31 de marzo de 2025

El Colegio de don Marcelino

    Con el cierre del Colegio Preparatorio Militar al inicio del siglo XX, terminó para los alumnos trujillanos la posibilidad de seguir los estudios de Segunda Enseñanza en la ciudad, sin tener que desplazarse a la capital de la provincia o a otras localidades que contasen con dichos estudios.
    Y aunque hubo en los años siguientes algún intento de recuperar dichas enseñanzas, intento que en algún momento nos contará el arca, lo cierto es que habrían de pasar algunos años más para que se instalase en la ciudad un colegio que, adscrito al entonces “Instituto General y Técnico” de Cáceres, estuviese autorizado a matricular alumnos de Segunda Enseñanza.
    El 30 de agosto de 1918, el entonces director del Instituto cacereño, don Manuel Castillo, recibía la documentación que don Maximino Martínez Cuesta, vecino de Plasencia y natural de Torrejoncillo del Rey, en Cuenca, presentaba con objeto de “abrir y establecer en Trujillo un Colegio de 2ª enseñanza incorporado a este Instituto”. Licenciado en Ciencias y con 56 años, don Maximino tenía una larga experiencia en la docencia como profesor y director en el Colegio de la “Purísima Concepción” de Plasencia. 


    En la calle Domingo Ramos, en el número 8, el nuevo colegio  tendría la denominación de “Nuestra Señora de la Victoria” e impartiría las asignaturas determinadas en el plan vigente de estudios de Bachillerato y contaría con el material científico y los gabinetes de enseñanza que el propio ayuntamiento trujillano le había cedido.



1918, agosto 20. Trujillo
Enseñanza. A D. Maximino Martínez Cuesta, Director del Colegio Instituto de Nuestra Señora de la Victoria, que se propone instalar en esta población para el próximo curso; se le cede el material científico del Excolegio Preparatorio Militar y que no sea necesario para las Escuelas Nacionales.
Dicho material científico le será entregado bajo inventario que formará la Comisión de Instrucción pública y disfrutará dicho Colegio en tanto que esta Corporación no acuerde destinarlo a otro centro docente o hacer uso de él.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1523.1, fol. 50r.)

    Con la figura de Maximino Martínez Cuesta dirigiendo el centro, también impartían las clases los trujillanos Práxedes Corrales Vicente (farmacéutico), Emilio Durán Mediavilla (médico) y Juan Terrones López (abogado) y los licenciados Tomás Martín Gil, Leonardo Ayala Moreno, Ramón Escalada Hernández, Juan Gallego Hernández y Manuel Sánchez Huelves, que ya le acompañara en el colegio placentino.
    Sin embargo, el momento elegido por Martínez Cuesta no fue el más propicio para comenzar el nuevo proyecto educativo en la ciudad y el motivo de su corta vida seguramente no fue la calidad de la enseñanza de tan escogidos profesores. Su andadura se inició con una epidemia, la gripe, que cerró los centros escolares durante algún tiempo. 
    A mediados del curso siguiente, en marzo de 1920, el centro cerraba de forma inesperada dejando a los padres de los alumnos matriculados preocupados por la continuidad de los estudios de sus hijos. Matriculados en el Instituto de Cáceres, su preparación para los exámenes del ya cercano mes de junio de 1920 desaparecía al cerrarse el colegio.
    Fue necesario buscar una solución que parece salió de don Marcelino González-Haba Barrantes y del profesor del colegio cerrado, don Práxedes Corrales Vicente. Hubo que crear con celeridad otro colegio “de cuya dirección se hace cargo don Marcelino González a quien los PP. Agustinos han cedido desinteresadamente local para las nuevas aulas”, contaba el semanario La Opinión, señalando a Corrales, Montero, Escalada, Marcos, Casillas, Beato y el propio director del semanario, Martínez Gala, como los profesores que en tales circunstancias aunarían sus esfuerzos “en la penosa tarea educativa que se imponen, en el deseo de que su trabajo tenga el sabroso premio de una satisfacción completa en el próximo Junio”.

1920, marzo 10. Trujillo
6º. Leída una instancia de D. Marcelino González, solicitando el uso del material de enseñanza entregado por el ayuntamiento al Colegio de Nuestra Señora de la Victoria que, según dicha instancia, había cesado en sus funciones, se acordó poner a disposición del solicitante expresado material para la continuación de estudios hasta la terminación del curso, tan luego como fuese devuelto por el director del colegio mencionado. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1524.1. fol. 14r.)

    Y la iniciativa, que tal vez se pensó temporal, dio paso a un nuevo centro educativo. De las aulas cedidas por los padres agustinos en el Colegio creado por doña Margarita de Iturralde, las clases pasaron al palacio del marqués de Albayda y la Conquista, en la plaza mayor, aulas en que un nuevo Colegio-Academia, denominado de “La Purísima Concepción”, iniciaba su andadura en el curso 1920-21. 
    De nuevo el ayuntamiento trujillano prestaba sus fondos educativos como ya lo había hecho con anterioridad.

1920, septiembre 14. Trujillo
6º. Se acuerda ceder en uso a D. Marcelino González, que como encargado de la dirección del colegio de 2ª enseñanza que va a establecerse en esta ciudad lo solicita, el material de enseñanza que es propiedad del ayuntamiento y éste tenga disponible, debiendo hacerse el correspondiente inventario de la entrega. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1524.1. fol. 52r.)


    Un nuevo centro en el que estudiar el Grado de Bachiller, los estudios del Preparatorio de Derecho, Filosofía y Letras, Medicina, Farmacia, Magisterio, Correos, Telégrafos “y demás carreras especiales”. Nuevos profesores que se irían sumando a González-Haba y Corrales: el médico trujillano, Agustín Sánchez Lozano, Adolfo Portillo García, Ponciano Manuel González, Francisco Luis y Cremades, Julio Gómez de Segura y Zúñiga y José de Unamuno y Lizárraga, hijo  del catedrático don Miguel.
    Pero ningún centro educativo estaría completo sin sus alumnos. Externos, internos y medio-pensionistas, el nuevo colegio les aseguraba “un amplio local, de inmejorables condiciones higiénicas y pedagógicas, profesorado competente…y material moderno de enseñanza”.  
    Para los internos, una “esmerada asistencia, alojamiento cómodo y alimentación sana y abundante” con café y leche o chocolate en el desayuno, “sopa, cocido, principio y postre al mediodía; pan y frutas del tiempo en la merienda de la tarde; y dos platos, uno más fuerte y postre por la noche”.

 
    Una sola alumna en los inicios (Blanca Míguez Paredes) y otros muchos compañeros que nacieron en Garciaz (Ángel Fernández Barbero, luego farmaceutico), Escurial (Pedro Mellado Cabeza, que seguiría la carrera militar), Plasenzuela (Romualdo Sánchez Bejarano), Puerto de Santa Cruz (Francisco Fernández Muñoz) o Casar de Palomero (Martiniano Morientes Hernández, que también estudio Farmacia). Pero la mayoría fueron jóvenes (niños) trujillanos que tuvieron en el colegio de don Marcelino la posibilidad de estudiar y vivir en su ciudad adquiriendo una formación que llevó a algunos a las facultades de Medicina (Ezequiel de la Cámara y Solís,  Antonio Míguez Paredes, Aurelio Conde Bazaga y Enrique Peralta Santiago), de Farmacia (Gabriel Solís Montero), de Ingeniería (Francisco López-Pedraza Munera) o el mundo del Derecho (Julián Guadiana Artaloytia, Miguel Núñez Secos, Tomás Pumar Cuartero, Andrés Cancho Bravo y Manuel Cortés Villarreal), que les abrió el deseo de emular a sus profesores en el mundo de la enseñanza (Tomás Quesada Cascos y Fernando Civantos Masa) y que seguro les hizo a todos mejores y más formados hombres y mujeres.
Fuente: Colección María Teresa Pérez Zubizarreta. Facebook. Fotos antiguas de Trujillo



8 de marzo de 2025

Los apuros de doña Inés

    Si las condiciones de dependencia y desigualdad de la mujer eran manifiestas a lo largo de la Edad Moderna, la muerte de cónyuges y familiares hacía que tantas y tantas mujeres sin historia tuvieran que afrontar, con una entereza y fortaleza nunca bien reconocidas, momentos aún más difíciles para ellas y para quienes, ya en ese momento, estaban bajo su tutela y cuidado.
Vernon Howe Bailey. Trujillo. 1926

