25 de marzo de 2024

El rollo

    Quienes fueron condenados por la muerte de Nufro Mesía de Chaves en 1513 fueron sentenciados por el alcalde Pedro de Miranda a ser sacados de la cárcel de la ciudad y desde allí ser llevados “hasta la picota della o rollo a boz de pregonero público e sean tendidos en las gradas della e con un cochillo de azero sean degollados por la garganta por el verdugo desta çibdad hasta tanto que den el ánima a Dios e de allí mando que no sean quitados sin mi liçençia...”.
    Ninguno de los acusados cumplió su condena y el rollo de la plaza no tuvo en esa ocasión su función de picota.
    Símbolo del poder de Trujillo, de su autoridad como ciudad de realengo que ejercía su señorío sobre un importante término, el rollo que hoy conocemos se levantó en la plaza del arrabal en 1498, quizás para sustituir uno anterior.
    Pero al margen de su carácter simbólico y de hito fundamental en el espacio de la plaza, el rollo convivía en el día a día con las actividades que en la plaza se desarrollaban y así, en el mercado, el rollo concentraba en su entorno los intercambios de cereales: 
“Este dicho día, los dichos señores justiçia e regidores dixeron que por quanto toda la provisyón de trigo e çevada que a esta çibdad viene al rollo que está en la plaça, que es el bastimento de donde se abasteçe la çibdad, e los forasteros que a ella vienen de fuera de la jurediçión, lo conpran e llevan fuera e encareçen el preçio...” (1519) 
“Este dicho día, los dichos señoresa mandaron que del pan de la çibdad se saquen a vender el jueves primero que verná çincuenta fanegas de trigo al rollo e se vendan a syete reales cada fanega”. (1547)
    Rollo sobre gradas y cercado de losas
“Losas del rollo. Este dicho día los dichos señores justiçia e regidores, todos unánimes dixeron que visto lo que se quitó de lo losado del rollo por el ynconviniente que avía y que agora no se vee sy ay daño de alguna agua fasta el ynvierno, que en lo que agora pareçía ello está bien fecho e lo ovieron por bueno” (1533)
    Rollo que en julio de 1541 algunos regidores vieron como un estorbo en las actividades festivas que con toros y juegos de cañas se celebraban en la plaza de la ciudad, pues “por espiriençia se a visto el mucho daño e ynconveniente que haze el rollo por estar en lo mejor de la plaça”. Señalaba el corregidor, Alonso de Corral, que en las fiestas de toros del cercano día de Santiago, “por estar el dicho rollo en el medio de la plaça e dividirse los cavalleros, cayó un cavallo e casy oviera de matar tres onbres”. Aunque la opinión de todos parecía ser “quitar de la plaça el dicho rollo e que se ponga en parte que no haga tanto perjuizio”, ni justicia ni regidores tomaron ese acuerdo, trasladando a los más importantes ciudadanos de la ciudad la decisión final sobre el rollo.
    Mudarlo o que permaneciera en la plaza. Difícil decidir cuando parece que las opiniones estaban claras en cada uno de los bandos de la ciudad, Chaves y Vargas, y que aquéllas eran tan enfrentadas como éstos. 
    El lunes primer día de agosto acudieron al ayuntamiento, convocados por el corregidor, primero los principales caballeros de la parcialidad de los Chaves, Diego Mesía de Prado, Nuño Garçía de Chaves y Juan de Chaves, que se sumaron a la opinión de mudar el rollo de la plaza, “está muy bien acordado”, dejando en manos del concejo la decisión del nuevo emplazamiento, “que ellos por sy e por sus debdos e amigos dizen que lo tienen e ternán por bien”.
    Salida una parcialidad, entró la contraria, la de los Vargas, encabezada por Diego de Vargas Carvajal a quien acompañaron Françisco de Vargas, Baltasar de Orellana, Juan de Solís,  Bernardino de Tapia y Gonzalo de Carvajal. Si los Chaves apoyaron sacar el rollo de la plaza, los Vargas se opusieron y las palabras de Diego de Vargas Carvajal dejaron claros sus argumentos, centrados en el simbolismo del rollo, expresión de la autoridad de la ciudad: 

1541, agosto 1. Trujillo
Este día, fueron llamados al dicho ayuntamiento el señor Diego de Vargas Carvajal e con él otros de los suyos sobre el mudar del dicho rollo y el dicho señor Diego de Vargas dixo e propuso que su paresçer es que el rollo no se haga del mudança ni novedad por estar como está en la plaça pública y en muy buen sitio, qual conviene a la dicha çibdad e veçinos della e porque estar allí es conforme a buena governaçión y ansí dixo que está en todas las otras çibdades destos reynos e asy dixo que le paresçe que conviene para la autoridad desta çibdad e exerçiçio de la justiçia e temor de los malhechores y e para tener allí como se tiene de costunbre la media fanega e otras medidas porque allí está en sitio donde se vende trigo, çevada, sal e cal y quando se oviese de mudar, sy çesasen todos los otros ynconvenientes, que no çesan, era neçesario sitio espeçial para esto, el qual sería costoso a la çibdad y no provechoso. Y asy mismo el edefiçio del mismo rollo es costoso y muy onrado y deshazerlo le paresçe que a la çibdad le sería dañoso y la mudança del a do quiera que se pudiese, dexando lo que a dicho, no podría dexar de ser en perjuizio de muchos veçinos de la dicha çibdad e ansí lo pide e requiere a los dichos señores no se haga en ello novedad alguna. Y los señores Françisco de Vargas, e Valtasar de Orellana e Juan de Solís e Bernardino de Tapia e Gonçalo de Carvajal dixeron lo mismo que el dicho Diego de Vargas Carvajal. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 22.1, fol. 374v.)

    Resulta curioso que ese rollo en el que se impartía justicia, del que Diego de Vargas Carvajal se opuso su mudanza, a punto estuvo de ser lo último que éste viera en su vida tras ser condenado, en 1543, a ser llevado “a la picota e rollo desta çibdad e sea hechado ençima de un repostero e allí sea degollado por el pescueço, por manera que muera naturalmente”. 
    Ni Diego de Vargas Carvajal murió junto al rollo de la plaza ni sus piedras cambiaron entonces de lugar, pero para el concejo, para los regidores, sus gradas siguieron siendo un peligro y su masa estorbaba la visión de los caballeros en los regocijos. Esas fueron las respuestas de los regidores al corregidor Diego Ruiz de Solís en agosto de 1543, cuando solicitó de ellos su opinión sobre “sy sería bien que el rollo se quitase de la plaça del arraval desta çibdad por el perjuyzio que trae a los cavalleros los días de fiesta”. 
    De los cuatro regidores presentes en la sesión en que se discutió la posibilidad de trasladar el rollo, tan solo García López de Avilés planteó que permaneciera donde estaba, en la plaza, porque “autoriza mucho en ella” y que, si hubiese de ser removido por los inconvenientes que sus compañeros apuntaron, se mantuviera “delante de las casas del ayuntamiento o çerca del peso”.
    Nada parece que se hiciera en los años siguientes y ningún libramiento contiene el arca que nos diga que lo propuesto por el regidor García López se realizara. Y sin embargo, la idea de remover el rollo de su emplazamiento en la plaza no se abandonó y no sabemos si entonces o ya en 1548 el rollo se desmonta y otro corregidor, Antonio de Silva, volvió a plantear en octubre de ese año a los regidores “onde es bien que se ponga el rollo”, porque “está derribado el rollo desta çibdad y conviene se torne a levantar en parte que sea conviniente”. 
    Pocos regidores dieron su parecer, “que se ponga onde el señor corregidor mandare”, fue la opinión de Martín de Chaves, la misma que señalaron Gonzalo de Sanabria o Juan Cortés. Álvaro de Hinojosa propuso al corregidor que se informase de otros vecinos y decidiese el lugar más conveniente y con menos perjuicio. Solo Pedro Barrantes y Alonso Ruiz se opusieron. La ciudad  tenía “rollo en la plaça e muy bueno”, por lo que exigieron que se volviese a levantar en “la parte onde se estava” y que fuese a costa de quienes hubiesen decidido desmontarlo. 
    Sin embargo, parece que la decisión de alejarlo de la plaza ya estaba tomada y solo faltaba que el corregidor tomase en sus manos la decisión de su nuevo emplazamiento. En el ayuntamiento del 19 de octubre de 1548 el corregidor hacía saber que, siguiendo la comisión que le dieron la mayor parte de los regidores, no solo tenía ya decidido dónde situar el rollo sino que éste había comenzado a levantarse “frontero de la Encarnaçión, en aquel canpo por ser parte convenible” . 
    En la plaza quedó un “rollo chico”, construido al año siguiente, junto a la audiencia, cerca de las casas del concejo, chico y seguro pero nadie debió de dudar que mucho menos hermoso que el que entonces se levantaba ya frente al monasterio de los dominicos, en los prados de la Encarnación.
    Apenas dieciocho años estuvo el rollo frente a los dominicos antes de volver a ser desmantelado para buscarle nueva ubicación. Un tercer corregidor, Pedro Riquelme de Villavicencio, hubo de entender en el mismo tema, el rollo molestaba. En 1566 no fueron las molestias que pudiera ocasionar el rollo en fiestas y regocijos lo que llevaría a buscarle un nuevo emplazamiento y tampoco fueron los caballeros los que plantearon el cambio.
    El día siete de enero de 1566, comparecía ante el ayuntamiento fray Felipe de Meneses, “prior que a sydo del monesterio de Nuestra Señora de la Encarnaçión desta çibdad y al presente lo es del monesterio de Toledo desta dicha horden”, y presentaba una petición que el escribano no copió pero que podemos deducir de la respuesta del concejo. Porque los argumentos presentados por fray Felipe eran compartidos por los regidores. El lugar elegido en 1548 para situar el rollo no fue el adecuado, estaba “çerca de la dicha yglesia, enfrente de la puerta”, lo que iba “en perjuizio y desacato del Santísimo Sacramento e imajen de Nuestra Señora de la iglesia del monesterio de la Encarnaçión”. Desde el rollo, lugar donde se impartía justicia, “se ve el altar mayor y es gran desonestidad para los ofiçios divinos que en el dicho altar se çelebran”.
    Por ello, dijeron, “mandavan y mandaron se quite el dicho rollo del dicho lugar que al presente está e se ponga en el Canpillo y que las piedras que al presente en él están se quiten y lleven y se tornen a hazer de la manera que está”,  ya que “para la execuçión de la justiçia estará más comodidad puesto en la plaça de el Canpillo, que es parte donde no ay iglesia ninguna y es arrabal desta çibdad”.
De nuevo las piedras del rollo se separaron para volverse a unir en otro lugar, el definitivo, en el Campillo, cerca de La Piedad, donde parece que no fue bien recibido.

