27 de noviembre de 2022

El entierro del obispo

     En el ayuntamiento celebrado en Trujillo el 23 de junio de 1747, presidido por el corregidor don Manuel Faustino de Salamanca, el escribano recogió la lectura de la misiva enviada a la ciudad por el nuevo obispo de la diócesis placentina, don Francisco de Bustamante. En ella, el hasta entonces obispo de Barbastro comunicaba su nombramiento como prelado de Plasencia,
“...ofreziendo a la ziudad el maior deseo de manifestar el singular gozo que tendrá en que se proporzionen muchas ocasiones de servir a la ciudad en quanto sea de su maior agrado (...). Y oido por la ciudad acordó que los señores don Antonio de Heraso Tapia y Paredes y don Juan de Orellana y Pizarro, comisarios de correspondenzias, respondan a dicho Ilustrísimo Señor dándole repetidas grazias por el obsequio y expresión que haze de su fineza y la enorabuena de su aszenso, ofreziendo su gratitud a el serbizio de su Ilustrísima”.
   Exquisitas maneras de cortesía por parte del nuevo prelado y del ayuntamiento trujillano que poco hacen pensar en los difíciles momentos de meses atrás en que se habían enfrentado las autoridades civiles de la ciudad y la autoridad eclesiástica de una sede entonces vacante.
  Porque, iniciándose el año de 1747, quiso la desgracia que el obispo de Plasencia, el agustino fray Plácido Baylés Padilla, falleciese de visita en la ciudad. A su lado estaba su pariente, mayordomo y testamentario, el presbítero Juan Bautista Zubiaur que seguirá las indicaciones que parece había dispuesto el obispo Baylés, quien al ver cercano su fin y ante los extraordinarios temporales de agua que sufrían estas tierras, que harían difícil el traslado de sus restos a la catedral placentina, había señalado que, temporalmente “su cuerpo fuese sepultado en la dicha parrochial de Sr. San Martín o en la de Santa María de esta ziudad”.
    A las seis de la mañana del día 22 de enero de 1747, el obispo recibía el sacramento de la extremaunción y su mayordomo organizaba todo ante lo que parecían ser los últimos momentos de fray Plácido. Se buscó infructuosamente en las boticas de Trujillo los bálsamos que permitieran la conservación del cadáver para su traslado a Plasencia al tiempo que se hicieron las diligencias necesarias para que un correo marchase a aquella ciudad e informase al Cabildo del riesgo extremo en que se hallaba el prelado. Pero nadie se encontró que quisiese desplazarse a Plasencia en medio de tales temporales y sólo al anochecer se pudo hallar persona que “a peso de dinero, se puso en camino con riesgo de su persona” para notificar ya la noticia del fallecimiento del obispo.
    Aunque la intención de su testamentario fue que el cadáver se trasladase a Plasencia, pronto comprendió que tal empresa resultaba imposible, y no solo por las lluvias “e intenperie de tiempos de arroios crezidos”. No habían pasado aún veinticuatro horas de la muerte del obispo y ya resultaba insoportable el olor que despedía su cadáver, “aunque se procuró moderar con algunos aromas”, siendo así que “ni las comunidades pudieron mantenerse en dicha pieza para cantar el ofizio”.
Escudo del obispo Baylés


