26 de julio de 2022

Santa Isabel y San Miguel, el convento de las encerradas

    Llegaron las religiosas dominicas a Trujillo a finales del siglo XV de la mano de los frailes de la Encarnación, de su misma orden, deseosos de crear en la ciudad un convento femenino. 
    Fray Francisco de Toro, prior de la Encarnación, será su gran valedor, consiguiendo que las entonces beatas, “derramadas por no tener casa dispuesta donde se ençerrasen e estubiesen, segund convenía a su regla e religión”, obtuvieran de la Corona el edificio y las rentas de la sinagoga tras la expulsión de la comunidad judía. No se atendía de este modo el deseo de la ciudad de que dicho edificio se convirtiese en una nueva parroquia que cubriese las necesidades espirituales del espacio al sur de la plaza, ocupado ahora por cristianos que mayoritariamente se convertían en feligreses de la entonces pequeña iglesia San Martín. 
    Los domingos y días de fiesta, decía la ciudad, los fieles del arrabal “no caben en la dicha yglesia de Sant Martín ni pueden ver ni oyr misa ni las oras divina” y un nuevo templo parecía más necesario que un nuevo monasterio de monjas, “porque ay tres o quatro casas de religiosas que bastan en la dicha çibdad”. 
    No sabemos qué razones trasladó a la Corona el corregidor de Trujillo, Álvaro de Porras, a quien se comisionó en 1492 obtener información precisa de cuál de ambas opciones cubriría mejor las necesidades de Trujillo, pero lo cierto es que las beatas dominicas “se ençerraron y están en el monesterio de Sancta Ysabel de la dicha çibdad, que primero hera casa y synoga de los judíos della” ya en noviembre de ese mismo año, fecha en la que reciben el edificio y lo a él anexo por parte los Reyes Católicos, “porque la priora e monjas que agora son o fueren de aquí adelante en el dicho monesterio tengan cargo de rogar a nuestro Señor por nuestras vidas e estado real e del prínçipe e infantas, nuestros muy caros e amados hijos”.
    Aunque el monasterio de Santa Isabel se amplió con algunas de las casas limítrofes apenas dos años después, las monjas debieron buscar en 1528 un nuevo espacio donde construir un edificio que cumpliera mejor con sus necesidades de retiro, propuesta apoyada por el concejo que consideraba 
“...que la casa en que al presente moran las religiosas del es muy pequeña e que no tienen lugar ni sitio onde se pueda edificar más e que según las muchas religiosas que ay e de cada día se reçiben, querrían mudar el dicho monesterio a parte onde le pudiesen edificar bueno e fazer buena yglesia y que las monjas e que las monjas (sic) que estuviesen en él fuesen ençerradas y bivan tan onestamente como su religión requiere”. 
   Y así, las monjas “encerradas” de Santa Isabel iniciarán en 1529 la construcción de su nuevo monasterio en un espacio popular, al final de la calle del Pozuelo, donde ésta se juntaba a la calle de San Miguel, lugar de mesones, allí donde una pequeña capilla se dedicaba al primero de los arcángeles de Dios. 
Convento de San Miguel. Trujillo
    La obra aún continuaba en 1541, recibiendo entonces nuevas ayudas del concejo, que financió gran parte de la construcción, aunque sabemos que ya en 1539 la comunidad dominica residía en el nuevo edificio 
“El estandarte. Este día, los dichos señores justiçia e regidores dixeron que por quanto el monesterio de Santa Ysabel desta çibdad que se pasó a San Miguel a pedido el estandarte que la dicha çibdad tiene, que se puso e sacó para las honras de la enperatriz reina nuestra señora, que gelo mandan dar al dicho monesterio porque tenga cargo de rogar a Dios por el ánima de la dicha señora enperatriz”. (16/8/1539)
    Con apenas 16 años, Francisca Altamirano tenía claro que deseaba pasar el resto de su vida entre los muros de un convento, dedicada a la oración y el estudio. Podría haber sido en el monasterio de San Francisco, el de la puerta de Coria, en el que profesó hacía ya muchos años su tía Catalina de Mendoza, o en las jerónimas de Santa María, en San Pedro, en el de las franciscanas de la Concepción o en el nuevo de las descalzas de San Antonio. Pero su elección la llevó a Santa Isabel, aunque ya entonces casi nadie se refería al convento dominico con ese nombre. Para todos los trujillanos, también para sus religiosas, era San Miguel.
   En marzo de 1575, Francisca Altamirano, hija de Gonzalo de Torres Altamirano y Francisca de Hinojosa Carvajal, comenzó su formación en la comunidad de beatas de la Orden de Santo Domingo. 
     Cuatro años después estaba lista para profesar y así se lo hizo saber la priora, sor María de la Encarnación, al deán y cabildo de Plasencia (entonces sede vacante) a quiénes solicitó desde Trujillo que realizasen los trámites exigidos por el Concilio de Trento para que  constase la libre voluntad de la beata novicia “y lo demás que es neçesario”. 
   Comisionado para ello, el vicario de Trujillo, Alonso de Rodas, acudió al monasterio de San Miguel en compañía del notario Juan Calderón. Junto a la reja que da a la iglesia, la priora acreditó que la novicia había permanecido cuatro años en el convento, contenta y siguiendo las reglas y constituciones de la Orden. Con la experiencia que le daban sus sesenta años, la priora consideró que Francisca era conveniente para el monasterio y el monasterio conveniente para Francisca, “donzella humilde y virtuosa y de apazible condiçión”.  De la misma opinión fueron sor María de la Natividad, la supriora, y sor María de la Presentación, beatas profesas en el convento.
San Miguel.
Iglesia del convento de San Miguel

