25 de marzo de 2024

El rollo

    Quienes fueron condenados por la muerte de Nufro Mesía de Chaves en 1513 fueron sentenciados por el alcalde Pedro de Miranda a ser sacados de la cárcel de la ciudad y desde allí ser llevados “hasta la picota della o rollo a boz de pregonero público e sean tendidos en las gradas della e con un cochillo de azero sean degollados por la garganta por el verdugo desta çibdad hasta tanto que den el ánima a Dios e de allí mando que no sean quitados sin mi liçençia...”.
    Ninguno de los acusados cumplió su condena y el rollo de la plaza no tuvo en esa ocasión su función de picota.
    Símbolo del poder de Trujillo, de su autoridad como ciudad de realengo que ejercía su señorío sobre un importante término, el rollo que hoy conocemos se levantó en la plaza del arrabal en 1498, quizás para sustituir uno anterior.
    Pero al margen de su carácter simbólico y de hito fundamental en el espacio de la plaza, el rollo convivía en el día a día con las actividades que en la plaza se desarrollaban y así, en el mercado, el rollo concentraba en su entorno los intercambios de cereales: 
“Este dicho día, los dichos señores justiçia e regidores dixeron que por quanto toda la provisyón de trigo e çevada que a esta çibdad viene al rollo que está en la plaça, que es el bastimento de donde se abasteçe la çibdad, e los forasteros que a ella vienen de fuera de la jurediçión, lo conpran e llevan fuera e encareçen el preçio...” (1519) 
“Este dicho día, los dichos señoresa mandaron que del pan de la çibdad se saquen a vender el jueves primero que verná çincuenta fanegas de trigo al rollo e se vendan a syete reales cada fanega”. (1547)
    Rollo sobre gradas y cercado de losas
“Losas del rollo. Este dicho día los dichos señores justiçia e regidores, todos unánimes dixeron que visto lo que se quitó de lo losado del rollo por el ynconviniente que avía y que agora no se vee sy ay daño de alguna agua fasta el ynvierno, que en lo que agora pareçía ello está bien fecho e lo ovieron por bueno” (1533)
    Rollo que en julio de 1541 algunos regidores vieron como un estorbo en las actividades festivas que con toros y juegos de cañas se celebraban en la plaza de la ciudad, pues “por espiriençia se a visto el mucho daño e ynconveniente que haze el rollo por estar en lo mejor de la plaça”. Señalaba el corregidor, Alonso de Corral, que en las fiestas de toros del cercano día de Santiago, “por estar el dicho rollo en el medio de la plaça e dividirse los cavalleros, cayó un cavallo e casy oviera de matar tres onbres”. Aunque la opinión de todos parecía ser “quitar de la plaça el dicho rollo e que se ponga en parte que no haga tanto perjuizio”, ni justicia ni regidores tomaron ese acuerdo, trasladando a los más importantes ciudadanos de la ciudad la decisión final sobre el rollo.
    Mudarlo o que permaneciera en la plaza. Difícil decidir cuando parece que las opiniones estaban claras en cada uno de los bandos de la ciudad, Chaves y Vargas, y que aquéllas eran tan enfrentadas como éstos. 
    El lunes primer día de agosto acudieron al ayuntamiento, convocados por el corregidor, primero los principales caballeros de la parcialidad de los Chaves, Diego Mesía de Prado, Nuño Garçía de Chaves y Juan de Chaves, que se sumaron a la opinión de mudar el rollo de la plaza, “está muy bien acordado”, dejando en manos del concejo la decisión del nuevo emplazamiento, “que ellos por sy e por sus debdos e amigos dizen que lo tienen e ternán por bien”.
    Salida una parcialidad, entró la contraria, la de los Vargas, encabezada por Diego de Vargas Carvajal a quien acompañaron Françisco de Vargas, Baltasar de Orellana, Juan de Solís,  Bernardino de Tapia y Gonzalo de Carvajal. Si los Chaves apoyaron sacar el rollo de la plaza, los Vargas se opusieron y las palabras de Diego de Vargas Carvajal dejaron claros sus argumentos, centrados en el simbolismo del rollo, expresión de la autoridad de la ciudad: 

