9 de agosto de 2025

Los jóvenes músicos

    Cuando en febrero de 1667, Miguel Quílez Cuetos, vecino de Trujillo y nacido en Bilbao, otorgó su testamento ante el escribano Francisco Márquez, repitió las fórmulas que contienen otros muchos testamentos: sus creencias y querencias, sus mandas y legados, las misas en recuerdo por los suyos, los encargos a sus testamentarios. Pedía ser enterrado en el convento de San Francisco, “en la sepoltura de María de Tovar, tía de mi muger”, María de Castro, y que a su entierro asistieran los hermanos de las cofradías a las que pertenecía, el Santísimo Sacramento, la Santa Vera Cruz, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora de la Piedad y las Ánimas del Purgatorio. Y por supuesto, que en su funeral hubiera música. Suponemos que no alegre, pero música. Porque la música ha formado parte del sentir trujillano. En las alegrías y en las penas, en los toros y capeas, en verbenas, procesiones y entierros, siempre la música estuvo presente en Trujillo.
Foto Diéguez. Asociación musical. Hacia 1940
    En el arca se guardan historias de ministriles y trompetas, de comparsas y bandas musicales, de grupos que, por el simple hecho de amar la música, se unieron para aprender, disfrutar y compartir.
    Uno de esos grupos decidió ir más allá y constituir una “Sociedad Filarmónica” a la que denominaron Fénix, no sabemos si porque, como el ave mitológica, recogieron las “cenizas” de algún grupo anterior para volver a renacer. El 18 de agosto de 1861 firmaban un contrato privado para constituirse en asociación y establecer el reglamento que se imponían en los siguientes cuatro años. No conserva el arca ese reglamento que nos permitiría conocer qué pretendían conseguir y cómo funcionaría esa nueva “Sociedad”. 
    Lo hicieron “en concepto de músicos” y para darle más seriedad firmarían un año después, ante el notario don Pedro Pedraza y Cabrera, su compromiso con sus compañeros y con el propio grupo.
    No era, sin embargo, la música su actividad principal, ni siquiera de alguno de quienes figuran como los “directores” del grupo. Francisco de Ayala y García aparecía como maestro de música, pero José Iglesias Muñoz, además de enseñar música era el sacristán de Santa María y como tal, “organista”.        
    También era sacristán José Boneu, de la parroquias de San Andrés, ahora en Belén. Fernando Cancho, el mayor del grupo, y Antonio Cancho Maurito eran zapateros, profesión que compartían con José Masa y Miguel Ramos Sánchez, el del taller en las Cuatro Esquinas. Como menor de edad, Tomás Ramos Sánchez, el del Horno de los Corrales, estuvo acompañado por su hermano Miguel. Ninguno de los dos siguió la profesión de sastre que tenía Galo, su padre. 
    Sí era sastre Atanasio Guerrero Moreno. Casado ya con María Domínguez, su taller fue pasando de la calle San Francisco a la calle Parra y luego a la calle Nueva, donde también se encontraba el taller del sastre Manuel Avís. El tercer sastre del grupo, Pablo Carmona Ruiz, también necesitó que alguien la representase, a sus 23 años, siendo su tutor don Lucas Acedo. Sin embargo, Agustín Galeano Moreno no necesitó a nadie junto a él pese a sus 22 años. El barbero Galeano, el de la calle de la Lanchuela, el casareño llegado a Trujillo, estaba casado con la arroyana Antonia Macayo García, y eso le convertía en ciudadano con todos “los derechos ábiles”. 
    Acompañado ahora por su padre por ser menor de edad, Santiago Sánchez hacía las delicias de los trujillanos con su oficio de chocolatero en la calle Guadalupe, mientras que Matías González Bejarano seguía en la Plaza (y luego en la plazuela de San Judas) el oficio de su padre Tomás, el hojalatero llegado de Guadalupe. 
    El más joven de todos ellos aún estaba aprendiendo una profesión. No la de su padre, Francisco Andrada, zapatero de Casar de Cáceres que acabaría asentándose en Trujillo. Quien enseñaba su profesión a Diego Andrada Sánchez era su padrino, Diego Trenado Casares, carpintero y marido de su tía Antonia. Con 19 años, en la calle Sofraga, en el número 3, junto a Joaquín Aranda, también aprendiz, Diego aprendía el oficio de la carpintería que luego enseñaría a su hijo Luis.
    Todos jóvenes artesanos que se consideraban “músicos” y que amaban la música. No nos cuenta el arca si su “Sociedad Filarmónica” tuvo larga vida, pero seguro que fue intensa y placentera para estos jóvenes trujillanos y que otras muchas surgirían de sus cenizas como nuevos “fénix” para alegrar las fiestas, festejar las alegrías y mitigar las tristezas. 

