1 de noviembre de 2021

Los escudos de don Rodrigo

     Rodrigo de Orellana y Toledo heredó de sus padres, Pedro Suárez de Toledo y Orellana y Juana de Aragón Piccolomini, el mayorazgo por ellos instituido y las casas principales que sus padres construyeron en la plaza mayor de Trujillo, en el portal del Pan. En ella, los escudos paternos y maternos dan cuenta de su estirpe. También recibió de su padre, por traspaso, el oficio de regidor que éste había ejercido desde 1550 y del que comenzó a disfrutar en diciembre de 1578. Desde ese momento, Rodrigo de Orellana se convirtió en uno de los principales caballeros del ayuntamiento de la ciudad y, junto a Álvaro Pizarro, fue elegido en abril de 1580 capitán de la gente de a caballo que Trujillo había de enviar a Portugal en apoyo a la entrada en el reino luso de Felipe II.
    Ante la partida y quizás pensando en los peligros futuros, Rodrigo ordenó sus asuntos terrenales y espirituales porque, como señalaría su padre apenas dos meses después y poco antes de morir, “uno de los prinçipales aparejos que los mortales deven hazer es ordenar sus ánimas con reposo en tienpo de sanidad, porque las enfermedades turban mucho la memoria”. 

1580, julio 13. Trujillo

En el nombre de Dios, amén. Sepan quantos esta carta vieren cómo yo, don Rodrigo de Orellana Toledo, veçino de la çiudad de Trugillo, hijo de Pedro Suárez de Toledo, mi señor, difunto, digo que por mandado del rey don rey don Phelipe, nuestro señor, estoy de partida para yr a servir a la guerra de Portugal con una compañía de cavallos jinetes y porque no sé lo que Dios nuestro señor será servido de hazer de mí en la dicha jornada, siendo como la muerte es tan çierta a toda pura criatura, mayormente en la guerra, y la ora y venida della tan ynçierta y tan dubdosa, deseando cumplir con lo que soy obligado e para que aya claridad en mis cosas....

(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos de Pedro de Carmona. 1580. Fol. 172r.)

    Su testamento fue corto. Misas por su ánima, la de sus padres y su único hermano varón, ya fallecido, Álvaro Pizarro. Tenía entonces tres hijos, Pedro, Sancho y Francisco, a quienes dejaba bajo la tutela de su esposa, Leonor de Sotomayor, a quien nombraba su albacea junto a Sancho de Carvajal y Martín de Meneses. 
          En cuanto a su enterramiento, si muriese en la guerra y su cuerpo pudiera ser traído a Trujillo, ordenaba que fuera sepultado “en la iglesia de San Martín desta dicha çiudad, en el entierro que allí tengo donde mis padres están enterrados”. En él acababa de dar sepultura a su padre, Pedro Suárez de Toledo, y allí descansaban también su madre y su hermana Mariana de Aragón, a la que pronto se uniría su esposo, Gregorio de Orellana. 
    Hoy, las armas de los Orellana Toledo rematan la capilla de las Ánimas, quizás el enterramiento al que se referían Rodrigo de Orellana y su padre en sus testamentos. Sin embargo, Rodrigo había iniciado ya la construcción de su propia sepultura, cercana a los suyos pero en un lugar aún más preeminente de la parroquia de la que era feligrés, San Martín.
Altar del cardenal Cervantes de Gaete
    El contrato para su construcción se firmó unos meses antes, en noviembre de 1579, ante el escribano Pedro de Carmona. La traza estaba ya concertada y había de ajustarse al sepulcro ya construido frente a este nuevo enterramiento, el altar realizado por el cardenal Gaspar Cervantes de Gaete para acoger el cadáver de su madre. Así, la decisión de Rodrigo de Orellana otorga la simetría que hoy nos ofrece el presbiterio de la iglesia.
    El cantero escogido, Francisco Sánchez, había trabajado con otros importantes maestros, Francisco Becerra o Sancho de Cabrera, y sus obras en la ciudad acreditaban su oficio y valía. 
     Tres escudos “en lo alto del tablamento” habrían de adornar su sepulcro en el lado del evangelio “y otros dos escudos en su entierro”, permitiendo así la identificación y reconocimiento por todos de la presencia de la familia en el lugar principal del templo. Sin embargo, en la actualidad aquella disposición que ordenara Rodrigo de Orellana para presidir el lugar de su último descanso ha sido alterada en alguna de las remodelaciones que ha sufrido el templo. Su sepultura acoge el escudo que debió adornar el altar del cardenal Gaete, mientras que, frente a él y en el centro del arco donde habrían de encontrarse las armas de los Cervantes de Gaete hoy encontramos los blasones de Orellana y Toledo, presentes igualmente en el alfiz curvo que lo remata. 
 
Enterramiento Orellana-Toledo

   El capitán de los jinetes trujillanos, Rodrigo de Orellana y Toledo, no corrió ningún peligro en 1580. No pisaron sus tropas tierras portuguesas y su sepulcro hubo de esperar muchos años y un nuevo siglo para acoger su cuerpo, seguramente rodeado entonces por sus armas, sus escudos familiares, según recogió el contrato de su construcción. 

1579, noviembre 24. Trujillo

Transaçión del altar de Sant Martín entre don Rodrigo y Françisco Sánchez, cantero.