    Porque para las mujeres la viudedad rompía su situación de dependencia pero también para muchas ese momento trágico las abocaba a la pobreza y el desamparo. 
    Cuando a su dote, casi su único patrimonio, no se sumaban bienes heredados de su esposo, y cuando no ejercían un trabajo que asegurase sus ingresos, la viuda pobre pasaba a depender de los suyos, de sus hijos e hijas, de la caridad de sus vecinos.
    Viuda, trabajadora y curadora/cuidadora de quienes la sucederán y no heredarán, porque nada tiene, doña Inés Donaire tenía a su cargo a sus tres nietos, José, Manuel y Francisco Cabelludo. Antes dependieron de su hija, doña Francisca Calderón, su tutora y curadora, porque así lo dispuso al morir su esposo, don Luis Martín Cabelludo, cirujano al servicio de la ciudad de Trujillo.
    Pero en 1769 doña Francisca ya no estaba para cuidarlos y su muerte hizo a doña Inés tutora oficial de sus nietos y a ellos se dedicaba con sus casi inexistentes recursos, “alimentando, vistiendo y dando escuela y estudio”.
    Eran escasos también los bienes heredados por sus nietos y las exiguas rentas que proporcionaban -“apenas podrán rentar anualmente cosa de trezientos reales poco más o menos”- y los altos precios de los mantenimientos que en esos momentos se sufría, animaron a doña Inés a recurrir a la justicia y presentar ante don Miguel Francisco de Zafra, alcalde mayor, una petición que aliviase sus estrecheces y necesidades y que le permitiera continuar y completar la educación y aprendizaje de los menores. Autorizarla a vender unas cercas propiedad de sus nietos aliviaría sus “cortos medios” y sus “continuados apuros” que parecía no podía remediar su trabajo. 

1769, julio 5. Trujillo
Antonio Martín Barroso, en nombre de Dª Inés Donaire, de estado viuda, vecina de esta ciudad, ante vuestra merçed, como mejor proceda, parezco y digo que por fallecimiento de don Luis Martín Cavelludo y de doña Francisca Donaire Calderón, su hija y su conjunta, quedaron a su cargo y tutelar cuidado los hijos menores que hubieron en el matrimonio, y como tal su abuela los ha estado y está alimentando, vistiendo y acudiéndoles con lo necesario, a fin de que puedan hir siguiendo su destino y aplicación, que el uno, sin embargo de ser de corta hedad, se halla en estudios maiores y los otros dos más pequeños en el ejercicio de primeras letras, y como la es forzoso el así hirlos sosteniendo, poniendo su industria y cuidado, pues aunque tienen dichos menores algunos vienes raízes, no alcanza su producto para los indispensables gastos, mácsime en el presente tiempo en que así el pan como lo demás necesario para el alimento se halla en subidos precios, por cuia razón permanece mi parte en continuados apuros, sin tener para remediarlos otra salida ni adbitrio que el disponer, si se le diese permiso a mi parte, para la venta de unas cercas que gozan dichos menores, inmediatas al arraval de las casas de Belén (...) la que aora se encuentra en proporción de poderse bender para remedio de los suso dichos, quienes en ello es ebidente y constante esperimentarán clara y conocida utilidad por quanto el producto de su benta se imbertiría en venefizio de dichos menores y remedio de su necesidad, que es el fin para que mi parte lo pretende, y salir al mismo tiempo de su aflición, en méritos de lo qual y ser notoria la estrechez, apuro y necesidad que padecen, que se podrá redimir y sentirían grande utilidad, con el judicial permiso para la venta de dichas alajas.
Suplica a vuestra merced se sirva, atendidas tampoderosas razones y circunstancias que van espresadas, que todas son verídicas, conceder a mi parte licencia judicial para que pueda celebrar la venta de las enunciadas cercas (...).y que el producto o efectos en que se vendisen se le haia de entregar para el fin que va espresado y poder suministrar el diario alimento a dichos menores (...)
                            Barroso (rúbrica)
Licenciado Zárate. Gratis (rúbrica)
                            Inés Donaire
(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Lorenzo Tomás Grande Calderón. 1769, fols. 57r-58r)

    A las palabras de “estrechez, apuro y necesidad” que se recogen en aquella demanda tal vez hubiera que añadir las de fortaleza y determinación de quien, como doña Inés, se vió en su vejez convertida en cabeza de familia y sustento de sus nietos. 

27 de febrero de 2025

La victoria de Pavía

    Dicen que Carlos V celebró sus 25 años de vida en Madrid con calenturas. Un día de San Matías, 24 de febrero, que no merecería la pena recordar si no fuera porque mientras el monarca se reponía de unas pertinaces cuartanas que le dejarían “flaco y deshecho”, sus tropas derrotaban en Pavía a su “viejo” enemigo y rival, el rey de Francia, Francisco I, prisionero ahora de las tropas del emperador.
Jean Clouet. Retrato de Francisco I. 
Museo del Louvre

    Y aunque suponía una gran victoria para sus ejércitos y el predominio de su poder en el Milanesado italiano, cuenta el cronista que “ni dijo palabra, ni hizo muestra de placer” y que solo, en el oratorio de su aposento y de rodillas, “dio gracias a Nuestro Señor”, no consintiendo que se hiciesen fiestas en la Corte, “ni muestras de regocijo” y que eso mismo mandó hacer en el reino. 
    Al día siguiente, en el monasterio de Santa María de Atocha, oyó misa y sermón, mandando hacer procesión en acción de gracias por la victoria.
    Quinientos años después, estos días hemos podido ver cómo se recordaba la batalla y a sus protagonistas y no quiere el arca trujillana olvidarse de la efemérides y comprobar si Trujillo lo festejó y siguió el carácter de seriedad y gravedad que el monarca quiso dar a la alegría que supuso la derrota “y castigo de los mortales”.
    Trujillo recibió una carta en la que el monarca comunicaba a la ciudad la buena nueva, muy similar a otras muchas que el monarca remitió a ciudades y grandes del Reino en las que, con el pasar de los días, vemos cómo crecía el número de bajas del ejército enemigo y se reducían los muertos del campo imperial (apenas seis días antes, en la carta remitida al marqués de Denia se cifraban en 15.000 los muertos del campo francés y en 700 los caídos en las filas imperiales).

1525, marzo 21. Madrid
El rey
Conçejo, justiçia, regidores, cavalleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos de la çibdad de Trugillo. Ya sabeys como el rey de Françia, con muy grande exçerçito, pasó en persona a Ytalia con fyn de tomar e usurpar las tierras de nuestro ynperio e el nuestro reino de Nápoles donde avía enviado al duque de Albania con gente a lo conquistar e tenía çercada la çibdad de Pavía, agora sabed que el día de Sant Matías, que fueron veynte e quatro de febrero, día de nuestro naçimiento, aunque el dicho rey de Françia en tener su canpo en sityo muy fuerte e a su propósito no tenía voluntad de açetar batalla, fuele forçado, porque nuestro exérçito pasó no con pequeño trabajo a donde estava e asy la dieron. Plugo a Nuestro Señor, que sabe quan justa es nuestra cabsa, de darnos vitoria. Fue preso el dicho rey de Françia y el príncipe de Bearne, señor de Labrit e otros muchos cavalleros prinçipales e muertos el almirante de Françia e monsyur de la Tramulla e mosyur de la Paliza e otros muchos, de manera que todos los prinçipales que allí se hallaron fueron muertos e presos y escriven que de su canpo murieron más de diez e seys mil onbres e del nuestro hasta quatroçientos; por todo e dado e doy muchas graçias a Nuestro Señor e así se las devemos de dar todos porque espero que esto será cabsa de una paz universal en la Christiandad que es lo que sienpre he deseado, acordé de hazeros saber porque sé que os holgays tanto dello como es razón. De Madrid XXI días de março de mil e quinientos e veynte e çinco años.
Yo el rey
Por mandado de Su Magestad
Françisco de los Cobos (rúbrica)
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 16.3)

    Tres días después de la remisión de la cédula real, el concejo de Trujillo se hacía eco de la buena nueva comunicada por el monarca e indicaba que lo mandado por Su Majestad ya estaba cumplido, pues se habían celebrado en la ciudad los oficios religiosos para dar gracias a Dios por la victoria en Italia y también se habían hecho “proçesiones, como las avían hecho”. Pero eso sabía a poco y, quizás por no conocer los deseos del emperador de no festejar con fiestas ni regocijos, Trujillo celebró la victoria de Pavía como se merecía y como acostumbraba, con “alegrías” y toros en el domingo siguiente, con agasajo a los caballeros que viniesen a las fiestas y con pregones para que “todos los veçinos desta çibdad ençendiesen lumbres en sus puertas y ventanas”.
    Toros y colación que se sumaron a la procesión y que permitieron a los trujillanos celebrar “a su manera”, hace ahora quinientos años, la victoria en la lejana Pavía.