1541, agosto 1. Trujillo
Este día, fueron llamados al dicho ayuntamiento el señor Diego de Vargas Carvajal e con él otros de los suyos sobre el mudar del dicho rollo y el dicho señor Diego de Vargas dixo e propuso que su paresçer es que el rollo no se haga del mudança ni novedad por estar como está en la plaça pública y en muy buen sitio, qual conviene a la dicha çibdad e veçinos della e porque estar allí es conforme a buena governaçión y ansí dixo que está en todas las otras çibdades destos reynos e asy dixo que le paresçe que conviene para la autoridad desta çibdad e exerçiçio de la justiçia e temor de los malhechores y e para tener allí como se tiene de costunbre la media fanega e otras medidas porque allí está en sitio donde se vende trigo, çevada, sal e cal y quando se oviese de mudar, sy çesasen todos los otros ynconvenientes, que no çesan, era neçesario sitio espeçial para esto, el qual sería costoso a la çibdad y no provechoso. Y asy mismo el edefiçio del mismo rollo es costoso y muy onrado y deshazerlo le paresçe que a la çibdad le sería dañoso y la mudança del a do quiera que se pudiese, dexando lo que a dicho, no podría dexar de ser en perjuizio de muchos veçinos de la dicha çibdad e ansí lo pide e requiere a los dichos señores no se haga en ello novedad alguna. Y los señores Françisco de Vargas, e Valtasar de Orellana e Juan de Solís e Bernardino de Tapia e Gonçalo de Carvajal dixeron lo mismo que el dicho Diego de Vargas Carvajal. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 22.1, fol. 374v.)