1566, enero 21. Trujillo
Este día, el señor Luis de Chaves, regidor, Calderón (sic) dixo que él bino en que el rollo se mudase pero que atento que agora apelan los veçinos de el Canpillo, que él no es en que aya pleyto, que su pareçer es que se esté el rollo donde se está agora e no aya pleyto sobre ello con la çibdad e que está presto a pagar lo que le cupiere de lo que está desecho del dicho rollo.
El señor corregidor dixo que al tienpo que se acordó por esta ilustre çibdad se mudase el rollo del sitio e lugar donde estava por las cabsas justas que para ello les movió, como consta por la petiçión que para ello dieron los frayles de la Encarnaçión y el acuerdo que sobre ello obo en este ayuntamiento, todos de conformidad, estando presente el dicho Luis de Chaves y aprobándolo e no contradiziéndolo, en cunplimiento dello que el dicho rollo se derribó e la mayor parte de él está deshecha y hechos andamios que entiende que cuestan a hazer más de beynte ducados, que atento que está ya derribado, no a logar lo que dize e manda se efetúe lo que está acordado.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 35.1, fol. 404r.)

Rollo del Campillo. Sobrino Benito Peña.
    Nunca más fue movido el rollo. Permanece aún en el lugar elegido en 1566
aunque ahora  constreñido por el tráfico, formando parte de un cruce de carreteras en el que ese rollo jurisdiccional, representación del poder de la ciudad, de su autoridad, ha perdido no solo su sentido institucional sino también el “estatus” de símbolo con el que fue erigido en el centro de su entonces plaza del arrabal. 

29 de febrero de 2024

Atesorar agua en el aljibe

    En 1544, Francisco de Herrera tenía setenta y cinco años y recordaba que, desde niño, siempre vio a los caballeros de su bando, los Altamirano, juntarse en los aljibes “que son de los muros adentro de la dicha çibdad”. Era el lugar escogido por el linaje para recibir a quienes se sumaban a él y, en tiempo de elecciones, para discutir sobre los oficios y quiénes podrían ocuparlos (como los Bejarano hacían en la cercana iglesia de Santiago o los Añasco en Santa María la Mayor). 
    Pero el aljibe de la villa siempre fue algo más que un lugar simbólico para los caballeros e hidalgos Altamirano. Fue también un arca en la que atesorar agua gracias a quienes desde tiempos de la presencia musulmana construyeron hermosos depósitos con un nombre no menos hermoso y que siempre rememora el agua, aljibes encastrados en el berrocal, atesorados y defendidos por murallas y casas fuertes.
    Tener agua era posibilitar la vida de personas y ganados, regar huertas y generar alimentos. Tenerla en el interior de la ciudad la hacía más valiosa. El concejo trujillano, atento a necesidades de la población, siempre fue celoso en el mantenimiento, conservación y disponibilidad de agua. Fuentes y pozos, en tiempos de paz y guerra, de enfermedad o bonanza, son cuidados y atendidos periódicamente.     Desde el cercano alcazarejo, la casa de los Altamirano, parte en ocasiones la preocupación por mantener limpias las aguas del cercano aljibe,

 

“Ferrán Alonso Altamirano dize que en los algibes meten ollas de grasa e calderos suzios que dañan el agua. Pide que manden fazer dos pilares a la boca del algibe con su cadena e caldero porque se saque linpia. Mandan que Alonso Durán, mayordomo, lo faga”. (1498)
...y el concejo responde encargando al propio Hernando Alonso que buscase quien barriese y limpiase los aljibes, cuyo salario correría a cuenta de la ciudad, encargando al herrero Baltasar que realizase la cadena que con su roldana o polea sacaría el agua limpia a los pilares que hizo el albañil Cristóbal Beato y cerrando años más tarde, con puerta y llave, el acceso al interior 
“Que manden vuestras merçedes hazer una llave y adereçar la puerta de los algibes, que se hazen muchas suziedades en ellos. Que lo haga el mayordomo”. (1509)
No sería la última vez que Hernando Alonso Altamirano demandase del concejo reformas en los aljibes 
“Hernando Alonso Altamirano dize que suplica manden losar los algibes por arriba para que el agua se recoja y vaya linpia. Que el señor corregidor lo vea e provea como le paresçiere y los calderos y cadenas”. (1514)
    Algunos años hubo de esperar Altamirano para que su demanda fuera atendida por la ciudad y fueron los canteros Andrés Méndez y Benito de Aguilar los que acometieron una de las obras más importantes que el concejo encargó para los aljibes:
“se les ha de echar un suelo de cantería labrada atollada en cal y arena con su lechada por manera que no se pueda perder agua ninguna y deshazer los poyos y tornarlos a hazer de cal, porque están de barro; y reparar la pila donde se llega el agua con un caño de piedra que salga a la calle y encalar los cavalletes de cal y arena, todo a contentamiento de justiçia e regidores de la dicha çibdad, todo a su costa e misyón de los dichos ofiçiales e que lo dará hecho e acabado de aquí en fin de mayo primero que verná deste presente año...” (1519)
    Permanecerán, a lo largo del tiempo, cerrados o abiertos, según las necesidades de los vecinos de la villa, dotados de “puertas rezias de buena madera”, rodeados por la calzada de piedra menuda que también realizara Benito de Aguilar en 1531 y con persona a su cargo que los mantuviera limpios
“Este día, los dichos señores nombraron a Leonor Gonçález la manca que tenga cargo de tener linpios los algibes desta çibdad y los tenga linpios y barridos y tenga la llave de los dichos algibes”. (1544).
    Agua atesorada. Agua limpia y cercana. Agua olvidada cuando otras fuentes saciaron la sed de los trujillanos. Agua redescubierta por quien bebió en la “fuente” de los documentos, en el arca del archivo:

1948, mayo 28. Trujillo
Expediente instruido con motivo de escrito presentado por el sr. Archivero sobre el descubrimiento de unos Aljibes en la Plaza de Altamirano.

Archivo del Excmo. Ayuntamiento 
Trujillo (Cáceres)
    En cumplimiento del Decreto-Ley 9 Agosto 1926, de la Circular de la Dirección General de Administración Local 12 de Mayo del año en curso y de las obligaciones que me incumben como Sub-apoderado del Patronato de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional en los Partidos Judiciales de Trujillo, Navalmoral de la Mata y Logrosán, con excepción de Guadalupe, tengo el honor de comunicar a Vd. y a la Excma. Corporación Municipal que dignamente preside, que en la tarde de ayer, 25 de los corrientes, y previa su licencia verbal, procedí a la exploración de los Algibes que se presumía existieran en la Plazuela de Altamirano según las referencias documentales del archivo histórico de este Excmo. Ayuntamiento. Afortunadamente los hechos confirmaron las afirmaciones documentales , resultando que en mencionada Plazuela de Altamirano existen unos grandiosos y artísticos Algibes de tres naves divididas por arcos, abovedadas y calafateadas o embreadas como también los lienzos murales. La primera impresión de una observación ocular nos hace presumir que se trata de unos algibes de tracería árabe de un mérito raro y singular. Desde la puerta de acceso arrancan amplias y cómodas escaleras que llegando hasta el fondo de la primera nave, facilitan la exploración. Por defecto de medios de luz, no pudimos explorar los accesos que deben existir a las otras dos naves contiguas. Las dimensiones calculadas a simple vista, son salvo error y como juicio muy sujeto a rectificación, las siguientes como mínimas: Longitud, 15 metros. Ancho, 15 metros. Altura, 9 metros.
    Estimo que este Algibe, que en nada desmerece, sino que supera a otros hoy cuidadosamente atendidos, como el de Cáceres y Alicante, por citar algunos, debe ser custodiado con diligente esmero por el Excmo. Ayuntamiento y a su tiempo debe ponerse en condiciones de cómodo acceso para historiadores, arquitectos e investigadores del Glorioso acervo monumental e histórico de Trujillo.
    Al presente yo denuncio como obra urgente, la supresión de la tierra que un vecino ha acumulado, llevándola a esportilladas, sobre la parte exterior de las magníficas bóvedas, haciendo sobre ellas un miserable hortezuelo con gravísimo detrimento de esta obra artístico-histórica y sin perceptible provecho para él ni para nadie y sí con menoscabo del tono cultural y de la prestancia artística de esta población.
    Finalmente, en cumplimiento de mi deber como Sub-Apoderado del Patronato de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, hoy pongo en conocimiento de la Dirección General de Bellas Artes, por el conducto reglamentario, la existencia de estos Algibes.
Dios guarde a V.S. muchos años.
Trujillo 25 de Mayo de 1948.
EL ARCHIVERO Y CRONISTA OFICIAL,
Juan Tena Fernández