1862, septiembre 1. Trujillo
En la ciudad de Trugillo a primero de setiembre de mil ochocientos sesenta y dos, ante mí D. Pedro Pedraza y Cabrera, escrivano numerario de la misma, notario colegiado del de la capital de Cáceres, con presencia de los testigos que se espresarán, comparecieron D. Francisco de Ayala, mayor de edad, profesor de música, José Iglesias, profesor de música y sacristán, Fernando Cancho, maestro zapatero, Matías González, hojalatero, José Boneu, sacristán, José Masa, zapatero, Manuel Avís, sastre, Antonio Cancho, zapatero, Atanasio Guerrero, sastre, Miguel Ramos, zapatero, todos mayores de edad, Santiago Sánchez, de veynte y tres años de edad, chocolatero, asistido de su padre Santiago; Tomás Ramos, de veinte años de edad, carpintero, acompañado de su hermano como curador, Miguel, que también es otorgante, Diego Andrada, de diez y nueve años de edad, acompañado de su padrino como curador, Diego Trenado; Pablo Carmona, de veinte y tres años de edad, sastre, acompañado del procurador don Lucas Acedo, como curador, y Agustín Galeano, que aunque de veinte y dos años de edad, es casado y como tal en el libre uso de los derechos ábiles, como todos los demás que son domiciliados en esta ciudad, de lo cual y de conocerlos y capacidad doy fe, y dijeron: que por contrato privado que algunos de los comparecientes otorgaron y firmaron en esta ciudad en diez y ocho de agosto de mil ochocientos sesenta y uno, en concepto de músicos se constituyeron en Sociedad Filarmónica denominada del Féniz, vajo las prescripciones de once artículos que comprende el Reglamento que entonces acordaron y firmaron, el cual han variado y adiccionado después en otra junta y acuerdo que tuvo la Sociedad el doce de diciembre siguiente con tres artículos que sancionaron en concepto de adicionales al Reglamento, todos los cuales se han cumplido hasta hoy en lo posible y con el fin de continuarla y dar estabilidad a la Sociedad en aquella vía y forma que más haya lugar, ciertos del derecho que en este caso les compete, otorgan: Que se obligan todos y cada uno de ellos por sí a guardar y cumplir todo lo contenido en el citado reglamento y sus tres artículos adicionales, así como cualesquiera otras prescripciones que en lo sucesivo se acordaren por la Sociedad y a no separarse de ella sin justa causa que con anticipación pondrán en conocimiento de la misma, bajo la multa de veinte duros en beneficio del fondo común de la Sociedad, y si el contraventor careciere de metálico o bienes para pagarla, dejará diariamente la cuarta parte de los jornales que gane en su oficio hasta solventar la multa, y entendiéndose que dicha Sociedad queda constituida por cuatro años que empezarán a correr en primero de setiembre presente y concluirán en agosto de mil ochocientos sesenta y seis. Al cumplimiento de cuanto dicho es, todos los otorgantes se obligan de derecho con sus personas y bienes presentes y futuros. En cuyo testimonio así lo otorgaron y firman los que saben y por los que no, un testigo con los demás presenciales que lo fueron don Joaquín Elías, Ángel Salcedo y Diego Lozano, de esta vecindad, que aseguraron no tener eccepción para serlo, a los que y otorgantes informé de la facultad de leer por si o que yo les lea esta escritura y optando por lo último lo hice, de todo su contenido doy fe.

Francisco de Ayala y García        José Iglesias (rúbrica)       Fernando Cancho (rúbrica)
Matías González (rúbrica)        Atanasio Guerrero (rúbrica) José Boneu (rúbrica)
Manuel Avís (rúbrica)    Antonio Cancho Pérez (rúbrica)     Agustín Galeano (rúbrica)
José Masa (rúbrica)  Pablo Carmona(rúbrica)           Miguel Ramos (rúbrica)
Santiago Sánchez (rúbrica) Tomás Ramos (rúbrica)  Testigo Ángel Salcedo (rúbrica)
A ruego de Santiago Sánchez,    Diego Lozano (rúbrica)
Testigo Joaquín Elías (rúbrica) Lucas Acedo (rúbrica)
Pedro Pedraza y Cabrera (signo y rúbrica)

(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Pedro Pedraza Cabrera. 1862, fols. 353r-354v.)
Conde de Lipa. 1866. Diego Andrada Sánchez, músico y carpintero.



22 de julio de 2025

Las llaves de la ciudad

    Tres llaves cerraron el arca, tres llaves para atesorar historias incluso de otras llaves. En unos casos parece que las intuimos cuando hablan de viviendas o palacios, de dehesas de yeguas y caballos o de la misma fortaleza. Pero en Trujillo hay otras puertas que son vida y dominio, control y seguridad en todo tiempo: las puertas de la ciudad. Las que se abren al alba y cierran al atardecer, las que férreamente controlan la ciudad en tiempos de asedios y pestilencias. 

1581, mayo 2. Trujillo
 Otrosi se acordó que las guardas que de aquí adelante se pusieren en las puertas, guarden veynte y quatro oras començando después por la mañana a las çinco hasta otro día a la mesma ora y que las guarden y trayan cada noche a las nueve de la noche las llaves a el señor corregidor y con todo esto estén guardando para que no ronpan las tapias ni entren por fuerça.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 43, fols. 436v-437r.

    Puertas que unos y otros linajes tratan de asegurar y defender y que, aun cuando con certeza se aseguraran con potentes trancas y traviesas, también gozaron de sus llaves. Porque en Trujillo  -a buen seguro que como en otras villas y ciudades- las llaves de la ciudad existían físicamente y eran la representación de la legítima potestad de quien poseía la ciudad, de quien gobernaba el concejo y tomaba decisiones sobre la ciudad y su alfoz.
    Así, en las pocas ocasiones en que la ciudad cambió de señor, otras arcas cerradas por otras llaves nos cuentan su utilización y simbología, asegurando su uso en todas y cada una de las puertas, formando parte de un ritual de entrega de las mismas y, con ellas, de la ciudad.
    En diciembre de 1440 llegaba a Trujillo Diego de Cogollos, alguacil de corte y procurador de don Pedro López de Estúñiga. Su mandato consistía en hacer cumplir la entrega de la ciudad a don Pedro, quien había recibido Trujillo a cambio entregar la villa de Ledesma, de la que había sido señor, al infante don Enrique, maestre de Santiago. Se confirmaba y ratificaba así la concesión que, apenas dos meses antes, había hecho Juan II a López de Estúñiga de la ciudad obligándose a compensarle por la devolución de Ledesma. Obligación que en diciembre se resolvía con la entrega definitiva al ahora conde de Trujillo de una ciudad que nunca aceptó de buen grado otro señor que no fuera el rey.
    Y sin embargo, la entrega a Diego de Cogollos aparece recogida en los documentos como tranquila, aceptada sin oposición por el corregidor y los regidores, por las comunidades judía y musulmana y por las aldeas de la tierra, visitadas en los días siguientes por Cogollos. 
Puerta de Santa Cruz, hoy de San Andrés

