Escribe
León Pinelo en sus “Anales de Madrid” que el año de 1580 es el que llaman el
del Catarro “porque esta enfermedad aflixió mucho a Castilla, muriendo no poca
gente”. Ese “catarro universal” o “gran
catarro” como fue conocido (aunque algunos investigadores apuntan a que se
trató de tos ferina) es considerado como la primera epidemia de gripe de
extensión global que, con origen en Asia, se extendió por Europa y América
desde el mes de agosto de ese año.
A
Trujillo llegó la enfermedad en septiembre de 1580, un año que comenzó con
otras preocupaciones. Interesado en llevar los asuntos de Portugal desde un
espacio más cercano, Felipe II y la corte dejaba Madrid para trasladarse a
Extremadura en la primavera de ese año. Le acompañaba su cuarta esposa, Ana de
Austria, el heredero Diego Félix y las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina
Micaela. Vacante el trono portugués, el rey Felipe hacía valer sus derechos
sucesorios frente al autoproclamado rey de Portugal, el prior de Crato, y
Badajoz era el lugar adecuado para preparar la campaña bélica que le habría de
llevar a ser reconocido como monarca luso.
Aunque
el recorrido del rey Felipe no pasó por Trujillo, sí lo hizo por su
jurisdicción y, como en tantas otras veces, la ciudad se aprestó a mostrar su
fidelidad y acogimiento. De nuevo el arca se muestra generosa en noticias.
La
corte llegaba a Guadalupe el Jueves Santo y dado que, en su recorrido hasta
Badajoz, el monarca habría de pasar por Madrigalejo o Acedera, el corregidor
Juan de Morillas y los regidores preparaban el día 28 de marzo el presente que
la ciudad llevaría hasta esos lugares cuando por ellos pasara el monarca: 24
capones, 12 pavos, 24 jamones, 12 cabritos, 2 terneras, un jabalí y un par de
gamos.
Sofonisba Anguissola. Felipe II. (1565). Museo del Prado |
Para
cumplimentar al rey y ofrecer el presente ya dispuesto, el 1 de abril el concejo
acordaba que se desplazaran hasta la zona el propio corregidor acompañado por
cuatro de los regidores, Hernando de Orellana, Francisco Altamirano de Vargas,
Rodrigo de Orellana Toledo y Álvaro Pizarro, contando siempre con la
información que les remitiría el trujillano más influyente en ese momento en la
corte, fray Diego de Chaves, confesor de Felipe II, a quien se había escrito
para que tuviese informada a la ciudad “para que se sepa por su aviso la
partida de Su Magestad”.
Será
el propio corregidor Morillas el que solicite con urgencia que su teniente y
regidores que permanecen en Trujillo remitan con urgencia a Zorita los
mantenimientos necesarios, ya que el monarca dormiría en ese lugar la noche del
22 de abril y era necesario que estuviese proveída
“Este día se leyeron tres cartas del señor corregidor en que manda
que se lleven a Çurita sesenta fanegas de pan masado y çevada la que se pudiere
enbiar y pescado y azeyte y naranjas y quesillos y otras cosas para que el
dicho lugar este basteçido porque esta noche va Su Magestad a dormir a el dicho
lugar”.
El
resto de la primavera y el verano Trujillo trabajó intensamente para preparar
su contribución en hombres y armas a la campaña portuguesa, pero esa es otra
historia que nos contará en otro momento el arca. Porque empezamos hablando de
gripe y a ello vamos.
En
el ayuntamiento celebrado el día 3 de septiembre se da cuenta a la ciudad de la
presencia de la enfermedad en Trujillo, al tiempo que se conoce el contagio del
propio monarca en la ciudad de Badajoz
“platicaron
y confirieron cómo Su Magestad del rey don Felipe nuestro señor está enfermo y
cómo en esta çibdad ay gran suma de enfermos y muchas muertes y se entiende que
a venido de Guadalupe de la jente de la feria como ramo de pestilençia, para
remedio de lo qual se acordó que se digan deziocho misas cantadas en los
monesterios de la Encarnaçión y de San Françisco de esta çibdad por la salud de
Su Magestad. Y en Santa María la mayor y en los Mártires otras deziocho misas
rezadas, en cada parte nueve, las de los Mártires a San Roque por la salud de
esta çibdad y veçinos della”.