ACUERDO DEL AYUNTAMIENTO.- En la sesión celebrada por la Excma. Comisión Gestora el día 9 del actual se acordó facultar al Sr. Alcalde para que realice las obras y cuanto estime oportuno con relación a los Aljibes descubiertos.
Trujillo, 11 de Junio de 1948.
EL SECRETARIO accidental
Manuel González 

SR. ALCALDE-PRESIDENTE DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE ESTA CIUDAD.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1750.37)


7 de enero de 2024

Santaolaria y Barbado, relojeros

    Pasaron los días enfebrecidos y de prisas. De acelerar cenas familiares y de amigos, de final incierto. Pendientes de campanadas que sonaban a tiempos pasados y que tanto llenaron los aires de pueblos y ciudades. Mirando relojes de los de siempre, de afinados y precisos mecanismos, atendidos por personas doctas y de oficio. Todos los sentidos de miles de personas pendientes del reloj...
    También en Trujillo, como en tantos otros lugares, las miradas han sido al reloj y el sonido de sus campanas han marcado el cambio a un año que todos esperan venturoso.
    Relojes en Trujillo que primero sonaron en las torres de la iglesia de Santa María, arriba en la “villa”, donde ya en 1486 el arca nos habla de sus toques de vida y muerte y de un relojero que con expertas manos mantenía sus perfectos engranajes a cambio de un salario de la ciudad. El clérigo Francisco López lo fue en 1498 y después el organista Bartolomé Suárez. Y a ellos les siguieron Rodrigo el herrero, Baltasar Pizarro y otros muchos que a lo largo de los siglos tuvieron en sus manos “aderezar” y “regir” los relojes de la ciudad.
    Porque al de Santa María acompañó pronto el del propio concejo, que encargó en 1520 en Guadalupe (”o donde oviere maestro que lo sepa hazer”) un reloj pequeño que estuviera en la sala del ayuntamiento para que en los días de reunión “se sepa qué ora es”. Pero el tiempo en esas reuniones no pareció ser tan importante y poco a poco ese reloj, sin relojero que lo cuidase, fue dejando de dar las horas, de indicar a la justicia y regidores que el tiempo apremiaba en las discusiones o que se hacía tarde para resolver los asuntos que tanto importaban a los trujillanos.
     Pronto ese reloj tuvo otro destino y desde el tejado del monasterio de la Encarnación marcó la vida de sus frailes y de quienes vivían en los prados junto a él.

1524, marzo 19. Trujillo
Relox a la Encarnaçión
Este dicho día, los dichos señores dixeron que por quanto en las casas del ayuntamiento tienen un relox e no tienen relogero ni se sirven del y el prior e convento del monesterio de la Encarnaçión se lo an demandado e se ofreçen a lo tener bien corregido e conçertado, que mandavan e mandaron dar el dicho relox al dicho monesterio con tanto que lo pongan e tengan en lo alto de la casa, ençima del tejado, e lo tengan bien corregido e conçertado e syrva para el dicho monesterio e la çibdad a donde alcançare.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 15.7. Fol. 50r.) 

    Porque en un Trujillo que se derramaba por el arrabal, la voz del reloj de Santa María y sus campanas se oía cada vez más distante y así, en 1535 San Martín tuvo su reloj como mucho después lo tuvieron San Francisco o los vecinos de Huertas de Ánimas o Belén. Siempre al cuidado del relojero, a veces con poco salario y no siempre atendido en sus peticiones por el concejo. Rodrigo el herrero recibía cada año 1000 maravedís por cuidar del reloj de Santa María y nada debía fallar, pues cada día “que el relox estuviere desconçertado a su culpa”, el mayordomo descontaría de su salario un real, 34 maravedís. 

1577, noviembre 29. Trujillo
Pena al relojero. Este día se cometió a el señor Françisco Durán que haga a Santos Garçía, relojero, traya bien conçertados los relojes y por cada vez que andubieren mal regidos cobre del mayordomo quatro reales a quenta del salario del suso dicho, lo qual desde luego se aplica la mitad para la çera del Santo Sacramento y la otra mitad para los pobres de la cárçel , porque a esto está obligado y los regidores del mes así mesmo lo executen. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 43, fol. 112v.)

    El aceite formaba parte en ocasiones del pago al relojero como elemento esencial para el funcionamiento de los engranajes. Junto a la panilla y media que cada mes recibía el relojero en 1508, el mayordomo hubo de encargar “una ratonera para los ratones que se comen el azeyte del relox” y responder la ciudad al año siguiente a la exigencia del relojero, quien se negaba a subir a aderezar el reloj por estar “muy malo el sobrado y escaleras”. 
    Hace casi 100 años, en 1928, la ciudad quiso afinar y acertar en las horas, aunque su reloj vital y socioeconómico estuviera entonces enlentecido y aquejado de arritmias.
La Opinión. 1929
    El concejo consideró que era necesario estar en punto, afinado en las horas y, por tanto, en quehaceres y dedicación. Y para ello confiarán en sus propios, doctos y expertos vecinos en el manejo de maquinaria. 
    Antonio Santaolaria Polo, nacido en Torremocha, y el trujillano Manuel Barbado Fernández tenían en común algo más que su profesión de relojeros. El padre de Antonio, Francisco Santaolaria Martín, había sido el maestro del Hospicio de Cáceres y Manuel creció en la casa de la plaza de Trujillo donde su padre, Matías Barbado Muñoz, atendía una escuela de niños. Pero no fue el magisterio el camino que ambos siguieron y sus manos expertas pronto aprendieron un oficio, el de relojero, que constituiría su quehacer el resto de sus vidas. Aprendieron y enseñaron. 
    Antonio Santaolaria llega a Trujillo allá por los años 80 del siglo XIX. Primero en la calle Zurradores y luego en la popular y populosa calle Tiendas, en el número 20, el taller de Santaolaria -que compartió algunos años con su hermano Eladio- fue la escuela de su sobrino Diego Santaolaria Font, hijo de su hermano Diego, maestro de escuela, al que acogieron con 14 años y al que trasmitieron su saber y un oficio que luego ofrecería durante años en su tienda de la calle Pintores de Cáceres. El soltero Santaolaria tuvo novia trujillana, Ana Muñoz Gallego, con quien casó en los primeros años del recién estrenado siglo XX, y en la calle Tiendas nacieron sus hijos Antonia y Francisco, disfrutando algunos años del cariño y atención de la abuela Isabel Polo. 
    En esa trujillana calle, la de las Tiendas, la de los Toros, transcurrió la vida de Antonio y en ella, muy cerquita, en el número 28, pudo igualmente ver crecer a sus nietos, los hijos de Antonia y Vicente Rubio Mariño (Pilar, Vicente, Isabel, Antonia y Juan Francisco).
    También cerca, al comienzo de la calle Nueva, en el número 11, vivía Manuel Barbado Fernández con su esposa Catalina González Sánchez, de La Cumbre. Un hogar que poco a poco fue llenándose de voces infantiles, Matías, Juana, Asunción, Miguel y Custodio, quienes también disfrutaron de su abuela Elvira.
    Como Antonio, también Manuel fue maestro de su oficio y su taller se convirtió en su escuela. Sus alumnos fueron sus hijos, Matías y Custodio.
    Dos maestros relojeros para cuidar y regir el tiempo, para ajustar los relojes de la ciudad y de su ayuntamiento. Personas expertas que cuidaron de que las horas pasaran a su ritmo, lentas para algunos, demasiado veloces para otros, pero siempre ajustadas y precisas.

