“Bien
creo deveis tener entendido el notorio derecho e açión que yo tengo a la
suçesión de los reynos de la Corona de Portugal después de los días del
serenísimo rey don Enrique, mi muy caro y muy amado tío, que aya gloria, como
pariente más propinquo varón y de más días que ninguno de los otros pretensores”
Con estas palabras, Felipe II comunicaba a la ciudad de
Trujillo, en febrero de 1580, su decisión de hacer valer los derechos que creía
tener a ocupar el trono portugués. Muerto el rey don Sebastián en Alcazarquivir
en 1578, y jurado como rey el infante cardenal don Enrique, la corte española había
puesto en marcha desde aquel momento toda su maquinaria diplomática. Era
necesario recabar apoyos al candidato castellano como sucesor de un rey, don
Enrique, cuya avanzada edad y achaques hacían suponer que tendría un corto
reinado.
Con mejores y más justos títulos se creía el rey don Felipe
que el resto de pretendientes (Catalina, duquesa de Braganza, , Manuel
Filiberto de Saboya, Ranuccio Farnesio y el prior de Crato, don Antonio) a
suceder a Enrique I de Portugal cuando la muerte de éste, en enero de 1580,
dejó vacante la corona portuguesa sin heredero designado.
Y si la diplomacia no fuera efectiva, las armas le darían la
razón. En Italia estaban listos tercios y galeras para marchar a la península y
aquí la Corona se aprestaba a ultimar los detalles de una jornada que habría de
llevar a Felipe a coronarse como rey luso.
Antonio Moro. Felipe II en la Jornada de San Quintín. 1560. El Escorial. |
Primero fue necesario acercarse a la frontera: “e acordado
de acudir y asistir a ello en persona y partir de aquí dentro de muy pocos días
para el monesterio de Nuestra Señora de Guadalupe con yntençión de pasar
adelante y hazer todo lo demás que sea neçesario”. Era igualmente preciso
contar con el apoyo de señores y ciudades y no esperaba menos el rey Felipe de
la de Trujillo: “teniendo por çierto que esa çiudad nos servirá con la voluntad
que sienpre lo ha hecho en todo lo que se a ofresçido y como yo confío de tan
buenos y leales vasallos”.
Comenzaba con esta carta de 15 de febrero de 1580 un año
agitado para el concejo de Trujillo que habría de aprestarse a servir a su rey
y atender a quienes por ella pasasen camino de la frontera.
Porque era seguro que a no tardar llegarían peticiones de
hombres y armas y la ciudad habría de estar en condiciones de atender tales demandas.
Por ello, el corregidor Morillas ordenó que su alguacil
mayor, junto con los regidores Juan de Hinojosa y Francisco Altamirano de
Vargas, hiciesen registro de las armas que poseía la ciudad y confeccionasen la
lista de los hombres que, con edades de entre 20 y 50 años, pudiesen ser
llamados a combatir por el rey.
No conocemos la lista realizada, pero sí los resultados
sobre el registro de armas: no las hay en la ciudad y es urgente conseguirlas.
El mercado de Sevilla pareció una buena opción y allí se buscaron. Quinientos
arcabuces y otras tantas picas fue el encargo.
No tardaron en llegar a Trujillo mandatos reales reclamando
hombres. El día 9 de marzo de 1580, un criado del duque de Alburquerque
presentaba ante el concejo una carta sellada del rey. En ella reiteraba a la
ciudad su intención de reclamar el trono portugués, daba cuenta de los apoyos
obtenidos en las cortes de aquel reino (el estado eclesiástico y la nobleza) y,
por si “el negoçio viniese a neçesidad de armas”, les hacía conocer su orden de
que las fronteras fueran guardadas por distritos, confiando estos a “las
personas que están más çerca della”. Uno de tales distritos, en tierras
extremeñas, estaría bajo el mando del duque
de Alburquerque, con control sobre las villas y lugares de su ducado, Valencia
de Alcántara, Alcántara y las tierras de Brozas y Garrovillas. Bajo sus órdenes
se pone a Trujillo y en su ayuda habría de acudir la ciudad cuando el duque lo
pidiese con las tropas que pudiese enviar.
