El arca siempre se muestra generosa con quien la respeta, con quien se acerca a ella con cuidado, con afán de conocer, de aprender, investigar y compartir. Pero esa generosidad documental y patrimonial necesita atención, tiempo, profesionalidad y respeto por parte de quien abre y lee cuidadosamente legajos y documentos.
Quien como la trujillana Mª Victoria Rodríguez Mateos ha sabido enlazar sus pasiones -la medicina, el arte y la historia- y ha empleado tiempos dilatados en la consulta de cartas y censos, de acuerdos y actas municipales, proyectos constructivos, cuentas, memorias, protocolos notariales e imágenes, sabe que después hay que interpretarlos, comprenderlos y ensamblarlos para a continuación, con generosidad y con el mismo respeto, ofrecerlos a trujillanos, extremeños y personas de cualquier parte del mundo.
Así, de forma amena pero rigurosa, con palabras inspiradas y documentadas en el arca, podemos recorrer magistralmente, a través de un caleidoscópico y completo contenido, La vida cotidiana en Trujillo en el siglo XIX.
Tiempo es de adentrarse a través de sus páginas en la ciudad y sus lugares, en el alma de su gente, en sus necesidades, aspiraciones y afanes, en sus ocupaciones y preocupaciones, sintiendo cómo se reflejan en la ciudad los acontecimientos de un denso y bastante desconocido siglo que casi comienza con guerras peninsulares y concluye con guerras ultramarinas.
En cualquiera de los capítulos que nos ofrece nos conocemos y reconocemos, aprendemos y disfrutamos y comprobamos que la generosidad del arca ha dado fruto en un magnífico trabajo que nos permite entender mejor nuestro pasado y nuestro presente.
En sus páginas conocimos que el primer asilo que tuvo la ciudad a punto estuvo de instalarse en la calle San Antonio, en las casas y con las rentas que Josefa Fernández Montero, la viuda de Diego Nevado Gil, dejó para tal fin en su testamento en 1887. Y seguimos en aquéllas los avatares que llevaron esta institución hasta la entrada de la “villa”, junto al arco de Santiago, en las casas que fueron de Luis de Chaves el viejo y que los testamentarios de Juana compraron y adecuaron para dar cobijo a “ancianos sin recursos de ambos sexos, vecinos de Trujillo”. También nos permitió “asistir” a la inauguración el 1 de enero de 1894 del asilo que, “bajo la tutela de las religiosas conocidas bajo el nombre de Hermanitas de los Pobres”, daría “esmerada asistencia a los ancianos” aun contando con escasos recursos y debiendo recurrir siempre a la generosidad de los trujillanos.
Sirve así este trabajo de Mª Victoria Rodríguez Mateos para dar sentido a otras muchas noticias e historias del siguiente siglo que el arca atesora.
Seguro que fueron muchas las ocasiones en que los trujillanos se volcaron para ayudar al asilo y suplir con sus donaciones las constantes necesidades de la institución, pero el arca nos detalla alguna de ellas.
A comienzos de junio de 1901 Trujillo celebraba como cada año su feria. Bailes, atracciones, música y por supuesto teatro, una de las grandes aficiones de la ciudad. Aprovechar alguna de las representaciones para obtener recursos con fines benéficos era también tradición y el asilo fue el destinatario de los ingresos de la representación del dos de junio de ese año. Bajo la batuta del ayuntamiento y una comisión, todo se dispuso para que la noche fuera del agrado del público asistente.
La Compañía que ese año trajo el teatro a la feria trujillana, aunque de reciente creación, había cosechado ya éxitos en otros escenarios. Julia Sala, primera actriz, y Mariano Díaz de Mendoza, primer actor y director de la Compañía, habían trabajado juntos por primera vez en la de María Guerrero (cuñada de Mariano al casar con el actor y aristócrata Fernando Díaz de Mendoza). Teatro, zarzuela y monólogo, además de algunas rifas, constituyeron el programa de la noche del dos de junio. Obdulio Colina Jiménez, oficial de la Secretaría del ayuntamiento trujillano, se encargó de recoger y detallar los ingresos y gastos de la noche, cuenta expuesta públicamente durante ocho días sin recibir alegación alguna.
Se había pagado una peseta a Rosario Parra por el aseo del local, a Manuel Casillas, el “avisador”, 1,50 pts. y a Severiano Rubio, que se encargó del guardarropa 9,45 pts. También recogió el pago de cuatro pesetas que costó traer un piano y los derechos de las representaciones: la obra “Lo Cursi” que en enero de ese año estrenó Jacinto Benavente en el Teatro de la Comedia de Madrid, la zarzuela “Con permiso del marido”, juguete cómico-lírico de Ramiro Blanco y el maestro Ramón Laymaria, y el monólogo “Una tragedia al vapor” que desde hacía unos años representaba el actor cómico Manuel Balmaña, ahora en la compañía de Julia Sala, a la que se abonaron 231 pesetas.
En la calle Tiendas se compraron los regalos para las rifas: un abanico de nácar y un centro portacuchillos en el comercio La Favorita, de Santos Romero, y un juego de cerveza y un centro en el de Antonio Sáenz Pizarro.
Todo el que pudo acudió o pagó la entrada pues el fin lo merecía. Resueltos los pagos, la cantidad que podría destinarse al asilo fue importante, 1136 pesetas y 85 céntimos que al día siguiente fueron entregadas a sor Concepción de San Juan, superiora de las monjas que atendían en el asilo.
Una historia que surgió del arca a la que María Victoria Rodríguez Mateos acudió con respeto, cariño y buen hacer para interpretar su contenido y compartir con todos sus historias.
1901, junio 3. Trujillo
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1335.3)
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