1928, enero 14. Trujillo
CONVENIO
D. José Núñez Secos, Alcalde de esta Ciudad, autorizado por acuerdo de la Comisión Municipal, y los relojeros D. Antonio Santaolaria y D. Manuel Barbado, contratan hoy el servicio de relojes, por cuatro años, a partir del 1º de Enero actual, con las condiciones siguientes:
1º = Los relojeros tendrán a su cargo la marcha regular y constante de los relojes públicos y de los de pared existentes en la Casa Consistorial, así como el buen funcionamiento de los timbres eléctricos instalados en la misma; siendo de su cuenta la limpieza, reparaciones, arreglos y composturas de todas clases, no sólo en cuanto a la mano de obra, sino también en cuanto al material que sea preciso.
2º = Los desperfectos producidos por causas extrañas al natural funcionamiento de los aparatos, y que no puedan ser imputados a impericia o descuido de los relojeros, serán considerados como caso de fuerza mayor y correrán a cargo del Ayuntamiento, que podrá encomendar su corrección a quien estime conveniente.
3º =  Como pago de este servicio, abonará el Ayuntamiento mil pesetas anuales por trimestres vencidos, y con deducción de la cantidad correspondiente al impuesto sobe pagos.
4º = Los relojeros, a la terminación del contrato, devolverán los aparatos en el mismo buen estado de funcionamiento en que los reciban al hacerse cargo de ellos.
5º = Las faltas que cometieren en el cumplimiento del servicio serán corregidas por la Alcaldía con multas de una a diez pesetas.
6º = Para garantía de cumplimiento, depositarán los contratistas cien pesetas en la caja municipal.
Trujillo, 14 de Enero, 1928
José Núñez (rúbrica)
Antonio Santaolaria (rúbrica)         Manuel Barbado (rúbrica)
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 1417, carpeta 26)




8 de diciembre de 2023

El voto a la Inmaculada

    La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María por el papa Pío IX en 1854 no cambió para nada el sentir de los fieles españoles, para quienes el culto a María Inmaculada formaba parte de sus devociones más arraigadas desde hacía siglos. 
    La defensa del misterio de la Inmaculada Concepción se convirtió en el siglo XVII casi en un “asunto de estado” y tuvo sus mejores defensores en los monarcas, que a lo largo de este siglo no cejarán en su empeño de obtener del papado la definición dogmática que aún tardaría en llegar.
La Inmaculada Concepción. Bartolomé Esteban Murillo
Hacia 1665. Museo del Prado
    Aunque entonces sí llegaron algunos enfrentamientos entre los “maculistas” e “inmaculistas” (como ocurrió en Sevilla en 1613), entre dominicos y franciscanos que defendían ambas posturas, lo cierto es que desde 1616, fecha en la que se crea la Real Junta de la Inmaculada (que centraliza la acción política de la Corona encaminada al reconocimiento del misterio de la Inmaculada), hay un crecimiento constante en ciudades, gremios, universidades, cofradías, órdenes militares o eclesiásticas del deseo de erigirse en defensores de la postura “inmaculista”, haciendo voto de su reconocimiento y devoción a la virgen Inmaculada.
    Por dos veces lo hizo Trujillo.
    El miércoles 8 de diciembre de 1627, siendo Papa Urbano VIII y reinando en España Felipe IV, se reunieron en la sala alta de las casas del concejo la justicia y regimiento de Trujillo. Don Alonso de Lemos era entonces su corregidor y junto a él se encontraba su alcalde mayor, el doctor Gabriel Aldaba. Sentados en sus sillas a ambos lados del corregidor, 16 regidores acudieron esa mañana al ayuntamiento y de todo ello tomaron buena cuenta los dos escribanos del concejo, Pedro Jiménez de Santiago y Pedro Manglano.
    No hubo discusión pues todos “de un acuerdo y voluntad” expresaron su intención de que se votase y jurase “para sienpre jamás” la fiesta de la Inmaculada Concepción de la virgen María, “para demostraçión y pía devozión del entrañavle amor con que esta muy noble y muy leal çiudad manifiesta al mundo la firmeza de la mucha afiçión y reverençia con que respeta y adora esta prinçesa sacratísima y protectora y patrona suya y de sus çiudadanos, vezinos y moradores”.
    Se sentía Trujillo preferida a otras ciudades en los favores de la Virgen y se enorgullecía de tenerla en su escudo y que sus armas estuvieran presididas por la imagen de María.
    Pero no eran las casas del concejo lugar idóneo para realizar tal voto y juramento. Desde el ayuntamiento se inició una procesión cívica que abrían los porteros con sus ropas de damasco encarnado y sus mazas e insignias de plata. El estandarte y pendón de la ciudad, portado por el alférez mayor don Juan Fernando Pizarro, encabezaba al resto. Adentrados en la villa por la puerta de Santiago, llegaron a la iglesia de Santa María, donde junto a su altar mayor les esperaba don Francisco Hurtado de Mendoza y Ribera, obispo de Plasencia, presente esos días en la ciudad. Tomaron asiento la justicia y regidores y, revestido el obispo del pontifical, comenzó la misa mayor. Tras el evangelio, el obispo bajó hasta la última grada del altar mayor “y estando descubierto el Santísimo Sacramento en su custodia en el altar mayor y en unas andas, junto a donde estava el dicho señor obispo, una imajen de la Virjen santísima señora nuestra”, arrodillándose todos, el escribano Pedro Jiménez de Santiago leyó “en alta voz” el voto y juramento que hacía la ciudad.

1627, diciembre 8. Trujillo
Infinita y soberana Magestad y vos madre suya purísima Virjen señora nuestra, reyna del çielo
Nos, la justiçia e regimiento desta muy noble y muy leal çiudad de Trugillo, deseando manifestar con zeremonia solene el afeto y devoçión que os tienen y lo que sienten de la exçelençia de vuestros méritos y virtudes, para mayor gloria de vuestra pureza, movidos de la gran piedad de los santos pontífiçes de quien os halláis tan servida por las graçias e yndulgençias que an conçedido a los fieles y devotos de vuestra Purísima Conçepçión y de la devozión y afecto con que la universal Iglesia zelebra vuestra nunca manchada pureza, nosotros pues, los presentes, prometemos, votamos y juramos firmemente a Dios todopoderoso y a vos santísima, purísima y gloriosísima María, madre suya, de defender y enseñar públicamente y particularmente que vos, de quien todos sentimos y confesamos que sois sienpre bienaventurada santa Inmaculada, bendita entre todas las mugeres por los méritos de Jesucristo nuestro señor, hijo unijénito de Dios y vuestro, desde la eterna previstos fuiste preservada por singular privilexio de que os libró la graçia divina santificándoos desde el primer ynstante dichoso de vuestra conçeçión. Este voto y juramento hazemos todos postrados umildemente a vuestros pies sagrados, así Dios nos ayude y estos santos evangelios (...).
(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 67.1. fols. 427v-428v) 

    Así leído el voto y juramento, el obispo tomó un misal y una cruz “y hincado de rodillas dixo haçía el mismo voto y juramento”. Al obispo siguieron en el juramento el corregidor, su alcalde mayor, don Juan Fernando Pizarro, el alférez mayor de la ciudad, como primer regidor, los clérigos que asistieron al acto y, uno a uno, los demás regidores. 
    Acabado el juramento “y aviendo predicado el dicho señor obispo y zelebrado y dicho la misa mayor”, la justicia y regimiento volvió a formar procesión “en forma de ziudad” con el estandarte y pendón en manos del alférez mayor, como era su prerrogativa. Y así se llegó a las puertas de la justicia, en la plaza, “donde estava la música de los ministriles, que tocaron sus istrumentos”. 
    “Y esto pasó en la forma referida”, dando fe de ello el escribano Pedro Jiménez de Santiago, el señor corregidor y dos caballeros regidores, “conforme a la costumbre”.
    También fue en la iglesia de Santa María donde la ciudad volvió a repetir su juramento el 13 de mayo de 1653. Habían pasado 26 años desde el anterior juramento. Era entonces corregidor de la ciudad don Miguel Pasquier de Camargo. Don Juan Pizarro de Hinojosa gozaba del título de alférez mayor en sustitución de su tío, don Fernando Pizarro de Orellana, y los escribanos del ayuntamiento eran Diego Izquierdo de Medina y Juan Durán.
    El año anterior, el rey Felipe IV, como gran maestre de las órdenes militares, había pronunciado voto a la Inmaculada en su nombre y en el de las órdenes. Era pues normal que Trujillo “ençendiéndose más en ardor çeloso de este divino misterio con el ejenplo de su augusto y ynclito monarcha don Phelipe quarto el grande, nuestro señor”, desease renovar su voto a su “espeçial patrona y abogada”, no “contentándose solo con averla puesto en el escudo de sus armas por mayor blasón de su nobleza y por timbre más glorioso de su nombre” ni “con averse obligado primera vez con espeçial juramento y voto a defender, creer y enseñar su sienpre pura y Ynmaculada Conçepçión”. Siguiendo el ejemplo de “los reynos, yglesias, unibersidades y sagradas y militares órdenes”, repetía Trujillo por segunda vez “el juramento y boto de la Ynmaculada Conçepçión de María santísima, para maior firmeça y seguridad y para mayor manifestaçión de la devoçión que tubo con esta Señora quando hiço el primero”. 
Felipe IV jurando defender la doctrina de la 
Inmaculada Concepción de María
Pedro de Valpuesta.  1645-58.
Museo de Historia de Madrid

     No nos cuenta el arca si de nuevo el concejo fue en procesión hasta el templo de Santa María, donde el corregidor Pasquier de Camargo, veinte regidores y los dos escribanos, ante “gran concurso de eclesiásticos y seglares” y el licenciado Miguel de Figueroa Bazán, cura rector de la parroquia, reafirmaron de nuevo su juramento de defender el misterio de la Inmaculada.