    Resulta curioso que ese rollo en el que se impartía justicia, del que Diego de Vargas Carvajal se opuso su mudanza, a punto estuvo de ser lo último que éste viera en su vida tras ser condenado, en 1543, a ser llevado “a la picota e rollo desta çibdad e sea hechado ençima de un repostero e allí sea degollado por el pescueço, por manera que muera naturalmente”. 
    Ni Diego de Vargas Carvajal murió junto al rollo de la plaza ni sus piedras cambiaron entonces de lugar, pero para el concejo, para los regidores, sus gradas siguieron siendo un peligro y su masa estorbaba la visión de los caballeros en los regocijos. Esas fueron las respuestas de los regidores al corregidor Diego Ruiz de Solís en agosto de 1543, cuando solicitó de ellos su opinión sobre “sy sería bien que el rollo se quitase de la plaça del arraval desta çibdad por el perjuyzio que trae a los cavalleros los días de fiesta”. 
    De los cuatro regidores presentes en la sesión en que se discutió la posibilidad de trasladar el rollo, tan solo García López de Avilés planteó que permaneciera donde estaba, en la plaza, porque “autoriza mucho en ella” y que, si hubiese de ser removido por los inconvenientes que sus compañeros apuntaron, se mantuviera “delante de las casas del ayuntamiento o çerca del peso”.
    Nada parece que se hiciera en los años siguientes y ningún libramiento contiene el arca que nos diga que lo propuesto por el regidor García López se realizara. Y sin embargo, la idea de remover el rollo de su emplazamiento en la plaza no se abandonó y no sabemos si entonces o ya en 1548 el rollo se desmonta y otro corregidor, Antonio de Silva, volvió a plantear en octubre de ese año a los regidores “onde es bien que se ponga el rollo”, porque “está derribado el rollo desta çibdad y conviene se torne a levantar en parte que sea conviniente”. 
    Pocos regidores dieron su parecer, “que se ponga onde el señor corregidor mandare”, fue la opinión de Martín de Chaves, la misma que señalaron Gonzalo de Sanabria o Juan Cortés. Álvaro de Hinojosa propuso al corregidor que se informase de otros vecinos y decidiese el lugar más conveniente y con menos perjuicio. Solo Pedro Barrantes y Alonso Ruiz se opusieron. La ciudad  tenía “rollo en la plaça e muy bueno”, por lo que exigieron que se volviese a levantar en “la parte onde se estava” y que fuese a costa de quienes hubiesen decidido desmontarlo. 
    Sin embargo, parece que la decisión de alejarlo de la plaza ya estaba tomada y solo faltaba que el corregidor tomase en sus manos la decisión de su nuevo emplazamiento. En el ayuntamiento del 19 de octubre de 1548 el corregidor hacía saber que, siguiendo la comisión que le dieron la mayor parte de los regidores, no solo tenía ya decidido dónde situar el rollo sino que éste había comenzado a levantarse “frontero de la Encarnaçión, en aquel canpo por ser parte convenible” . 
    En la plaza quedó un “rollo chico”, construido al año siguiente, junto a la audiencia, cerca de las casas del concejo, chico y seguro pero nadie debió de dudar que mucho menos hermoso que el que entonces se levantaba ya frente al monasterio de los dominicos, en los prados de la Encarnación.
    Apenas dieciocho años estuvo el rollo frente a los dominicos antes de volver a ser desmantelado para buscarle nueva ubicación. Un tercer corregidor, Pedro Riquelme de Villavicencio, hubo de entender en el mismo tema, el rollo molestaba. En 1566 no fueron las molestias que pudiera ocasionar el rollo en fiestas y regocijos lo que llevaría a buscarle un nuevo emplazamiento y tampoco fueron los caballeros los que plantearon el cambio.
    El día siete de enero de 1566, comparecía ante el ayuntamiento fray Felipe de Meneses, “prior que a sydo del monesterio de Nuestra Señora de la Encarnaçión desta çibdad y al presente lo es del monesterio de Toledo desta dicha horden”, y presentaba una petición que el escribano no copió pero que podemos deducir de la respuesta del concejo. Porque los argumentos presentados por fray Felipe eran compartidos por los regidores. El lugar elegido en 1548 para situar el rollo no fue el adecuado, estaba “çerca de la dicha yglesia, enfrente de la puerta”, lo que iba “en perjuizio y desacato del Santísimo Sacramento e imajen de Nuestra Señora de la iglesia del monesterio de la Encarnaçión”. Desde el rollo, lugar donde se impartía justicia, “se ve el altar mayor y es gran desonestidad para los ofiçios divinos que en el dicho altar se çelebran”.
    Por ello, dijeron, “mandavan y mandaron se quite el dicho rollo del dicho lugar que al presente está e se ponga en el Canpillo y que las piedras que al presente en él están se quiten y lleven y se tornen a hazer de la manera que está”,  ya que “para la execuçión de la justiçia estará más comodidad puesto en la plaça de el Canpillo, que es parte donde no ay iglesia ninguna y es arrabal desta çibdad”.
De nuevo las piedras del rollo se separaron para volverse a unir en otro lugar, el definitivo, en el Campillo, cerca de La Piedad, donde parece que no fue bien recibido.

1566, enero 21. Trujillo
Este día, el señor Luis de Chaves, regidor, Calderón (sic) dixo que él bino en que el rollo se mudase pero que atento que agora apelan los veçinos de el Canpillo, que él no es en que aya pleyto, que su pareçer es que se esté el rollo donde se está agora e no aya pleyto sobre ello con la çibdad e que está presto a pagar lo que le cupiere de lo que está desecho del dicho rollo.
El señor corregidor dixo que al tienpo que se acordó por esta ilustre çibdad se mudase el rollo del sitio e lugar donde estava por las cabsas justas que para ello les movió, como consta por la petiçión que para ello dieron los frayles de la Encarnaçión y el acuerdo que sobre ello obo en este ayuntamiento, todos de conformidad, estando presente el dicho Luis de Chaves y aprobándolo e no contradiziéndolo, en cunplimiento dello que el dicho rollo se derribó e la mayor parte de él está deshecha y hechos andamios que entiende que cuestan a hazer más de beynte ducados, que atento que está ya derribado, no a logar lo que dize e manda se efetúe lo que está acordado.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 35.1, fol. 404r.)

Rollo del Campillo. Sobrino Benito Peña.
    Nunca más fue movido el rollo. Permanece aún en el lugar elegido en 1566
aunque ahora  constreñido por el tráfico, formando parte de un cruce de carreteras en el que ese rollo jurisdiccional, representación del poder de la ciudad, de su autoridad, ha perdido no solo su sentido institucional sino también el “estatus” de símbolo con el que fue erigido en el centro de su entonces plaza del arrabal. 