En la çiudad de Trugillo a veinte y quatro días del mes de novienbre del año del nasçimiento de nuestro Redentor Jesucristo de mil y quinientos y setenta y nueve en presençia de mi el escrivano público y testigos de yuso contenidos, pareçieron presentes de la una parte el señor don Rodrigo de Orellana Toledo y de la otra Françisco Sánchez, maestro de cantería, veçinos anbos de la dicha çiudad, y dixeron que son convenidos y conçertados en esta manera, que el dicho Françisco Sánchez se obliga de haçer y que hará un altar de cantería de la traça como está el altar del cardenal Gaete en la iglesia de Sant Martín desta dicha çiudad y a la mano derecha del altar mayor, del modelo y según una figura y modelo que el dicho señor don Rodrigo de Orellana tiene firmado de entranbos otorgantes, con tres escudos en lo alto del tablamento, de las armas que le fueren señaladas y otros dos escudos en su entierro como le fueren señalados, por la qual dicha obra el dicho señor don Rodrigo de Orellana le a de dar çient ducados pagados en esta manera, dozientos reales de aquí al día de Sant Andrés respecto como se fuere haziendo la obra y acabada se a de acabar de pagar. Y todo lo uno y lo otro con más las costas y daños que a qualquier de las partes se le recreçieren, para lo qual obligaron cada una parte por lo que le toca, obligando sus personas, bienes muebles y raízes avidos e por aver y a sus herederos y suçesores y dieron poder a qualesquier justiçias de Su Magestad  de qualesquier partes que sean deste reyno de Castilla para que por todo rigor y remedio del derecho los conpelan y apremien a cada uno por lo que es a su cargo al cumplimiento de todo lo sobre dicho como de sentençia difinitiva de juez conpetente por ellos consentida e pasada en cosa juzgada sobre que renunçian su fuero propio (...) e otorgaron la presente dos de un tenor, para cada parte una. Testigos que fueron presentes Lorenço Carrasco y Françisco de Pinal y Alonso Garçía Aojado, veçinos de Trugillo. Y los dichos otorgantes, que yo el presente escrivano conosco, lo firmaron de sus nonbres en esta manera.

                    Don Rodrigo de Orellana                        Françisco Sánchez

Sin derechos 
Pasó ante mi Pedro de Carmona.

(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos de Pedro de Carmona. 1580. Fol. 212r.)


23 de septiembre de 2021

Barriada obrera

    Antes de casarse, Antonio Alonso Suárez vivió con su madre Amalia en la calle de Las Cruces, en el 37, cerca de sus primos, los Toribio Suárez, con algunos de los cuales compartió oficio, el de aperador, heredado de su abuelo, el leonés Ignacio Suárez.
    Ya casado con Fidela Ramos Jiménez, su vivienda estaba en lo que entonces, 1930, se conocía como Barriada Obrera, en la calle que desde la plaza del Campillo, llamada en ese momento de Canalejas, llevaba hacia Plasencia. Pero todo pudo ser diferente porque no comenzó la historia así.
    Cuando estaba próximo a inaugurarse el colegio que doña Margarita de Iturralde regaló a los trujillanos, ya estaba en marcha en su mente un nuevo proyecto que venía a cubrir otra de las necesidades de los grupos más desprotegidos de Trujillo, la vivienda.
    En abril de 1923 la señora de Iturralde daba los primeros pasos para hacer realidad su nueva idea:

1923, abril 24. Trujillo

4º Se da cuenta de una instancia en que Doña Margarita de Iturralde solicita en venta los solares del antiguo Paseo de la Exposición que no fueron enajenados en las subastas celebradas en Enero y Febrero del año último, con el propósito de hacer una barriada de viviendas gratuitas para la clase obrera. Enterada la Corporación acuerda celebrar nueva subasta para la enajenación de referidos solares en conjunto, según pliego de condiciones que establecerá como tipo una peseta por metro cuadrado, y será previamente aprobado por el Ayuntamiento. 

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1527, fol. 22v.)

    El lugar ocupado en su momento por la Exposición Regional, convertido después en un paseo y entonces parcelado y ofrecido en subasta a quienes deseasen construir en esta zona sus viviendas, parecía ser el sitio adecuado para el proyecto de doña Margarita, próximo además al colegio de Santiago y Santa Margarita a punto de inaugurarse.
    La Comisión encargada del homenaje popular que se pretendía rendir a la señora de Iturralde encontró trabas administrativas al deseo de situar en lugar público el conjunto escultórico que pretendía plasmar la gratitud del pueblo trujillano. El desencuentro con la Corporación municipal (o al menos con parte de ella) obligó a inaugurarlo en el atrio de la iglesia del nuevo colegio e hizo que los planes cambiaran y que la barriada no se construyera en la zona proyectada.
    El administrador de doña Margarita, José García Martínez, señalará en la prensa local que el desencuentro con el ayuntamiento por la utilización del atrio supuso que no se acudiera a la subasta del suelo municipal, “entendiendo que debe construir dicha barriada en terrenos particulares, para contar con la mayor seguridad de evitarse posibles trabas, y tener la debida absoluta libertad” (La Opinión 21/6/1923).
Cuando comenzaba 1924, una nueva corporación municipal pareció tener una mayor sintonía con el proyecto presentado, ahora en terrenos propiedad de doña Margarita, accediendo a su proyecto y agradeciendo su labor

1924, enero 21. Trujillo

9º. Se da cuenta de una instancia en que Dª Margarita de Iturralde solicita de la Alcaldía permiso para la construcción de una barriada en terreno de su propiedad próximo a la carretera de Plasencia a Logrosán. Examinado el croquis que acompaña a dicha instancia, y teniendo en cuenta que las construcciones de referencia se adaptan a las alineaciones establecidas, se acuerda que no hay inconveniente alguno en que se conceda la autorización solicitada.
10º. Leída otra instancia en que la misma señora interesa la instalación de una fuente de vecindad para servicio de la barriada que proyecta, se acuerda, tras breve deliberación, acceder a ello y que en el presupuesto se consigne cantidad bastante para los gastos de referida instalación. Visto además que se trata de la construcción de viviendas gratuitas para obreros pobres, se resuelve testimoniar a la recurrente el agradecimiento de la Corporación, en nombre del pueblo que representa, por semejante obra benéfica digna del mayor aplauso.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1527, fol. 79v.)