1653, mayo 13. Trujillo
Y así, ynvocando primero el auxilio del Espíritu Santo y sujetando sus açiones y pensamientos a la Santa Sede apostólica, como tan hija de la Iglesia, haçe juramento y voto a Dios nuestro señor poniendo la mano sobre los santos Evangelios y sobre la + en que murió para redimirnos, de defender, enseñar y creer que María santísima, madre de Dios, verdadera reina del cielo y de la tierra fue conzevida sin pecado orixinal, previniendo la divina graçia en el primer ynstante de su animaçión y esto por los méritos y muerte de su preçiosísimo hijo, Cristo señor nuestro, por cuya sangre fue más noblemente redimida que los demás hixos de Adán, sellando el Espíritu Santo con el sello de su amor en aquel primer ynstante su alma santísima, para que sienpre fuese Ynmaculada. Así lo bota y lo jura esta mui noble y mui leal çiudad de Trugillo en nombre de todos los beçinos y moradores della y su tierra presentes y ausentes por quienes presta capçión como si se hallaran presentes en este acto y lo firmaran.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 72.1, fol. 51)

    Apenas tres días después del solemne acto de Santa María, un nuevo regidor tomaba posesión de su oficio. El sargento mayor de la ciudad, Agustín de Trejo, ocupaba la última silla de los regidores en sustitución de don Tomás de Alvarado. Podría haber sido uno más de los muchos actos que desde 1544 se repetían cada vez que un nuevo regidor se sumaba al ayuntamiento: presentación de la carta real que contenía su nombramiento, acatamiento por la ciudad de la merced real hecha al nuevo regidor y juramento de éste de que usaría y ejercería su oficio “fiel y diligentemente”, haciendo cumplir las ordenanzas y procurando el bien de la ciudad. Podría haber sido uno más pero no lo fue. Porque ese mismo día, 16 de mayo de 1653, poco antes de que Agustín de Trejo presentase la provisión real que le hacía nuevo regidor de Trujillo, el concejo tomó unánimemente un acuerdo:

1653, mayo 16. Trujillo
Acuerdo para que los regidores que entraren juren de defender la Conçepçión de Nuestra Señora. 
Que atento la çiudad en treçe deste mes hiço botos jurando de defender y tener la opinión de que la virgen María, nuestra señora, madre de Dios, fue conçebida sin mancha de pecado original, como más largamente en el dicho juramento y voto se contiene, para que se continúe la memoria desta afectuosa devoçión y las personas que de aquí adelante fueren entrando a ser rexidores en esta çiudad no queden defraudadas del mérito y gusto de averlo jurado y votado personalmente y esta çiudad dé un paso más en las demostraçiones de su afecto y devoçión, acordó que sienpre que entrare regidor nuevo a tomar posesión del dicho ofiçio, hagan el dicho juramento y voto y se ponga añadido a la minuta del que haçen quando toman la posesión para siempre jamás y a continuaçión de este ayuntamiento se ponga un traslado del dicho voto y juramento.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 72.1, fol. 49r)

    Y así fue cómo Agustín de Trejo “entró en dicho ayuntamiento y puesta la mano derecha sobre un misal y cruz de plata que en él estava, hiço voto y juramento de defender y tener la opinión de que la virjen María nuestra señora, madre de Dios, fue conçebida sin mancha de pecado orijinal en la misma forma y como lo hiço esta çiudad de Truxillo en treçe deste presente mes de mayo, estando en la parrochial de Santa María la Mayor de ella”, convirtiéndose en el primero de los muchos regidores que desde ese día añadieron a su juramento habitual el reconocimiento y la defensa de la Inmaculada Concepción de María, una de las más queridas devociones de los reinos hispánicos.

17 de noviembre de 2023

La plazuela de las escuelas

    La ciudad está llena de historias y no son solo las de los grandes acontecimientos o las grandes transformaciones. La ciudad, sus calles, sus plazas y plazuelas acumulan una memoria -las más de las veces olvidada o desconocida- fruto de quienes en ellas vivieron, las habitaron, gozaron, las sufrieron o murieron en ellas.
    Recuperar algunos de esos momentos de historias de una calle, una plaza o un rincón de nuestra ciudad, nos ayuda a construir una imagen de quienes allí vivieron. Recuperar esa memoria social y urbana de los rincones de la ciudad nos ayuda a deconstruirla y conformar una nueva imagen más rica, más completa y más humana de los lugares que habitamos.
    Si eso ocurre en un entorno más conocido, incluso en ese pequeño espacio que hoy habitamos, entonces la calle, la plaza, la casa o las habitaciones en las que discurre parte de nuestra vida adquieren un valor singular, el de historia de los lugares pequeños y los pequeños acontecimientos que hacen la ciudad más humana y sentida.
    Muchos vecinos de Trujillo pasan con frecuencia por la plazuela del Licenciado Burgos y para muchos es simplemente eso, un lugar de paso al subir o bajar a la plaza. Para otros es el lugar en el que se vive, una plazuela donde siempre se escuchan los ecos de los pájaros, de quienes por allí pasan, de coches, de sonidos de procesiones que discurren a su alrededor.
    Pero hubo un momento en que esa plazuela se llenaba de voces alegres de niños o de recias y sosegadas voces de trabajadores. Unos y otros deseosos de aprender y conocer, al tiempo que convertían la plazuela en su patio de recreo.  
    José María Campón Rico había nacido en Cáceres en 1882. En su casa de la calle Arco del Rey, el hijo de Juan Campón y Eladia Rico debió tener muy claro cuál sería su futuro profesional, teniendo en cuenta que su padre y su hermano Francisco eran maestros. Tras aprobar el bachillerato en el Instituto de la ciudad, continuó sus estudios en la Escuela Normal (donde impartía clases su padre). Con 20 años, Juan es ya maestro. Fue entonces el momento de decidir su futuro, que podría haber estado en la escuela particular que en esos momentos regentaba su hermano en la plazuela de la Concepción de Cáceres. Sin embargo, será Trujillo el lugar elegido para iniciar su proyecto de vida. 
    En 1904, el maestro Campón abre escuela en Trujillo. En la plazuela del Licenciado Burgos, en el número 2, en el principal, fija su vivienda y establece su escuela. Desde Cáceres trae ya buenas referencias pues ese mismo año ha preparado a alumnos para realizar el examen de ingreso en el instituto. El mejor, premio al examen, ha sido uno de esos niños, Antonio Guerra García, hijo del trujillano Cipriano Guerra Cuadrado, profesor en el centro cacereño.
    Aún soltero, en agosto de 1906, José María Campón remitió al director del Instituto provincial la documentación que el Real Decreto que acababa de publicarse exigía a todas las escuelas privadas. Sus métodos de enseñanza, los materiales de que disponía su escuela, el horario, las asignaturas... todo lo recoge en los documentos enviados a Cáceres, a los que acompañaba un pequeño plano de la escuela, su acreditación personal y los informes municipales que certificaban que el local reunía las condiciones higiénicas adecuadas y acordes a la normativa municipal.
    Impartida la enseñanza en dos grados, por supuesto se fundamentaría en los principios de la moral cristiana, aunque los métodos de enseñanza procurarían amoldarse “a los procedimientos más en práctica por los pedagogos modernos”.  
    “El curso será solar, sin más vacaciones que los domingos y días festivos, comprendiendo también días de fiesta nacional, Carnaval, Semana Santa, Pentecostés y Navidad”.
“Plano de la escuela que dirige D. José Mª Campón Rico 
sita en Plaza Burgos”. Archivo IES El Brocense
    Las mañanas y las tardes comenzaban en su escuela con revista del aseo y rezo. Luego se sucedían la lectura, escritura, el canto, Historia y Geografía, Doctrina Cristiana e Historia Sagrada, Gramática, Aritmética y Dibujo, nociones de Geometría y Derecho, dejando para los sábados las ciencias Físico-Naturales y el sábado por la tarde los trabajos manuales y la Higiene y Fisiología. Terminaba la larga semana con “Lista, rosario y distribución de vales”. 
    Pero la escuela del maestro Campón era especial, pues los alumnos (que podrían ser hasta 30) estarían en régimen de internado o “medio-pensionistas”.
    A las 8 de la mañana comenzaban a llegar a la plazuela los alumnos que dormían en sus casas,  a las que regresarían a las 8 de la tarde, recibiendo clases en la mañana hasta las 11 y de 4 a 6 por la tarde. Cinco pesetas mensuales era el precio de las clases a las que habrían de sumarse 3 pesetas diarias por la alimentación de los alumnos internos y 1,50 pesetas para los “medio-pensionistas”. 
    Para probar la buena atención que recibirían sus pupilos, José María Campón detalló también en su informe qué alimentos recibirían los alumnos en su escuela y que hoy consideraríamos poco acordes a su edad:
“desayuno: café con leche o chocolate con bollo, pan francés o buñuelo.
Comida: cocido abundante, un plato fuerte de principio, vino, postre y café.
Merienda: queso o fruta y dulces.
Cena: ensalada, un plato de entrada, otro fuerte y postres”.
    Prohibía los castigos corporales y su deseo era que existiera una estrecha relación entre la escuela y el hogar, adoptando los días y tiempo que entendiera oportunos para los paseos y excursiones escolares.
De este modo la plazuela se convirtió en el escenario de la vida del maestro Campón, de una vida no sólo de trabajo pues también encontraría cerca a quien debería haberle acompañado en ese recorrido vital. En la calle Carnicería vivía María Silva Bello, hija de Diego Silva y Máxima Bello, con quien se casaría José María Campón en 1906, sumándose a la familia el pequeño Eladio un año después. Pero la alegría que trajo a la plazuela su nuevo inquilino se sumó a la tristeza de despedir a María ese mismo año. Pocos años después, en 1911, José María Campón Rico abandonaba Trujillo para ocupar plaza de maestro en Alcántara (donde volvía a casarse) donde permanecería hasta 1926 para terminar su vida docente en Vizcolozano, en Ávila.
    ¿Y su escuela?. En los padrones de vecinos de años posteriores que conserva el arca, un nuevo maestro ocupa la vivienda de José María Campón Rico. El salmantino Enrique Marchante Lora también pertenecía a una familia de maestros. Su hermana Rosario era desde 1895 maestra en Serradilla -donde dejaría un imborrable recuerdo- tres años antes de que Enrique se convirtiera en maestro.
    Quizás se hiciese cargo de la escuela de la plazuela aunque no sabemos si en las mismas condiciones que ofrecía el anterior maestro. Pero sí sabemos que tuvo a su cargo otra escuela que en 1912 se abrió en la misma plazuela.
    Aunque no formaba parte la educación de sus objetivos concretos, la Sociedad de Socorros Mutuos “La Protectora” estableció en el Reglamento que se redactó en 1910 la posibilidad de llevar a la práctica todas aquellas medidas que pudieran “facilitar toda la ilustración posible a la clase obrera”. Una escuela para artesanos y obreros pareció el mejor camino y en julio de 1912 el presidente de la Sociedad, Manuel García Chamorro, realizaba en el Instituto de Cáceres los trámites que les permitiera abrir “una escuela para sus Socios e hijos de éstos, en la que aprendan la 1ª enseñanza y otros conocimientos pertinentes á los diferentes oficios, artes o industrias á que se dedican”. Reglamento y plano forman el expediente de la “Escuela de obreros” que ocuparía “el local de esta ciudad sito en la Plazuela de Burgos, número 1, principal, bajo la Dirección de Don Enrique Marchante Lora, Maestro superior de 1ª enseñanza, residente en esta población”.
Archivo IES El Brocense