1525, abril 1. Trujillo
Fiesta y alegrías. Este día, los dichos señores mandaron que todo el gasto que se hizo en las alegrías que se hizieron por la nueva de la prisyón del rey de Françia, que el mayordomo dé cuenta ansy de toros como de colaçión e çera que se gastó en la proçesyón, que todo se pase en cuenta e se pague de los propios de la çibdad e ansy lo acordaron e mandaron todos los dichos señores unánimes e conformes. E que todo lo mandavan e mandaron librar todo lo que montare en ello segund el mayordomo lo diere por cuenta con juramento.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 15.7, fol. 263v.)

Bernard van Orley. La Batalla de Pavía. Museo de Capodimonte. Nápoles

30 de enero de 2025

Escudos e imágenes en las puertas de la ciudad

    En Trujillo, las puertas siempre fueron un elemento fundamental de la ciudad amurallada. Vanos defendidos por quienes vivían detrás de ellos y apetecidos por quienes, anhelantes, deseaban entrar para disfrutar de la ciudad, ya fuera en tiempos de paz o de guerra.
    Son las puertas espacios con doble mirada, desde una y otra de sus partes. En ocasiones se convirtieron  en férreas defensas hacia el exterior, cuando protegían a la ciudad de pestilencias y enemigos. En otras, su control y dominio representó un elemento más de poder y prestigio de algunas familias de la ciudad. También permitieron estrangular salidas y accesos al exterior para quienes no fueran familiares, deudos o cercanos de quienes se convirtieron en verdaderos cancerberos. Y entonces la ciudad abrió nuevas puertas -como la de San Juan o Palomitas- que en ocasiones, pasado el tiempo, fueron desapareciendo físicamente y de la memoria de los vecinos.
    Cuando los momentos de guerras y conflictos se alejaron, la ciudad se ocupó de que las puertas de su muralla siguieran cumpliendo su función de cierre y acceso a la ciudad alta, a la “villa”. 

1508, abril 23- agosto 11. Trujillo
Puertas de la çibdad. Diego de Orellana dize que tiene ygualadas cada carga de madera con Gonçalo Piçarro para las puertas de Santiago y la de San Juan y la de Santa Cruz y la de Hernán Ruiz a ochoçientos mrs. cada carga puesta en esta çibdad en el alhóndiga. Que se conpre lo que fuere menester.
Puerta Dalba. El alcaide de la fortaleza suplica le manden alçar la puerta Dalba para que pueda pasar carreta por ella porque es provechoso para la çibdad y porque está para se caer. Lo yrán a ver el señor corregidor y Gonçalo de Torres.
 (Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9, fols. 118v. y 171r.)

    Puertas fuertes y altivas para las que, a finales del siglo XV, los pintores Alonso Gonzáles y Álvaro Ponce hicieron gala de su maestría. Y aunque el arca no nos deje ver el contenido de su obra, sí nos cuenta  la riqueza de su ejecución.

1498, enero 29-marzo 26. Trujillo
Pinturas. Libramiento. Retablos. Alonso Gonçález e Álvaro Ponçe, pintores, piden que les manden librar IIUCC mrs. que dixeron que montan en el terçio postrymero de los retablos de las puertas de la çibdad, que está fecho ya la obra e que los manden asentar que se ahuman en casa. Mandan que se faga cuenta con ellos e lo que se fallare que se les deve, mandan gelo librar en Gonçalo de Çervantes, mayordomo. 
Retablos. Que se entienda en hazer conprar çinquenta panes de oro que diz que son menester para acabar de dorar los retablos de las puertas de la çibdad. Que los conpre el mayordomo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 6.8. Fols. 6v. y 39r.)

    Quizás la obra de ambos pintores fuese la que en 1519 sufría el deterioro que Gonzalo de las Cabezas señalaba en el ayuntamiento y que pronto la ciudad trataría de enmendar. 

1519, marzo 14. Trujillo
 Puertas. El veedor de las obras suplica a vuestras merçedes que manden renovar a señor Santiago y la cruz que está a la puerta de Santa Cruz, que está muy maltratado. Respóndesele que se verá. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 13, fol. 177r) 

1520, diciembre 31. Trujillo
Puertas. Este día, los dichos señores mandaron que se apregone quien quisiere pintar las ymágenes de las puertas de la villa y que se de a pintar.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 14, fol. 209r.) 

    Poco más nos cuenta el arca de estas puertas, de su aspecto y ornato, de las armas reales que en ellas declaraban una y otra vez el carácter de ciudad realenga de Trujillo, de los símbolos de poder y preeminencia de linajes y familias trujillanas cuyos blasones en piedra aún adornan las puertas de la cerca de la ciudad. Pero, como otras veces, otras arcas nos ayudan a contemplar lo que hoy no está en esas puertas y que otros, “por su persona y propia vista de ojos”, nos contaron.
    Acababa el mes de enero de 1544. El concejo de la ciudad había recibido a los primeros regidores cuyos títulos no se basaban en la elección de los linajes en el día de San Andrés sino en la compra a la Corona de tal merced. Bernardino de Tapia, del linaje Añasco, fue el primero, el 25 de enero, en presentar la provisión real que acreditaba su título de regidor y junto a él presentaba igual documento Juan de Solís, del linaje Bejarano. Un día después lo harían dos regidores del linaje Altamirano, Juan Cortés y Juan Pizarro de Orellana, éste representado por Juan de Herrera, en su nombre y con su poder al estar desterrado en ese momento de la ciudad y refugiado en su dehesa de Magasquilla. Tras ellos, en los días y meses siguientes, irían llegando los nuevos regidores y comenzando un litigio que duraría 6 años. ¿Dónde sentarse? ¿En qué orden? ¿A la derecha o la izquierda de la justicia? Sentados Bernardino de Tapia a la derecha del corregidor y Juan de Solís a su izquierda, parecía ponerse en peligro la preeminencia que los Altamirano siempre habían tenido en el cabildo (sentados a la derecha del corregidor y siempre los primeros en emitir su voto) en un nuevo orden que no lo respetaba. 
    En su protesta, el nuevo regidor Juan Cortés, Altamirano, tuvo claro su argumento. Solo había que mirar las puertas de la ciudad para darse cuenta del lugar y el papel que debían ocupar los Altamirano, conminando al corregidor Diego Ruiz de Solís a que acudiese a la puerta de Santiago, a la de San Juan y a la de Hernán Ruiz (hoy llamada del Triunfo), “onde hallará las armas de los tres linajes esculpidas en piedra todas de una forma”. 
Escudos de la puerta de Santiago


    El día 30 de enero de 1544 el corregidor Ruiz de Solís, junto a algunos testigos y el escribano
Florencio de Santa Cruz, se acercó a la puerta de Santiago “donde halló dibuxado un Santiago en una tabla pintada y metida en una caxa de piedra y al lado derecho las armas reales e baxo dellas un escudo de diez roeles y por detrás de la puerta estavan otras armas reales y baxo otro escudo con diez roeles que dizen que son las armas de los Altamiranos”.
    La más reciente de las puertas de la ciudad, la de San Juan, también lucía sus escudos y en ella el corregidor halló “una ymajen de Sant Juan en una tabla metida en una caxa y al lado derecho un escudo con un león y quatro cabeças que dizen son las armas de los Bejaranos y al lado yzquierdo otro escudo con una cruz en medio y quatro veneras a los lados que dizen que son de las armas de los Añascos y en medio como otro asyento para un escudo y ençima de la puerta las armas reales”.
    A decir de alguno de los testigos, el lugar central vacío que debía presentar las armas de los Altamirano (“como otro asyento para un escudo”) era algo intencionado y no podía explicarse sino por el deseo de algunos (“con dolo y malicia”) de quitar el escudo de los Altamirano de la puerta, donde antiguamente lucía, quizás en recuerdo de las razones por las que la propia puerta se creó.
    Por otros motivos, contaba García de Tapia, el hijo de Gómez de Tapia, los Añasco no estaban presentes en la puerta de la Vera Cruz (hoy de San Andrés). Se negaron a que su escudo se situase a la izquierda, “dyziendo que las armas de los Añascos avían de estar a la mano derecha de los Altamiranos, que avían de estar en medio”, petición que no fue aceptada y llevó a su procurador, Alonso de Tapia, a pedir que el escudo de su linaje no se esculpiese en la puerta. 
    Por último, el corregidor fue hasta la puerta de Fernán Ruiz, junto a la casa de los señores de Orellana de la Sierra, y allí de nuevo contempló los escudos de los linajes, las armas de la Corona y el retablo que lo adornaba. Un San Miguel que con San Juan, Santiago y una cruz dominaron y protegieron las principales puertas de la ciudad de Trujillo.
Puerta de Hernán Ruiz o del Triunfo


