7 de enero de 2024

Santaolaria y Barbado, relojeros

    Pasaron los días enfebrecidos y de prisas. De acelerar cenas familiares y de amigos, de final incierto. Pendientes de campanadas que sonaban a tiempos pasados y que tanto llenaron los aires de pueblos y ciudades. Mirando relojes de los de siempre, de afinados y precisos mecanismos, atendidos por personas doctas y de oficio. Todos los sentidos de miles de personas pendientes del reloj...
    También en Trujillo, como en tantos otros lugares, las miradas han sido al reloj y el sonido de sus campanas han marcado el cambio a un año que todos esperan venturoso.
    Relojes en Trujillo que primero sonaron en las torres de la iglesia de Santa María, arriba en la “villa”, donde ya en 1486 el arca nos habla de sus toques de vida y muerte y de un relojero que con expertas manos mantenía sus perfectos engranajes a cambio de un salario de la ciudad. El clérigo Francisco López lo fue en 1498 y después el organista Bartolomé Suárez. Y a ellos les siguieron Rodrigo el herrero, Baltasar Pizarro y otros muchos que a lo largo de los siglos tuvieron en sus manos “aderezar” y “regir” los relojes de la ciudad.
    Porque al de Santa María acompañó pronto el del propio concejo, que encargó en 1520 en Guadalupe (”o donde oviere maestro que lo sepa hazer”) un reloj pequeño que estuviera en la sala del ayuntamiento para que en los días de reunión “se sepa qué ora es”. Pero el tiempo en esas reuniones no pareció ser tan importante y poco a poco ese reloj, sin relojero que lo cuidase, fue dejando de dar las horas, de indicar a la justicia y regidores que el tiempo apremiaba en las discusiones o que se hacía tarde para resolver los asuntos que tanto importaban a los trujillanos.
     Pronto ese reloj tuvo otro destino y desde el tejado del monasterio de la Encarnación marcó la vida de sus frailes y de quienes vivían en los prados junto a él.

1524, marzo 19. Trujillo
Relox a la Encarnaçión
Este dicho día, los dichos señores dixeron que por quanto en las casas del ayuntamiento tienen un relox e no tienen relogero ni se sirven del y el prior e convento del monesterio de la Encarnaçión se lo an demandado e se ofreçen a lo tener bien corregido e conçertado, que mandavan e mandaron dar el dicho relox al dicho monesterio con tanto que lo pongan e tengan en lo alto de la casa, ençima del tejado, e lo tengan bien corregido e conçertado e syrva para el dicho monesterio e la çibdad a donde alcançare.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 15.7. Fol. 50r.) 

    Porque en un Trujillo que se derramaba por el arrabal, la voz del reloj de Santa María y sus campanas se oía cada vez más distante y así, en 1535 San Martín tuvo su reloj como mucho después lo tuvieron San Francisco o los vecinos de Huertas de Ánimas o Belén. Siempre al cuidado del relojero, a veces con poco salario y no siempre atendido en sus peticiones por el concejo. Rodrigo el herrero recibía cada año 1000 maravedís por cuidar del reloj de Santa María y nada debía fallar, pues cada día “que el relox estuviere desconçertado a su culpa”, el mayordomo descontaría de su salario un real, 34 maravedís. 

1577, noviembre 29. Trujillo
Pena al relojero. Este día se cometió a el señor Françisco Durán que haga a Santos Garçía, relojero, traya bien conçertados los relojes y por cada vez que andubieren mal regidos cobre del mayordomo quatro reales a quenta del salario del suso dicho, lo qual desde luego se aplica la mitad para la çera del Santo Sacramento y la otra mitad para los pobres de la cárçel , porque a esto está obligado y los regidores del mes así mesmo lo executen. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 43, fol. 112v.)