 Desde el primer día de noviembre hasta finales de marzo, todas las noches podrían acudir estos alumnos a unas clases que, a lo largo de dos horas, pretendían completar una formación que un temprano acceso al mundo laboral había reducido.  
    Lectura, Escritura, Lengua castellana y nociones de Matemáticas, Aritmética y Geometría constituían las materias que se impartieron ese primer año, indicándose que en los siguientes años sería también objeto de enseñanza el dibujo lineal y de figura. 

1912, febrero 11. Trujillo
Varios. A petición del presidente de la Sociedad de socorros mutuos “La Protectora” de esta ciudad, se le conceden en calidad de préstamo y para que las dediquen á la enseñanza, diez y seis mesas de dos asientos y ocho de dibujo, de las existentes en el Ex-colegio Militar.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1517, p. 36)
Plano de la Escuela de Obreros. Archivo IES El Brocense

    Años después, el maestro Marchante se fue de Trujillo a otros destinos más cercanos a Salamanca, pero la escuela siguió formando a obreros y artesanos bajo la dirección del maestro Ramón Galeano.
    Frente a frente, en la plazuela, niños y obreros convirtieron durante unos años este espacio en lugar de encuentro de quienes aún no pensaban en el futuro y quienes se enfrentaban diariamente a su presente. Quienes pusieron en marcha estas escuelas, quienes allí se formaron y estudiaron completan un poco más la memoria urbana y social de esta pequeña plazuela junto a San Francisco.

25 de septiembre de 2023

El espolón, la calle Gargüera y la puerta del Sol

    El espolón, lugar hoy de paseo, “un pedazo de muralla y al fin de ella una torre alta”, servirá desde 1736 de “mirador para más extensión y divertimento” de las monjas del convento de San Francisco el Real de la Puerta de Coria, a quienes ese año cede el concejo su uso. La torre que lo cierra en su extremo estaba entonces arruinada en gran parte y por ella era fácil acceder a la huerta del convento, alterando su paz y su clausura. 
    Hacía mucho tiempo que había perdido su sentido militar y de poco serviría después en la guerra con la que se iniciaría el siglo siguiente, pero hubo un momento en que Trujillo tuvo sus ojos puestos en este espolón y el concejo no fue tan generoso como lo sería siglos después con las religiosas franciscanas. Era otra ciudad, eran otros tiempos, y el valor de ese trocito de muralla era bien distinto a los ojos de rivales en los bandos trujillanos.
El espolón, murallas y puerta del Postigo
    Junto a él estaban en el siglo XV las casas de Juan Sánchez de Arévalo, cuyos corrales llegaban a la muralla y que fueron adquiridas a sus hijos por Francisco de Hinojosa y su esposa doña Juana de Solís. En Zalamea de la Serena, en febrero de 1461, Francisco y Juana firmaban la carta de compra y poco después, en Trujillo, tomaba posesión de las mismas Álvaro de Hinojosa en nombre de su hijo y su nuera. Parece que nada se hizo entonces aunque algún anciano recordaba años después haber visto subir piedras “a las dichas casas por ençima del muro desta çibdad con un torno que le traían unos bueyes e con unas maromas gruesas”, pero nunca Hinojosa convirtió aquellas casas en su morada. 
    Lo maravilloso de abrir varias de las arcas que guardan nuestra historia –varios archivos- es que a veces nos permiten mirar por ventanas y observar de cerca lo que otros vieron y hoy resulta difícil imaginar y nos permite corregir errores que una y otra vez se han repetido. 
    Desde el espolón se ve hoy la inmensa penillanura que se abre más allá del berrocal y el cementerio que desde el siglo XIX fue ocupando la huerta del convento de la Coria y el espacio en torno a la antigua iglesia de San Andrés. 
    Aquellas piedras sueltas y las casas que compró Francisco de Hinojosa estaban sesenta años después “en lo más solo e despoblado de la villa desta dicha çibdad”, pero era un lugar frecuentado por los trujillanos. 
    Contemos la historia. Muerta la esposa de Francisco de Hinojosa, contrajo nuevo matrimonio con doña Juana de Sotomayor, hija de Luis de Chaves el viejo, “muchacha muy hermosa y ricamente dotada” dicen los cronistas, siendo Francisco “muy viejo y anciano”.  
    Tras la muerte de Francisco de Hinojosa en 1489, las casas que compró junto al espolón fueron poco a poco arruinándose, ocupadas un tiempo por un aguador llamado Benito. Los corrales se sembraron a veces con espinacas y hortalizas de invierno. En ellos, permanecía una higuera “junto al muro, hacia el rincón del espolón”, un espacio que, abandonado, servía de lugar de recreo a los trujillanos que a él se acercaban para jugar “al mojón y al herrón” y a la ballesta en los días festivos, lo mismo que a los pies de estos muros, fuera de la ciudad, donde “se salen allí de ynbierno e de berano a holgar muchas personas desta dicha çibdad”.
    Ahí, en esas casas arruinadas que compró su padre y otras adquiridas a los Valverde de Berzocana, también caídas (“porque eran de muchos herederos y eran pobres”), será donde el hijo de Francisco de Hinojosa y doña Juana de Sotomayor, Gutierre, comience a hacer
sus casas hacia 1522. 
Gutierre de Sotomayor fue valiente y pendenciero, en opinión de algunos de sus vecinos, hombre principal y caudaloso, a decir de muchos y miembro significativo de la parcialidad de los Chaves. 
    Sus contrarios, la parcialidad de los Vargas, se esfuerzan en ese momento para que en la casa de Luis de Chaves, junto a la puerta de Santiago, no se alce un segundo muro que la proteja aún más. A esta queja sumarán la construcción que Gutierre de Sotomayor (primo hermano de Juan de Chaves, padre de Luis) está realizando junto al espolón, en la calle Gargüera.
Actual calle Gargüera