Al acabar septiembre la ciudad y su tierra
aún se resienten y es necesario reforzar la protección, guardando calles y
entradas principales y no admitiendo a forasteros “espiçialmente si vinieren
enfermos y no traxeren testimonio de cómo vienen de tierra sana”. Pero llegan
buenas nuevas sobre la salud del rey y Trujillo quiere mostrar su alegría pidiendo
al vicario de la ciudad que organizase una procesión “dando las graçias a
Nuestro señor por la salud de Su Magestad”.
En la ciudad, entre tanto, siguen las muertes
y hay poco que celebrar. Los enfermos son muchos pero es necesario elevar el
ánimo de los vecinos y para ello, en Trujillo, nada mejor que los toros. Aún
quedan cuatro por lidiar en ese año y sería ésta una buena ocasión “para alegrar
y reguzijar la gente de esta çibdad”.
Cuando todo parece haber pasado en Badajoz,
mediado ya octubre, Trujillo lo celebra como siempre lo ha hecho:
“Este día se acordó que por reguzijo y
alegría de la salud del rey don Felipe nuestro señor se apregone que el
miércoles en la noche primero venidero que se contarán dezinueve del presente
mes aya luminarias en las ventanas de los vezinos de esta çibdad so pena de
cada seysçientos mrs. y que luego el jueves siguiente se corran los quatro
toros que está acordado antes de agora”.
Fue una corta alegría. La reina Ana ha
cuidado a su esposo y tío y, contagiada de “gripe”, fallece en la ciudad de
Badajoz el 26 de octubre, a las 5 de la mañana. A pesar del dolor, todo se pone
en marcha para trasladar su cuerpo al monasterio de San Lorenzo del Escorial, donde
el Panteón Real que trazara Juan Bautista de Toledo debería guardar los restos
de la monarquía. El mismo día 26, el duque de Osuna, don Pedro Guzmán, recibe
el encargo de acompañar al cadáver de la reina, porque “es justo que vaya en su
acompañamiento un grande de estos Reynos”, le escribe el rey[1].
Junto a él iría Diego Gómez de Lamadrid, obispo de Badajoz, a quien se uniría
en Talavera de la Reina el arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga y Vela.
El día 27 de octubre salía de Badajoz el
cortejo fúnebre y dos días después Trujillo iniciaba los preparativos de esta
triste y diferente visita real. Era necesario saber qué habría de organizarse y
cómo responder a las órdenes reales que habían dispuesto todo el ceremonial
fúnebre.
Primero, información: el alguacil del campo,
Sebastián de la Huerta, marcha aprisa a Mérida para saber qué debe estar
dispuesto, qué ha preparado la propia ciudad de Mérida y otras ciudades para recibir
a la reina. Hasta Lobón llega Huerta y regresa con rapidez a Trujillo con
detalles de todo lo que debe estar dispuesto. Y a ello se apresta la ciudad:
1580, octubre
31. Trujillo
Falleçimiento
de la reina nuestra señora.
Este día se trató cómo el cuerpo de la reyna nuestra señora tiene
de pasar por aquí y para el reçibimiento se acordó lo siguiente.
Túmulos. Que el señor
Hernando de Orellana haga hazer un túmulo en la pla ça de la
Encarnaçión para el reçebimiento y otro túmulo en la yglesia de San Martín muy
suntuoso como conviene para que esté allí mañana martes en la noche.
Hachas. A el señor
Juan Casco se cometió haga hazer çinquenta hachas de çera luego oy en este día.
Frayles y
clérigos, cofradías. Este día se cometió a el señor Juan de Alarcón haga prebenir los
frayles de los monesterios y a la clerezía y cabildo y las cofradías de esta
çibdad para que salgan con sus pendones.
Lutos por la
reyna doña Ana nuestra señora. Acordose que se den lutos a la justizia y
regidores que se hallaren presentes a el reçebimiento del cuerpo real y se den
a ocho varas de veynteydosen para loba y capirotes por quanto por quanto aquí
se llamó Pedro Martín Casillas sastre y dixo que esto y más es menester y que
para más autoridad se den lutos de paño veynteyquatren a el alguazil mayor,
secretarios de ayuntamiento, sesmero, letrados de çibdad y procuradores y
mayordomo de propios a seys varas de paño para capuz y caperuças; y a los
porteros de ayuntamiento a cada uno quatro varas para capa y caperuça y que
todos trayan el dicho luto so pena de le aver perdido y los dichos ofiçiales
den fianças para lo pagar si Su Magestad lo mandase.