Llamados a cabildo ese mismo día los principales de la
ciudad (los dos Luis de Chaves, Sancho de Carvajal, Gómez de Solís, Sancho de
Sanabria y Gonzalo de Tapia, “caballeros de edad y esperiençia”), decidieron
con los regidores la cuantía de su ofrecimiento al rey: doscientos infantes y
cuarenta jinetes que podrían estar listos y armados para partir en cuarenta
días. Es todo lo que puede ofrecer Trujillo.
Hombres, armas y caballos. Y para todo ello, dinero. Tres
mil ducados que saldrían de las rentas de la ciudad y cuyo primer destino son
las armas. El regidor García Ramiro Corajo sería el encargado de buscarlas y
para ello se le ordena partir con brevedad a Sevilla llevando 2.000 ducados que
habría de emplear en adquirir 500 arcabuces, 500 picas, 50 lanzas, 50 coseletes
y celadas y todos “sus adereços para armar la gente desta çiudad y su tierra”.
Los caballos habrían de estar igualmente estar listos.
Caballeros y vecinos con hacienda serían quienes deberían aportarlos y si no
los tuviesen adquirirlos
“todos los veçinos desta çibdad y su tierra que tuvieren
hazienda hasta en quantía de dos mil ducados que tengan y conpren cavallos,
cada veçino de la dicha haçienda un cavallo, y los que tuvieren hazienda en
quantía de mil ducados tengan entre dos veçinos un cavallo”.
Puesta en marcha la maquinaria por el corregidor Morillas,
las disposiciones para responder al duque de Alburquerque parecen dar pronto
sus frutos. Se tiene el dinero, se han encargado las armas y todo está listo
para hacer el repartimiento de los 200 soldados que ha ofrecido Trujillo. Pero
no solo Trujillo. También la tierra de ella dependiente está obligada a
contribuir, así como las villas que a lo largo de ese siglo XVI se han
desligado de la jurisdicción trujillana.
La ciudad, con las Huertas y Aldea del Obispo, aportarían
40 infantes, Logrosán 24; las villas de Berzocana, Garciaz y Cañamero 22
infantes cada una; Santa Cruz 15, Abertura y Escurial 10 cada lugar; Orellana
la Vieja aportó 6; Herguijuela y Zorita 5; a Búrdalo (Villamesías) e
Ibahernando les correspondieron 4 infantes;
Madrigalejo y La Cumbre contribuyeron con 4; Acedera y Navalvillar con
3; La Zarza (Conquista), Alcollarín, El Campo (Campolugar), Robledillo y Plasenzuela
con 2 infantes, y los lugares menos poblados debieron contribuir con un único
soldado: Aldea del Pastor (Santa Ana), Ruanes, Tollecillas, Madroñera, Santa
Marta y Orellana de la Sierra. En total, 223 hombres en previsión de tener que
suplir a alguno de los que acudiesen. A todos los lugares se les ordenó que
mandaran el doble de los soldados que les cupo en el reparto “de los más sanos,
ábiles y diligentes que obiere y los enbíen a esta çibdad los conçejos para que
se escojan y alisten los que más pareçiere que conviene”.
Más corto fue el reparto de los cuarenta jinetes que
ofreció Trujillo. Treinta de ellos serían de la propia ciudad, dos vendrían de
Logrosán, de Berzocana, de Cañamero y de Garciaz y los lugares de Santa Cruz y
Madrigalejo habrían de enviar un jinete.