    En la mañana del día 24 de enero de 1747, en la iglesia de San Martín, “en un entierro gueco fabricado nuevamente en el llano del altar maior” y en un féretro cerrado con llaves que guadó el teniente de cura de la parroquia, don José Jerónimo de Ullauri, fue depositado a toda prisa el cadáver del prelado iniciándose entonces un difícil proceso en el que chocarían ambas autoridades, civiles y religiosas. Porque llegada la noticia a Plasencia, el mismo día 24 de enero el vicario general de la diócesis comisionó al presbítero Nicolás Muñoz y Soto para que, tras desplazarse a Trujillo, junto al vicario de la ciudad, fray Antonio Rubio Zamorano, recogiese el cuerpo del obispo y lo trasladase a la catedral placentina donde habría de recibir sepultura, “y en caso de que estubiese enterrado, le hiziese desenterrar, vestir y poner en dezente caja, señalando personas de su satisfaczión para el resguardo de dicho cadáber en el camino”. Y este es el problema, porque en Trujillo, al día siguiente, las autoridades eclesiásticas reclaman cumplir este mandato y las civiles, el corregidor, se niegan en redondo a permitirlo. 
    Conseguidas las llaves, el vicario de Trujillo acude a San Martín y reclama la presencia del carpintero que fabricó el ataúd en que descansaba el obispo, Juan Cabos, y del maestro albañil que realizó su sepulcro, Alonso Vicioso, a quienes ordena levantar la piedra que cierra el enterramiento. Ambos lo tuvieron claro. ¡Ni por dos doblones de a ocho harían tal cosa!. Ya les había resultado tarea penosa el propio entierro y para cerrar y encalar las piedras del sepulcro hubieron de taparse las narices. De abrirse, siquiera una de las piedras, dijeron, “se orijinaría el que en la referida iglesia de señor San Martín no podría zelebrarse el siguiente día ni otros ni entrar persona alguna en ella por el mal olor y fastidio que había de causar”. 
    Informado de todo ello el vicario general de la diócesis, el día 27 de enero reitera la comisión y mandato para exigir, bajo la amenaza de censuras eclesiásticas, la entrega del cuerpo de fray Plácido y de nuevo el vicario trujillano, al día siguiente, se encontrará con la negativa primero de quienes han de llevar a cabo su extracción del sepulcro, porque ni Alonso Vicioso ni Juan Cabos están dispuestos a realizar tal labor ni siquiera bajo la amenaza de excomunión, porque, “de hazerlo se ponían en riesgo de perder la vida, a causa del mal olor que expediría dicho cuerpo” y mover las sesenta arrobas de la losa que cubre el sepulcro podría hacer “que ésta luego que se menee por estar pendiente de cada lado como tres dedos, tiene la contingenzia de caer sobre el cuerpo y estriparse, de que prozederá más fector y produziría más daños”.
    El siguiente en ser requerido fue el propio corregidor, don Manuel Faustino de Salamanca, con la intención de que obligase a Vicioso y Cabos a cumplir lo que el vicario les exigía. Nada consiguió del corregidor, quien solicitó se suspendiese lo pedido desde Plasencia ya que mover el cadáver del prelado podría ser dañino para la salud pública, causando “espezie contaxiosa de peste en los vezinos y las infaustas consequenzias que infaliblemente se seguirían”. 
Capilla de las reliquias, financiada por el obispo Baylés. Catedral de Plasencia.
https://lavozdeplasencia.blogspot.com/2018/12/altar-de-las-reliquias.html

    No desistió el Cabildo en su empeño y sabiendo que no encontraría apoyo en Trujillo para trasladar a Plasencia los restos del obispo, decidió que los canónigos Pedro Sobrino y Gabriel López llevasen consigo a Trujillo a Joseph Garrón, “carpintero, e albañil y peón de la iglesia, con todos sus pertrechos para que sacasen el cuerpo de S.I. del lugar de donde le havían puesto”.
    La autoridad civil se impondrá de nuevo y en esta ocasión por la fuerza. Informado el corregidor de las intenciones del Cabildo placentino, ordenó sitiar la iglesia de San Martín “con mucha gente y soldados con bayoneta calada para que no sacasen el cuerpo”. 
    No conseguido su propósito, el Cabildo actuará como si el prelado hubiera sido enterrado en la catedral (“le hicieron su novenario de onrras, que empezó el día 7 de febrero y se concluió en 16 del mismo mes y año dicho”), donde finalmente reposaría tras el traslado de sus restos en mayo de 1751.
    Por su parte, el corregidor procedió a dar sus poderes a quien pudiera representarle ante el Supremo Consejo de Castilla, explicando las razones de su actuación y pidiendo se le librase de los castigos eclesiásticos que su proceder le habían acarreado.

