17 de mayo de 2020

1918. Aquella otra pandemia

Tiempos difíciles. Tiempos de extrañamiento, dolor y confinamiento. Tiempos de incertidumbres y de necesaria determinación. Tiempos de aprendizaje y de pensar en sociedad y comunidad. Nuevos y duros tiempos que afrontar con prudencia y firmeza.
Y el arca vuelve a abrirse para mostrar que hubo otro tiempo en el que “se enterraban sin toque de campana ni acompañamiento de Iglesia”; aquello ocurría cuando en otros países de una Europa dolorida llevaban muriendo miles de personas en cada uno de los meses de los últimos cuatro años.
Y en esos tiempos modernos, terriblemente modernos para matar a seres humanos en guerra, no solo el arca recogerá las noticias de una nueva “pestilencia” que hará enfermar la ciudad y sus arrabales, la tierra de Trujillo, los campos y las ciudades de España y el mundo.
Todo comenzó en tiempo de primavera (al menos entonces es cuando en la provincia de Cáceres se advierte su aparición), en 1918, cuando seguían tronando los cañones en Europa, cuando el terrible gas arrasaba vidas con la misma crueldad y contumacia que los bombardeos y los ataques y contraataques de ejércitos que morían a millares enfangados en trincheras. Un conflicto en el que España estaba ausente beneficiándose de una obligada neutralidad mientras se recuperaba de las últimas pérdidas coloniales y se desangraba a impulsos en las guerras de África. Cuando aquella cruenta guerra daba signos de que podía dirigirse a su final, la muerte parecía no sentirse satisfecha y una enfermedad tan desconocida como ocultada comenzaba a aparecer.
La Opinión. 1918
La situación de conflicto hizo que aquella enfermedad, que segaba con rapidez miles de cuerpos maltrechos por el conflicto, la escasez y los padecimientos de la propia guerra, se extendiese por trincheras y frentes, por ciudades y países enfrentados. Y a los males y padecimientos, ninguno de los países en conflicto quiso añadir uno más que pudiera desmoralizar a las ya de por sí abatidas y frustradas tropas, absolutamente agotadas. Por ello ni se la quiso nombrar ni hacerla visible. Y un país en paz, también asolado por pobreza, sequía y carestía en el campo, por conflictos y desigualdad, tendrá el triste honor de darle su nombre: la “gripe española”.
Lluis Bagaria. El Sol. 1918
La “fiebre de Flandes”, decían en los hospitales alemanes, o la “muerte púrpura” que mataba en Estados Unidos, mientras que aquí los titulares de la prensa nos hablan, a finales de mayo, de la “enfermedad de moda”, una moda que se extiende por el mapa peninsular, tan pegadiza y contagiosa como la canción que triunfaba en Madrid y que toda la corte tarareaba, el “soldado de Nápoles” del maestro Serrano. Era entonces un padecimiento leve,  la “fiebre de los tres días”, tratada al principio con una cierta chanza que hizo que los cacereños se refirieran a ella como “los dineros de Vitórica”, recordando las grandes sumas repartidas por toda la ciudad por el candidato Juan Vitórica Casuso para asegurarse los votos en las elecciones de febrero de ese año.
Se iniciaba junio y Trujillo comenzaba a tener casos de esa “grippe o enfermedad de moda”, aún sin nombre concreto, cuyas consecuencias no eran otras que “las molestias que proporciona la fiebre de alta temperatura” que obligaba a guardar cama un día o dos, según la prensa local.  Pero poco a poco, y con la misma rapidez que apareció en la ciudad, el mal se fue alejando y el verano se inició con las rutinas de otros años.