Resulta curioso comprobar quienes hubieron de aportar
caballos para acudir a la guerra. Ni uno solo de los caballeros de la ciudad
aparece en la lista recogida por el escribano. Mercader, platero, boticario o
sastre son algunos de los oficios de quienes, por su hacienda, debieron
contribuir con lanza, adarga, caballo y jinete que lo montase
“A todos los quales su merçed del señor corregidor mandó
que se les notifique se aperçiban y tengan cada uno su cavallo dentro de quinze
días primeros siguientes y los registren ante su merçed so pena de perdimiento
de la mitad de sus bienes y que a su costa se conprarán los dichos cavallos”
Tiziano. Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba. Fundación Casa de Alba. |
El día 14 de marzo todo estaba ya dispuesto. Hombres
repartidos, caballos asignados, armas encargadas y dineros listos. Trujillo
podría aportar lo ofrecido al rey para la empresa portuguesa que se ponía en
marcha. El rey estaba en camino hacia Guadalupe y el duque de Alba –“que ba por
general de la guerra para Portugal”- dormía el día 19 en Torreaguda, cercana a
Trujillo, acudiendo a visitarle el corregidor Morillas y los regidores Hernando
de Orellana y Rodrigo de Orellana.
Ya en Guadalupe, el monarca continúa comunicando instrucciones a Trujillo.
Acepta el ofrecimiento de la ciudad de hombres y caballos, remite a Trujillo al
Consejo de Castilla para solicitar
facultad para sacar de los propios los gastos de la guerra, advierte que los
soldados habrán de llevar mantenimientos, a costa de la ciudad, para 25 días, que de cada 100 soldados 40
habrán de ser piqueros y 60 arcabuceros, les hace saber que Francisco de Álava,
capitán general de artillería, les venderá 12 quintales de pólvora y pide a la
ciudad los nombres de tres o cuatro personas para elegir capitanes
“que sean práticas y que ayan sido soldados
y si ser pudiere que ayan estado en Ytalia, poniendo en la partida de cada uno
la calidad prática y esperiençia que tuviere y dónde a estado y a servido y en
qué para que mandemos elegir”
Cuatro serán los caballeros cuyos nombres son propuestos al
monarca para capitanes de la gente de guerra de la ciudad: Francisco Altamirano
de Vargas, regidor, y Diego de Orellana de Chaves, candidatos a mandar la gente
de infantería, y los regidores Rodrigo de Orellana y Álvaro Pizarro, entre los
que debería elegirse a quien mandaría la gente de a caballo.
Abril comienza y Trujillo sigue sin armas. En Sevilla no se
encontraron y la ciudad habrá de buscarlas aún más lejos. Guipúzcoa, allá en
reino de Vizcaya, es el destino del regidor Antonio de Tapia quien, a pesar de
sus protestas, recibe la orden del corregidor de marchar para realizar la
compra de arcabuces, picas, coseletes, celadas y pólvora.
Aunque se prepara para la guerra, Trujillo no descuidó los
detalles exteriores de la tropa que
mandaría a luchar y “para que mejor se pueda conprar y menos preçio, se acordó
que se vaya a Toledo a conprar las cosas siguientes.
Quatro caxas de atanbor de nogal muy
buenas.
Para una vandera, quinze varas de tafetán
azul turquesado y otras quinze varas de tafetán blanco y seys varas de tafetán
colorado y que sea sin orillas de otro color.
Para el estandarte de los ginetes, vara y
media de damasco turquesado y vara y media de damasco blanco.
Dos hierros de la vandera y estandarte
dorados.
Siete onzas de hilo de plata de Milán para
la labor del estandarte y media libra de seda azul y media libra de seda blanca
para coser el estandarte y cordones y para la vandera.
Dos tronpetas
italianas y un pífano”.
Azul y blanco, los colores de la ciudad.
Cuando todo parece ya cerrado, Beltrán de la Cueva y
Castilla, duque de Alburquerque, reclama a la ciudad el envío de 100 hombres
más, exigiendo 300 infantes, cantidad que acepta el corregidor pero no la mayor
parte de los regidores. La ciudad está endeudada y pobre, está gastando en una
guerra aún no iniciada los recursos que pensaba destinar a la compra de trigo
en un año de carestía, ofreció el mayor número de soldados que podía
soportar... todos son argumentos que rechaza el rey, que ordena “estén
aperçebidos trezientos arcabuzeros, procuraréis que lo hagan en el dicho número”.