    Faltaba saber los deseos de Francisca, si permanecía firme en su decisión de profesar, si se sentía capaz de vivir en comunidad, con sus trabajos y cargas, bajo las reglas de la Orden. El vicario tomó su testimonio con la puerta abierta, dejando claro que nada ni nadie debía obligarla y Francisca lo tuvo claro. Unos meses después, Francisca renunció a todos sus bienes presentes y futuros en manos de su padre Gonzalo, quien completó los 500 ducados de dote que permitieron a su hija profesar en el convento de San Miguel. 
    Francisca Altamirano ya era Francisca de la Anunciación.

1578, diciembre, 6. Trujillo
E después de lo susodicho, estando en el dicho monesterio, a la red que sale a la yglesia, el dicho señor Alonso de Rodas, vicario juez comisario, en cunplimiento de la dicha comisión, mandó paresçer ante si a la dicha Françisca Altamirano, a la qual puso en su libertad abierta la puerta del dicho monesterio, de la qual reçibió por ante mi el dicho notario juramento en forma devida de derecho y ella lo hizo puniendo la mano derecha en la cruz e prometió dezir verdad. E siendo preguntada por el dicho señor vicario cómo se llama e qué tanto tiempo a que está resçebida en el dicho monesterio, dixo que se llama Françisca Altamirano y que es hija de Gonçalo de Torres Altamirano, vezino desta çiudad y que por el mes de março primero venidero de setenta y nueve haze quatro años que fue reçebida y le dieron el ábito en el dicho monesterio y que en todo el dicho tiempo esta declarante a entendido y visto las reglas y constituçiones del dicho convento y las a llevado y pasado por ellas y permanesçido y quiere permanesçer en el dicho monesterio de su propia, libre y agradable voluntad y que para ello no a sido forçada ni induzida ni apremiada por persona alguna e que tiene muy bien cunplido el año del noviçialgo e que esta declarante tiene hedad de diez y nueve años cunplidos poco más o menos según lo a oydo y entendido de su padre y deudos e que esta declarante tiene por cosa çierta y averiguada que la dicha casa y monesterio de las beatas de señor Sant Miguel donde hasta agora a estado le conviene bien para su contento para servir más libremente a Nuestro Señor para la consolaçión de su ánima. Y que esta declarante entiende que tanbién es conviniente para el serviçio del dicho convento y que esta declarante a deseado muchos días a y desea profesar en la dicha horden con muy entera voluntad y que para ello no a sido ynduzida ni forçada de persona alguna. Y que esta declarante sabe que el dicho convento está satisfecho de la docte que su padre mandó por su entrada y reçibimiento en el dicho monesterio e que ésta es la verdad de lo que pasa y sabe so cargo del juramento que hizo. Y el dicho señor vicario tornó a repreguntar otra vez a la dicha Françisca Altamirano que mirase a lo que se obligava y a los trabajos y cargas que tienen las relijiosas y que agora, antes que profesase, de mirar lo que le está mejor, la qual dixo que con todo esto quiere y desea hazer la profisión porque entiende que para su salvaçión es lo que mejor le está. Y luego yncontinente, el dicho señor vicario tornó a requerir a la dicha Françisca Altamirano que mirase y entendiese a lo que se obligaba en querer profesar por los trabajos y cargas que ay en la religión y le hizo tornar a leer su dicho otra vez delante de Christóval Solano y Hernán Martín Merlín, veçinos de la dicha çiudad, que presentes estavan, y se le leyó de verbo ad verbun, la qual dixo y declaró que su libre voluntad hera de resçebir la dicha profesión en el dicho monesterio como dicho tiene y en ello se ratificó y lo firmó de su nombre y ansí mismo lo firmó el dicho señor vicario. Françisca Altamirano. Alonso de Rodas. Ante mi, Joan Calderón, notario.

(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos de Pedro de Carmona. 1579. Fols. 18r-20r.)