    El día 12 de diciembre de 1440  se dieron pregones en la plaza del arrabal, cerca de la iglesia de Santa María y en la plazuela junto a Santiago para que al siguiente día “todos los regidores e cavalleros e escuderos e ofiçiales e omes buenos de la dicha çibdad e su tierra se ayuntasen a conçejo so el portal de la yglesia de Sant Martín, que es en la dicha plaça del dicho arrabal, donde se suele e acostunbra ayuntar conçejo en la dicha çibdad”.
    Al día siguiente, martes 13 de diciembre, el pregonero Fernando Alonso hacía repicar en la iglesia de San Martín “la canpana que se suele e acostunbra repicar para llamar e ayuntar a conçejo en la dicha yglesia”. Y todos realizaron juramento y homenaje al nuevo señor de la ciudad “poniendo las manos sobre la señal de la cruz + e a las palabras de los santos evangelios”. 
    Luego llegó el momento. Diego de Cogollos, ahora corregidor de la ciudad en nombre del conde don Pedro, pidió “que le entregasen en nonbre del dicho señor conde las llaves de las puertas de la dicha çibdad”. 
    En la primera, “que dizen de Santiago”, inició el corregidor Cogollos su recorrido “de posesión” por la ciudad y “en llegado a la dicha puerta de Santiago çerró la dicha puerta con la llave de la dicha puerta en nonbre del dicho señor conde e después abrió e dexó abierta e llevó la llave de la dicha puerta consygo”.
    En la segunda puerta, la “que dizen de Santa Cruz”, volvió a repetirse el ritual. Cogollos la cerró con llave y volvió a abrirla, antregando su llave a Álvar González, hijo de Gonzalo Jiménez, para que las guardase” en nonbre del dicho señor conde e que abriese e çerrase la dicha puerta de la dicha çibdad por el dicho señor conde e en su nonbre”. 
    Tras la puerta de Santa Cruz (hoy de San Andrés), quienes acompañaban a Cogollos se dirigieron a la puerta de Fernán Ruiz, cuya llave depositó el nuevo corregidor en Diego de Orellana mientras que guardaba para sí la llave que cerró y abrió la puerta de Coria.
    La última puerta entregada al nuevo señor fue la “que dizen del Sol e çerrola con la llave e después abrióla...e dio e entregó la dicha llave a Sancho de Paredes e mandole que la toviese e guardase en nonbre del dicho señor conde”.
    Entregadas las llaves, entregada la ciudad. Nuevo señor, dueño ahora de Trujillo, de sus puertas, de sus llaves. Señorío y potestad de abrir y cerrar. Llaves que debieron devolverse cuando a finales del año siguiente, 1441, el señor de Trujillo dejaba de serlo para convertirse en señor de Plasencia. 
    Llaves que mucho después recibió Felipe II en bandeja como símbolo de entrega, de fidelidad de la ciudad a su señor natural.

1583, marzo 10. Trujillo
Llaves. Que se haga un cordón muy bueno para las llaves que se tienen de entregar a Su Magestad y bayan en una fuente de plata dorada.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 43, fol. 592r. 

Fragmento de Rendición de Juliers. Jusepe Leonardo. Museo del Prado


16 de junio de 2025

Malditos, malditos, malditos

    Los archivos, las arcas, han celebrado su Semana Internacional resaltando la necesidad de hacerlos accesibles “eliminando los obstáculos físicos, digitales, lingüísticos o culturales”, mostrándonos las muchas formas en que la tecnología nos permite acceder y conocer los ricos tesoros documentales de los que, con celo y profesionalidad, son custodios. Porque la mayor parte de las viejas arcas, antes esquivas, están ahora abiertas generosamente y la accesibilidad y casi simultaneidad de consulta de varias de ellas que hoy nos permiten esas nuevas tecnologías, nos acercan, a todos, a documentos públicos y privados diversos y llenos de información.
    Documentos de vida y muerte, de poder y dominio, de trabajo y fiesta, de paz y guerra. Documentos que en una ciudad aseguran su funcionamiento, sus rentas y gastos, sus derechos, propiedades y privilegios. Documentos que son celosamente custodiados y que la ciudad no puede permitirse perder. 
    En febrero de 1718 la ciudad pleiteaba con la villa de Escurial. Se negaba ésta a pagar algunos de los derechos que exigía Trujillo, acusando también la ciudad a la villa de haber ocupado parte de su dehesa de Canchal y Parrilla. Era necesario sacar “del archivo los previlegios que la ziudad tiene y demás títulos que justifiquen la pertenenzia así de los montes de su suelo como del derecho de mrs. del salín y martiniega”. 
    En guarda de sus derechos no podía faltar ningún documento en el archivo y parecía que algunos se habían “extraviado” de forma maliciosa “reteniéndolos sin restituirlos a la ziudad y a su archibo”.
“se an hechado menos de su archivo muchos privilegios, escripturas e instrumentos, así tocantes a el lustre de dicho ayuntamiento como a sus propios y rentas y otros pertenezientes a la livertad y exempciones de sus vecinos sin haverlos podido encontrar y se presume que los ocultan maliciosamente o que por descuido se retienen en los oficios de notarios o escribanos y no se restituien ni manifiestan, ocasionando en ello grave daño y perxuicio y no save quáles ni qué personas, con poco temor de Dios y en grave daño de sus ánimas y conziencias, an hecho y hazen la dicha ocultación y retención de dichos privilegios e instrumentos y no se nos restituyen”.
Por esas pérdidas se aseguró entonces el concejo de que estuvieran “en dicho archibo los papeles y libros que en él deben estar”, haciendo responsable al escribano decano de que “por ninguna manera ni acontezimiento ni por motibo ni causa, aunque sea la más urjente, se saque de dicho archibo libros ni papeles orijinales”. Un traslado del original, una certificación del escribano, habría de bastar “ya sea para en guarda del derecho de la ziudad” o por “solizitud de algunos de sus vezinos”. 
    No deberían salir “libros ni papeles” del arca y a ella deberían reintegrarse, “dentro de un brebe término”, los documentos retenidos en poder de particulares. Difícil tarea que se cometió al regidor don Juan de Orellana Pizarro y que cifraba en el castigo la esperanza de que quienes hubiesen sacado esos papeles, “maliziosa o no maliziosamente”, los reintegrasen, porque la ciudad no “savía otra forma como lo averiguar si no es por vía de zensuras”. 
Castigo divino, pena de excomunión que habría de conseguirse en Plasencia del provisor y vicario general de la diócesis, don Juan Ovejero de San Martín.
    Un año después, en el mes de mayo de 1719, en tres días festivos y en las misas mayores, justo antes del ofertorio, ante una vela encendida y una cruz cubierta por un velo negro, los curas de las iglesias de San Martín y Santa María leyeron a los fieles la carta general del vicario Ovejero, la exhortación que conminaba a los presentes a restituir los papeles "perdidos" o a declarar, en el plazo de seis días, cualquier conocimiento que tuvieran de quienes los pudieran tener. 
    Pena de excomunión y de castigos divinos que la carta expedida en Plasencia unas semanas antes recogía con detalle y que reproducía el contenido habitual, aquel que proclamara el salmo 109 del rey David.