    Con el terreno adquirido y la licencia obtenida, el día seis de mayo de 1924 se procedía a celebrar la colocación de la primera piedra de la nueva barriada trujillana: “Bajo un arco artístico pendía la piedra angular; frente a él se alzaba la tribuna presidencial, y a dos metros de la cimentación, el altar presidido por la cruz”. 
    De nuevo es la prensa local, el semanario La Opinión, la que nos trae el relato del acto y nos da a conocer el contenido del “pergamino artístico” que fue depositado junto a esa primera piedra, firmado por la propia Margarita de Iturralde, el prelado placentino, don Ángel Regueras López, la joven trujillana Pilar Cano Higuero, que protagonizó el acto, las autoridades de la localidad que constituyeron la comitiva oficial, el cronista Joaquín Ramos y por la Opinión su colaborador señor Parrilla:

1924, mayo 8. Trujillo

Fundó esta barriada obrera de Santiago y Santa Margarita la benemérita y caritativa señora doña Margarita de Iturralde, Viuda de Venera, fundadora del Colegio de igual nombre para educación de los niños y jóvenes de esta Ciudad.
Por voluntad de la bienhechora magnánima, el Patronato instituido a perpetuidad distribuirá estas dieciocho primeras casas por sorteo entre los vecinos pobres de intachable conducta moral, los cuales podrán adquirir la propiedad de sus viviendas a los veinte años mediante un pequeño canon, cuyo importe se destinará a la construcción de nuevas casas para ser distribuidas en la misma forma.
Después hubo un banquete a los asistentes.
En conmemoración de este día, en que bendijo la institución el Excmo. e Iltmo. Sr. Obispo de la Diócesis D. Ángel Regueras López, con asistencia de las autoridades locales, y colocó la primera piedra la distinguida señorita Pilar Cano Higuero, se firma este acta en Trujillo a seis de Mayo de mil novecientos veinticuatro. 

(Archivo Municipal de Trujillo. Hemeroteca de prensa histórica digitalizada. La Opinión. Semanario Independiente. 8/5/1924)

    Cinco años después, a comienzos de 1929, la barriada estaba lista para ser ocupada por quienes resultaran agraciados en el sorteo que estaba previsto, aunque el proceso tuvo una pequeña modificación. La señora de Iturralde traspasó la propiedad, como donación y regalo, a la Sociedad de Socorros Mutuos “La Protectora”. 
    Con cerca de 500 socios, “La Protectora”, creada en diciembre de 1910, tenía por objeto “socorrer a los socios durante enfermedades”, aunque también ayudaba a las familias de los artesanos y obreros fallecidos. Cinco pesetas de cuota de entrada y 1,25 pesetas al mes, daban derecho a recibir una aportación económica en las situaciones de enfermedad y fallecimiento de sus socios.
    De las 18 casas de planta baja, “bien orientadas y sólidamente construidas, todas iguales y formadas por un zaguán, cuatro habitaciones, una cocina, corral y dos habitaciones más en la parte posterior”, tres fueron reservadas para personal de la servidumbre de doña Margarita, otra para ser destinada a sede social de la Sociedad y las catorce restantes fueron sorteadas entre los socios que las solicitaron.
    Antonio Alonso Suárez fue uno de ellos y acudió, como otros muchísimos trujillanos, a la bendición de la nueva barriada que otro obispo de Plasencia, don Justo Rivas, realizó el 19 de marzo de 1929, día de San José. Desde la Central Eléctrica hasta la Plaza de Canalejas, la carretera de Plasencia se llenó de trujillanos que volvieron a agradecer con su presencia y aplauso la generosidad de doña Margarita.

Bendición de la Barriada obrera por el obispo de Plasencia, don Justo Rivas. 19 marzo 1929. Foto G. Guerra.

    Y llegó el momento del sorteo, en el teatro Gabriel y Galán: “Ocuparon el escenario la señora de Iturralde, que presidía, teniendo a su derecha al señor obispo de la Diócesis y al presidente de la Sociedad, y a su izquierda, al alcalde y comandante militar de la plaza, ocupando puestos alrededor de la presidencia, las demás autoridades, Junta directiva, sobrinos de la señora de Iturralde, doña Rosa Ledón y don Daniel Iturralde, y los oradores que habían de actuar” (Nuevo Día. 20/3/1929). 
    Tras escuchar a la banda municipal, tomó la palabra el “culto abogado y fogoso orador” don José Álvarez Imaz, encargado por la Sociedad para dar las gracias por la maravillosa donación que recibirían catorce agraciados por la suerte. El niño Ramón Guerrero sacó las bolas que, entregadas al presidente Andrada y pasadas al secretario Vega, se transformaron en nombres que llenaron de alegría a catorce familias trujillanas.
    Antonio Alonso Suárez fue uno de ellos. Por su nueva casa tendría que pagar 7,50 pesetas mensuales y se convertiría en su propietario transcurridos 25 años de habitarla él o sus descendientes. 
    Pasado un año de esa emocionante jornada, Antonio tenía como vecinos al resto de obreros a quienes sonrió la suerte, José Anes Miguel, Sixto Chaves Ávila, Pedro Ramos Jiménez, Juan Sánchez Rodríguez, Francisco Tamayo Fernández, Antonio Barrado Montes, Tomás Iglesias González, Antonio Fernández Méndez, Lorenzo Ramos Hidalgo, Manuel Domínguez Gonzalo, Francisco Gallego Rubio, Juan Antonio Carrasco Gallego y José García Fernández.
    Así, la disputa por un atrio decidió una parte del paisaje urbano de Trujillo e hizo que Amalia y Carmen, las hijas de Antonio y Fidela, no tuvieran como lugar de juego el antiguo Paseo de la Exposición y que su niñez transcurriera junto a la carretera de Plasencia.