1544, enero 30. Trujillo
Y luego, el dicho señor corregidor fue a ver avido la puerta de Hernán Ruiz, que es entrada a la dicha çibdad, donde se halló en una caxa un Sant Miguel en una tabla y por baxo della estava un escudo en medio con diez roeles que diz que son las armas de los Altamiranos y luego a la mano derecha estava otro escudo con un león y quatro cabeças, que dizen que son las armas de los Bejaranos e al otro lado del, a mano izquierda, estava otro escudo con una cruz e quatro veneras, que dizen que son las armas de los Añascos, e por la otra parte de la dicha puerta, a la parte de fuera, estava un escudo con las armas reales. 
(Archivo General de Simancas. Cámara Real de Castilla. Legajo 516,7)


22 de diciembre de 2024

Y pasó el año 1915

    El año comenzó de forma muy parecida a su final, con tiempo revuelto. Si el 25 de enero la nieve cuajó en las calles trujillanas, aunque poco después la lluvia la hizo desaparecer, el 24 de diciembre, en la Nochebuena, un temporal de viento y lluvia hizo caer algunos árboles y partió el cristal y la esfera del reloj de San Martín, arrancando el minutero. En medio de esas dos fechas transcurrió un año, 1915, difícil para muchos trujillanos y con tantas penas y alegrías como el anterior y el siguiente.
    Mientras Europa se desangraba en una guerra que acabaría con la vida de gran parte de sus jóvenes, una España oficialmente neutral era incapaz de solucionar los dos grandes problemas que muchos españoles, sobre todo en las zonas rurales, veían complicarse año a año, la falta de trabajo y los elevadísimos precios de los productos más esenciales.
    Con un jornal diario que rondaba las 3 pesetas y 50 céntimos, muchos trujillanos, jornaleros los más, poco podían llevar a sus mesas cuando la docena de huevos se vendía en el mercado de la plaza a 1,75 pesetas y el kilo de carne de cerdo a 2,50 pesetas, lo mismo que el kilo de tocino y el litro de aceite. Y eso cuando había jornal que cobrar, porque con el mal tiempo, con el frío del invierno, los trabajos agrícolas escaseaban y no pocas familias trujillanas hubieron de recurrir al Comedor Popular que en la parte de atrás del Ayuntamiento Viejo repartía raciones de cocido para la comida y de arroz con bacalao o judías con patatas para la cena. 
    En los 60 días que el Comedor permaneció abierto entre enero y febrero (volvería a abrir en diciembre), unas 62.000 raciones salieron de sus ollas para las casas más necesitadas. Y cerró porque se agotaron sus fondos y no porque se agotaran las necesidades. 
    Los ingresos que mantuvieron ese comedor llegaron de otros muchos trujillanos a los que también afectaba la subida de los precios y a los que se impuso el incremento de su impuesto de Consumos para sostener ese reparto de comida. 
    En el año de 1915, el pago del impuesto de Consumos (impuesto sobre alimentos, bebidas y combustibles, la tasa central de los impuestos municipales) que muchos trujillanos debían pagar no tuvo las cuatro cuotas trimestrales de otros años. Para contribuir al mantenimiento del Comedor, ese año se pagaron seis trimestres y no porque el año se alargara hasta los 18 meses sino porque se impusieron dos pagos trimestrales “extras”, al inicio y al final del año.
    Aún con todas estas penurias, 1915 tuvo sus momentos de fiesta y bailes en los salones de las Sociedades (el Casino o el Círculo de la Amistad) o en los de “La Novedad”, “Liceo”, “La Perla”, “El Gallo”, arriba en la villa, o “La Gran Cervecería”. Ya fuera San Fulgencio, las Candelas, los Carnavales, la feria de junio o la de septiembre (la “feria del Cristo), la Virgen del Rosario o las Navidades, en Trujillo y Huertas de Ánimas se bailó y se disfrutó.
    Aunque no hubo capeas, los trujillanos asistieron a la Plaza de Toros para la novillada de feria (con Machaquito II y Palmeño ante la “espantá” de Camará Chico) y los festejos que aficionados y empleados del comercio organizaron casi siempre con fines benéficos (para el asilo, para la cárcel, para familias necesitadas, la reconstrucción de la iglesia de Herguijuela...).
    Por supuesto, en la feria de junio hubo teatro, una Compañía de Zarzuela y Opereta dirigida por José Talavera hizo las delicias de quienes adquirieron el abono para las 25 representaciones que ofreció la Compañía a los trujillanos. 
    Otros muchos disfrutaron también en el Teatro Principal de las tres Compañías de aficionados existentes en la ciudad, la Sociedad dramática que dirigía Dionisio E. Carretero, la “Juventud Artesana” y la “Sociedad Cómico-Dramática Artesana”. Esta última se constituyó ese mismo año, presidida por Antonio Santaolaria, e inició su andadura con un aplaudido “Don Juan Tenorio” que se estrenó el 19 de diciembre, amenizando los intermedios la Banda Municipal.
La Opinión. 1/6/1916
    Porque la ciudad tenía nueva Banda Municipal desde el año anterior y bien que disfrutaron los  trujillanos de los múltiples conciertos que en la Plaza Mayor o en el Paseo de Ruiz de Mendoza (entonces en plena ampliación para dotarle de un templete para la música) ofrecieron en cuantas ocasiones pudieron. Bajo la dirección de Francisco Durán Guerrero, los 43 integrantes de la Banda Municipal lucieron los uniformes que en el otoño del año anterior les confeccionó la sastrería de Agustín Moreno con el paño azul que el ayuntamiento adquirió en el establecimiento de los “Sres. Sanz Hermanos”, donde también se compraron las gorras que completaban su atuendo.
    En marzo se celebraron elecciones provinciales que pasaron sin demasiado interés, como lo demuestra el que la siempre criticada compra de votos resultara poco rentable para los que decidieron poner su voto en venta, “solo el abono del jornal” o “algún cigarrillo puro”. 
    Desde mayo estuvo expuesta en un zaguán de la calle Tiendas la maqueta que el escultor madrileño Rafael Galán Sánchez había presentado a la Comisión creada desde 1913 para levantar un monumento a Francisco Pizarro. La figura de bronce de Pizarro se alzaría sobre un pedestal colocado en el pilón de la fuente central de la Plaza Mayor. Gustó pero… no se hizo. 
La Opinión. 1/6/1916

    Un día antes de Todos los Santos, el 31 de octubre, domingo, Trujillo dedicaba a su Patrona, la Virgen de la Victoria, unas fiestas realizadas, según la prensa, con “decaído entusiasmo”. Novena, Salve, procesión por el atrio de San Martín y algunos bailes en los Salones de moda. 
    Algunas señoras trujillanas (doña Rosario Paredes, doña María Guillén y doña Margarita de Iturralde) se propusieron ese año revitalizar la gran fiesta religiosa que era la Semana Santa, también en plena decadencia. En su deseo de reorganizar la Cofradía de la Soledad, auspiciaron la adquisición de una nueva imagen que realzara la procesión del Viernes Santo. De “tamaño natural, de buena talla y colorido excelente”, flanqueada por ángeles en su cabecera y pies, la imagen de “Jesús yacente” que aún hoy recorre las calles de Trujillo en la noche del Viernes Santo salió de los talleres de "Arte Cristiano" de Olot (Girona) y causó sensación en la ciudad haciendo que la procesión que partió desde el templo de San Francisco fuera calificada de “hermosa, brillante y sublime”.  
La Opinión. 1/4/1915

1915, abril 1. Trujillo
Por la tarde, a las siete, saldrá de dicha iglesia la Procesión del Santo Entierro, recorriendo la carrera del año anterior y organizada en la siguiente forma: Abrirán la marcha una pareja de la Guardia Civil de caballería, siguiendo en torno suyo los niños con la cruces y a continuación la Banda municipal de música y Paso del Cristo yacente alumbrado por los caballeros asistentes, que se dividirán en dos filas, continuando los Pasos de San Juan, la Magdalena y la Soledad, acompañando las señoras y señoritas de la localidad y por último formará el Clero y Autoridades”.
(Archivo Municipal de Trujillo. Hemeroteca de prensa histórica digitalizada. La Opinión. Semanario Independiente. Jueves 1/4/1915, pág. 2) 