1719, marzo 22. Plasencia
Y por nos visto, mandamos dar y dimos las presentes, por las cuales mandamos a los suso dichos, pena de excomunión mayor trina canónica munizione en derecho premissa, que dentro de seis días a el de la publicazión y lectura de estas nuestras letras en las iglesias de dicha ziudad de Truxillo a la misa mayor, al tiempo del ofretorio, le deis y restituiais al dicho don Juan de Orellana y Pizarro o los que de ello algo saveis, vísteis o entendisteis, quien lo sepa lo declare ante el cura de la dicha iglesia, a quien mandamos entienda en la restituzión de ello. Y dicho término pasado, con otros tres días más que les damos de venignidad, y los seis del primero término pasados y no lo cumpliendo, les declaramos por públicos excomulgados agravados y reagravados y les publiquen repicando las campanas y matando las candelas en el agua y diziendo que malditos sean los susos dichos de Dios nuestro señor y de santa María su bendita madre y de todos los santos y santas de la corte del zielo y digan todos amén. Maldito sea el pan, vino, carne y demás viandas que comieren y vevieren. El sol se les obscurezca de día y la luna de noche. Güérfanos se bean sus hijos y viudas sus mujeres y anden mendigando de puerta en puerta y no allen quien vien les aga sino mucho mal y daño. Todo quanto intentaren se les buelva al contrario, consumidos y destruidos se bean sobre el haz de la tierra como Sodoma, Gomorra, Datan y Virón y vengan sobre ellos las maldiziones contenidas en el salmo Deus Laudem meam ne ttacueris y les aperzibimos que si por espazio de un año se dejaren estar en dichas zensuras, les mandaremos remitir al Santo Ofizio de la Inquisizión como sospechosos de la fe.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 359. Cuentas 1719) 

    Ante tales castigos, ¿quién no rebuscaría entre sus papeles cualquier documento que, traspapelado o no, debiera volver al arca?.

31 de marzo de 2025

El Colegio de don Marcelino

    Con el cierre del Colegio Preparatorio Militar al inicio del siglo XX, terminó para los alumnos trujillanos la posibilidad de seguir los estudios de Segunda Enseñanza en la ciudad, sin tener que desplazarse a la capital de la provincia o a otras localidades que contasen con dichos estudios.
    Y aunque hubo en los años siguientes algún intento de recuperar dichas enseñanzas, intento que en algún momento nos contará el arca, lo cierto es que habrían de pasar algunos años más para que se instalase en la ciudad un colegio que, adscrito al entonces “Instituto General y Técnico” de Cáceres, estuviese autorizado a matricular alumnos de Segunda Enseñanza.
    El 30 de agosto de 1918, el entonces director del Instituto cacereño, don Manuel Castillo, recibía la documentación que don Maximino Martínez Cuesta, vecino de Plasencia y natural de Torrejoncillo del Rey, en Cuenca, presentaba con objeto de “abrir y establecer en Trujillo un Colegio de 2ª enseñanza incorporado a este Instituto”. Licenciado en Ciencias y con 56 años, don Maximino tenía una larga experiencia en la docencia como profesor y director en el Colegio de la “Purísima Concepción” de Plasencia. 


    En la calle Domingo Ramos, en el número 8, el nuevo colegio  tendría la denominación de “Nuestra Señora de la Victoria” e impartiría las asignaturas determinadas en el plan vigente de estudios de Bachillerato y contaría con el material científico y los gabinetes de enseñanza que el propio ayuntamiento trujillano le había cedido.



1918, agosto 20. Trujillo
Enseñanza. A D. Maximino Martínez Cuesta, Director del Colegio Instituto de Nuestra Señora de la Victoria, que se propone instalar en esta población para el próximo curso; se le cede el material científico del Excolegio Preparatorio Militar y que no sea necesario para las Escuelas Nacionales.
Dicho material científico le será entregado bajo inventario que formará la Comisión de Instrucción pública y disfrutará dicho Colegio en tanto que esta Corporación no acuerde destinarlo a otro centro docente o hacer uso de él.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1523.1, fol. 50r.)