Hoy, la calle de este nombre discurre, a trozos encajonada, entre la calle Santa María y la calle de los Naranjos, lejos de su ubicación inicial. Quizás la construcción del cementerio la “empujó” (o al menos su nombre) hacia donde hoy está, pero siempre fue preocupación de la ciudad su mantenimiento.  
“Calle. Muchos veçinos desta çibdad suplican manden adereçar la calle de Gargüera” (1521).
 “Que se adereçe la calçada de la calle de Gargüera a la puerta de los Piçarros e se quiebre una lancha que está allí perjudiçial e cometiose a los señores Juan Piçarro e Diego de Hinojosa, regidores” (1536).
    Sancho de Carvajal, Francisco Altamirano, Álvaro Pizarro y Alonso de Valverde, regidores de la ciudad en 1522, junto a Luis de Carvajal, su hermano Alonso García de Vargas, Juan García de Vargas, Gonzalo de Ocampo, Juan Pizarro, Francisco de Bonilleja y Francisco de Carvajal, firmarán el poder que confería a Lope de León su representación para conseguir no solo que Luis de Chaves destruyese lo hecho en su casa sino para que igualmente Gutierre de Sotomayor desistiese de continuar la construcción de unas casas nuevas, aprovechando los cimientos de las anteriores. 
    Nada tendrían contra este edificio en la calle Gargüera, “que es calle prinçipal de la dicha çibdad”, si no fuese por las pretensiones de Sotomayor de “añadir” a sus casas suelo de la ciudad. Y no cualquier suelo, porque lo iniciado hasta entonces había unido a la construcción dos torres y el propio espolón. Además, los muros de sus corrales, añadían en su queja, dificultarían el paso por la puerta del Postigo, que se abre cerca del espolón, e igualmente la casa añadiría ciertos impedimentos al tránsito por la propia calle Gargüera.
El arca del Archivo de Simancas conserva los interrogatorios realizados a los testigos presentados por ambas partes, en los que cerca de 30 personas, algunos de avanzada edad, responden al licenciado Almodóvar, juez comisionado para entender en el asunto, a quien se había mandado ir a Trujillo y comprobar “por vista de ojos” cómo era el edificio que Gutierre de Sotomayor hacía en sus casas, si parte del espacio construido era suelo público, si ocupaba los adarves y torres de la cerca, si cerraba el paso por la puerta del Postigo y si de todo ello vendría perjuicio a la ciudad y sus vecinos.
Puerta del Postigo

    Y en esas respuestas de afines a una u otra parcialidad y de quienes se declaran ajenos a tales enfrentamientos, en esas respuestas que parecen repetirse, encontramos esas pequeñas ventanas que nos cuentan cómo era ese rincón de la ciudad, qué juegos entretenían a los trujillanos, cuáles eran sus temores, cuáles sus amigos y enemigos. 
    Ciertamente, Sotomayor había ocupado dos torres y el propio espolón, así como la escalera que daba acceso a esta parte de la muralla; suelo, torres, adarves, espolón y escalera que Juan de Vargas había tenido siempre como propiedad de la ciudad, y así lo había visto “enalmenar y encalar como cosa que hera suya”. Alonso de Hinojosa no creía que la casa perjudicara el paso por el Postigo, “antes pueden entrar por la puerta del dicho Postigo carretas y bestias”. Francisco Solano, ciego, incluso había llegado “con la mano” al dicho Postigo y aún recordaba la higuera de los corrales, mientras que Pedro de Gironda recordaba haber oído a su padre, Alonso Gil de Gironda, cómo en tiempos de "guerras y bandos” la puerta a veces se cerró con las piedras de las paredes cercanas.
    El día tres de junio de 1523 el juez visitó el sitio y las obras. Subió por la escalera, anduvo por el andén y comprobó que estaba “atajado” con una pared de piedra y barro que lo unía a las casas de Sotomayor, en las que encontró incluidas dos torres y el espolón. Todo almenado y encalado. Luego, “salió por la puerta del dicho Postigo y vido el lienço del muro e çerca de las dichas dos torres y espolón”. 
    Muchos confirmaron que no sería nada nuevo añadir a una casa parte de la cerca y repitieron los muchos casos que podían verse en la ciudad.
    ¿Qué tenía entonces de especial lo pretendido por Gutierre de Sotomayor para que despertara el rechazo de otros caballeros?. 
    Tras una etapa de “entente cordiale” en los años anteriores entre las dos parcialidades de la ciudad, los Chaves y los Vargas, en los que el servicio al emperador Carlos y su causa parece unirles, de nuevo resurge lo que nunca desapareció. No me tienen buena voluntad, dice Gutierre de los quejosos. Les mueve el “odio y dañamiento” a los suyos y a sus deudos. Pero lo cierto es que ellos dan buenas razones.
    Controlar el espolón y las dos torres supone tener igualmente el control de tres de los accesos a la ciudad por esta zona, la puerta de Hernán Ruiz (hoy del Triunfo), la propia puerta del Postigo y la puerta de Coria. Con escopeteros y otra artillería que pusiese en las torres y el espolón, dice Diego Méndez, dominaría las puertas y podría “hazer mucho daño a los que salieren por ellas e que desde el dicho espolón pueden hazer mucho daño a los que estuvieren jugando o olgando en el suelo abaxo del”. Podría incluso perjudicar a la propia fortaleza, dice Juan de Vargas, pues parte de sus suministros entraban por la puerta de Hernán Ruiz y seguían por la calle Gargüera, por lo que acabado el edificio “seyendo él cavallero prinçipal en esta dicha çibdad como lo es, podría defender e defendería desde él que no subiesen por la dicha calle”. 
    Quizás el argumento más claro de la oposición a la ocupación de Sotomayor lo expuso Francisco de Loaisa. De 70 años de edad, dice ser pariente de Gutierre pero “de la parentela de los cavalleros de Vargas desta çibdad”. Él, como otros muchos caballeros de la parcialidad, como la propia familia de los Vargas, vive en la “villa”, de los muros adentro. Si Gutierre de Sotomayor dominara estas tres puertas desde su casa, “no les queda a la parçialidad de los cavalleros de Vargas, sy los tienpos se rebolviesen, puerta alguna en la dicha çibdad por donde puedan salir”. Porque, dice, desde el alcázar se dominan tres puertas, la puerta Alba al norte, la puerta del Sol al este y la puerta de puerta de San Juan, hacia la plaza del arrabal. En cuanto a las demás, “la puerta de Santiago la tiene e señorea Luis de Chaves el mayorazgo, veçino de la dicha çibdad, con dos torres fuertes que tiene en ella, y la puerta de Santa Cruz la tiene e señorea Álvaro de Escobar, vezino de la dicha çibdad, con una casa fuerte que tiene sobre ella, y la casa del alcaçarejo que es de Hernand Alonso Altamirano, veçino de la dicha çibdad señorea la puerta de Santa Cruz de la dicha çibdad, por manera que no les queda puerta ninguna por donde puedan entrar ni salir en esta dicha çibdad...”. 
    Hoy ya no existe la puerta de Sol (a la que erróneamente se identifica con la puerta de Santiago) quizás porque su situación en la muralla hacia un espacio escasamente habitado en el entorno de la iglesia de Santo Domingo, hizo innecesario su mantenimiento. Pero entonces era una de esas ocho puertas de las que algunos hablan y, como las demás, objeto de preocupación de la ciudad, que en 1534 encargaba al cantero Benito de Aguilar que realizara la calzada que “dende la puerta del Sol que va a Santo Domingo”. 

1535, febrero 5. Trujillo
Medida de tapias de calçadas. En seys días del mes de hebrero del dicho año, por mandado del dicho señor teniente, Pedro Cavallero, carpintero veedor e yo el dicho escrivano, fuymos a medir la calçada que Benito de Aguilar a fecho a la puerta del Sol hasta Santo Domingo; y medidas se halló que ovo çiento e quarenta e ocho tapias reales, con que acabe un poquito de calçada que le quedó señalado. E así mismo se midió otra calçada que a fecho a la Cruz de los Ángeles y hallose que ovo çiento e çinquenta e ocho tapias, con que haga junto al brocal de la fuente de Olalla un pedaço de calçada que fue muy nesçesario. Que son por todas trezientos e seys tapias reales.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 20.14, fol. 253r.)

Espolón
    Gutierre de Sotomayor hubo de abandonar la ocupación del espolón y las torres de la muralla. El licenciado Diego de Almodóvar vio el lugar, oyó a las partes, “la una parte contra la otra e la otra contra la otra”, y tuvo claro que el adarve, las torres y el espolón habían de quedar “libre y hesento y desocupado” como antes lo estaban y que de realizarse la casa como en ese momento estaba, perjudicaría el paso por la calle Gargüera. Consideraba que debería ordenarse destruir la pared que cerraba el espacio ocupado dejando en manos del Consejo las decisiones finales.
    Suponemos que se atendió a su opinión, que Gutierre de Sotomayor no ocupó el espolón y que permaneció como espacio público de la ciudad hasta que se convirtiera en “mirador” y “divertimento” de las monjas franciscanas.