Casa de la Barriada obrera. Trujillo


 

30 de agosto de 2021

Trabajo de sol a sol

    Como cada año, los calores del estío cambiaron nuestros ritmos. Ha habido que aprovechar el frescor de la mañana o esperar a que el sol se escondiese por las tierras de Portugal para salir. Nada nuevo. El calor aprieta y las calles se vacían al mediodía para volver a tener vida a la caída del sol. Así cada verano, año tras año, siglo tras siglo. 
    Sobre un berrocal y ciudad de granito, la canícula siempre se ha dejado sentir tanto como el canto de las chicharras. Y el concejo tomaba las medidas necesarias para que las fuentes estuvieran limpias y sus aguas saciaran la sed de los trujillanos, el pozo de nieve surtiera las necesidades de los dolientes y el mercado estuviera abastecido de productos de la comarca y aún de más lejos cuando la escasez lo aconsejaba. Y cambiaba los horarios de su propia reunión.
    Hasta 1485, el concejo se convocaba una vez a la semana, generalmente los viernes, decidiendo ese año que serían necesarias dos reuniones del órgano de gobierno de la ciudad, lunes y viernes, dos ayuntamientos con “la misma preminençia e las mesmas facultades”. Si el resto del año los regidores acudían a las ocho a las casas del ayuntamiento, el calor del verano exigía adelantar la llegada y el concejo era convocado a las siete de la mañana.
Miniatura siglo XIII. Museo Chantilly


    También las temperaturas llevaron a buscar en las casas del concejo lugar fresco para reunirse, la sala baja del ayuntamiento. Quizás el verano de 1533 fue caluroso en extremo, pues el 8 de agosto ni siquiera esa sala y esas horas parecieron haber logrado mitigar las temperaturas y el concejo decidió ir más “abajo”: separar una parte de la alhóndiga, adecentarla y hacer las reuniones al fresquito de sus bóvedas

"Que se allane y se encale la sala baxa del alhóndiga. 

Este dicho día los dichos señores  mandaron que la sala baxa del alhóndiga se allane e se encale e adereçe e se ataje e fagan puerta por otra parte al alhóndiga para meter e sacar el pan de la çibdad porque esta sala es buena para de verano fazer ayuntamiento los días del ayuntamiento. E que se comete al señor corregidor e un regidor que lo faga fazer como les paresca".

https://www.medievalist.net
    Cuando los regidores llegaban a las siete de la mañana al ayuntamiento, los trujillanos, en esos meses de calor, ya llevaban dos horas en sus tareas. No incumbía al concejo imponer los horarios y son muy escasas las alusiones a cuánto deben trabajar (sí al cómo en sus ordenanzas municipales). Pero el doctor Gaspar de Berlanga, corregidor en 1528 como juez de residencia, debió considerar que la ciudad necesitaba ajustar los tiempos de faena de peones y oficiales que trabajaban en las obras públicas de la ciudad. 
  
 En la decisión del concejo vemos cómo la vida se acomodaba a la luz y parece que toda ella era de trabajo, “de sol a sol”, que el calor del verano exigía comenzar antes con las labores y que una hora más de descanso tras la comida quizás permitiera una corta siesta antes de volver al trabajo, pero este se alargaba y ampliaba. Once horas de trabajo en el invierno, doce en el verano. El calor sigue igual pero, afortunadamente, algunas cosas han mejorado.


1528, marzo 24. Trujillo 

Peones.  Este día, mandaron los señores justiçia e regidores que los peones e ofiçiales que andan a jornal en las obras de la çibdad, que en todo el mes de março vayan a la obra por la mañana antes de las seys e trabajen hasta las seys de la tarde y que deste tienpo tengan una ora para comer y no más e que todo el tienpo que de las dichas honze oras del día faltaren, que se les descuenten del jornal que se les prometiere. Y desde el mes de abril en adelante hasta en fin de agosto, que vayan a las obras a las çinco de la mañana e antes que las dé e salgan de las dichas obras a las ocho e que destas tengan dos oras para comer e reposar. Y el que más se ocupare en otras cosas que se le descuente del dicho jornal segund dicho es. E que con estas condiçiones se entiende que se an de tomar los maestros e peones para las obras de la çibdad. E mandaronlo apregonar.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 17.5, fol. 184)