La Opinión. 1915
    No tocó la lotería en Trujillo ese año (el 48.685 llevó la suerte a El Ferrol) aunque algunos tuvieron la fortuna de que su papeleta coincidiera con algún “gordo”. Quienes recibieron una papeleta por su donación para el sostenimiento de las Clases de Enseñanza y Dibujo de la Sociedad de Socorros Mutuos “La Protectora” estuvieron bien atentos al sorteo de la Lotería del 11 de diciembre, esperando llevarse algunos de los tres “gordos” premios. El cerdo de 11 arrobas fue para el vecino de Huertas de Ánimas Francisco Delgado Mateos. El de 9 arrobas acabó en manos del maestro barbero Santiago Criado y el de 7 arrobas fue para el operario de la imprenta de La Opinión, José Corrales.
    Terminaba el año en el que Trujillo había rezado por el fin de la guerra europea, había dado la bienvenida a un nuevo obispo en la diócesis placentina y había visto los primeros “Libros de familia”.    
    Terminaba un año y todas las esperanzas se depositaban en el siguiente: que bajaran los precios y los impuestos, que hubiera más trabajo, que la plazuela de San Judas se empedrara, que Pizarro tuviera al fin su monumento, que hubiera mejor suerte y nuevos proyectos.

26 de noviembre de 2024

Los cortejos de los "cuerpos reales"

    La primera vez que Leonor de Austria, reina ya de Portugal, pasó por Trujillo, marchaba a Lisboa tras contraer matrimonio por poderes con Manuel I, viudo entonces de Isabel y María de Aragón, tías de Leonor. El jueves 11 de noviembre de 1518, pocos días antes de cumplir 20 años, la hija primogénita de Juana de Castilla y Felipe de Austria se detenía en Trujillo, de donde partiría el lunes siguiente, y la ciudad decidía agasajarla como solía, con toros.

1518, noviembre 11. Trujillo
Toros de fiesta de la reina de Portugal. Y ansí juntos, acordaron y mandaron que por quanto la serenísima señora reyna de Portugal a de estar en esta çibdad hasta el lunes y en otras partes se an hecho fyestas de correr toros, que mandavan e mandaron que el mayordomo haga traer seys toros para que se corran y maten el domingo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 13, fol. 125r.)

    La última vez que Leonor de Austria, reina viuda de Portugal y Francia, pasó por Trujillo, en 1574, marchaba a El Escorial para que sus restos reposaran en el panteón que su sobrino Felipe quería dedicar a su dinastía. 
    En el invierno que dio paso a 1574, tres cortejos fúnebres recorrieron los caminos que llevaban al monasterio de El Escorial desde Granada, Mérida, Yuste, Valladolid y Tordesillas. 
    Con claras instrucciones recibidas desde la Corte (“he mandado ordenar el memorial o instrucción que se os enviará con esta”), tres obispos y tres nobles trasladaron los restos reales que habrían de ser depositados en el nuevo Panteón Real. 
    Desde Granada, el obispo de Jaén y el conde de Alcalá de los Gazules deberían llevar desde la Capilla Real a Yuste los restos de la emperatriz Isabel (fallecida en 1539), de los hermanos del monarca, Fernando y Juan (muertos en la niñez en 1530 y 1538) y de su primera esposa, la princesa María Manuela de Portugal (fallecida en 1545 en Valladolid y sepultada en Granada en 1549). 
    El prelado de Coria (la sede placentina estaba vacante desde la muerte, en enero de 1573, del obispo Pedro Ponce de León) y el conde de Oropesa serían los encargados de trasladar también a Yuste, desde la iglesia de Santa María la Mayor de Mérida, los restos de Leonor de Austria, sepultada en el templo emeritense tras fallecer en Talaveruela (luego Talavera la Real) en 1558.
Cenotafio de Carlos V y su familia. Carlos V, su esposa Isabel y sus hermanas María y Leonor.
Monasterio de El Escorial. Pompeo Leoni. Fuente: Patrimonio Nacional.

    Desde el monasterio jerónimo de Yuste, el obispo de Jaén y el conde de Alcalá, llegados desde Granada, trasladarían en un solo cortejo a El Escorial los “cuerpos reales” a los que se sumarían los restos del emperador Carlos.
    También desde Valladolid y Tordesillas, un obispo, el de Salamanca, y un noble, el marqués de Aguilar, llevarían al monasterio escurialense los restos de la reina María de Hungría (fallecida como sus hermanos Carlos y Leonor en 1558) y de la reina Juana, cuyo cuerpo sería entregado “a los dichos obispo de Jaén y duque de Alcalá que le han de llevar a Granada”, donde sus restos reposarían junto a los de su esposo Felipe y sus padres, Isabel y Fernando. 
    Etapas, acompañamientos y protocolos, honras y túmulos, ornamentos, misas, sufragios, hachas y velas, todo estuvo minuciosamente planeado y dispuesto para que los cortejos civiles y religiosos estuvieran a la altura de la dignidad de los “cuerpos reales”que acompañaban. 
    Mulas con las cabezas cubiertas con “caparazones de paño negro” portarían, “en los palos de litera que para ello estará aparejada”, los féretros envueltos en brocados blancos para los dos infantes, “por haber muerto niños”, y el resto en paños de terciopelo negro “y quando lloviere o nevare, se porná ençima de la litera el ençerado que se llevare”. 
Guardia de a pie y a caballo, frailes y “sacerdotes de misa”, gentiles hombres, criados reales y oficiales, constituían un cortejo que abría una cruz portada por un clérigo “clérigos vestido con su sobre pelliz”.
    Trujillo recibió dos de los cortejos con dos días de diferencia. Mucho antes de su llegada, el obispo de Coria escribía a la ciudad para que se aprestase a organizar todo lo necesario para recibir los restos de la reina de Francia.

1573, diciembre 7. Trujillo
Reçibimiento de la reyna de Françia. Este día se reçibió e leyó una carta del señor obispo de Coria en que avisa cómo por esta çibdad tiene de pasar el cuerpo de la reyna de Françia y para ordenar el reçibimiento y aposentos y la çera que fuere menester y lo demás, se cometió a los señores Pedro Mesía de Escobar y Hernando de Orellana, los quales respondan a el señor obispo. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 39, fol. 626v.)

    Todo estuvo listo para cumplir lo mandado por el rey y así lo comunicó Trujillo al prelado cauriense, Diego Tello de Daz,a el día 15 de enero a través de los dos comisarios nombrados el mes anterior, quienes habrían de notificarle “lo que esta çibdad hará en el reçebimiento de los huesos de la cristianísima reyna de Françia”, respondiendo a las instrucciones recibidas de Felipe II por el obispo cauriense: “y en los lugares prinçipales, el dicho Obispo y conde avisarán a los eclesiásticos, justicia y regimiento para que salgan en procesión con cruzes como se acostumbra rescebir los cuerpos reales y lo mismo harán quando salieren…”.
    Para tal recibimiento y despedida, era necesario repartir “lutos” y disponer el ceremonial que venía impuesto desde la Corte.

1574, enero 18. Trujillo
Reçebimiento de los cuerpos reales difuntos. Lutos. Este día se leyeron e obieron en este ayuntamiento dos cartas, una del duque de Alcalá y otra del obispo de Coria por las quales y por el traslado de la çédula de Su Magestad que enviaron, pareçe que por esta çibdad tienen de pasar y llevar los cuerpos de la enperatriz y otras personas reales que se traen de Granada y llevan a San Lorenzo el Real y así mesmo el cuerpo de la cristianísima reyna de Françia y se acordó que para los reçibimientos que se tienen de hazer, se saque y dé a cada regidor a siete varas de bayeta negra para hazer una capa y caperuça de luto a costa de esta çibdad y esto a los regidores que se hallaren presentes y no a los ausentes y a el alguazil mayor çinco varas y a el sesmero çinco varas y a cada escrivano de ayuntamiento, a cada uno çinco varas. Y que los señores Pedro Mesía de Escobar y Hernando de Orellana, comisarios, hagan prevenir los monesterios y cofradías y lo demás. Y se ynformen si será bien o no que los regidores lleven hachas de çera.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 39, fol. 637v.)