Mosquetero, piquero, arcabucero. 1633. Colección Vinkhuijzen de uniformes militares. 1910. Biblioteca Pública de Nueva York |
Cúmplase pues.
Pasa abril y comienza mayo. El rey está en Mérida, el duque de Alba parte
de Llerena a Badajoz y por Trujillo pasan las tropas que se reúnen en la
frontera. Las de Trujillo habrán de estar listas para el segundo día de Pascua.
El 23 de abril deberían acudir de las villas y aldeas sus alcaldes y regidores
con los soldados asignados para que el capitán nombrado por el rey, don
Francisco Altamirano de Vargas, escoja los mejores hombres.
Pasa la Pascua, pasa mayo y Trujillo sigue esperando. El
rey está en Badajoz y llega junio. El duque de Alburquerque sigue escribiendo.
La gente de a pie y de a caballo debía estar lista para partir a su llamada. Habría de llevar pólvora, cuerda y plomo. De nuevo se avisa a los lugares de la
tierra. Se despachan correos y se les pide acudir para el domingo 19 de mayo.
¿Está todo listo? ¿Falta algo?. Los jinetes no tienen adargas, les faltan
escudos. El 13 de junio se busca persona que con rapidez y dineros se acerque a
Córdoba a comprarlas. Las picas están sin hierros y es necesario que Pedro
Figueroa, armero, repare algunos arcabuces. Los soldados elegidos en la ciudad
esperan y algunos desesperan y solo el castigo les puede disuadir de la huida.
Acabando junio, en la plaza de Trujillo el carpintero Pedro Alonso levanta una
garrucha en la que dar tormento a quienes pretendan escapar.
En Badajoz, en la dehesa de Cantillana, ante el rey y la
reina, han desfilado las tropas que participarán en la conquista de Portugal y
el duque de Alba ha atravesado la frontera. El 1 de julio se toma Estremoz y
los soldados de Trujillo aún no han sido llamados.
Por fin, el 5 de julio, una carta del duque de
Alburquerque reclamó a los trujillanos.
Habrían de estar en Valencia de Alcántara el 11 de ese mes. Después de tanto
esperar, aún quedaba mucho por hacer. Habían de llegar los soldados de las
villas y lugares. Era necesario ajustar los salarios que cobrarían. Faltaban
por llegar las comisiones para los capitanes. Había caballos pero faltaban
jinetes. Se debía comprar trigo en Brozas para el suministro de los soldados
camino de Valencia de Alcántara. Habían de hacerse, de paño azul, los trajes
para trompetas y tambores, se tenía que bendecir la bandera...
Lo que se inició en febrero parecía culminarse en julio. El
día 15 de dicho mes se ponía en marcha la infantería camino de la frontera, “armados
e basteçidos de comida por el tienpo que el duque de Alburquerque a mandado”.
Mientras, se exigía de quienes habían de proveer de caballos, lo hicieran
también de jinetes, fueran ellos u otros, y se suplía con un caballo de la
ciudad el animal muerto de Francisco y Diego del Saz.
Pocos días después, los cuarenta jinetes y dos trompetas,
bajo el mando de su capitán, Rodrigo de Orellana, partían orgullos para
Valencia de Alcántara.
¿La guerra?. Poco nos podrían haber contado quienes a ella
fueron desde Trujillo.
Las tropas en Cantillana. Sala de Batallas. El Escorial. |
En la sesión del concejo del día 3 de agosto se lee una
carta del duque de Alburquerque. Quien la trae es el capitán Francisco
Altamirano de Vargas, de vuelta en la ciudad con su compañía
“Ilustres señores
Esta
mañana tuve un despacho de Su Magestad en que manda que por çiertas causas que
ay, dé orden en que la jente que está junta se buelva a sus casas y asta tanto
que otra cosa mande. Y así he ordenado al capitán Altamirano de Vargas parta
con su conpañía la qual jente mandarán vuestras merçedes que se esté como antes,
alistada y armada por si fuere menester que Su Magestad mandare otra cosa. E
sentido mucho se ayan ydo tan presto por ser tan buena jente y los ofiçiales
tan onrados. Nuestro Señor guarde las ylustres personas de vuestras merçedes.