29 de julio de 2021

Funerales de emperatriz

    Cuentan que su esposo, el emperador  Carlos, mandó que el maestro Tiziano suavizara en su retrato la nariz aguileña que adornaba su rostro de “ojos grandes” y “boca pequeña”. “Honesta, callada, grave, devota, discreta y no entrometida”, “mansa y retraída más de lo que era menester” dice el cronista Alonso de Santa Cruz, para quien el emperador Carlos encontró en Isabel, su hermosa prima portuguesa,  la mejor “mujer a su condición”. 
Tiziano. Emperatriz Isabel de Portugal.
1548. Museo del Prado
    Llegó a Castilla con una rica dote por la frontera con Badajoz, a donde acudieron a despedirla sus hermanos Luis y Hernando y a recibirla el duque de Calabria, el arzobispo de Toledo, los duques de Béjar y Medina-Sidonia y otros muchos.
    El 7 de febrero de 1526, Isabel, la hija de Manuel de Portugal, el rey Afortunado, y María de Aragón, llegaba a tierras castellanas emperatriz y reina tras la boda por poderes ya realizada con su primo Carlos. Y desde Badajoz, donde hubo grandes celebraciones y agasajos, su camino seguiría hacia Sevilla, también recibida con fiestas a su entrada el 3 de marzo. Aunque es posible que a su llegada a tierras extremeñas aún no estuviera cerrado el lugar donde habría de desposarse con el emperador.
    Poco antes, el 26 de enero, desde Toledo, una carta real anunciaba a Trujillo el posible paso de Isabel por la ciudad, ordenando que “si por esa çibdad pasare la enperatriz y reyna, mi muy cara e muy amada mujer”, la ciudad le dispensase un recibimiento real  “y palio, como en todo lo demás lo que haríades a mi persona real si fuese a ella”.
    Apenas cinco días antes, el concejo trujillano ya había decidido iniciar los preparativos por si tal hecho se produjese, procurando información de la corte y ordenando que “un mercader o dos trayan a esta çibdad sedas o brocados o plata o lo que fuere menester”.
    El 3 de febrero, mientras Isabel se acercaba a la frontera española, Trujillo se preparaba por si hubiera de recibirla y no caer en falta ante el emperador. Un palio para cubrirla y ropas para el corregidor y su alcalde, para los regidores que acudieran al recibimiento, para los escribanos y el mayordomo.
    El mercader Luis de Camargo hubo de marchar para realizar las compras que, con el consejo de don Diego de Vargas Carvajal, permitieran traer a Trujillo el “brocado o tela de oro” para el palio, las sedas para las ropas de justicia y regidores  y el paño o seda con el que se vestirían mayordomo y escribanos, decidiendo ambos, Vargas y Camargo, los colores y calidades de las telas.
     Pero Isabel marchaba a Sevilla y no pasaría por Trujillo, aunque las compras y preparativos de la ciudad permitieron un recibimiento digno de la persona del novio, quien, tras firmar y celebrar las paces con el rey francés, se dirigía a Andalucía para celebrar en Sevilla sus esponsales.
    Trujillo convocó, el 21 de febrero, a todos los que habrían de recibir al emperador Carlos

“Este día, los dichos señores acordaron e mandaron que para el reçebimiento de Su Magestad que viene por esta çibdad se enbíe a llamar todos los cavalleros e hidalgos e escuderos que biven en las aldeas e términos desta çibdad e a don Rodrigo de Orellana e Pedro Suárez para que todos salgan a cavallo o a mula lo mejor adereçados que puedan”.

    Se ordenó el acopio de los mantenimientos que habrían de constituir el presente para la comida y estancia del emperador

“...tres dozenas de capones e doze cabritos, çinquenta pares de perdizes, tres cargas de vino tinto de la tierra e una de blanco y tres cahizes de çevada...”

    Escaso presente, a juicio de la ciudad, pero acorde al tiempo de cuaresma en que estaban, aunque finalmente se aumentaron a cuatro las docenas de capones, se añadieron tres cargas más de vino y se prepararon doce carneros “por si fuera menester”. Y por supuesto, toros. Seis, “grandes, viejos e bravos”.
    Los regidores y la justicia hubieron de encargarse de sus ropas, “de terçiopelo y enforradas en raso negro e sayones de raso e gorras e guantes”, para lo que recibieron 60 ducados cada uno.
    El palio previsto para Isabel estuvo listo para recibir a Carlos. Fue comprado al caballerizo real Adrien de Croÿ, Conde de Roeulx, por 60.000 mrs. y compuesto con las telas de oro y plata traídas por el mercader Camargo y el trabajo de los bordadores que hicieron el escudo,

“...e que el dicho palio quede para la çibdad e se ponga en una caxa de madera e se meta en el arca de la çibdad”.

    El arca que guardó el palio conserva el relato que el escribano Juan Rodríguez Caramaño hizo de aquella jornada en la que Trujillo recibió al emperador. 
    Aposentado en las casas de morada de Nuño García de Chaves “el viejo”, en la plaza, aquellas que heredara de sus abuelos Luis de Chaves y María de Sotomayor, el emperador marchó el 2 de marzo con gran prisa a Sevilla “donde se había de casar con la enperatriz, que ya así se deçía por estar ya desposada con Su Magestad, hija del rey de Portugal”.
Ante un Carlos viajero, Isabel aprendió pronto a sustituir a su esposo en las tareas de gobierno. Las cartas reales que llegaban a Trujillo venían con frecuencia firmadas por ella, la emperatriz, a la que Trujillo no pudo recibir como tal pero de la que sí se despidió con los mayores honores.
    En 1539, en Toledo, cuando comenzaba mayo, con 38 años, moría Isabel, la reina portuguesa que según algunos historiadores “castellanizó” al flamenco Carlos. Y Trujillo, ocho días después, se juntaba para organizar sus exequias, “para que las onras se hagan e los séquitos se hagan conforme a la calidad de la çibdad, para que en ella aya el sentimiento que la razón requiere...”.
    El licenciado Miguel López de Montoya llevaba poco más de veinte días como juez de residencia (y por tanto corregidor) en la ciudad el 8 de mayo de 1539 y ante una decisión que suponía un gasto extraordinario, recurrió a los regidores presentes en el consistorio para “que le den ynformaçión de cómo en semejantes caso se suele hazer e sy no, que él lo mandará proveer”. 
    Dos de los regidores, Alonso y Álvaro de Loaisa, ya vivieron otras exequias reales, las de don Fernando, el rey Católico, y recordaban lo que Trujillo hizo y gastó en aquellos momentos: se dieron lutos a la justicia y regidores, a los escribanos del ayuntamiento y al mayordomo. Ahora incluso se discute si el portero del ayuntamiento habría de recibir también ropas de luto, decidiendo el licenciado Montoya ante las diferencias entre unos y otros regidores:

“...El señor corregidor dixo que por razón que el portero a de llamar en estas obsequias de su magestad y entender como tal portero en las cosas que se suele mandar, que manda que se le de ocho varas de paño diez e ochen para una loba e capirote...”

    Telas para los trajes de luto, hachas de cera que habría de comprar el mayordomo, el tablado donde colocar el túmulo, que haría el carpintero Juan Solano, los paños de luto que adornarían la iglesia y que prestó el mercader Luis de Camargo, incluso un estandarte que se sacó en las honras fúnebres y que después fue entregado a las dominicas del monasterio de Santa Isabel, “...porque tenga cargo de rogar a Dios por el ánima de la dicha señora enperatriz...”. Todo estuvo listo para unos funerales dignos de Isabel, dignos de una emperatriz, tal y como había acordado el concejo de Trujillo. 


1539, mayo 8. Trujillo

Primeramente diputaron a los señores Juan de Chaves e a Bernaldino de Tapia para que asystan con el dicho señor corregidor juez suso dicho para ordenar e poner en efeto las cosas siguientes, las quales la dicha çibdad les comete segund fue platicado e acordado e les pareçiere.
Lo primero, que se hable con el señor vicario e clerezía e con los prelados de los monesterios para que vengan a hazer las obsequias a la yglesia mayor, cada uno con su cruz e ornamentos. e que digan su ofiçio por sy y salgan con su reponso sobre la tunba.
Lo segundo, que se manden hazer las hachas e velas neçesarias y teñirse negras.
Yten, que se hagan los escudos, el número e de tamaño que a los dichos señores pareçiere, y una corona ynperial.
Yten se ha de hazer un catafalgo de gradas en la dicha iglesia mayor desta çibdad con su tunba. 
Yten, que se tomen lutos para cobrir el dicho catafalgo e tunba e toldar las paredes.
Yten, que se conpre luto de paño negro veynteno para la justiçia e regidores e escrivanos del ayuntamiento e mayordomo de la çibdad segund costunbre e que a cada uno se le den ocho varas para loba e capirote e sy por caso los xastres dixeren que no ay en ocho varas harto, que se comete a los dichos la demasya que fuere menester.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 22.1, fols. CXLIIv.- CXLIIIr.)

Pompeo Leoni. Cenotafio de Carlos V y familia. San Lorenzo de El Escorial.



10 de junio de 2021

La escuela de don Matías Barbado

     Vuelve el arca a celebrar su día aún cerrada con sus tres llaves, esperando a que quienes las guardan abran las recias cerraduras que la mantienen alejada de investigadores y curiosos. Otras muchas arcas van abriendo y dejando ver sus tesoros y permitiéndonos acercarnos a Trujillo, a sus historias y a sus gentes.
    El 6 de julio de 1906 tomaba posesión del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes Amalio Gimeno y Cabañas, del Partido Liberal. En agosto de ese año firmaba la Real Orden por la que se recuperaban las condiciones que en 1902 otro ministerio liberal había impuesto para autorizar la apertura de centros no oficiales de enseñanza. Se trataba de asegurar que tanto quienes impartieran esas enseñanzas como los contenidos y las instalaciones en las que se llevaban a cabo esas enseñanzas cumplieran unos requisitos que iban más allá de los meros de “moral y condiciones higiénicas”, únicas exigencias que habían impuesto los anteriores gobiernos conservadores y que habían llevado a la proliferación de centros de instrucción no oficiales no siempre de calidad educativa.
    La acreditación de las condiciones que exigía el Decreto debía presentarse ante los directores de los Institutos Generales y Técnicos de la provincia. 
    Matías Protasio Barbado Muñoz había nacido en Trujillo el 19 de junio de 1865. Hijo de Juan Antonio Barbado y Juana Muñoz, su tía María Muñoz fue la madrina en su bautizo en la parroquia de San Andrés. En Badajoz, en su Escuela Normal de Maestros, obtendrá su título de maestro de primera enseñanza elemental y con 21 años vuelve a su ciudad donde el 8 de junio de 1887 toma posesión como maestro auxiliar de la escuela de niños de Huertas de Ánimas.
    Cuando se publicó la Real Orden del ministro Gimeno, Matías Barbado llevaba 15 años regentando una escuela privada en la Plaza Mayor. Ya tuvo que realizar todo el proceso administrativo que el ministro Allendesalazar estableció en 1902 para el mismo fin y que ahora de nuevo debía repetir.
    Por triplicado: instancia solicitando la apertura (en este caso la continuidad de su escuela); fe de bautismo; reglamento del centro; planos del local e informe municipal de sus condiciones de salubridad, seguridad e higiene; titulación de su director y certificación de su buena conducta y cuadro de asignaturas que se impartían.