29 de febrero de 2024

Atesorar agua en el aljibe

    En 1544, Francisco de Herrera tenía setenta y cinco años y recordaba que, desde niño, siempre vio a los caballeros de su bando, los Altamirano, juntarse en los aljibes “que son de los muros adentro de la dicha çibdad”. Era el lugar escogido por el linaje para recibir a quienes se sumaban a él y, en tiempo de elecciones, para discutir sobre los oficios y quiénes podrían ocuparlos (como los Bejarano hacían en la cercana iglesia de Santiago o los Añasco en Santa María la Mayor). 
    Pero el aljibe de la villa siempre fue algo más que un lugar simbólico para los caballeros e hidalgos Altamirano. Fue también un arca en la que atesorar agua gracias a quienes desde tiempos de la presencia musulmana construyeron hermosos depósitos con un nombre no menos hermoso y que siempre rememora el agua, aljibes encastrados en el berrocal, atesorados y defendidos por murallas y casas fuertes.
    Tener agua era posibilitar la vida de personas y ganados, regar huertas y generar alimentos. Tenerla en el interior de la ciudad la hacía más valiosa. El concejo trujillano, atento a necesidades de la población, siempre fue celoso en el mantenimiento, conservación y disponibilidad de agua. Fuentes y pozos, en tiempos de paz y guerra, de enfermedad o bonanza, son cuidados y atendidos periódicamente.     Desde el cercano alcazarejo, la casa de los Altamirano, parte en ocasiones la preocupación por mantener limpias las aguas del cercano aljibe,

 

“Ferrán Alonso Altamirano dize que en los algibes meten ollas de grasa e calderos suzios que dañan el agua. Pide que manden fazer dos pilares a la boca del algibe con su cadena e caldero porque se saque linpia. Mandan que Alonso Durán, mayordomo, lo faga”. (1498)
...y el concejo responde encargando al propio Hernando Alonso que buscase quien barriese y limpiase los aljibes, cuyo salario correría a cuenta de la ciudad, encargando al herrero Baltasar que realizase la cadena que con su roldana o polea sacaría el agua limpia a los pilares que hizo el albañil Cristóbal Beato y cerrando años más tarde, con puerta y llave, el acceso al interior 
“Que manden vuestras merçedes hazer una llave y adereçar la puerta de los algibes, que se hazen muchas suziedades en ellos. Que lo haga el mayordomo”. (1509)
No sería la última vez que Hernando Alonso Altamirano demandase del concejo reformas en los aljibes 
“Hernando Alonso Altamirano dize que suplica manden losar los algibes por arriba para que el agua se recoja y vaya linpia. Que el señor corregidor lo vea e provea como le paresçiere y los calderos y cadenas”. (1514)
    Algunos años hubo de esperar Altamirano para que su demanda fuera atendida por la ciudad y fueron los canteros Andrés Méndez y Benito de Aguilar los que acometieron una de las obras más importantes que el concejo encargó para los aljibes:
“se les ha de echar un suelo de cantería labrada atollada en cal y arena con su lechada por manera que no se pueda perder agua ninguna y deshazer los poyos y tornarlos a hazer de cal, porque están de barro; y reparar la pila donde se llega el agua con un caño de piedra que salga a la calle y encalar los cavalletes de cal y arena, todo a contentamiento de justiçia e regidores de la dicha çibdad, todo a su costa e misyón de los dichos ofiçiales e que lo dará hecho e acabado de aquí en fin de mayo primero que verná deste presente año...” (1519)
    Permanecerán, a lo largo del tiempo, cerrados o abiertos, según las necesidades de los vecinos de la villa, dotados de “puertas rezias de buena madera”, rodeados por la calzada de piedra menuda que también realizara Benito de Aguilar en 1531 y con persona a su cargo que los mantuviera limpios
“Este día, los dichos señores nombraron a Leonor Gonçález la manca que tenga cargo de tener linpios los algibes desta çibdad y los tenga linpios y barridos y tenga la llave de los dichos algibes”. (1544).
    Agua atesorada. Agua limpia y cercana. Agua olvidada cuando otras fuentes saciaron la sed de los trujillanos. Agua redescubierta por quien bebió en la “fuente” de los documentos, en el arca del archivo:

1948, mayo 28. Trujillo
Expediente instruido con motivo de escrito presentado por el sr. Archivero sobre el descubrimiento de unos Aljibes en la Plaza de Altamirano.