    Dos días tuvo que esperar la comitiva granadina en Santa Cruz de la Sierra para cumplir el deseo de Felipe II de que quienes desde Mérida trasladaban a doña Leonor de Austria llegasen a Yuste dos días antes que el resto de los “cuerpos reales”, para dar así ocasión de que en el monasterio jerónimo se celebrasen en honor de doña Leonor sus propias ceremonias. 
    Se sucedieron esos días visitas de cortesía a Santa Cruz para ofrecer en nombre de la ciudad al obispo de Jaén y al conde de Alcalá “el buen reçibimiento y lo demás que les parezca” y se libraron gastos que ocasionarían las dos comitivas. El cerero Francisco González, dispuso 48 hachas de cera para que ardieran en tal ocasión y Hernando de Mendoza trajo de los lugares de la comarca los bastimentos necesarios para alimentar a tan numerosas comitivas   .
    Esa semana no se reunió el concejo, quizás demasiado ocupado en completar y cumplir el ceremonial previsto. Dos túmulos se levantaron en la ciudad, uno quizás en la plaza y otro en el interior de la iglesia de San Martín, donde se llevaron a cabo los responsos y misas que estaban ordenados: “en los lugares donde se hiziere noche se porná el ataúd en la yglesia ençima del estrado que para ello se hará cubierto de paño negro y se colgarán dos paños de luto en las paredes de la tal yglesia a los lados del dicho cuerpo”, de lo cual se encargarían los oficiales mandados desde la corte. 
    El día de llegada, al poner en el estrado los ataúdes, estaba dispuesto que se les diría un responso “y quedarán algunos de los dichos religiosos y clérigos de noche en la tal yglesia con el cuerpo”, mientras que al día siguiente, antes de salir, se oficiaría una misa de requiem rezada o cantada. 
    Adornados los túmulos con los letreros y epitafios que realizó el escribiente trujillano Francisco Rodríguez, la ciudad supo estar a la altura de la dignidad de quienes por ella pasaron (vivos o difuntos) y honró los “reales huesos” como haría pocos años después cuando, con el mismo destino, el cortejo fúnebre de la cuarta esposa de Felipe II, su sobrina Ana de Austria, se detuvo en Trujillo.

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Bibliografía: María José Redondo Cantera: “Arquitecturas efímeras y escenografías funerarias para la última reunión familiar en El Escorial (1573-1574)”. O largo Tempo do Renascimiento. Arte, Propaganda e Poder. (2008). Pp. 691-742.

Inmaculada Arias de Saavedra Alías: “Exequias granadinas por reinas hispano-portuguesas. La emperatriz Isabel, la princesa María
y la reina Bárbara de Braganza”. Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX). Vol. 3. (2009). Pp. 2043- 2083.


31 de octubre de 2024

El "paseíno" del Campillo

    Los espacios de la ciudad también tienen memoria y esa memoria se nutre de las actuaciones, remodelaciones y cambios que en ellos se realizan y de las vivencias de generaciones que, a lo largo del tiempo y en circunstancias muy diversas, discurrieron por ellos.
    La ciudad, sus lugares, son una hermosa amalgama de espacios percibidos, vividos, amados, sentidos -o incluso rechazados- de modo muy diferente a lo largo del tiempo. Hay determinados momentos o períodos de nuestra vida en los que algunos de ellos se convierten en un referente fundamental y los cargamos de vivencias, de tiempo disfrutado, de sentimientos. Están llenos, sobre todo, de otras personas con las que allí estuvimos y disfrutamos. Podríamos recorrerlos con los ojos cerrados
porque fueron nuestro espacio de juegos infantiles, de primeros paseos, de primeros amores.
    Pero sucede que crecemos y que el tiempo, la vida, hace que dejemos de percibirlos y casi se vuelven invisibles. Las mas de las veces pasamos por lugares de la ciudad casi sin advertir su existencia. Los vemos a diario, los atravesamos, apenas los miramos y, aparentemente, no los sentimos.
    Ocurre, sin embargo, que una imagen, tal vez en blanco y negro, reactiva nuestra memoria y la del espacio que  de nuevo volvemos a percibir con intensidad. Y entonces todo el espacio parece crecer y nosotros menguar mientras soñamos cuando jugábamos a la pica o a la comba, con alfileres o con bolindres. Crecimos y empezamos a pensar en cuestiones serias e importantes y olvidamos los sueños y la memoria que atesoran esos lugares.
    En 1472 Inés González y sus hijos procedieron a cumplir una de las últimas voluntades de su marido y padre, Gil González, de la casa de Orellana la Vieja. Regidor de la ciudad de Trujillo en varias ocasiones, Gil González había hecho saber a los suyos que se sentía en deuda con la ciudad. Como sus testamentarios, en junio de 1472 y ante el escribano Alonso Rodríguez de Almazán, Inés y su hijo, el licenciado Francisco de Orellana, procedieron a entregar a Trujillo alguno de los bienes del  ya difunto Gil González “para que a todos comúnmente aprovechase”. El “regalo” donado fue un terreno, “canpo syn paredes” en los arrabales de la ciudad, “a donde dizen el Canpillo”, junto al alcacer de Juan de Vargas y entre el camino que salía del Pozuelo (calle Sofraga) hacia la fuente de la Añora y el que desde el barrio de Santi Espíritu se dirigía a dicha fuente. Sería el Campillo tierra común en la que pronto aparecieron mesones, como el de Maderuelo, pozos públicos y viviendas. Allí moraban en 1551 los canteros Alonso Martín, Bartolomé Soto, Martín Casco, Nufrio González y Martín Izquierdo. Allí estuvo el horno de Ana Herrera de Hinojosa y el convento de las descalzas de San Antonio. Poco a poco sus solares se ocuparon, sus calles se empedraron y un arco dio la bienvenida a personajes reales y se cerró cuando la ciudad se protegió del contagio.

    A lo largo de los siglos, sus vecinos fueron fundamentalmente labradores y jornaleros, hortelanos, aguadores y viudas pobres. Se mantuvo su arbolado, se limpiaron sus callejas, su llevó a su extremo el rollo que una vez dominara la plaza mayor y un pequeño jardincillo cubrió la plazuela que iniciaba el Campillo.
    En ese “paseíno” que todos titulamos con el nombre de un, para nosotros, desconocido “tío Granuja”, jugaron muchas generaciones y disfrutaron de aquel pilar de cerámica azul con pequeñas esculturas de ranas.
    En 1892 la ciudad sacó a licitación la “remodelación” de aquel paseo. Un murete de mampostería, un respaldo de hierro y arena en su superficie harían de este espacio ciudadano un lugar de reunión, de encuentros, de juegos. Un espacio del que muchos disfrutamos y que no reconocemos (y en el que no nos reconocemos) al atravesar hoy esa plazuela. Si el “paseíno del tío Granuja” pudiera hablar...


1892, abril 24. Trujillo
Proyecto para la construcción de un murete de mampostería, de un respaldo de hierro y del enarenado de la plaza del Campillo.
Trujillo, 24 de abril de 1892
Condiciones facultativas
Primera
La tierra que para el barro se emplee será arcilloso y de buena liga para que pegue, el barro á de estar bien vatido.
Segunda
La piedra que en la mampostería se emplee, será la que en el sitio de la obra está apilada y si ésta no fuera suficiente, tendrá el Contratista que traerla de iguales condiciones.
El mortero de cal que se emplee en el repello de los muretes estará formado de una espuerta de cal y dos de arena, medido todo en volumen, siendo el repello después de asentado raspado.
Tercera
Las dimensiones que han de tener los muretes serán de cuarenta y un metro de longitud después de descontar las dos puertas de tres metros de longitud que en la misma van por 0,80 de ancho y el alto conveniente hasta formar los 0,30 de altura, que ha de llevar la totalidad del banco por encima del nivel del terreno.
Cuarta
El yerro que en la construcción de la barandilla se emplee, será de buena calidad.
La barandilla estará formada por pilarotes de hierro redondos de 0,50 de altos por 0,015 de diámetro, llevando dos pequeñas espigas para su remache en la parte superior y empotramiento por su parte inferior. Estos pilarotes irán espaciados un metro de eje a eje y sostenidos por dos eses de pletina. Dichos pilarotes irán unidos por su parte inferior y superior por dos llantas de hierro de 0,03 de ancho por 0,006 de grueso, por la longitud conveniente, teniendo que ir la llanta inferior 0,10 levantada del asiento en cuyo centro se ha de  colocar la barandilla. 
Para complementar el sistema se pondrá de pilarote á pilarote dos pletinas de 0,04 por 0,04 en forma de aspa.
Los pilarotes, así como las eses de refuerzo de los mismos irán convenientemente sujetos á el asiento de cantería para que la barandilla no tenga movimiento.
La barandilla irá pintada al óleo con color negro.
Quinta.

