tal que esta sea asistida por la presencia de la Señora que la motiva”.[9]
E insiste Muguruza en que Pizarro ha de permanecer oculto a todas las miradas:
“No importa que se coloquen como sea unos trapos sujetos a la estatua, pues unos días antes de la ceremonia irá el Sr. Stuyc conmigo y prepararemos, con material de la Fábrica de Tapices, unas grandes cortinas que se descorran fácilmente, quitando previamente los trapos que, ya para entonces, estarán... suaves”.[10]
Además, treinta y cinco kilos de bronce fundido con piezas de Pizarro andaban perdidos desde que fueran facturados desde Irún en agosto de 1927. ¿Qué le faltaba a la estatua?, ¿qué piezas restaban por añadir a Pizarro?, ¿llegó finalmente la caja a Trujillo?. El arca, tan rica en información, guarda silencio.
Y mientras aún se esperaba un acontecimiento al que no se deseaba renunciar, Trujillo vio pasar por sus calles al rey que debía haberlo presidido el año anterior. El 17 abril de 1928, Alfonso XIII almorzaba en Trujillo camino de Sevilla, pero parece que no vio la estatua que sí subió a contemplar cuando pasó por la ciudad en noviembre de ese mismo año. Desde entonces, silencio.
1929 trajo otra nueva primavera y otra oportunidad para agradecer el regalo e inaugurar un monumento que, a buen seguro, ya tendría la pátina que deseaba Muguruza. Trujillo volvía a ponerse en marcha cuando pareció que los protagonistas del evento podrían concurrir a la ceremonia. El rey pasaría por la ciudad a finales de abril o principios de mayo y, desde Estados Unidos, la señora Rumsey también anunciaba su disponibilidad:
“Por fin puedo tener el placer de ir a su encantadora ciudad a dedicar la estatua. Espero que ahí no nos habrán olvidado.
El Duque de Alba me ha telegrafiado que el descubrimiento de la estatua será más o menos al mismo tiempo que la inauguración de la exposición de Sevilla.
Estoy ahora tan solo esperando sus noticias con gran entusiasmo.
Su amabilidad y paciencia conmigo durante mis innumerables retrasos me han encantado y le estoy sumamente agradecida”.[11]
Pero la primavera del 29 fue para España un momento de múltiples y diversos acontecimientos y “había que tomar la vez” si se deseaba contar con la presencia de Alfonso XIII en Trujillo, de luto por el fallecimiento de su madre y que debía además inaugurar y visitar las exposiciones de Sevilla y Barcelona.
“Puedo anticiparle que S.M. el Rey no podrá acudir por su luto y que no sé aún si irá alguna representación del Gobierno”, escribía el duque de Alba al alcalde trujillano a finales del mes de abril. Además, añadía, “Lo único que sé por carta recibida de Mrs. Rumsey es que esta Señora desea que la ceremonia de inauguración sea lo más sencilla posible”. 

¿Año y medio esperando y ahora tendría que conformarse Trujillo con una ceremonia sencilla?. No se resistió la ciudad a celebrar por todo lo alto el regalo recibido y agradecer el gesto de la señora Rumsey, por lo que hubo que renunciar a la presencia real y buscar otras autoridades que realzaran la inauguración, “lo demás hubiera sido un verdadero fracaso y un ridículo espantoso”, escribía Antonio de Orellana y Pérez Aloe, vizconde de Amaya, desde Madrid, al alcalde Núñez a mediados del mes de mayo. Trujillo tendría por fin una gran celebración que permitiría, en los primeros días del mes de junio de 1929, dar por inaugurada, por fin, la estatua de Francisco Pizarro. De nuevo se ponían en marcha los preparativos de la ceremonia una y otra vez aplazada, las invitaciones comenzaban a enviarse, el alojamiento de los invitados a reservarse, se tenían en cuenta mil y un detalles que preocupaban a los protagonistas y a quien, desde Madrid, no dejaba de insistir en que todo estuviera previsto y cuidado: “Supongo te ocuparás de que la tribuna resulte lucida como acordamos, pues es donde van a convergir todas las miradas. ¿Y el banquete, tenéis ya acordado? (...) No dejes de invitar oficialmente al Ministro del Perú, que será huésped mío (...) Por de pronto deben ir las banderas de España, el Perú y EEUU enlazadas (...)  No pierdas de vista la importancia de la comitiva, que debe ser muy lucida pues es el nudo de la fiesta. (...) ¿Y las bandas de música, cuántas van?. Respecto a los banquetes, debéis hacer la lista de invitados (...) ¿Y el caballo para el heraldo?. Encargaré las pelucas para los Reyes de armas (...) aclarar lo del banquete, que es muy esencial. Lo demás, fuegos artificiales, fogatas, etc. son cosas que debéis determinar y ultimar (...) Ya me dicen tenéis pedido reserven 20 habitaciones en la fonda. Muy bien. (...) Luis,[12] mi yerno, piensa ir con cinco aparatos y me dice no se vayan a quedar sin hospedaje los oficiales aviadores (....) ¿Y flores?. Tenéis que requisar las que se puedan para los ramos a las señoras, centros de mesa, etc. ¿Van de Medellín, de Jerez y Lobón? Te dejo porque estoy contagiado de vuestra locura”.[13]
Porque sí, una locura debía ser Trujillo en esos días de finales de mayo intentando que todo estuviera listo, que los mínimos detalles estuvieran cuidados, que los visitantes fueran debidamente atendidos y que la imagen que se diera de la ciudad fuera la adecuada y agradara a la persona a quien, en definitiva, se deseaba homenajear, la señora Rumsey: “Ya le dije que la señora deseaba que la comida fuera de pocos platos, un poco en tipo americano: un consomé, jamón o carne fría y legumbres y pollo; un helado (de fresa, por ejemplo) y nada más como fundamento”.[14]
Además, había que contar con los deseos del Presidente del Consejo de Ministros, el general Miguel Primo de Rivera, que asistiría al acto, aunque el vizconde de Amaya aconsejaba al alcalde Núñez darle “las cosas hechas” y prácticamente cerradas: “Mira que por aquí la gente anda toda medio loca y nadie se acuerda de que existe Trujillo, de manera que lo que no hagamos nosotros, no lo hace nadie”.[15]
Crónica de la inauguración. Nuevo Día. 3 de junio 1929
Y así llegó el día 2 de junio de 1929. El general Primo de Rivera, el infante don Alfonso de Orleans y su esposa, la infanta Beatriz,[16] junto a Mary Harriman Rumsey y otros muchos invitados acudieron a Trujillo. Las crónicas nos cuentan con detalle la ceremonia, los discursos, los banquetes... todo un éxito que cerró el largo camino que se había iniciado en 1925. Atrás quedaron aplazamientos, cambios de protagonistas e incluso algún proyecto inicial que quedó en el olvido, porque nunca más se supo del ofrecimiento que en 1927 se hizo a la señora Rumsey, a través de su representante en Europa, Mario Zayas, de “uno de los antiguos palacios que se conservan aún en pie” en Trujillo, regalo que pareció agradar a la dama americana y que el arquitecto Muguruza veía como una magnífica oportunidad para la ciudad:

 “Si siguen Vds. en la idea, se me ha ocurrido que tal vez fuera eso una base para formar, con ayuda del Patronato de Turismo, un museo de los Conquistadores de Extremadura o algo por el estilo en el palacio que ella seguramente restauraría, haciendo una residencia también para americanos o estudiantes....”[17]
Pero pasó el tiempo y de tal ofrecimiento nunca más se supo. La larga espera quizás hizo que cayera en el olvido y la señora Rumsey no tuvo su palacio trujillano. Aunque con mucho retraso, la ciudad vio por fin inaugurada la estatua y la señora Rumsey sí recibió el homenaje de una ciudad que, agradecida, la tuvo ya como hija adoptiva.
Y entonces empezó la feria.

1929, mayo, 23. Madrid

Querido Pepe: ahí va esta carta dictada con arreglo al protocolo.
Como quiera que los infantes llevan la representación de S.M. hay que hacerlos los honores como si él estuviera en persona. Los infantes van en avión y es preciso, según me dice Luis, manden blanquear bien la T del campo de aterrizaje y los cuatro ángulos marcados bien con blanco y bastante para que sea visible desde arriba. Y vamos a la parte sensible: en el campo tendrán que estar todas las autoridades a esperarlos y como piensan llegar a las diez o diez y media, desde allí habrá que ir al ayuntamiento, que es donde supongo se formará la Comitiva, eso si la Infanta no quiere mudarse de traje, que si no habrá que llevarla a la fonda, de allí al Ayuntamiento y de allí a la plaza.
De ABC me dicen irá un redactor y dos o tres días antes de la inauguración saldrá un trabajito relativo al acto y a Trujillo.
Que haya flores.
¿Qué has pensado de tribuna de convite?. La hacéis en el ángulo del atrio de S. Martín. Esto va a traer muchos piques de no abrir mucho la mano. Tú pensarás.
Puntualiza lo del banquete, que después de la Inauguración será el acto más solemne. Yo no sé si se quedarán los invitados por la noche. Lo dudo como no se fije de noche el banquete y todo esto lo debes acordar con el Presidente y con tiempo.
No te distraigo más pues ya con esto tienes royo.
Recuerdos y te abraza tu primo
Antonio
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357)





[1] Carta de la señora Rumsey al alcalde de Trujillo. París, 14 de junio de 1926. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[2] Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1529, pág. 87.
[3] Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357. Se presentaron al concurso 79 trabajos, que el arca conserva, publicándose los premiados en una “edición de lujo” de cien ejemplares.
[4] Nuevo Día. Diario de la Provincia de Cáceres. 2 de agosto de 1927.
[5] Unión Patriótica. Nº 26. 15/10/1927, pág. 27. Parece que la idea inicial era que Alfonso XIII asistiera a la inauguración de la obra de Rumsey coincidiendo con su visita a Mérida, visita que finalmente se realizó en diciembre de 1927.
[6] Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 21 de octubre de 1927. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[7] Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 25 de noviembre de 1927. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[8] Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 9 de abril de 1928. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[9] Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 26 de abril de 1928. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[10] Ibid.
[11] Carta de Mary Rumsey al alcalde de Trujillo. s/f. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[12] Luis Moreno Abella, marqués de Borja, casado con Soledad de Orellana Núñez. Con el coronel Alfredo Kindelán, que transportó en avión desde Getafe a don Alfonso de Orleans y a su esposa la infanta Beatriz, el comandante Moreno Abella dirigió la escuadrilla de aviones que participó en la celebración.
[13] Cartas del vizconde de Amaya al alcalde de Trujillo.  Madrid, 13, 16 y 17 de mayo de 1929. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[14] Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 23 de mayo 1929. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[15] Carta del vizconde de Amaya al alcalde de Trujillo.  Madrid, 24 de mayo de 1929. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[16] Ambos había estado ya en Trujillo a principios de abril acompañando a la reina de Rumanía y a su hija la princesa Ilena. Camino de Sevilla, fueron recibidos por el alcalde Núñez Secos y visitaron la plaza y su estatua. Tras un te servido en el hotel Cubano, marcharon hacia Mérida.
[17] Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, ¿Septiembre? 1927. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.