Archivo del Excmo. Ayuntamiento 
Trujillo (Cáceres)
    En cumplimiento del Decreto-Ley 9 Agosto 1926, de la Circular de la Dirección General de Administración Local 12 de Mayo del año en curso y de las obligaciones que me incumben como Sub-apoderado del Patronato de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional en los Partidos Judiciales de Trujillo, Navalmoral de la Mata y Logrosán, con excepción de Guadalupe, tengo el honor de comunicar a Vd. y a la Excma. Corporación Municipal que dignamente preside, que en la tarde de ayer, 25 de los corrientes, y previa su licencia verbal, procedí a la exploración de los Algibes que se presumía existieran en la Plazuela de Altamirano según las referencias documentales del archivo histórico de este Excmo. Ayuntamiento. Afortunadamente los hechos confirmaron las afirmaciones documentales , resultando que en mencionada Plazuela de Altamirano existen unos grandiosos y artísticos Algibes de tres naves divididas por arcos, abovedadas y calafateadas o embreadas como también los lienzos murales. La primera impresión de una observación ocular nos hace presumir que se trata de unos algibes de tracería árabe de un mérito raro y singular. Desde la puerta de acceso arrancan amplias y cómodas escaleras que llegando hasta el fondo de la primera nave, facilitan la exploración. Por defecto de medios de luz, no pudimos explorar los accesos que deben existir a las otras dos naves contiguas. Las dimensiones calculadas a simple vista, son salvo error y como juicio muy sujeto a rectificación, las siguientes como mínimas: Longitud, 15 metros. Ancho, 15 metros. Altura, 9 metros.
    Estimo que este Algibe, que en nada desmerece, sino que supera a otros hoy cuidadosamente atendidos, como el de Cáceres y Alicante, por citar algunos, debe ser custodiado con diligente esmero por el Excmo. Ayuntamiento y a su tiempo debe ponerse en condiciones de cómodo acceso para historiadores, arquitectos e investigadores del Glorioso acervo monumental e histórico de Trujillo.
    Al presente yo denuncio como obra urgente, la supresión de la tierra que un vecino ha acumulado, llevándola a esportilladas, sobre la parte exterior de las magníficas bóvedas, haciendo sobre ellas un miserable hortezuelo con gravísimo detrimento de esta obra artístico-histórica y sin perceptible provecho para él ni para nadie y sí con menoscabo del tono cultural y de la prestancia artística de esta población.
    Finalmente, en cumplimiento de mi deber como Sub-Apoderado del Patronato de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, hoy pongo en conocimiento de la Dirección General de Bellas Artes, por el conducto reglamentario, la existencia de estos Algibes.
Dios guarde a V.S. muchos años.
Trujillo 25 de Mayo de 1948.
EL ARCHIVERO Y CRONISTA OFICIAL,
Juan Tena Fernández


ACUERDO DEL AYUNTAMIENTO.- En la sesión celebrada por la Excma. Comisión Gestora el día 9 del actual se acordó facultar al Sr. Alcalde para que realice las obras y cuanto estime oportuno con relación a los Aljibes descubiertos.
Trujillo, 11 de Junio de 1948.
EL SECRETARIO accidental
Manuel González 

SR. ALCALDE-PRESIDENTE DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE ESTA CIUDAD.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1750.37)