    Con la figura de Maximino Martínez Cuesta dirigiendo el centro, también impartían las clases los trujillanos Práxedes Corrales Vicente (farmacéutico), Emilio Durán Mediavilla (médico) y Juan Terrones López (abogado) y los licenciados Tomás Martín Gil, Leonardo Ayala Moreno, Ramón Escalada Hernández, Juan Gallego Hernández y Manuel Sánchez Huelves, que ya le acompañara en el colegio placentino.
    Sin embargo, el momento elegido por Martínez Cuesta no fue el más propicio para comenzar el nuevo proyecto educativo en la ciudad y el motivo de su corta vida seguramente no fue la calidad de la enseñanza de tan escogidos profesores. Su andadura se inició con una epidemia, la gripe, que cerró los centros escolares durante algún tiempo. 
    A mediados del curso siguiente, en marzo de 1920, el centro cerraba de forma inesperada dejando a los padres de los alumnos matriculados preocupados por la continuidad de los estudios de sus hijos. Matriculados en el Instituto de Cáceres, su preparación para los exámenes del ya cercano mes de junio de 1920 desaparecía al cerrarse el colegio.
    Fue necesario buscar una solución que parece salió de don Marcelino González-Haba Barrantes y del profesor del colegio cerrado, don Práxedes Corrales Vicente. Hubo que crear con celeridad otro colegio “de cuya dirección se hace cargo don Marcelino González a quien los PP. Agustinos han cedido desinteresadamente local para las nuevas aulas”, contaba el semanario La Opinión, señalando a Corrales, Montero, Escalada, Marcos, Casillas, Beato y el propio director del semanario, Martínez Gala, como los profesores que en tales circunstancias aunarían sus esfuerzos “en la penosa tarea educativa que se imponen, en el deseo de que su trabajo tenga el sabroso premio de una satisfacción completa en el próximo Junio”.

1920, marzo 10. Trujillo
6º. Leída una instancia de D. Marcelino González, solicitando el uso del material de enseñanza entregado por el ayuntamiento al Colegio de Nuestra Señora de la Victoria que, según dicha instancia, había cesado en sus funciones, se acordó poner a disposición del solicitante expresado material para la continuación de estudios hasta la terminación del curso, tan luego como fuese devuelto por el director del colegio mencionado. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1524.1. fol. 14r.)

    Y la iniciativa, que tal vez se pensó temporal, dio paso a un nuevo centro educativo. De las aulas cedidas por los padres agustinos en el Colegio creado por doña Margarita de Iturralde, las clases pasaron al palacio del marqués de Albayda y la Conquista, en la plaza mayor, aulas en que un nuevo Colegio-Academia, denominado de “La Purísima Concepción”, iniciaba su andadura en el curso 1920-21. 
    De nuevo el ayuntamiento trujillano prestaba sus fondos educativos como ya lo había hecho con anterioridad.

1920, septiembre 14. Trujillo
6º. Se acuerda ceder en uso a D. Marcelino González, que como encargado de la dirección del colegio de 2ª enseñanza que va a establecerse en esta ciudad lo solicita, el material de enseñanza que es propiedad del ayuntamiento y éste tenga disponible, debiendo hacerse el correspondiente inventario de la entrega. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1524.1. fol. 52r.)


    Un nuevo centro en el que estudiar el Grado de Bachiller, los estudios del Preparatorio de Derecho, Filosofía y Letras, Medicina, Farmacia, Magisterio, Correos, Telégrafos “y demás carreras especiales”. Nuevos profesores que se irían sumando a González-Haba y Corrales: el médico trujillano, Agustín Sánchez Lozano, Adolfo Portillo García, Ponciano Manuel González, Francisco Luis y Cremades, Julio Gómez de Segura y Zúñiga y José de Unamuno y Lizárraga, hijo  del catedrático don Miguel.
    Pero ningún centro educativo estaría completo sin sus alumnos. Externos, internos y medio-pensionistas, el nuevo colegio les aseguraba “un amplio local, de inmejorables condiciones higiénicas y pedagógicas, profesorado competente…y material moderno de enseñanza”.  
    Para los internos, una “esmerada asistencia, alojamiento cómodo y alimentación sana y abundante” con café y leche o chocolate en el desayuno, “sopa, cocido, principio y postre al mediodía; pan y frutas del tiempo en la merienda de la tarde; y dos platos, uno más fuerte y postre por la noche”.

 
    Una sola alumna en los inicios (Blanca Míguez Paredes) y otros muchos compañeros que nacieron en Garciaz (Ángel Fernández Barbero, luego farmaceutico), Escurial (Pedro Mellado Cabeza, que seguiría la carrera militar), Plasenzuela (Romualdo Sánchez Bejarano), Puerto de Santa Cruz (Francisco Fernández Muñoz) o Casar de Palomero (Martiniano Morientes Hernández, que también estudio Farmacia). Pero la mayoría fueron jóvenes (niños) trujillanos que tuvieron en el colegio de don Marcelino la posibilidad de estudiar y vivir en su ciudad adquiriendo una formación que llevó a algunos a las facultades de Medicina (Ezequiel de la Cámara y Solís,  Antonio Míguez Paredes, Aurelio Conde Bazaga y Enrique Peralta Santiago), de Farmacia (Gabriel Solís Montero), de Ingeniería (Francisco López-Pedraza Munera) o el mundo del Derecho (Julián Guadiana Artaloytia, Miguel Núñez Secos, Tomás Pumar Cuartero, Andrés Cancho Bravo y Manuel Cortés Villarreal), que les abrió el deseo de emular a sus profesores en el mundo de la enseñanza (Tomás Quesada Cascos y Fernando Civantos Masa) y que seguro les hizo a todos mejores y más formados hombres y mujeres.
Fuente: Colección María Teresa Pérez Zubizarreta. Facebook. Fotos antiguas de Trujillo



8 de marzo de 2025

Los apuros de doña Inés

    Si las condiciones de dependencia y desigualdad de la mujer eran manifiestas a lo largo de la Edad Moderna, la muerte de cónyuges y familiares hacía que tantas y tantas mujeres sin historia tuvieran que afrontar, con una entereza y fortaleza nunca bien reconocidas, momentos aún más difíciles para ellas y para quienes, ya en ese momento, estaban bajo su tutela y cuidado.
Vernon Howe Bailey. Trujillo. 1926