De Valençia de Alcántara a 29 de julio 1580 años. A serviçio de vuestras
merçedes. El duque de Albuquerque. A los ilustres señores los señores justiçia
e regimiento de la çiudad de Trugillo.”
Campaña rápida. Infantes y jinetes de vuelta en casa pero
sin licencia posible: “que se esté como antes, alistada y armada”. Un coste importante para las arcas y un
auténtico problema en la ciudad que no está dispuesta a asumir. Se devuelven
los caballos a sus dueños, se despide a los soldados tras darles un mes de sus
pagas, se recogen lanzas y adargas, la bandera de la infantería, el estandarte
de la caballería, las trompetas y los tambores, los arcabuces y las picas.
Y así pasó un verano que acabó en muerte
y enfermedad. Quizás llegó de la feria de Guadalupe, pero el gran catarro
se asentó en una ciudad en la que la guerra era la menor de sus preocupaciones
y ya parecía lejana.
Hasta octubre. Otra vez una carta del duque de Alburquerque
hace congregarse en las salas del ayuntamiento al concejo junto a caballeros de
la ciudad.
“Ilustres
señores
Oy
martes a veynte y siete deste reçebí una carta de Su Magestad, su fecha a
veynte y seys en que me manda que con mucho cuydado y diligençia aper
çiba y haga poner en orden la jente de los lugares de mi distrito
para cunplir con lo que Su Magestad manda. Ordeno a vuestras merçedes que luego
que reçiban esta carta pongan en orden el número de jente que vino la vez
pasada y probean de bastimentos y muniçiones y me avisen luego quando podrá
partir la jente avisando yo de ello pues Su Magestad manda que sea con mucha
brevedad en lo que aquí digo no aya descuydo ni remisión porque es negoçio de
ynportançia”.
Parecía que todo volviera a empezar y, dado lo ya vivido, la
ciudad prefiere ser prudente. Era necesario asegurar las órdenes y hacer llegar
a la corte la situación en que Trujillo se encontraba. El rey debía conocerla y
algún regidor marchar a Badajoz para hacer saber “la falta de jente de esta
çibdad y su tierra por las enfermedades y muertes que a avido”. Sería muy
difícil ahora “juntar la jente y que se aperçiba y parta con brevedad”, aunque
el corregidor pide a los hijos de Pedro Cornejo que toquen los tambores de la
infantería “para que los soldados se aperçiban y estén a punto”.
Pero parte de esos soldados han muerto o están enfermos y
es tiempo de sementera. Juntar la gente ahora sería perder la cosecha y la
tierra de Trujillo no se lo podía permitir. La ciudad suplicó al corregidor que
aguardase a la consulta, que esperase la respuesta del rey a las súplicas de
Trujillo y que no respondiese a las peticiones del conde de Alburquerque.
Batalla de Alcántara. 25 de agosto de 1580. Biblioteca Nacional de Portugal |
Hicieron bien en esperar, porque desde Badajoz llegaron
otras órdenes. El propio rey escribía a Trujillo el 16 de octubre haciéndole
saber “que yo e acordado de entrar por mi persona en Portugal por convenir así
al bien de los negoçios de aquel reyno... conviniendo que lo haga con buen
número de gente”. Ciudades, villas y obispos habrían de acudir con la mitad de
lo que ofrecieron para la campaña de Portugal,
“pagada y proveyda de bastimentos hasta esta çibdad de Badajoz”, ciudad
desde la que la propia Corona se haría cargo de su paga y mantenimiento.
Trujillo debería pues acudir a Badajoz con 100 infantes y
20 jinetes, la mitad de lo ofrecido en los inicios de la campaña y no de lo
exigido con posterioridad. Deberían estar en la frontera el 10 de noviembre, “pues
siendo tan poco número de jente el que os cabe y tan poco el gasto, lo podréys
hazer más presto”, dice el monarca.