Antes de proceder á el enarenado se empezará por tender una capa de tierra á la que se le darán los espesores que sean convenientes para que el centro de la plaza tenga fácil deshagüe, para lo cual las vertientes no bajarán de un dos por % en las dos direcciones que tiene que llevar. Una vez que se haya hecho el tendido de tierra y que esté perfectamente sentado y sin hoyos ni desigualdades, se procederá á hechar una capa de arena cuyo espesor después de apisonada no ha de bajar de un centímetro.
Trujillo 24 de abril de 1892
El arquitecto
Eduardo Herbás
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1088.12)


21 de septiembre de 2024

Los Santos de Berzocana

    El martes veintiuno de septiembre de 1593, día de San Mateo, salían de la iglesia de San Juan Bautista de Berzocana parte de las reliquias de san Fulgencio y santa Florentina que, desde hacía siglos, custodiaba el templo. 
    En una caja que la ciudad de Trujillo envió a Berzocana para tan importante contenido (y que pareció mejor que la que llevó fray Pedro de Santiago, prior de Guadalupe, guarnecida de terciopelo carmesí y llave dorada) se habían depositado, envueltos en tafetán colorado, dos huesos “que parecen de canillas, enteros, salvo que al uno le faltaba un poquito de la de una parte”. Otros dos huesos, “a manera de canillas, el uno más delgado y largo que el otro”, pero ninguno entero, iban recubiertos de tafetán verde.  
    Era la caja trujillana “una arquita a manera de cofre…guarnecida de terciopelo colorado y con cuatro goznes de plata, en que se tenía la tapa, y con cerradura y llave de plata; y en la frontera de la tapa, encima de la cerradura, tenía a los lados las figuras de los bienaventurados santos san Fulgencio y santa Florentina dibujados en dos planchitas de plata y en medio de ellas, en otra planchita, nuestra Señora entre dos torres, que son las armas de la ciudad de Trujillo con otras guarnicioncitas que, para fortalecer la dicha arquita, tiene a las esquinas y cantones”. (1)
    Desconocemos quien se encargó de grabar a buril, “sobre chapa de plata, esmaltadas en negro”, las figuras que adornaban la “caxa de açiprés” que realizó Baltasar Díaz, carpintero trujillano, y que fue completada con las “sedas y lençería” que adquirió el regidor don Francisco de Sotomayor por encargo del concejo.
    Una “taleguita de olores”, algodón (“porque se hinchiese el vacío” y no peligrasen las reliquias) y un pedazo de tafetán rojo que cubría el sagrado envío completaban el contenido del arca, cerrada con llave y sellada con el sello del obispo placentino, don Juan Ochoa de Salazar. Iniciaba así el arca su camino desde la villa de Berzocana al cercano monasterio de Guadalupe, para proseguir después hasta San Lorenzo el Real de El Escorial y acabar finalmente su recorrido en la catedral de Murcia.
    No recibió el obispo de Cartagena, don Sancho Dávila y Toledo, lo que deseaba él y su diócesis y que constituyó el encargo que recibió el canónigo doctor Arce: la totalidad de las reliquias que de san Fulgencio y santa Florentina se veneraban en el templo de Berzocana. 
     Al deseo del prelado cartagenero se sumaba la intención del monarca, Felipe II, de incluir entre las reliquias reunidas en el monasterio escurialense las del obispo de Écija, Fulgencio, y su hermana Florentina, hermanos de otros dos santos, Isidoro y Leandro. Hasta siete campañas emprendió el rey entre 1572 y 1598 que conseguirían concentrar en El Escorial restos “autentificados” de “todos los santos conocidos, a excepción de san José, san Juan y Santiago el Mayor”, diría fray Juan de Sigüenza.
San Fulgencio y santa Florentina
Iglesia de San Juan Bautista. Berzocana
    En 1572 el obispo de Plasencia, don Pedro Ponce de León, ya había remitido al rey un informe de la “Averiguación de las reliquias” existentes en Berzocana, realizado por mandato real y encargado al beneficiado de la parroquia, Santiago Maldonado. De todos los testigos –“viejos y ancianos”- se obtuvo la misma respuesta: pese a no haber escrituras ni documentos que lo atestiguaran, “es la común opinión de todos” que los restos venerados y custodiados en la iglesia de Berzocana “son habidos y tenidos y comúnmente reputados por los cuerpos de los dichos santos gloriosos”, traídos a estas tierras “cuando la destrucción de España”. 
    Todos se hicieron eco de los milagros ocurridos por su intercesión, de la veneración que en la localidad y en su comarca se les tenía, de las solemnes procesiones que en sus festividades (entonces 15 de enero y Nuestra Señora de agosto) celebraba la villa y de la capilla que en ese momento estaba mandada hacer por el prelado placentino y de la que daba buena cuenta la mucha cantería ordenada traer, “que es la que está a la puerta de la iglesia”.
    Pero en 1593 no se pretendía “autentificar” las reliquias sino que éstas salieran de Berzocana y la villa hubo de pleitear y hacer todo lo posible por que no ocurriera así. Mucho se ha escrito sobre el “pleito de los santos” y la disputa que Cartagena planteó para conseguir que los cuerpos de ambos santos volvieran a su lugar de nacimiento. 
“De Murcia la catedral
llevárselos intentó
mas la alta Majestad
de nuestro Rey lo estorbó”.
    Así dice Berzocana en su canto de las Coplas del Ramo en las fiestas de ambos santos y añade que “Trujillo lo defendió y el Cabildo de Plasencia”. Porque el arca nos cuenta el papel que la ciudad de Trujillo, bajo cuya jurisdicción estuvo el lugar de Berzocana hasta 1538 en que se convierte en villa exenta, tuvo en esos momentos tras recibir pronto su petición de ayuda y unir sus esfuerzos a los que ya estaban en marcha para oponerse a la pretensión del obispo cartagenero.
    En la sesión del concejo del día 21 de junio de 1593 se leía una carta remitida a Trujillo por la villa de Berzocana “pidiendo favor a esta çiudad para la defensa que no se saquen de la dicha villa los cuerpos santos que en ella están”. Los regidores Juan de Chaves y Alonso de Vivancos recibieron la comisión de responder a la villa “con toda suavidad, ofresçiendo el favor desta çibdad para el caso que se pide”.
    Se pone en marcha entonces una doble actividad de los regidores trujillanos que tiene como objetivo contradecir por un lado las pretensiones de Cartagena y del propio monarca y por otro tratar con la propia villa de Berzocana la mejor manera de “resolber este negoçio con la defensa y buen término que más conbenga”.
    Tras la carta de Berzocana, el 25 de junio, llegaba la del cabildo de Plasencia con traslado de dos cartas reales en que el monarca pedía al obispo de Plasencia “hiçiese dar çiertos huesos del cuerpo santo de san Fulgencio”. Y si en la primera “solo ynterçedía por dos huesos” para El Escorial, en la segunda reclamaba para Cartagena ”la cabeça del dicho Bienaventurado San Fulgençio”. Ese mismo día partían para Berzocana don Juan de Chaves Sotomayor y don Sancho Pizarro de Aragón, regidores de Trujillo, a quienes debía acompañar el cantero García Carrasco, pues la ciudad pretendía que su escudo figurase “en la capilla que se va haziendo para los cuerpos de los bienaventurados san Flugençio y santa Florentina” y éste parecía ser un buen momento para conseguir ese propósito: que el escudo trujillano estuviera en la capilla y que la villa de Berzocana desistiera de seguir el pleito que mantenía con la ciudad sobre dos mil quinientos ducados de penas de “cortos y quemos” en los montes que Trujillo había cobrado a vecinos de Berzocana. Buena ocasión para conseguir ambas cosas a cambio de su apoyo y ayuda. Así lo entendió la villa que aceptó el “patronazgo” de la ciudad sobre la nueva capilla en construcción.