31 de agosto de 2023

Tiempo de oposiciones

    “Ciencia y suficiencia”. Es lo que Trujillo pedía a quienes habían de ocupar la cátedra de Gramática que la ciudad mantenía a costa de su hacienda. “Aprovechamiento y fruto”, “horden y forma” en sus estudiantes, a los que Trujillo ofrecía gratuidad en las clases.
    Entre los asalariados de la ciudad siempre estuvo un “maestro de enseñar a leer e escrevir a los moços” y un “bachiller de la gramática” y la preocupación fue que el elegido para ello tuviera el conocimiento y la formación –ciencia y suficiencia- que permitiera a sus alumnos conseguir los mejores resultados.
    Y para convencerles de que viniesen a Trujillo, siempre fue necesario que el salario atrajese a los mejores. Si a finales del siglo XV, la ciudad pagaba al preceptor de la gramática 6000 mrs. (aumentados a 8000 antes de que acabase el siglo, lo mismo que se pagaba a un regidor o a los físicos), terminaría el siglo XVI compensando al preceptor con un salario de 75000 mrs. anuales.
    El bachiller Cigales, el bachiller Herrera, el bachiller Moreno o el bachiller Pedro de Castro tuvieron en sus manos la educación de los jóvenes que acudían a sus estudios, “ansí forasteros como naturales, syn pagar cosa alguna”. Y para ellos, la ciudad pensó pronto en una “casa de estudio” que, propiedad de la ciudad, acogiera a los estudiantes y fuera vivienda del preceptor. 
    En 1508 se vio la casa del clérigo Juan Martín y los regidores opinaron que “no es buena”. No encontraron la casa adecuada hasta 1528. Empezaron a buscarla un año antes, al tiempo que procuraban en la corte que se diese licencia a la ciudad “para que de los propios de la çibdad se conpre una casa para un estudio donde estudien los estudiantes de la gramática”. Conseguida la licencia, parecía que la mejor opción estaba en unos corrales junta a la huerta de San Francisco aunque finalmente fue otro el lugar elegido, quizás porque aquel no fuera sitio “apartado” como requería la labor a la que habría de destinarse el nuevo edificio.
    Antón Sánchez Barco era vecino de Trujillo pero vivía en Madrigalejo. Su casa en la ciudad, en el arrabal, en la “calle que va a Santo Domingo” parecía el lugar idóneo. Los tasadores de ambas partes la valoraron en 200 ducados, de los que Antón Sánchez habría de pagar 3 ducados al escribano Francisco Montejo, inquilino en ese momento de la casa.
    La nueva Casa del Estudio, que iniciaba la calle que hoy lleva su nombre, lindaba “con casas de Françisco de Rodas, cura de la yglesia de Santa María desta çibdad e con un huerto e corral de Florençio de Mena, clérigo, e por la otra con otro corral de mí el dicho Antón Sánchez Barco e por delante de las puertas con la calle real que va a Santo Domingo e con una calleja que sube hazia la fortaleza”.
    Poco tiempo después, en 1532, el bachiller Castro tenía ya sesenta estudiantes y en opinión del padre guardián de San Francisco, que “estuvo allí sobre çinco oras y que miró y platicó con algunos de los estudiantes”, “los halló buenos e de tal manera que el dicho bachiller haze mucho provecho en los estudiantes”, juicio compartido por el prior de la Encarnación.
Gramática de Nebrija. Edición Sevilla 1532

    Cuando hubo necesidad de buscar “persona letrada que lea gramática, latín e retórica”, la búsqueda se dirigió a Alcalá de Henares, a Salamanca y a Valladolid. También a Cáceres, Mérida, Alcántara o Plasencia intentando que quienes desempeñaban el oficio en estos lugares tuvieran en cuenta el buen salario que ofrecía Trujillo y acudieran a opositar a la ciudad.
    Pocas veces hubo un encargo directo en la contratación de un preceptor (como se hizo a fray Felipe de Meneses, en Alcalá de Henares, en cuyas manos se dejaba la elección en 1558) y los interesados hubieron siempre de pasar por una oposición, o al menos por el escrutinio de los más doctos de la ciudad.
    Tampoco ahora habrá de dejarnos el arca sin conocer algunos de esos procesos de selección. El 30 de julio de 1554 se había despedido al preceptor Ojalvo, quizás no satisfecho el concejo con su trabajo. Ninguno de los anteriores preceptores quiso volver a la ciudad y fue necesario hacer llamamientos para que acudieran a Trujillo quienes deseasen ocupar la cátedra durante los tres años siguientes, con un salario de 37500 mrs.  
“En este día se proveyó y mandó que la oposyçión de la cátedra de gramática se haga en la sala del ayuntamiento conforme a la orden que se dio al mayordomo en el punto de sillas e vancos para los que an de argüir (...) y que venidos, lea el más moderno en su título primero e arguya el más antiguo primero y por esta orden vayan leyendo e argumentando y que la primera leçión se asyne el día de Todos Santos a las dos y la letura se haga el viernes, día de Finados, a las dos y que los opositores trayan su títulos para el día de Todos Santos a la una para que se vea quién ha de leer la primera e segunda e terçera e asy por su orden e antigüedad...”.
    Unos años antes, en 1544, se puso en marcha un proceso similar para contratar a quien había de sustituir al bachiller Pedro de Castro, quizás ya de edad avanzada. En junio, Diego de Tapia fue a Alcalá de Henares con cartas de la ciudad, mientras que Cristóbal de Valencia hizo lo propio a Salamanca. Frailes de la Encarnaçión y de San Francisco (“los más doctos”), clérigos de la ciudad, el letrado del concejo, Diego Velázquez, y el propio preceptor Pedro de Castro constituyeron el tribunal reunido en el ayuntamiento. Las pruebas para decidir la idoneidad de los candidatos se iniciaron por el día de Santiago y concluyeron en la reunión del siete de agosto presidida por el licenciado Béjar, llegado desde Plasencia. 

1544, agosto 7. Trujillo
“En la çibdad de Trugillo a syete días del mes de agosto, año del naçimiento de nuestro salvador Ihesu Christo de mil e quinientos e quarenta e quatro años, se juntaron en la sala alta de las casas del ayuntamiento de la dicha çibdad los magníficos señores justiçia e regidores de la dicha çibdad, conviene a saber, el muy magnífico señor Diego Ruiz de Solís, comendador de Villanueva de la Fuente, corregidor en la dicha çibdad e su jurisdiçión por Su Magestad, y los señores Martín de Chaves e don Sancho de Paredes e don Gavriel de Mendoça e Juan Piçarro de Orellana e Bernardino de Tapia e Juan de Solís e Pedro Barrantes e Juan Cortés, regidores de la dicha çibdad, e con ellos quatro frayles de la Encarnaçión de la horden de Santo Domingo, que son frey Gonçalo de Lizan, e frey Gil Velázquez e fray Pedro de Salamanca e fray Tomás de Contreras, e quatro frayles del monesterio de Sant Françisco desta çibdad que son los syguientes, frey Juan de Ávila, guardián de San Françisco e fray Jerónimo de ¿Larrega? e fray Antonio Núñez e fray Martín de Medellín, e otrosy el bachiller Françisco Carrasco y Françisco Sánchez y Juan Tierno e Alonso Larios, clérigos, y el bachiller Diego Velázquez e el bachiller Pedro de Castro y el bachiller Guisado, clérigo, personas nonbradas para dezir su parezer sobre el examen de los oposytores a la cátedra de preçebtor de gramática de la dicha çibdad e juntamente con ellos el liçençiado Béjar, que vino de Plasençia a presidir en el dicho negoçio. E todos ansí juntos, por mandado del dicho señor corregidor juraron en forma de derecho que todos ternán secreto de todo lo que pasare y los dichos frayles dominicos e françiscos de suso nonbrados e declarados e los dichos clérigos de misa juraron en forma poniendo las manos en sus pechos por Dios e por Santa María e por las órdenes que resçibieron y los dichos bachilleres legos juraron por Dios e por Santa María e por las palabras de los santos evangelios e por la señal de la cruz en que pusieron sus manos derechas que votarán en este caso lo más justamente que alcançare, syn afecçión ni parçialidad ni amistad ni enemistad.
Justiçia e regidores
Y luego, por mandado de los dichos señores justiçia e regidores, se escrivieron los nonbres de los quatro opositores en sendos papeles, que son el bachiller Tarragona e el bachiller Alonso de Ayllón Toledano e el bachiller Salvador Gutiérrez e el bachiller Valverde, e los dio e entregó a los dichos frayles e legos suso nonbrados, personas elejidas e nonbradas para dar su pareçer e dar su voto. E escriptos, metieron en un cántaro el nonbre del que les paresçe que devían dar por preçebtor en esta çibdad y los tres en otro cántaro, que son los que quedan escluidos de la cátedra. Y las que quedaron e se metieron en el cántaro donde se echaron las tres siguientes y de las senzillas que se echaron en el otro, el dicho señor corregidor metió la mano y sacó una suerte e nonbre escripto...”. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 24.1. Fol. 321v.)

Institutiones Latinae. Biblioteca Nacional
    Los resultados fueron claros. El nombre del bachiller Alonso de Ayllón estuvo en 14 de los papeles que el corregidor sacó del cántaro frente a los dos apoyos que obtuvo el bachiller Salvador González. Tan solo un día después, el bachiller Ayllón tomaba posesión de su cátedra, en la Casa del Estudio, ante los alumnos, eligiendo la Poética de Horacio para iniciar la primera de las muchas lecciones que de él habrían de recibir los alumnos trujillanos.