Vuelta a empezar. De nuevo había que reunir a la gente de
la ciudad y de villas y aldeas que habría de marchar, nombrar un capitán (pues
siendo tan poca tropa, bastaría un único mando, don Rodrigo de Orellana, que
llevaría doble sueldo) y repartir las armas. Y como escasean los jinetes,
buscarlos fuera
“Este
día se cometió al señor Hernando de Orellana que despache mensajero a
Villanueva y Medellín y Montánchez a hazer pregonar que los soldados que
quisieren venir por ginetes a la conpañía de esta çibdad se les dará sueldo a
çiento y çinquenta reales cada mes y cavallo en que vaya y lança y adarga y una
ropilla azul”.
Porque ahora las tropas no van a la frontera, acuden ante
el rey y los soldados de Trujillo han de causar buena impresión
“se
acordó que por quanto los dichos infantes an de yr a paresçer delante de Su
Magestad, esta çibdad los vista de casacas y greguescos y medias de un paño
azul bajo”.
La compra del paño azul para vestir a los soldados, se
mezclará en Trujillo con la compra de paños negros para lobas y capirotes de los
lutos por la reina.
Tras la muerte de su esposa, ¿seguiría el rey con su idea
de marchar a Portugal? ¿se necesitaría a la gente de Trujillo en Badajoz para
el 10 de noviembre?. Un correo de la ciudad marcha a la corte para saber si hay
nuevas órdenes y nuevas fechas, mientras todo se ultima en Trujillo.
Un real cada día recibieron los soldados que se iban juntando
en la ciudad para sus alimentos, aunque su concejo se sintió engañado cuando
vio acudir a quienes se mandaba desde villas y aldeas
“an
enbiado los soldados que les cupieron los quales, abiendo de enbiar jente abil
y sufiçiente y bien tratados, lo qual no an hecho, antes los an enbiado los más
pobres y rotos y algunos con pellejos y ábito de pastores (...) enbiaron los
dichos soldados rotos y maltratados, dexando los parientes de los alcaldes y
regidores y gente rica y no señalando alguno de ellos”
Pero el tiempo apremiaba y ya habría momento de exigir
castigos: “que esta çibdad por agora dé a los soldados las ropillas y greguescos
y medias calças y monteras”, pidiendo después a sus lugares los 36 reales que
costó cada uniforme.
Todo listo para partir y hacia Badajoz marchan. No sabemos
hasta dónde llegaron las tropas, pero desde luego no alcanzaron su destino. El
día 14 de noviembre el corregidor hacía saber a la ciudad que “se a enbiado a
llamar la conpañía y bolverá aquí oy o mañana”. La razón de tal regreso era la
carta recibida del secretario del rey, Juan Delgado, del Consejo de Guerra. En
ella le hacía saber la orden real de que la gente de guerra no partiese de Trujillo,
que se despidiese a la infantería y la caballería permaneciese a punto para
cuando fuese llamada.
Escudo de Felipe II con las armas de Portugal. El Escorial |
De nuevo se recogieron arcabuces y vestidos y los soldados
de infantería volvieron otra vez a sus casas y pueblos “hasta tanto otra cosa
se les ordene”. Los de a caballo tardaron algo más. Primero se despidió a los
más jóvenes “y flacos”, se devolvieron los caballos a sus dueños (“para que los
den de comer y los tengan bien tratados”) y se asignaron real y medio diario a
cada jinete para su sustento pues ya no recibirían salario.
Así estuvo la ciudad –esperando nuevas desde Badajoz- hasta
diciembre. El día 12, Rodrigo de Orellana hacía saber a justicia y regidores lo
que sabía de la corte. Caballeros amigos le aseguraban por cartas que el rey ya
estaba en Portugal (había iniciado el camino el día cinco hacia Elvas, con
escaso séquito) y que no se pedirían nuevas tropas. No parecía que fuera a ser
necesaria ya la caballería trujillana. Podría despedirse y acabar el asunto de
la guerra.