Solicitud de Matías Barbado Muñoz. Archivo Instituto El Brocense

    En los primeros días de septiembre de 1906, Matías Barbado fue recopilando todos y cada uno de los documentos que se le pedían y que recibiría Manuel Castillo, director del Instituto General y Técnico de Cáceres, centro en cuya arca se guardan hoy. Su publicación en el Boletín Oficial de la Provincia, en octubre de ese año, abriría un plazo de 15 días para poder presentar reclamaciones a su solicitud. Luego, Matías Barbado seguiría, ya de nuevo acreditado por la Inspección Provincial, regentando su escuela.
    En la Plaza Mayor, en el número 13, vivía Matías Barbado junto a su esposa Elvira y sus hijos Manuel y Elvira. También allí tenía una escuela de niños. Cada día, mañana y tarde, la casa de llenaba de chavales durante las seis horas de clase que comenzaban y acababan con la oración. 

Cuadro de la Enseñanza. Archivo Instituto El Brocense

    Dos balcones y una pequeña ventana a la plaza se abrían en una de las dos salas de ocho metros por tres y medio que Francisco Valiente había medido y de las que realizó el croquis que se mandó a Cáceres. El local, certificaba el alcalde Luis Pérez Aloe Mediavilla, no se oponía “en nada a las Ordenanzas Municipales de esta ciudad en cuanto se refiere a la salubridad, seguridad e higiene”, términos confirmados por Santiago Arias Pinar, subdelegado de Medicina del Partido, por reunir “las condiciones higiénicas” que determinaba la Real Orden sobre higiene de los edificios de uso público.

Reglamento de la Escuela. archivo Instituto El Brocense

    En cuanto al maestro, tenía título oficial, era vecino de Trujillo y su buena conducta y antecedentes, certificados también por el alcalde, le hicieron idóneo para la acreditación.
    En la Plaza Mayor, en la escuela de don Matías, siguieron aprendiendo muchos niños trujillanos. En ellos abriría las llaves de otra arca igualmente llena de tesoros, la del conocimiento.


Plano de la Escuela de Don Matías Barbado Muñoz. Archivo Instituto El Brocense.



18 de mayo de 2021

Lope de Urueña, regidor Altamirano

    El grupo de los caballeros controló férreamente el regimiento de Trujillo y con él  una gran cantidad de facetas de la vida económica, política y social que afectaban a todos y cada uno de los habitantes de la ciudad y de su término.  En sus manos estaba el arrendamiento de las dehesas caballerías, el control de los tiempos económicos del sector agrario y comercial (acoto y desacoto de los montes, concesión de licencias para entrar o sacar mercancías del término...), la supervisión de las finanzas del concejo, de la limpieza de la ciudad, del correcto aprovisionamiento de su mercado, de los oficiales que, a costa de la ciudad, proporcionaban los servicios necesarios a sus vecinos... Y todo ello lo hacían conformándose en tres grupos, los linajes, que articulaban mucho más que la vida concejil.
    Altamirano, Bejarano y Añasco, los tres linajes que controlaban y acaparaban el gobierno de la ciudad en un reparto desigual que no parece ser contestado por quienes se encontraban en desventaja. Mientras que las familias integradas en el linaje Altamirano ocupaban la mitad de los cargos concejiles, los apellidos de los linajes Bejarano y Añasco disfrutaban de la otra mitad. Una estructura que aparece ya consolidada a mediados del siglo XIV y que se mantendrá en los siglos siguientes. 
    Cada uno de los linajes acoge a clanes familiares unidos tanto por lazos de sangre como por otro tipo de relaciones y quizás a veces por tradición. En ocasiones, una familia se constituye en núcleo dominante del linaje (lo que ocurre con los Chaves y el linaje Altamirano a partir de la figura de Luis de Chaves) mientras que en otros momentos se diluye ese liderazgo. Pero siempre vemos repetirse en el regimiento apellidos que permiten adscribir sin duda a las familias trujillanas a uno u otro linaje. Y cuando la adscripción no encaja, no hemos de pensar en una ruptura de la familia entre dos linajes sino en el irregular uso de los apellidos entre los hijos. En 1512, dos regidores llamados Pedro de Loaisa (apellido Bejarano) son elegidos regidores; uno lo es por el linaje Altamirano y otro por los Bejarano y bien claro está que cada uno de ellos lo hace representado a su linaje como hijos respectivos de Juan Calderón (apellido unido a los Altamirano) y de Francisco de Loaisa.
    Es una estructura, la del linaje, que siempre se nos aparece como relativamente rígida. Conformados por familiares de apellidos que se repiten, que se emparentan y generan estructuras clientelares tanto en deudos como en criados (en una división vertical que integra a veces incluso a judíos, moros o luego cristianos nuevos), siempre quedan múltiples aspectos por conocer de ellos. Uno de esos aspectos es cómo se produce la inclusión de alguien cuyo apellido es extraño al linaje y cuya procedencia también es ajena a Trujillo, en un momento en el que las elecciones al concejo trujillano seguían fielmente lo que era la costumbre –recogida en ordenanzas- desde hacía siglos.
    El día de San Andrés de 1520 Lope de Urueña, natural y en otros momentos vecino de Tordesillas, tras el correspondiente sorteo de los electores y sacada la bola de cera por la mano de un niño, es elegido regidor de Trujillo por el linaje Altamirano. Tan solo un mes después ya está acompañando al corregidor de la ciudad como único representante del concejo en reuniones de extrema importancia para Trujillo y la corona de Castilla. ¿Cómo se integra y quien es Lope de Urueña, regidor por el linaje Altamirano?
    El arca del concejo conserva muchas de las Actas de sus ayuntamientos. En ellas, solo sus escribanos tienen potestad para escribir, levantar acta y tomar razón de las reuniones y acuerdos del concejo, de las subastas y remates de arrendamientos y obras de la ciudad realizadas bajo el control del escribano y, ocasionalmente, del traslado de algunos escritos o memoriales recibidos o tratados en las sesiones celebradas a campana tañida.
    Por ello, resulta sorprendente que en las actas de 1520 se recoja un acontecimiento que nada tiene que ver con ello y que afecta directamente al poderoso linaje Altamirano. Todo ocurrió el 25 de noviembre en el patio del aljibe frontero con el alcázar de los Altamirano. Un lugar, por tanto, de alta significación y muy representativo para dicho linaje. Allí se reunieron –quedando todo ello fielmente recogido- los regidores que en ese momento representaban al linaje en el concejo y un número significativo y altamente representativo de miembros del linaje; el motivo de tal reunión es incluir en el linaje Altamirano a dos personas hasta ese momento ajenos a él, que “no son hijos de veçinos desta çibdad” y, por tanto sin parentesco directo o matrimonial con otros miembros de algunas de las familias de los linajes. Aquellos a quienes se acogía eran Lope de Urueña y Cristóbal de Ribera, que a partir de ese momento gozarán de los derechos que tienen los miembros del linaje en cuanto a su posibilidad de elección para los cargos del concejo. Su compromiso, bajo juramento, será actuar siempre “en favor del dicho linaje e sus previllejos”. 