7 de enero de 2024

Santaolaria y Barbado, relojeros

    Pasaron los días enfebrecidos y de prisas. De acelerar cenas familiares y de amigos, de final incierto. Pendientes de campanadas que sonaban a tiempos pasados y que tanto llenaron los aires de pueblos y ciudades. Mirando relojes de los de siempre, de afinados y precisos mecanismos, atendidos por personas doctas y de oficio. Todos los sentidos de miles de personas pendientes del reloj...
    También en Trujillo, como en tantos otros lugares, las miradas han sido al reloj y el sonido de sus campanas han marcado el cambio a un año que todos esperan venturoso.
    Relojes en Trujillo que primero sonaron en las torres de la iglesia de Santa María, arriba en la “villa”, donde ya en 1486 el arca nos habla de sus toques de vida y muerte y de un relojero que con expertas manos mantenía sus perfectos engranajes a cambio de un salario de la ciudad. El clérigo Francisco López lo fue en 1498 y después el organista Bartolomé Suárez. Y a ellos les siguieron Rodrigo el herrero, Baltasar Pizarro y otros muchos que a lo largo de los siglos tuvieron en sus manos “aderezar” y “regir” los relojes de la ciudad.
    Porque al de Santa María acompañó pronto el del propio concejo, que encargó en 1520 en Guadalupe (”o donde oviere maestro que lo sepa hazer”) un reloj pequeño que estuviera en la sala del ayuntamiento para que en los días de reunión “se sepa qué ora es”. Pero el tiempo en esas reuniones no pareció ser tan importante y poco a poco ese reloj, sin relojero que lo cuidase, fue dejando de dar las horas, de indicar a la justicia y regidores que el tiempo apremiaba en las discusiones o que se hacía tarde para resolver los asuntos que tanto importaban a los trujillanos.
     Pronto ese reloj tuvo otro destino y desde el tejado del monasterio de la Encarnación marcó la vida de sus frailes y de quienes vivían en los prados junto a él.

1524, marzo 19. Trujillo
Relox a la Encarnaçión
Este dicho día, los dichos señores dixeron que por quanto en las casas del ayuntamiento tienen un relox e no tienen relogero ni se sirven del y el prior e convento del monesterio de la Encarnaçión se lo an demandado e se ofreçen a lo tener bien corregido e conçertado, que mandavan e mandaron dar el dicho relox al dicho monesterio con tanto que lo pongan e tengan en lo alto de la casa, ençima del tejado, e lo tengan bien corregido e conçertado e syrva para el dicho monesterio e la çibdad a donde alcançare.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 15.7. Fol. 50r.) 

    Porque en un Trujillo que se derramaba por el arrabal, la voz del reloj de Santa María y sus campanas se oía cada vez más distante y así, en 1535 San Martín tuvo su reloj como mucho después lo tuvieron San Francisco o los vecinos de Huertas de Ánimas o Belén. Siempre al cuidado del relojero, a veces con poco salario y no siempre atendido en sus peticiones por el concejo. Rodrigo el herrero recibía cada año 1000 maravedís por cuidar del reloj de Santa María y nada debía fallar, pues cada día “que el relox estuviere desconçertado a su culpa”, el mayordomo descontaría de su salario un real, 34 maravedís. 

1577, noviembre 29. Trujillo
Pena al relojero. Este día se cometió a el señor Françisco Durán que haga a Santos Garçía, relojero, traya bien conçertados los relojes y por cada vez que andubieren mal regidos cobre del mayordomo quatro reales a quenta del salario del suso dicho, lo qual desde luego se aplica la mitad para la çera del Santo Sacramento y la otra mitad para los pobres de la cárçel , porque a esto está obligado y los regidores del mes así mesmo lo executen. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 43, fol. 112v.)