Llegó el nuevo año, 1581, y Trujillo seguía recogiendo
lanzas, adargas y arcabuces. Durante ese año, la ciudad vendió en el mercado
todo aquello que no pudiera usarse en un nuevo conflicto. En enero
“Que
se vendan las ropillas de soldados. Acordose que el señor Melchior Gonçález
haga vender el jueves las ropillas y greguescos y medias de los soldados que
tiene recogidas”
en
mayo
“Que
se venda pólvora y plomo y muniçión. Este día se acordó que por quanto esta
çibdad tiene mucha cantidad de pólvora y plomo y cuerda que conpró y traxo para
serbir a Su Magestad y conbiene que se registre la pólvora y plomo y cuerda que
hay en los mercaderes y que no entre en esta çibdad cosa alguna de lo suso
dicho so pena de lo aber perdido hasta que se aya gastado y bendido lo que esta
çibdad tiene y se cometió a el señor liçençiado de Orellana lo haga vender y
apregonar”.
y en
noviembre
“Que
se venda la pólvora. En este ayuntamiento se trató de cómo las muniçiones de
pólvora y plomo y cuerda que esta çibdad tiene se dañan por estar añejas, espeçialmente
la dicha pólvora e para que se gaste y no se pierda, atento que es cantidad, se
acordó que el señor liçençiado Orellana haga vender e venda las dichas
muniçiones y ponga una tienda de ellas y a la persona que lo vendiere se le
ponga el preçio como la çibdad no pierda y a la persona que lo vendiere le dé
lo que a el señor liçençiado de Orellana conçertare por su trabajo. Y por que
se gaste la dicha pólvora, se acordó y mandó que en el entre tanto que se
vendiere la pólvora de esta çibdad, ninguna persona venda pólvora a preçio
ninguno, so pena de seysçientos mrs. aplicados por terçios conforme a las
hordenanças de esta çibdad y que se pregone públicamente”.
Tanto trabajo para tan escasa presencia en una campaña, la
de Portugal, en la que finalmente sí estuvieron trujillanos. Quizás cansados de
tanto esfuerzo, el concejo no puso gran empeño cuando se le reclamaron nuevas
tropas. En febrero de 1582 pasa por la ciudad un sargento con orden real de
llevar soldados “para aconpañar a Su Magestad desde Yelves a la çibad de
Abrantes”. No dicen las actas nada más de ellos. Ni repartimientos, ni sueldos,
ni armamento. La ciudad tiene armas, pero son de Trujillo y en su poder
quedarán.
1581, febrero 13. Trujillo.
E
luego el señor Juan de Herrera dixo que se cunpla la çédula real de su Magestad
y se enbía la dicha jente, pero que atento que su Magestad, por su real çédula
no manda se enbíen armados y atento a que el sargento que viene por los dichos
soldados se llamó a este ayuntamiento y se le procuró si trae ya orden de
llevar la jente armada y respondió que no trae orden alguna para que vayan
armados los soldados más de lo que Su Magestad manda por su real çédula. Y
atento a que por orden y mandado de Su Magestad esta çibdad está armada de los
dichos arcabuzes y podría ser que otro día Su Magestad mandase yr la jente de
esta çibdad, la qual a de yr armada, que su pareçer es que los arcabuzes de
esta çibdad se guarden y no se den a los dichos soldados en tanto que su
Magestad no lo mandare y que atento que los dichos soldados an de yr con la
persona real de Su Magestad y algunos no estarán bien vestidos y adereçados,
que de los vestidos y libreas que esta çibdad hizo para los soldados de esta
çibdad se den a los dichos soldados que agora se enbían que más neçesidad
tengan de vestidos las dichas libreas que están hechas.
Todos
los cavalleros regidores de esta çibdad dixeron lo mismo que a dicho el señor
Juan de Herrera.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 43, fol. 412r.)
Si el gran catarro de
1580 sangró cuerpos y almas, la guerra, en la que Trujillo no participó, hizo
lo propio con arcas y caudales.
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