25 de septiembre de 2023

El espolón, la calle Gargüera y la puerta del Sol

    El espolón, lugar hoy de paseo, “un pedazo de muralla y al fin de ella una torre alta”, servirá desde 1736 de “mirador para más extensión y divertimento” de las monjas del convento de San Francisco el Real de la Puerta de Coria, a quienes ese año cede el concejo su uso. La torre que lo cierra en su extremo estaba entonces arruinada en gran parte y por ella era fácil acceder a la huerta del convento, alterando su paz y su clausura. 
    Hacía mucho tiempo que había perdido su sentido militar y de poco serviría después en la guerra con la que se iniciaría el siglo siguiente, pero hubo un momento en que Trujillo tuvo sus ojos puestos en este espolón y el concejo no fue tan generoso como lo sería siglos después con las religiosas franciscanas. Era otra ciudad, eran otros tiempos, y el valor de ese trocito de muralla era bien distinto a los ojos de rivales en los bandos trujillanos.
El espolón, murallas y puerta del Postigo
    Junto a él estaban en el siglo XV las casas de Juan Sánchez de Arévalo, cuyos corrales llegaban a la muralla y que fueron adquiridas a sus hijos por Francisco de Hinojosa y su esposa doña Juana de Solís. En Zalamea de la Serena, en febrero de 1461, Francisco y Juana firmaban la carta de compra y poco después, en Trujillo, tomaba posesión de las mismas Álvaro de Hinojosa en nombre de su hijo y su nuera. Parece que nada se hizo entonces aunque algún anciano recordaba años después haber visto subir piedras “a las dichas casas por ençima del muro desta çibdad con un torno que le traían unos bueyes e con unas maromas gruesas”, pero nunca Hinojosa convirtió aquellas casas en su morada. 
    Lo maravilloso de abrir varias de las arcas que guardan nuestra historia –varios archivos- es que a veces nos permiten mirar por ventanas y observar de cerca lo que otros vieron y hoy resulta difícil imaginar y nos permite corregir errores que una y otra vez se han repetido. 
    Desde el espolón se ve hoy la inmensa penillanura que se abre más allá del berrocal y el cementerio que desde el siglo XIX fue ocupando la huerta del convento de la Coria y el espacio en torno a la antigua iglesia de San Andrés. 
    Aquellas piedras sueltas y las casas que compró Francisco de Hinojosa estaban sesenta años después “en lo más solo e despoblado de la villa desta dicha çibdad”, pero era un lugar frecuentado por los trujillanos. 
    Contemos la historia. Muerta la esposa de Francisco de Hinojosa, contrajo nuevo matrimonio con doña Juana de Sotomayor, hija de Luis de Chaves el viejo, “muchacha muy hermosa y ricamente dotada” dicen los cronistas, siendo Francisco “muy viejo y anciano”.  
    Tras la muerte de Francisco de Hinojosa en 1489, las casas que compró junto al espolón fueron poco a poco arruinándose, ocupadas un tiempo por un aguador llamado Benito. Los corrales se sembraron a veces con espinacas y hortalizas de invierno. En ellos, permanecía una higuera “junto al muro, hacia el rincón del espolón”, un espacio que, abandonado, servía de lugar de recreo a los trujillanos que a él se acercaban para jugar “al mojón y al herrón” y a la ballesta en los días festivos, lo mismo que a los pies de estos muros, fuera de la ciudad, donde “se salen allí de ynbierno e de berano a holgar muchas personas desta dicha çibdad”.
    Ahí, en esas casas arruinadas que compró su padre y otras adquiridas a los Valverde de Berzocana, también caídas (“porque eran de muchos herederos y eran pobres”), será donde el hijo de Francisco de Hinojosa y doña Juana de Sotomayor, Gutierre, comience a hacer
sus casas hacia 1522. 
Gutierre de Sotomayor fue valiente y pendenciero, en opinión de algunos de sus vecinos, hombre principal y caudaloso, a decir de muchos y miembro significativo de la parcialidad de los Chaves. 
    Sus contrarios, la parcialidad de los Vargas, se esfuerzan en ese momento para que en la casa de Luis de Chaves, junto a la puerta de Santiago, no se alce un segundo muro que la proteja aún más. A esta queja sumarán la construcción que Gutierre de Sotomayor (primo hermano de Juan de Chaves, padre de Luis) está realizando junto al espolón, en la calle Gargüera.
Actual calle Gargüera