La feria de ganado de septiembre llegó con los espectáculos de siempre, con cinematógrafo en la plaza y en el salón “La Novedad” desde el sábado 14 al lunes 16, bailes y música de la banda municipal los tres días de la feria. Incluso un festejo taurino dio realce a la fiesta, aunque para el crítico local los seis toros-novillos fueron realmente “seis solemnísimos bueyes, más propios para el yugo del carro que para corridas”. Y resulta extraño que Trujillo estuviese de feria y que se alabase en la prensa la gran afluencia de forasteros que a ella acudieron, cuando las noticias de un nuevo brote de la gripe llegaban desde puntos diferentes de España y esta vez  su rostro no era tan amable. En Béjar ya había enfermos el 11 de septiembre y algunos pueblos de la provincia anunciaron pronto la presencia de la gripe entre sus vecinos.
Es entonces, al terminar septiembre, cuando Trujillo comienza a tomar medidas contra la epidemia (adecuar en la Plaza de Toros una sala de observación y la compra de una estufa de desinfección y un pulverizador para ella) y en la prensa local el farmacéutico de Trujillo, Práxedes Corrales, trataba de explicar a sus vecinos las características del enemigo a batir y las medidas preventivas, de profilaxis y tratamiento que habrían de tenerse en cuenta para hacer frente al “bacilo de Pfeiffer”.
“...se trasmite por las corrientes de aire que arrastra las pequeñas gotas de saliva, que escapan en el acto de la conversación (...) goza de la común propiedad, de aposentarse con preferencia en organismos debilitados, en convalecientes de infecciones pectorales (...) se dará lugar preeminente á la desinfección de la boca y vías respiratorias, mediante enjuagatorios y gargarismos con líquidos desinfectantes (...). Se evitarán las aglomeraciones, cuidando de respirar atmósferas viciadas (....); las habitaciones de los enfermos serán amplias y ventiladas, embalsamadas mediante unos gotas de eucaliptol, en el que se hayan disuelto unos centigramos de mentol, que se arrojarán en derredor de la cama del enfermo”. (Práxedes Corrales. “Profilaxis de la gripe”. La Opinión.  Núm. 562. 23/9/1918, pág. 1)
La Opinión. 1918
Aislamiento y limpieza se recomendaba desde el Gobierno Civil al ayuntamiento de Trujilllo. Aislamiento de enfermos y aún de convalecientes (más peligrosos al no inspirar en los sanos los recelos que sí infundían los enfermos) y limpieza por riego o barrido con serrín mojado para evitar el polvo de calles, edificios públicos y viviendas privadas. Y a ello se aplicó el ayuntamiento ordenando su alcalde, Antonio Nevado Bejarano, mediante bando, la limpieza y desinfección de establos, el traslado del estiércol a las afueras y la prohibición de arrojar aguas y suciedades a las calles.
De una extraña familiaridad, por ya conocidas y vividas en esta primavera del 2020, nos resultan muchas de las medidas tomadas en ese momento, cuando septiembre daba paso a octubre con el cierre de Universidades y centros escolares, suspensión de juicios orales, prohibición de toda clase de fiestas, espectáculos y aglomeraciones, ferias y mercados, puestos de desinfección en las estaciones de ferrocarril, cierre de la frontera con Portugal...
Y sin embargo, aún parecía estar lejos el peligro y el 3 de octubre, jueves, aún hubo mercado, aunque en el campo de San Juan, y en Huertas de Ánimas se celebraron las fiestas del Rosario con “buen número de personas”. Porque Trujillo aún no tenía casos y quizás recordase la benignidad de la gripe de primavera.  Pero era mejor prevenir y aunque, como señalaba la prensa local, Trujillo era “uno de los pueblos más higiénicos de España, que cuenta con abundancia de aguas para el riego y limpieza de sus calles y buen alcantarillado”, el ayuntamiento comenzó a tomar las medidas necesarias:

1918, octubre 8. Trujillo
Después de amplia discusión, por unanimidad fueron tomados los acuerdos siguientes:
Primero: Que por telégrafo se pidan dos estufas de desinfección y tres pulverizadores y que al confeccionarse los nuevos presupuestos se vea la forma de consignar en los mismos cantidad suficiente para instalarse un servicio sanitario completo.
Segundo: Que los mercados que celebran en esta población los jueves y domingo de cada semana sean suprimidos desde el próximo hasta que desaparezca en esta Región la epidemia reinante.
Tercero: Que se acordone esta población y el Arrabal de Huertas de Ánimas, estableciéndose Estaciones Sanitarias en la Plaza de Toros y en un local al sitio del Regajo en Ánimas, que serán las únicas entradas.
Cuarto: que en cada una de las Estaciones Sanitarias haya un médico de guardia para el reconocimiento y desinfección de los que traten de entrar en la población.
Quinto. Que se acepte y de las gracias á los médicos libres de esta Ciudad por el ofrecimiento que de sus servicios hicieron á este Ayuntamiento, desde los primeros momentos en que se tuvo conocimiento de la existencia de la grippe en esta ciudad.
Sesto. Que se organicen los servicios siguientes:
1º Desinfección
2º Teniéndose en cuenta el número de vecindario de los cinco grupos diseminados que integran la población, que sea adscrito al servicio del Arrabal de Huertas de Ánimas otro médico.
3º Que el servicio médico alterno, que se viene prestando en los Arrabales de Magdalena, Belén y San Clemente, sea diario y que por los médicos que los asistan se tomen las medidas que crean necesarias dando cuenta á esta Corporación.
Séptimo. Que se nombre personal que sea necesario para acordonamiento de esta población y del Arrabal Huertas de Ánimas.
Octavo. Que estos acuerdos se sometan a la aprobación de la Junta de Sanidad, por si considera necesario ampliarlos, para que acuerde las medidas científicas para su aplicación y si lo cree necesario que invite á los estudiantes de los últimos años de medicina, que hay en esta Ciudad, para que auxilien á los médicos y
Noveno. Que desde el día de mañana se proceda á ejecutar en la Plaza de Toros, que según el presupuesto del Arquitecto se eleva á pesetas mil cien, para habilitar dos habitaciones para que sirvan de Estación sanitaria fija, de acuerdo con lo propuesto por la Junta de Sanidad.
Y no habiendo más asuntos que tratar, se levantó la sesión á la una.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1523, tomo II,  fols. 6r-7r.)