    El aceite formaba parte en ocasiones del pago al relojero como elemento esencial para el funcionamiento de los engranajes. Junto a la panilla y media que cada mes recibía el relojero en 1508, el mayordomo hubo de encargar “una ratonera para los ratones que se comen el azeyte del relox” y responder la ciudad al año siguiente a la exigencia del relojero, quien se negaba a subir a aderezar el reloj por estar “muy malo el sobrado y escaleras”. 
    Hace casi 100 años, en 1928, la ciudad quiso afinar y acertar en las horas, aunque su reloj vital y socioeconómico estuviera entonces enlentecido y aquejado de arritmias.
La Opinión. 1929
    El concejo consideró que era necesario estar en punto, afinado en las horas y, por tanto, en quehaceres y dedicación. Y para ello confiarán en sus propios, doctos y expertos vecinos en el manejo de maquinaria. 
    Antonio Santaolaria Polo, nacido en Torremocha, y el trujillano Manuel Barbado Fernández tenían en común algo más que su profesión de relojeros. El padre de Antonio, Francisco Santaolaria Martín, había sido el maestro del Hospicio de Cáceres y Manuel creció en la casa de la plaza de Trujillo donde su padre, Matías Barbado Muñoz, atendía una escuela de niños. Pero no fue el magisterio el camino que ambos siguieron y sus manos expertas pronto aprendieron un oficio, el de relojero, que constituiría su quehacer el resto de sus vidas. Aprendieron y enseñaron. 
    Antonio Santaolaria llega a Trujillo allá por los años 80 del siglo XIX. Primero en la calle Zurradores y luego en la popular y populosa calle Tiendas, en el número 20, el taller de Santaolaria -que compartió algunos años con su hermano Eladio- fue la escuela de su sobrino Diego Santaolaria Font, hijo de su hermano Diego, maestro de escuela, al que acogieron con 14 años y al que trasmitieron su saber y un oficio que luego ofrecería durante años en su tienda de la calle Pintores de Cáceres. El soltero Santaolaria tuvo novia trujillana, Ana Muñoz Gallego, con quien casó en los primeros años del recién estrenado siglo XX, y en la calle Tiendas nacieron sus hijos Antonia y Francisco, disfrutando algunos años del cariño y atención de la abuela Isabel Polo. 
    En esa trujillana calle, la de las Tiendas, la de los Toros, transcurrió la vida de Antonio y en ella, muy cerquita, en el número 28, pudo igualmente ver crecer a sus nietos, los hijos de Antonia y Vicente Rubio Mariño (Pilar, Vicente, Isabel, Antonia y Juan Francisco).
    También cerca, al comienzo de la calle Nueva, en el número 11, vivía Manuel Barbado Fernández con su esposa Catalina González Sánchez, de La Cumbre. Un hogar que poco a poco fue llenándose de voces infantiles, Matías, Juana, Asunción, Miguel y Custodio, quienes también disfrutaron de su abuela Elvira.
    Como Antonio, también Manuel fue maestro de su oficio y su taller se convirtió en su escuela. Sus alumnos fueron sus hijos, Matías y Custodio.
    Dos maestros relojeros para cuidar y regir el tiempo, para ajustar los relojes de la ciudad y de su ayuntamiento. Personas expertas que cuidaron de que las horas pasaran a su ritmo, lentas para algunos, demasiado veloces para otros, pero siempre ajustadas y precisas.

1928, enero 14. Trujillo
CONVENIO
D. José Núñez Secos, Alcalde de esta Ciudad, autorizado por acuerdo de la Comisión Municipal, y los relojeros D. Antonio Santaolaria y D. Manuel Barbado, contratan hoy el servicio de relojes, por cuatro años, a partir del 1º de Enero actual, con las condiciones siguientes:
1º = Los relojeros tendrán a su cargo la marcha regular y constante de los relojes públicos y de los de pared existentes en la Casa Consistorial, así como el buen funcionamiento de los timbres eléctricos instalados en la misma; siendo de su cuenta la limpieza, reparaciones, arreglos y composturas de todas clases, no sólo en cuanto a la mano de obra, sino también en cuanto al material que sea preciso.
2º = Los desperfectos producidos por causas extrañas al natural funcionamiento de los aparatos, y que no puedan ser imputados a impericia o descuido de los relojeros, serán considerados como caso de fuerza mayor y correrán a cargo del Ayuntamiento, que podrá encomendar su corrección a quien estime conveniente.
3º =  Como pago de este servicio, abonará el Ayuntamiento mil pesetas anuales por trimestres vencidos, y con deducción de la cantidad correspondiente al impuesto sobe pagos.
4º = Los relojeros, a la terminación del contrato, devolverán los aparatos en el mismo buen estado de funcionamiento en que los reciban al hacerse cargo de ellos.
5º = Las faltas que cometieren en el cumplimiento del servicio serán corregidas por la Alcaldía con multas de una a diez pesetas.
6º = Para garantía de cumplimiento, depositarán los contratistas cien pesetas en la caja municipal.
Trujillo, 14 de Enero, 1928
José Núñez (rúbrica)
Antonio Santaolaria (rúbrica)         Manuel Barbado (rúbrica)
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 1417, carpeta 26)