Hoy, la calle de este nombre discurre, a trozos encajonada, entre la calle Santa María y la calle de los Naranjos, lejos de su ubicación inicial. Quizás la construcción del cementerio la “empujó” (o al menos su nombre) hacia donde hoy está, pero siempre fue preocupación de la ciudad su mantenimiento.  
“Calle. Muchos veçinos desta çibdad suplican manden adereçar la calle de Gargüera” (1521).
 “Que se adereçe la calçada de la calle de Gargüera a la puerta de los Piçarros e se quiebre una lancha que está allí perjudiçial e cometiose a los señores Juan Piçarro e Diego de Hinojosa, regidores” (1536).
    Sancho de Carvajal, Francisco Altamirano, Álvaro Pizarro y Alonso de Valverde, regidores de la ciudad en 1522, junto a Luis de Carvajal, su hermano Alonso García de Vargas, Juan García de Vargas, Gonzalo de Ocampo, Juan Pizarro, Francisco de Bonilleja y Francisco de Carvajal, firmarán el poder que confería a Lope de León su representación para conseguir no solo que Luis de Chaves destruyese lo hecho en su casa sino para que igualmente Gutierre de Sotomayor desistiese de continuar la construcción de unas casas nuevas, aprovechando los cimientos de las anteriores. 
    Nada tendrían contra este edificio en la calle Gargüera, “que es calle prinçipal de la dicha çibdad”, si no fuese por las pretensiones de Sotomayor de “añadir” a sus casas suelo de la ciudad. Y no cualquier suelo, porque lo iniciado hasta entonces había unido a la construcción dos torres y el propio espolón. Además, los muros de sus corrales, añadían en su queja, dificultarían el paso por la puerta del Postigo, que se abre cerca del espolón, e igualmente la casa añadiría ciertos impedimentos al tránsito por la propia calle Gargüera.
El arca del Archivo de Simancas conserva los interrogatorios realizados a los testigos presentados por ambas partes, en los que cerca de 30 personas, algunos de avanzada edad, responden al licenciado Almodóvar, juez comisionado para entender en el asunto, a quien se había mandado ir a Trujillo y comprobar “por vista de ojos” cómo era el edificio que Gutierre de Sotomayor hacía en sus casas, si parte del espacio construido era suelo público, si ocupaba los adarves y torres de la cerca, si cerraba el paso por la puerta del Postigo y si de todo ello vendría perjuicio a la ciudad y sus vecinos.
Puerta del Postigo