    Porque para las mujeres la viudedad rompía su situación de dependencia pero también para muchas ese momento trágico las abocaba a la pobreza y el desamparo. 
    Cuando a su dote, casi su único patrimonio, no se sumaban bienes heredados de su esposo, y cuando no ejercían un trabajo que asegurase sus ingresos, la viuda pobre pasaba a depender de los suyos, de sus hijos e hijas, de la caridad de sus vecinos.
    Viuda, trabajadora y curadora/cuidadora de quienes la sucederán y no heredarán, porque nada tiene, doña Inés Donaire tenía a su cargo a sus tres nietos, José, Manuel y Francisco Cabelludo. Antes dependieron de su hija, doña Francisca Calderón, su tutora y curadora, porque así lo dispuso al morir su esposo, don Luis Martín Cabelludo, cirujano al servicio de la ciudad de Trujillo.
    Pero en 1769 doña Francisca ya no estaba para cuidarlos y su muerte hizo a doña Inés tutora oficial de sus nietos y a ellos se dedicaba con sus casi inexistentes recursos, “alimentando, vistiendo y dando escuela y estudio”.
    Eran escasos también los bienes heredados por sus nietos y las exiguas rentas que proporcionaban -“apenas podrán rentar anualmente cosa de trezientos reales poco más o menos”- y los altos precios de los mantenimientos que en esos momentos se sufría, animaron a doña Inés a recurrir a la justicia y presentar ante don Miguel Francisco de Zafra, alcalde mayor, una petición que aliviase sus estrecheces y necesidades y que le permitiera continuar y completar la educación y aprendizaje de los menores. Autorizarla a vender unas cercas propiedad de sus nietos aliviaría sus “cortos medios” y sus “continuados apuros” que parecía no podía remediar su trabajo. 

1769, julio 5. Trujillo
Antonio Martín Barroso, en nombre de Dª Inés Donaire, de estado viuda, vecina de esta ciudad, ante vuestra merçed, como mejor proceda, parezco y digo que por fallecimiento de don Luis Martín Cavelludo y de doña Francisca Donaire Calderón, su hija y su conjunta, quedaron a su cargo y tutelar cuidado los hijos menores que hubieron en el matrimonio, y como tal su abuela los ha estado y está alimentando, vistiendo y acudiéndoles con lo necesario, a fin de que puedan hir siguiendo su destino y aplicación, que el uno, sin embargo de ser de corta hedad, se halla en estudios maiores y los otros dos más pequeños en el ejercicio de primeras letras, y como la es forzoso el así hirlos sosteniendo, poniendo su industria y cuidado, pues aunque tienen dichos menores algunos vienes raízes, no alcanza su producto para los indispensables gastos, mácsime en el presente tiempo en que así el pan como lo demás necesario para el alimento se halla en subidos precios, por cuia razón permanece mi parte en continuados apuros, sin tener para remediarlos otra salida ni adbitrio que el disponer, si se le diese permiso a mi parte, para la venta de unas cercas que gozan dichos menores, inmediatas al arraval de las casas de Belén (...) la que aora se encuentra en proporción de poderse bender para remedio de los suso dichos, quienes en ello es ebidente y constante esperimentarán clara y conocida utilidad por quanto el producto de su benta se imbertiría en venefizio de dichos menores y remedio de su necesidad, que es el fin para que mi parte lo pretende, y salir al mismo tiempo de su aflición, en méritos de lo qual y ser notoria la estrechez, apuro y necesidad que padecen, que se podrá redimir y sentirían grande utilidad, con el judicial permiso para la venta de dichas alajas.
Suplica a vuestra merced se sirva, atendidas tampoderosas razones y circunstancias que van espresadas, que todas son verídicas, conceder a mi parte licencia judicial para que pueda celebrar la venta de las enunciadas cercas (...).y que el producto o efectos en que se vendisen se le haia de entregar para el fin que va espresado y poder suministrar el diario alimento a dichos menores (...)
                            Barroso (rúbrica)
Licenciado Zárate. Gratis (rúbrica)
                            Inés Donaire
(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Lorenzo Tomás Grande Calderón. 1769, fols. 57r-58r)

    A las palabras de “estrechez, apuro y necesidad” que se recogen en aquella demanda tal vez hubiera que añadir las de fortaleza y determinación de quien, como doña Inés, se vió en su vejez convertida en cabeza de familia y sustento de sus nietos. 

27 de febrero de 2025

La victoria de Pavía

    Dicen que Carlos V celebró sus 25 años de vida en Madrid con calenturas. Un día de San Matías, 24 de febrero, que no merecería la pena recordar si no fuera porque mientras el monarca se reponía de unas pertinaces cuartanas que le dejarían “flaco y deshecho”, sus tropas derrotaban en Pavía a su “viejo” enemigo y rival, el rey de Francia, Francisco I, prisionero ahora de las tropas del emperador.
Jean Clouet. Retrato de Francisco I. 
Museo del Louvre

    Y aunque suponía una gran victoria para sus ejércitos y el predominio de su poder en el Milanesado italiano, cuenta el cronista que “ni dijo palabra, ni hizo muestra de placer” y que solo, en el oratorio de su aposento y de rodillas, “dio gracias a Nuestro Señor”, no consintiendo que se hiciesen fiestas en la Corte, “ni muestras de regocijo” y que eso mismo mandó hacer en el reino. 
    Al día siguiente, en el monasterio de Santa María de Atocha, oyó misa y sermón, mandando hacer procesión en acción de gracias por la victoria.
    Quinientos años después, estos días hemos podido ver cómo se recordaba la batalla y a sus protagonistas y no quiere el arca trujillana olvidarse de la efemérides y comprobar si Trujillo lo festejó y siguió el carácter de seriedad y gravedad que el monarca quiso dar a la alegría que supuso la derrota “y castigo de los mortales”.
    Trujillo recibió una carta en la que el monarca comunicaba a la ciudad la buena nueva, muy similar a otras muchas que el monarca remitió a ciudades y grandes del Reino en las que, con el pasar de los días, vemos cómo crecía el número de bajas del ejército enemigo y se reducían los muertos del campo imperial (apenas seis días antes, en la carta remitida al marqués de Denia se cifraban en 15.000 los muertos del campo francés y en 700 los caídos en las filas imperiales).