Que se enbíe a
dar el pésame a Su Magestad. Acordose que esta çibdad escriva a Su Magestad dándole el pésame
de la muerte de la reyna nuestra señora y que el señor don Rodrigo de Orellana,
regidor, que está en Badajoz, le de la carta y pésame a Su Magestad y para ello
compre y saque luto como los demás regidores que están presentes. Y el señor
Hernando de Orellana ordene la carta para Su Magestad y escriva a el señor don
Rodrigo de Orellana.
Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 43, fol. 380v.
Alonso Sánchez Coello.
Retrato de Ana de Austria (c. 1571). Museo Lázaro Galdiano, Madrid. |
Nada más dice el arca del catarro. Los
cronistas aseguran que la epidemia cesó en otras partes a los tres meses y los
archivos de las parroquias trujillanas no conservan libros de difuntos de este
año. Pero estamos seguros de que Trujillo enterró a sus muertos, curó a sus
enfermos y se recuperó de esta como de otras muchas epidemias. Pero ese año,
1580, Trujillo asistió a unas reales y solemnes exequias que las fuentes nos hacen imaginar.
Serán las propias instrucciones del monarca[2]
las que nos permitan saber qué vivió Trujillo en ese primer día de noviembre de
1580 en que el cortejo real llegaba a la ciudad.
Precedían al ataúd los caballeros de boca y
de la casa del rey, en perfecto orden, seguidos por frailes de diversas
órdenes, capellanes y eclesiásticos, todos “en forma de proçesión”. Un capellán
con la cruz de plata o guión, el capellán mayor y el mayordomo del rey marchaban
delante de las andas en que estaba depositado el ataúd. A los lados del féretro
se disponían seis pajes, tres a cada lado, a caballo y con hachas encendidas.
Cuando el cortejo entró en Trujillo, otros dos pajes se unieron al mismo.
Pompeo Leoni. Grupo funerario de Felipe II. Monasterio de El Escorial (c. 1597). Felipe II, Ana de Austria. Príncipe Carlos y María de Portugal. |
Tras los restos de la reina marchaba el duque
de Osuna y el obispo de Badajoz, seguidos por 40 arqueros con su teniente.
Otros 48 soldados, españoles y alemanes, acompañaban al séquito “advirtiendo
que a las entradas y salidas de los lugares han de acompañar el cuerpo, como
acompañan a Su Magestad, y de noche hazer guarda en la iglesia” en que se depositase
a la reina. Recibido el féretro en un túmulo situado en la Encarnación, el
cortejo se dispuso después a trasladarse a la iglesia de San Martín, llevado a
hombros, como disponía el rey, por los nobles y gentiles hombres de su Casa,
además de los caballeros principales que el duque de Osuna dispusiera y entre
los que sin duda estarían los regidores trujillanos vestidos con ropas de luto.
En San Martín, otro túmulo decorado con los ocho escudos que pintó Muriel
Solano, recibió al cuerpo de la reina, y en ella montaron guardia los monteros
de Espinosa además de la guardia española y alemana que la acompañaban. En este
templo se hicieron las honras fúnebres y en ella se estuvo velando el cadáver
de la reina Ana “rezando delante del cuerpo a todas oras”.
A la mañana siguiente, tras “las misas y
hecho el ofiçio divino y después de almorçar”, la comitiva inició el camino que
habría de llevar el cuerpo de la reina doña Ana al Panteón Real de El Escorial.
Fue así como los restos de la cuarta esposa
de Felipe II, nacida en Cigales (Valladolid), archiduquesa de Austria y reina
de España, madre del futuro Felipe III, fallecida en Badajoz donde quedaron sus
entrañas en el convento de Santa Ana, pasó por Trujillo el día que habría cumplido 31 años, una ciudad cansada
esos días de enterrar a quienes castigó el gran catarro.
[1] "Carta de Felipe II a Pedro Girón, [I] duque de
Osuna, en la que le da cuenta del fallecimiento de su esposa la reina Ana de
Austria, cuyo cuerpo debía depositarse en El Escorial, y le pide su
acompañamiento como grande de España." 26 octubre 1580. A.H.Nobleza.
OSUNA, C.8, D.50
[2] "Instrucción
del orden que se había de llevar en la jornada de traslación del cuerpo de la
reina Ana de Austria, mujer de Felipe II, desde Badajoz donde murió, al
monasterio de El Escorial donde debía depositarse." 27 octubre 1580. A.H.Nobleza.
OSUNA, C.8, D.52
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