    El aceite formaba parte en ocasiones del pago al relojero como elemento esencial para el funcionamiento de los engranajes. Junto a la panilla y media que cada mes recibía el relojero en 1508, el mayordomo hubo de encargar “una ratonera para los ratones que se comen el azeyte del relox” y responder la ciudad al año siguiente a la exigencia del relojero, quien se negaba a subir a aderezar el reloj por estar “muy malo el sobrado y escaleras”. 
    Hace casi 100 años, en 1928, la ciudad quiso afinar y acertar en las horas, aunque su reloj vital y socioeconómico estuviera entonces enlentecido y aquejado de arritmias.
La Opinión. 1929
    El concejo consideró que era necesario estar en punto, afinado en las horas y, por tanto, en quehaceres y dedicación. Y para ello confiarán en sus propios, doctos y expertos vecinos en el manejo de maquinaria. 
    Antonio Santaolaria Polo, nacido en Torremocha, y el trujillano Manuel Barbado Fernández tenían en común algo más que su profesión de relojeros. El padre de Antonio, Francisco Santaolaria Martín, había sido el maestro del Hospicio de Cáceres y Manuel creció en la casa de la plaza de Trujillo donde su padre, Matías Barbado Muñoz, atendía una escuela de niños. Pero no fue el magisterio el camino que ambos siguieron y sus manos expertas pronto aprendieron un oficio, el de relojero, que constituiría su quehacer el resto de sus vidas. Aprendieron y enseñaron. 
    Antonio Santaolaria llega a Trujillo allá por los años 80 del siglo XIX. Primero en la calle Zurradores y luego en la popular y populosa calle Tiendas, en el número 20, el taller de Santaolaria -que compartió algunos años con su hermano Eladio- fue la escuela de su sobrino Diego Santaolaria Font, hijo de su hermano Diego, maestro de escuela, al que acogieron con 14 años y al que trasmitieron su saber y un oficio que luego ofrecería durante años en su tienda de la calle Pintores de Cáceres. El soltero Santaolaria tuvo novia trujillana, Ana Muñoz Gallego, con quien casó en los primeros años del recién estrenado siglo XX, y en la calle Tiendas nacieron sus hijos Antonia y Francisco, disfrutando algunos años del cariño y atención de la abuela Isabel Polo. 
    En esa trujillana calle, la de las Tiendas, la de los Toros, transcurrió la vida de Antonio y en ella, muy cerquita, en el número 28, pudo igualmente ver crecer a sus nietos, los hijos de Antonia y Vicente Rubio Mariño (Pilar, Vicente, Isabel, Antonia y Juan Francisco).
    También cerca, al comienzo de la calle Nueva, en el número 11, vivía Manuel Barbado Fernández con su esposa Catalina González Sánchez, de La Cumbre. Un hogar que poco a poco fue llenándose de voces infantiles, Matías, Juana, Asunción, Miguel y Custodio, quienes también disfrutaron de su abuela Elvira.
    Como Antonio, también Manuel fue maestro de su oficio y su taller se convirtió en su escuela. Sus alumnos fueron sus hijos, Matías y Custodio.
    Dos maestros relojeros para cuidar y regir el tiempo, para ajustar los relojes de la ciudad y de su ayuntamiento. Personas expertas que cuidaron de que las horas pasaran a su ritmo, lentas para algunos, demasiado veloces para otros, pero siempre ajustadas y precisas.

1928, enero 14. Trujillo
CONVENIO
D. José Núñez Secos, Alcalde de esta Ciudad, autorizado por acuerdo de la Comisión Municipal, y los relojeros D. Antonio Santaolaria y D. Manuel Barbado, contratan hoy el servicio de relojes, por cuatro años, a partir del 1º de Enero actual, con las condiciones siguientes:
1º = Los relojeros tendrán a su cargo la marcha regular y constante de los relojes públicos y de los de pared existentes en la Casa Consistorial, así como el buen funcionamiento de los timbres eléctricos instalados en la misma; siendo de su cuenta la limpieza, reparaciones, arreglos y composturas de todas clases, no sólo en cuanto a la mano de obra, sino también en cuanto al material que sea preciso.
2º = Los desperfectos producidos por causas extrañas al natural funcionamiento de los aparatos, y que no puedan ser imputados a impericia o descuido de los relojeros, serán considerados como caso de fuerza mayor y correrán a cargo del Ayuntamiento, que podrá encomendar su corrección a quien estime conveniente.
3º =  Como pago de este servicio, abonará el Ayuntamiento mil pesetas anuales por trimestres vencidos, y con deducción de la cantidad correspondiente al impuesto sobe pagos.
4º = Los relojeros, a la terminación del contrato, devolverán los aparatos en el mismo buen estado de funcionamiento en que los reciban al hacerse cargo de ellos.
5º = Las faltas que cometieren en el cumplimiento del servicio serán corregidas por la Alcaldía con multas de una a diez pesetas.
6º = Para garantía de cumplimiento, depositarán los contratistas cien pesetas en la caja municipal.
Trujillo, 14 de Enero, 1928
José Núñez (rúbrica)
Antonio Santaolaria (rúbrica)         Manuel Barbado (rúbrica)
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 1417, carpeta 26)