1525, marzo 21. Madrid
El rey
Conçejo, justiçia, regidores, cavalleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos de la çibdad de Trugillo. Ya sabeys como el rey de Françia, con muy grande exçerçito, pasó en persona a Ytalia con fyn de tomar e usurpar las tierras de nuestro ynperio e el nuestro reino de Nápoles donde avía enviado al duque de Albania con gente a lo conquistar e tenía çercada la çibdad de Pavía, agora sabed que el día de Sant Matías, que fueron veynte e quatro de febrero, día de nuestro naçimiento, aunque el dicho rey de Françia en tener su canpo en sityo muy fuerte e a su propósito no tenía voluntad de açetar batalla, fuele forçado, porque nuestro exérçito pasó no con pequeño trabajo a donde estava e asy la dieron. Plugo a Nuestro Señor, que sabe quan justa es nuestra cabsa, de darnos vitoria. Fue preso el dicho rey de Françia y el príncipe de Bearne, señor de Labrit e otros muchos cavalleros prinçipales e muertos el almirante de Françia e monsyur de la Tramulla e mosyur de la Paliza e otros muchos, de manera que todos los prinçipales que allí se hallaron fueron muertos e presos y escriven que de su canpo murieron más de diez e seys mil onbres e del nuestro hasta quatroçientos; por todo e dado e doy muchas graçias a Nuestro Señor e así se las devemos de dar todos porque espero que esto será cabsa de una paz universal en la Christiandad que es lo que sienpre he deseado, acordé de hazeros saber porque sé que os holgays tanto dello como es razón. De Madrid XXI días de março de mil e quinientos e veynte e çinco años.
Yo el rey
Por mandado de Su Magestad
Françisco de los Cobos (rúbrica)
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 16.3)

    Tres días después de la remisión de la cédula real, el concejo de Trujillo se hacía eco de la buena nueva comunicada por el monarca e indicaba que lo mandado por Su Majestad ya estaba cumplido, pues se habían celebrado en la ciudad los oficios religiosos para dar gracias a Dios por la victoria en Italia y también se habían hecho “proçesiones, como las avían hecho”. Pero eso sabía a poco y, quizás por no conocer los deseos del emperador de no festejar con fiestas ni regocijos, Trujillo celebró la victoria de Pavía como se merecía y como acostumbraba, con “alegrías” y toros en el domingo siguiente, con agasajo a los caballeros que viniesen a las fiestas y con pregones para que “todos los veçinos desta çibdad ençendiesen lumbres en sus puertas y ventanas”.
    Toros y colación que se sumaron a la procesión y que permitieron a los trujillanos celebrar “a su manera”, hace ahora quinientos años, la victoria en la lejana Pavía.

1525, abril 1. Trujillo
Fiesta y alegrías. Este día, los dichos señores mandaron que todo el gasto que se hizo en las alegrías que se hizieron por la nueva de la prisyón del rey de Françia, que el mayordomo dé cuenta ansy de toros como de colaçión e çera que se gastó en la proçesyón, que todo se pase en cuenta e se pague de los propios de la çibdad e ansy lo acordaron e mandaron todos los dichos señores unánimes e conformes. E que todo lo mandavan e mandaron librar todo lo que montare en ello segund el mayordomo lo diere por cuenta con juramento.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 15.7, fol. 263v.)

Bernard van Orley. La Batalla de Pavía. Museo de Capodimonte. Nápoles

30 de enero de 2025

Escudos e imágenes en las puertas de la ciudad

    En Trujillo, las puertas siempre fueron un elemento fundamental de la ciudad amurallada. Vanos defendidos por quienes vivían detrás de ellos y apetecidos por quienes, anhelantes, deseaban entrar para disfrutar de la ciudad, ya fuera en tiempos de paz o de guerra.
    Son las puertas espacios con doble mirada, desde una y otra de sus partes. En ocasiones se convirtieron  en férreas defensas hacia el exterior, cuando protegían a la ciudad de pestilencias y enemigos. En otras, su control y dominio representó un elemento más de poder y prestigio de algunas familias de la ciudad. También permitieron estrangular salidas y accesos al exterior para quienes no fueran familiares, deudos o cercanos de quienes se convirtieron en verdaderos cancerberos. Y entonces la ciudad abrió nuevas puertas -como la de San Juan o Palomitas- que en ocasiones, pasado el tiempo, fueron desapareciendo físicamente y de la memoria de los vecinos.
    Cuando los momentos de guerras y conflictos se alejaron, la ciudad se ocupó de que las puertas de su muralla siguieran cumpliendo su función de cierre y acceso a la ciudad alta, a la “villa”. 

1508, abril 23- agosto 11. Trujillo
Puertas de la çibdad. Diego de Orellana dize que tiene ygualadas cada carga de madera con Gonçalo Piçarro para las puertas de Santiago y la de San Juan y la de Santa Cruz y la de Hernán Ruiz a ochoçientos mrs. cada carga puesta en esta çibdad en el alhóndiga. Que se conpre lo que fuere menester.
Puerta Dalba. El alcaide de la fortaleza suplica le manden alçar la puerta Dalba para que pueda pasar carreta por ella porque es provechoso para la çibdad y porque está para se caer. Lo yrán a ver el señor corregidor y Gonçalo de Torres.
 (Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9, fols. 118v. y 171r.)

    Puertas fuertes y altivas para las que, a finales del siglo XV, los pintores Alonso Gonzáles y Álvaro Ponce hicieron gala de su maestría. Y aunque el arca no nos deje ver el contenido de su obra, sí nos cuenta  la riqueza de su ejecución.

1498, enero 29-marzo 26. Trujillo
Pinturas. Libramiento. Retablos. Alonso Gonçález e Álvaro Ponçe, pintores, piden que les manden librar IIUCC mrs. que dixeron que montan en el terçio postrymero de los retablos de las puertas de la çibdad, que está fecho ya la obra e que los manden asentar que se ahuman en casa. Mandan que se faga cuenta con ellos e lo que se fallare que se les deve, mandan gelo librar en Gonçalo de Çervantes, mayordomo. 
Retablos. Que se entienda en hazer conprar çinquenta panes de oro que diz que son menester para acabar de dorar los retablos de las puertas de la çibdad. Que los conpre el mayordomo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 6.8. Fols. 6v. y 39r.)