1747, enero 30. Trujillo
Poder que da el Señor Don Manuel Faustino de Salamanca.
En la ziudad de Truxillo en treinta días del mes de henero de mil setezientos quarenta y siete, ante mi el escrivano público y testigos, el señor don Manuel Faustino de Salamanca, correxidor capitán a guerra y superintendente de rentas reales de esta dicha ziudad, su Partido y tesorería por Su Magestad dijo: que por quanto el día veinte y dos de henero de este presente año murió en esta ziudad, pasando de tránsito por ella, el Illmo. Señor Don fray Plázido Vailes y Padilla, obispo que fue de la ziudad y obispado de Plasenzia, en el que se halla comprehendida esta ziudad, cuio cadáver fue sepultado en la iglesia parrochial de esta ziudad el día veinte y quatro de el propio mes a cuio tiempo, por el motibo de averle entrado corruczión que causó el aczidente que le acavó la vida, expedía de sí el cadáver tal fector que se hazía intolerable, y que entendido dicho señor de que en el veinte y siete de dicho mes se procurava trasladar el cuerpo a la Santa Iglesia Catedral de la ziudad de Plasenzia, para venir en conozimiento de si tal echo podía sobrebenir algún perjuizio a la salud pública, por acto que proveió parezer ante sí los médicos zirujanos titulares de esta ziudad, quienes conformes declararon que de hazer dicha remozión de cadáber estava expuesto a sobrebenir una epidemia y de ésta resultar una jeneral peste, por lo que dio su señoría varias providenzias para evitarlo, como tan de su propia inspeczión por el empleo que ejerze y en este estado fue requerido por el señor vicario, juez eclesiástico en esta ziudad, para que prezisase a los operarios que fabricaron el sepulcro donde existe dicho cadáver, para que levantasen las piedras que le zierran, a causa de negarse éstos temerosos de perder la vida a la violenzia del fector que de sí esperimentaron arrojava a el tiempo de su zierro, el que no fue cumplimentado por las dichas razones; y en atenzión a no aver sido éstas sufizientes, aunque tan poderosas, para detener los prozedimientos, antes bien se a continuado en ellos hasta aver llegado a promulgar zensuras dirijidas contra su señoría y algunos de sus ministros, sobre que tiene protestado el real ausilio de la fuerza, por evitar tan melancólicos suzesos como se esperimentarían llevando adelante tal echo, en que se prozede en virtud de comisión de el señor provisor de la ziudad y obispado de Plasenzia sede vacante, por lo que otorga que da todo su poder cumplido bastante el que de derecho se requiere y es nezesario mas puede y debe valer a don Françisco Pueio, tesorero de los Reales Descargos, vezino de la villa y corte de Madrid, para que en nombre de su señoría y representando su propia persona pueda comparezer y comparezca ante Su Magestad (que Dios guarde) y señores de su Real y Supremo Consejo de Castilla y se queje de los prozedimientos de los referidos juezes eclesiásticos y sus comisionados por vía de fuerza y pida se libre la ordinaria para que se alzen y levanten las zensuras que se hallaren impuestas en razón de lo que aquí ba dicho y que, sin ignovar en el estado que estubiesen los actos, se remitan a dicho superior tribunal y que en él se declare azer fuerza el eclesiástico en el echo de la remozión de dicho cadaver, como en aver impuesto las dichas zensuras, y que los prozedimientos de su señoría an sido justos y arreglados con respecto a lo que deve obrar en venefizio de la salud pública y que en el interin y hasta tanto que sin perjuizio de ésta pueda ejecutarse dicha remozión, se suspenda; y para ello presente pedimientos memoriales y todo jénero de instrumentos y haga quantos autos y dilixenzias correspondan (...) Y así lo digo y otorgo siendo testigos don Antonio Vizente Chavarría, alguazil maior de esta ziudad, Juachín de Loiola y Antonio Calderón Vejarano, vezinos de esta ziudad y el señor otorgante a quien yo el escrivano doi fee conozco lo firmo. =enmendado= c=c=vale=

Don Manuel Faustino de Salamanca (rúbrica)  

Ante mi Juan Pozo Cotrina (rúbrica)

(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Juan Pozo Cotrina. 1747. Fols. 61r-62v.)


Fuentes:
Archivo Catedral de Plasencia. Leg. 230/23
Archivo Catedral de Plasencia. Leg. 129/10. Notizias de los señores Obispos de esta ciudad de Plasenzia. 
González Cuesta, F.: Los Obispos de Plasencia. (2013). Pp. 517-521