1593, junio 23. Berzocana
Acuerdo de Verzocana para el patronazgo y llaves de los cuerpos santos.
En la villa de Verzocana de San Fulgençio a veynte y tres del mes de junio de mil e quinientos e noventa y tres años, ante mi Sevastián Sánchez, escrivano público, estando en su ayuntamiento para las cosas tocantes e convinientes a este conçejo y república Alonso Abad y Juan del Hoyo, alcaldes ordinarios, y Martín Ximénez Zoyl y Juan Parra y Juan Martín del Corral y Juan Blázquez y Juan Solano, regidores, aviéndose juntado en el dicho su ayuntamiento, según que lo tienen de uso e costunbre, dixeron e acordaron que por quanto en la yglesia parrochial de esta villa de la advocaçión de señor San juan Baptista, en una capilla de por si está un sepulcro de piedra de aliox donde están los cuerpos de los bienaventurados santos san Fulgençio y santa Florentina, para cuya custodia y guarda a avido tres llaves, dos del sepulcro y una de la caxa que está dentro de ella, y porque cosa tan preçiosa y de tanta estima es justo aya la mayor guarda y fidelidad que sea posible y porque la çiudad de Trugillo a tenido y tiene tan fervorosa devoçión a estos santos cuerpos y que se conserven en la dicha yglesia de esta dicha villa donde Nuestro Señor a sido servido de los guardar y conservar, lo qual la dicha çiudad a mostrado con obras quando se a ofreçido y lo mismo entienden que hará en los tienpos venideros, que en nonbre de esta dicha villa, conçejo y ayuntamiento de ella, davan e dieron consentimiento para que la dicha çiudad de Trugillo pueda nonbrar y nonbre una persona que sea ydónea, vezino de esta dicha villa, para que en nonbre de la dicha çiudad tenga una de las dichas dos llaves del dicho sepulcro, la qual pueda poner y quitar a su alvedrío todas las vezes que quisiere e por bien tubiere. guardando el dicho orden en el nonbrar la tal persona.
Otro si dixeron que por quanto en la dicha parrochia de esta villa agora nuevamente a espensas de sus vezinos se haze una capilla a donde estén con más deçençia los cuerpos de los dichos bienaventurados santos que an por bien e consienten que en esta dicha capilla en la parte que más convenga se ponga el escudo y armas de la dicha çiudad de Trugillo, que son la ymajen de Nuestra Señora con su preçioso hijo en los braços y dos torres a los lados a espensas de la dicha çiudad, que piden e suplican a su señoría del obispo de Plasençia aya por bien e aprueve lo en este acuerdo contenido y para que en virtud del la dicha çiudad pueda hazer las dilijençias que convengan e suplicar a su señoría mande se entregue la dicha llave. E mandaron a mi, el presente escrivano, saque un tanto de este acuerdo y le entregue a la parte de la dicha çiudad de Trugillo. Lo qual ansí acordaron e consintieron por aquella vía e forma que mexor de derecho lugar aya y lo firmaron. Alonso Abad. Juan del Hoyo. Juan Martín. Martín Ximénez Zoyl. Juan Solano. Juan Parra. Juan Blázquez. Por mandado del conçejo, justiçia y regimiento de esta villa de Verzocana de San Fulgençio, Sevastián Sánchez, escrivano. E yo el dicho Sevastián Sánchez, escrivano público en esta dicha villa de Verzocana y de los hechos del conçejo de ella por merçed del prior y convento de Nuestra señora Santa María de Guadalupe, con aprovaçión del rey y nuestro, presente fuy a el dicho ayuntamiento y acuerdo de suso y lo saqué según y como ante mí pasó por mandado del dicho ayuntamiento e hize mi signo que es a tal en testimonio de verdad. Sevastián Sánchez, escrivano. 
(Archivo Municipal de Tujillo. Legajo 60, fol. 270v.) 

    Trujillo prestaría su ayuda, haría valer su influencia y la de sus caballeros regidores y se opondría en Plasencia a las pretensiones del doctor Arce y el obispado de Cartagena, dando poder a don Juan y a don Sancho para que, en nombre de la ciudad, pudieran comparecer “ante Su Santidad y otros sus nunçios y delegados y ante el rey nuestro señor y ante otros qualesquier sus juezes e justiçias y ante su señoría el obispo de Plasençia y ante su provisor y ante otros qualesquier juezes e justiçias eclesiásticos e seglares...y puedan contradeçir la pretensión de el doctor Arze, canónigo de Murçia, en nonbre del obispo, deán y cabildo de la santa yglesia de Murçia y Cartajena sobre las reliquias”. 
    Entregar las reliquias a Cartagena, “quanto más parte tan señalada como es la cabeça del dicho bienaventurado San Fulgençio”, supondría que el lugar se despoblase “siendo despojados de cosas tan preçiosas”, y aunque quizás en Berzocana no alcanzaran a tener las reliquias “con tanto aparato y sunptuosidad de edifiçio y culto como devían”, no podría ser mayor la devoción y veneración que la villa ofrecía a sus santos.
    Más difícil resultaba, sin embargo, oponerse al deseo real y a la solicitud del monarca de reliquias para San Lorenzo el Real, cediendo pronto Berzocana a dicha exigencia por ser “cosa dignísima y justa obedeçer con toda umildad lo que Su Magestad manda”. 
    Finalmente todos cedieron, Berzocana accedió a compartir con el monasterio escurialense las reliquias de sus santos y el obispo cartagenero pareció desistir de su empeño, aunque finalmente recibiría el regalo real de dos de los huesos conservados en la villa. 
    Éste fue el “ofrecimiento” que el 14 de agosto de 1593 agradecía el monarca a Berzocana y a Trujillo en sendas cartas, el “buen ánimo y voluntad con que me ofrecéis de acudir a que se me den dos huesos, uno de cada sancto”, voluntad que se demostraría mejor si en vez de dos fueran cuatro, dos de cada santo “y que sean de los mayores”. Para mayor seguridad, el mismo día que Felipe II daba las gracias a Berzocana y Trujillo por su ofrecimiento, escribía al obispo placentino. “Confío condescerán en ello”, decía el monarca, pero encargaba al prelado “lo procuréis con cuidado”.
    Agradecimiento aceptado y “orden” real cumplida. “Con todas las solemnidades”, Felipe II ordenaba que las reliquias fueran entregadas al prior de Guadalupe y “traherlos a donde yo estuviere, cerrados y sellados, de suerte que no se pueda tocar a ellos”. 
    El domingo 19 de septiembre fue la fecha señalada para tal solemnidad. A Berzocana acudió el obispo de Plasencia, don Juan Ochoa de Salazar, el prior de Guadalupe, fray Pedro de Santiago, el vicario de Trujillo y los curas de Orellana, Logrosán, Cañamero y Garciaz. De Trujillo acudió su alcalde mayor, el licenciado Villaveta y Montoya y los regidores trujillanos don Francisco de Sotomayor, don Lorenzo de Chaves, don Sancho Pizarro de Aragón y su hermano don Juan. Y por supuesto, todo el pueblo de Berzocana que hubo de aceptar su sentida pérdida. 
    El prior de Guadalupe ofició la misa mayor y el obispo dijo las Vísperas y Completas e “hizo una plática al pueblo en razón de sacar los santos huesos”. De la capilla pequeña al lado del evangelio, junto al altar mayor, de la llamada “capilla de los gloriosos santos”, fueron sacados los huesos que reposarían en el arca llevada por Trujillo y que habrían de entregarse a la mañana siguiente, temprano.
    Pero el lunes, la indisposición del prior hizo imposible la entrega y fue así cómo el martes 21, en la festividad de San Mateo, tras la misa mayor y la bendición episcopal, el pueblo de Berzocana acompañó y despidió en procesión (con “pendones y cruz, cantando la letanía”) el arca sellada entregada al prior.
Berzocana. Capilla de los Santos. 
Fuente: Cofradía Santos Fulgencio y Florentina

    Recibida en Guadalupe también por todo el pueblo, el arca con las santas reliquias entró en la iglesia del monasterio bajo rico palio y fue depositada junto al altar mayor. El jueves, último día del mes de septiembre, el padre fray Alejo de Ávila, vicario del monasterio de Guadalupe, partía de La Puebla para San Lorenzo el Real y ocho días después entregaba a su prior, fray Diego de Yepes, el cofrecillo de madera. El rey Felipe y su hija Isabel Clara Eugenia estuvieron presentes en su apertura.
    Identificados los huesos por el doctor Luis de Mercado, su médico de cámara, el propio monarca ordenaría apartar “los dos huesos mayores, el uno de san Fulgencio y el otro de santa Florentina; y mandado, que se diesen al obispo, don Sancho Dávila, iglesia catedral y a la ciudad de Murcia con el cofrecillo en que fueron enviadas a su majestad”.
    Pocos días después partía para Murcia el arca del carpintero trujillano, llevando sobre ella las armas de la ciudad y en su interior parte del corazón de los berzocaniegos. 

(1). Mediavilla Martín, B.-Rodríguez Díez, J.: Las reliquias del Real Monasterio del Escorial. Vol. I. Ediciones Escurialenses. 2004. P. 582.