    Quizás la obra de ambos pintores fuese la que en 1519 sufría el deterioro que Gonzalo de las Cabezas señalaba en el ayuntamiento y que pronto la ciudad trataría de enmendar. 

1519, marzo 14. Trujillo
 Puertas. El veedor de las obras suplica a vuestras merçedes que manden renovar a señor Santiago y la cruz que está a la puerta de Santa Cruz, que está muy maltratado. Respóndesele que se verá. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 13, fol. 177r) 

1520, diciembre 31. Trujillo
Puertas. Este día, los dichos señores mandaron que se apregone quien quisiere pintar las ymágenes de las puertas de la villa y que se de a pintar.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 14, fol. 209r.) 

    Poco más nos cuenta el arca de estas puertas, de su aspecto y ornato, de las armas reales que en ellas declaraban una y otra vez el carácter de ciudad realenga de Trujillo, de los símbolos de poder y preeminencia de linajes y familias trujillanas cuyos blasones en piedra aún adornan las puertas de la cerca de la ciudad. Pero, como otras veces, otras arcas nos ayudan a contemplar lo que hoy no está en esas puertas y que otros, “por su persona y propia vista de ojos”, nos contaron.
    Acababa el mes de enero de 1544. El concejo de la ciudad había recibido a los primeros regidores cuyos títulos no se basaban en la elección de los linajes en el día de San Andrés sino en la compra a la Corona de tal merced. Bernardino de Tapia, del linaje Añasco, fue el primero, el 25 de enero, en presentar la provisión real que acreditaba su título de regidor y junto a él presentaba igual documento Juan de Solís, del linaje Bejarano. Un día después lo harían dos regidores del linaje Altamirano, Juan Cortés y Juan Pizarro de Orellana, éste representado por Juan de Herrera, en su nombre y con su poder al estar desterrado en ese momento de la ciudad y refugiado en su dehesa de Magasquilla. Tras ellos, en los días y meses siguientes, irían llegando los nuevos regidores y comenzando un litigio que duraría 6 años. ¿Dónde sentarse? ¿En qué orden? ¿A la derecha o la izquierda de la justicia? Sentados Bernardino de Tapia a la derecha del corregidor y Juan de Solís a su izquierda, parecía ponerse en peligro la preeminencia que los Altamirano siempre habían tenido en el cabildo (sentados a la derecha del corregidor y siempre los primeros en emitir su voto) en un nuevo orden que no lo respetaba. 
    En su protesta, el nuevo regidor Juan Cortés, Altamirano, tuvo claro su argumento. Solo había que mirar las puertas de la ciudad para darse cuenta del lugar y el papel que debían ocupar los Altamirano, conminando al corregidor Diego Ruiz de Solís a que acudiese a la puerta de Santiago, a la de San Juan y a la de Hernán Ruiz (hoy llamada del Triunfo), “onde hallará las armas de los tres linajes esculpidas en piedra todas de una forma”. 
Escudos de la puerta de Santiago


    El día 30 de enero de 1544 el corregidor Ruiz de Solís, junto a algunos testigos y el escribano
Florencio de Santa Cruz, se acercó a la puerta de Santiago “donde halló dibuxado un Santiago en una tabla pintada y metida en una caxa de piedra y al lado derecho las armas reales e baxo dellas un escudo de diez roeles y por detrás de la puerta estavan otras armas reales y baxo otro escudo con diez roeles que dizen que son las armas de los Altamiranos”.
    La más reciente de las puertas de la ciudad, la de San Juan, también lucía sus escudos y en ella el corregidor halló “una ymajen de Sant Juan en una tabla metida en una caxa y al lado derecho un escudo con un león y quatro cabeças que dizen son las armas de los Bejaranos y al lado yzquierdo otro escudo con una cruz en medio y quatro veneras a los lados que dizen que son de las armas de los Añascos y en medio como otro asyento para un escudo y ençima de la puerta las armas reales”.
    A decir de alguno de los testigos, el lugar central vacío que debía presentar las armas de los Altamirano (“como otro asyento para un escudo”) era algo intencionado y no podía explicarse sino por el deseo de algunos (“con dolo y malicia”) de quitar el escudo de los Altamirano de la puerta, donde antiguamente lucía, quizás en recuerdo de las razones por las que la propia puerta se creó.
    Por otros motivos, contaba García de Tapia, el hijo de Gómez de Tapia, los Añasco no estaban presentes en la puerta de la Vera Cruz (hoy de San Andrés). Se negaron a que su escudo se situase a la izquierda, “dyziendo que las armas de los Añascos avían de estar a la mano derecha de los Altamiranos, que avían de estar en medio”, petición que no fue aceptada y llevó a su procurador, Alonso de Tapia, a pedir que el escudo de su linaje no se esculpiese en la puerta. 
    Por último, el corregidor fue hasta la puerta de Fernán Ruiz, junto a la casa de los señores de Orellana de la Sierra, y allí de nuevo contempló los escudos de los linajes, las armas de la Corona y el retablo que lo adornaba. Un San Miguel que con San Juan, Santiago y una cruz dominaron y protegieron las principales puertas de la ciudad de Trujillo.
Puerta de Hernán Ruiz o del Triunfo


1544, enero 30. Trujillo
Y luego, el dicho señor corregidor fue a ver avido la puerta de Hernán Ruiz, que es entrada a la dicha çibdad, donde se halló en una caxa un Sant Miguel en una tabla y por baxo della estava un escudo en medio con diez roeles que diz que son las armas de los Altamiranos y luego a la mano derecha estava otro escudo con un león y quatro cabeças, que dizen que son las armas de los Bejaranos e al otro lado del, a mano izquierda, estava otro escudo con una cruz e quatro veneras, que dizen que son las armas de los Añascos, e por la otra parte de la dicha puerta, a la parte de fuera, estava un escudo con las armas reales. 
(Archivo General de Simancas. Cámara Real de Castilla. Legajo 516,7)