La Opinión. 1918
No, esta vez la gripe no era una moda, ni un “soldado de Nápoles” pegadizo y popular,  y la gente moría en Montánchez, Logrosán, Herguijuela, Cañamero o Zorita, pueblo este al que había acudido, para ayudar, el médico de Trujillo don Carlos Míguez y al que marcharon, por disposición del obispo, los sacerdotes don Juan Tena y don Sebastián Valentín Casares por encontrarse enfermos el párroco y coadjutor de aquel pueblo. Y finalmente llegó a la ciudad, regada cada día mañana y tarde, cerrada a los forasteros si no eran fumigados previamente y  sin fiestas de la Victoria. Y aunque no fueron muchas las víctimas de la gripe en Trujillo (48 defunciones se registraron en total en la ciudad y sus arrabales a lo largo del mes de octubre, cuando en el mes de agosto los fallecimientos fueron 20, o 22 en el mes de noviembre), no eran ahora niños o ancianos quienes sucumbían como otras veces, sino jóvenes sanos con edades que otras epidemias habían respetado.
Noviembre se llevó la gripe y acabó con la guerra. Atrás quedó un mundo herido que tardaría en recuperarse.
En 1918, en Trujillo, no hubo aplausos pero sí gratitud y reconocimiento impagable a quienes velaron por su salud, a quienes cuidaron de sus enfermos, seguro que muchos más de los que el arca se encarga de recordarnos:

1918, diciembre 24. Trujillo
Sanidad. Que á los practicantes que prestaron servicios en las estaciones Sanitarias durante la última epidemia de grippe, se les pague a razón de dos pesetas cincuenta céntimos diarios durante el tiempo que prestaron dicho servicio. Según la relación que presenta el Sr. Alcalde, son D. Joaquín Cebrián, D. Manuel Casillas, D. Francisco Delgado y D. Antonio Flores.
Que á el practicante de la beneficencia municipal, D. Obdulio Colina, que prestó el mismo servicio, se le retribuya con sesenta pesetas.

1918, diciembre 31. Trujillo
Beneficencia. Que al practicante de la beneficencia Municipal del Arrabal Huertas de Ánimas D. Bernardo Andrade Fernández, se le den sesenta pesetas por los servicios extraordinarios que prestó en la epidemia de gripe. (...)
Que se haga constar en acta lo satisfecha que está la Corporación de los servicios prestados por los médicos de la Beneficencia Municipal y los libres de esta población, que expontaneamente ofrecieron los suyos desde el primer momento y que todos prestaron, por riguroso turno, en las dos estaciones sanitarias que se tuvieron con motivo de la última epidemia de grippe y que por atentas comunicaciones se les haga saber dándoles las gracias.
Los médicos que prestaron el servicio donde la Beneficencia municipal D. Guillermo Cáceres Miñas, D. Carlos Míguez Barcia, D. José Blázquez Pedraza, D. Nicolás Parejo Benito y D. Teodoro Villanueva Rodríguez.
El Forense D. Filiberto Calvillo León.
El Subdelegado de Medicina D. Julio Laguna Jiménez. Médicos libres D. Vicente Elías Núñez y D. Juan Arroyo Guerrero.
Y que también se den las gracias al médico que no ejerce la profesión, D. Lázaro Rodríguez, el que espontaneamente prestó servicio en varias ocasiones.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1523, tomo II,  fols. 28v. y 30)