    Y en esas respuestas de afines a una u otra parcialidad y de quienes se declaran ajenos a tales enfrentamientos, en esas respuestas que parecen repetirse, encontramos esas pequeñas ventanas que nos cuentan cómo era ese rincón de la ciudad, qué juegos entretenían a los trujillanos, cuáles eran sus temores, cuáles sus amigos y enemigos. 
    Ciertamente, Sotomayor había ocupado dos torres y el propio espolón, así como la escalera que daba acceso a esta parte de la muralla; suelo, torres, adarves, espolón y escalera que Juan de Vargas había tenido siempre como propiedad de la ciudad, y así lo había visto “enalmenar y encalar como cosa que hera suya”. Alonso de Hinojosa no creía que la casa perjudicara el paso por el Postigo, “antes pueden entrar por la puerta del dicho Postigo carretas y bestias”. Francisco Solano, ciego, incluso había llegado “con la mano” al dicho Postigo y aún recordaba la higuera de los corrales, mientras que Pedro de Gironda recordaba haber oído a su padre, Alonso Gil de Gironda, cómo en tiempos de "guerras y bandos” la puerta a veces se cerró con las piedras de las paredes cercanas.
    El día tres de junio de 1523 el juez visitó el sitio y las obras. Subió por la escalera, anduvo por el andén y comprobó que estaba “atajado” con una pared de piedra y barro que lo unía a las casas de Sotomayor, en las que encontró incluidas dos torres y el espolón. Todo almenado y encalado. Luego, “salió por la puerta del dicho Postigo y vido el lienço del muro e çerca de las dichas dos torres y espolón”. 
    Muchos confirmaron que no sería nada nuevo añadir a una casa parte de la cerca y repitieron los muchos casos que podían verse en la ciudad.
    ¿Qué tenía entonces de especial lo pretendido por Gutierre de Sotomayor para que despertara el rechazo de otros caballeros?. 
    Tras una etapa de “entente cordiale” en los años anteriores entre las dos parcialidades de la ciudad, los Chaves y los Vargas, en los que el servicio al emperador Carlos y su causa parece unirles, de nuevo resurge lo que nunca desapareció. No me tienen buena voluntad, dice Gutierre de los quejosos. Les mueve el “odio y dañamiento” a los suyos y a sus deudos. Pero lo cierto es que ellos dan buenas razones.
    Controlar el espolón y las dos torres supone tener igualmente el control de tres de los accesos a la ciudad por esta zona, la puerta de Hernán Ruiz (hoy del Triunfo), la propia puerta del Postigo y la puerta de Coria. Con escopeteros y otra artillería que pusiese en las torres y el espolón, dice Diego Méndez, dominaría las puertas y podría “hazer mucho daño a los que salieren por ellas e que desde el dicho espolón pueden hazer mucho daño a los que estuvieren jugando o olgando en el suelo abaxo del”. Podría incluso perjudicar a la propia fortaleza, dice Juan de Vargas, pues parte de sus suministros entraban por la puerta de Hernán Ruiz y seguían por la calle Gargüera, por lo que acabado el edificio “seyendo él cavallero prinçipal en esta dicha çibdad como lo es, podría defender e defendería desde él que no subiesen por la dicha calle”. 
    Quizás el argumento más claro de la oposición a la ocupación de Sotomayor lo expuso Francisco de Loaisa. De 70 años de edad, dice ser pariente de Gutierre pero “de la parentela de los cavalleros de Vargas desta çibdad”. Él, como otros muchos caballeros de la parcialidad, como la propia familia de los Vargas, vive en la “villa”, de los muros adentro. Si Gutierre de Sotomayor dominara estas tres puertas desde su casa, “no les queda a la parçialidad de los cavalleros de Vargas, sy los tienpos se rebolviesen, puerta alguna en la dicha çibdad por donde puedan salir”. Porque, dice, desde el alcázar se dominan tres puertas, la puerta Alba al norte, la puerta del Sol al este y la puerta de puerta de San Juan, hacia la plaza del arrabal. En cuanto a las demás, “la puerta de Santiago la tiene e señorea Luis de Chaves el mayorazgo, veçino de la dicha çibdad, con dos torres fuertes que tiene en ella, y la puerta de Santa Cruz la tiene e señorea Álvaro de Escobar, vezino de la dicha çibdad, con una casa fuerte que tiene sobre ella, y la casa del alcaçarejo que es de Hernand Alonso Altamirano, veçino de la dicha çibdad señorea la puerta de Santa Cruz de la dicha çibdad, por manera que no les queda puerta ninguna por donde puedan entrar ni salir en esta dicha çibdad...”. 
    Hoy ya no existe la puerta de Sol (a la que erróneamente se identifica con la puerta de Santiago) quizás porque su situación en la muralla hacia un espacio escasamente habitado en el entorno de la iglesia de Santo Domingo, hizo innecesario su mantenimiento. Pero entonces era una de esas ocho puertas de las que algunos hablan y, como las demás, objeto de preocupación de la ciudad, que en 1534 encargaba al cantero Benito de Aguilar que realizara la calzada que “dende la puerta del Sol que va a Santo Domingo”. 

1535, febrero 5. Trujillo
Medida de tapias de calçadas. En seys días del mes de hebrero del dicho año, por mandado del dicho señor teniente, Pedro Cavallero, carpintero veedor e yo el dicho escrivano, fuymos a medir la calçada que Benito de Aguilar a fecho a la puerta del Sol hasta Santo Domingo; y medidas se halló que ovo çiento e quarenta e ocho tapias reales, con que acabe un poquito de calçada que le quedó señalado. E así mismo se midió otra calçada que a fecho a la Cruz de los Ángeles y hallose que ovo çiento e çinquenta e ocho tapias, con que haga junto al brocal de la fuente de Olalla un pedaço de calçada que fue muy nesçesario. Que son por todas trezientos e seys tapias reales.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 20.14, fol. 253r.)

Espolón
    Gutierre de Sotomayor hubo de abandonar la ocupación del espolón y las torres de la muralla. El licenciado Diego de Almodóvar vio el lugar, oyó a las partes, “la una parte contra la otra e la otra contra la otra”, y tuvo claro que el adarve, las torres y el espolón habían de quedar “libre y hesento y desocupado” como antes lo estaban y que de realizarse la casa como en ese momento estaba, perjudicaría el paso por la calle Gargüera. Consideraba que debería ordenarse destruir la pared que cerraba el espacio ocupado dejando en manos del Consejo las decisiones finales.
    Suponemos que se atendió a su opinión, que Gutierre de Sotomayor no ocupó el espolón y que permaneció como espacio público de la ciudad hasta que se convirtiera en “mirador” y “divertimento” de las monjas franciscanas.