Alcázar Altamirano. Trujillo
    Poco sabemos de Cristóbal de Ribera, elegido mayordomo por los Altamirano en 1534, mientras que la figura de Lope de Urueña es bien conocida por quienes han estudiado la hacienda castellana del siglo XVI. Natural de Tordesillas y criado en 1490 del comendador Gonzalo Chacón, mayordomo y contador mayor de los Reyes Católicos, Lope de Urueña alterna la vecindad en su villa natal y en Trujillo hasta que, tras el conflicto comunero, se asiente definitivamente en Valladolid donde fallece. 
    Desde los inicios del siglo XVI aparece como uno de los arrendadores más importantes de las rentas reales, especializado en el arrendamiento de rentas de Extremadura, apareciendo ya en 1500 como recaudador mayor de Trujillo y receptor del cobro de los encabezamientos de alcabalas de Cáceres, Badajoz y los lugares de la orden de Alcántara en 1503. 
    Asentado en Trujillo y vecino de la ciudad donde reside junto al monasterio de San Francisco, hemos de pensar que su integración en uno de los linajes ha de deberse a su mayor cercanía, amistad y relación con miembros del mismo ya que, casado en Córdoba, ninguna relación familiar le unía a Trujillo. Sus conocimientos y relaciones le debieron hacer valioso, en esos años convulsos, tanto para la ciudad como para el linaje que lo acogió y lo integró, quizás con prisas porque apenas cinco días después su nombre era propuesto como candidato a nuevo regidor Altamirano. 
    La suerte y la mano inocente de un niño hizo que Lope de Urueña, natural de Tordesillas, tuviese durante dos años la representación en el concejo de los Altamirano junto a apellidos de tanta tradición en el linaje como Chaves, Calderón y Altamirano.


1520, noviembre 25. Trujillo

En la noble y muy leal çibdad de Trugillo a veynte e çinco días del mes de novienbre, año del nasçimiento de Nuestro Salvador Ihesu Christo de mil e quinientos e veynte años, este día, estando en el patio de los algibes de la dicha çibdad que es çerca de las casas de Fernand Alonso Altamirano, de los muros adentro de la dicha çibdad, algunos cavalleros e hidalgos de la linaje de los cavalleros Altamiranos de la dicha çibdad, espeçialmente Luis de Chaves mayoradgo y Luis de Chaves hijo de Martín de Chaves e el liçençiado Françisco de Herrera e Diego Méndez e Françisco de Gaete, regidores de la dicha çibdad del dicho linaje de los Altamiranos e Nuño Garçía de Chaves e Juan de Hinojosa, hijo de Álvaro de Hinojosa e Diego Mexía e Gutierre de Sotomayor e Fernand Alonso Altamirano e Garçía de Torres e Andrés Calderón e Pedro de Loaysa Calderón e el liçençiado Velázquez e Gonçalo de Carmona e Diego de la Rua e Diego Gonçález Villarejo e Martín Gonçález del Mirón e Juan de Grado e Françisco de Carvajal, criado de Luis de Chaves, del dicho linaje de los Altamiranos, en presençia de mi, Juan Rodríguez Caramaño, escrivano público en la dicha çibdad e su tierra por el reverendo señor el prior e convento del monesterio de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe e escrivano de los hechos del conçejo de la dicha çibdad e de los testigos de yuso escritos, dixeron que por quanto Lope de Hurueña e Christóval de Ribera, veçinos desta dicha çibdad no son hijos de veçinos desta çibdad que fuesen de ninguno de los linajes della, que ellos avían e avieron por bueno de los reçebir al dicho linaje de los Altamiranos para que de aquí adelante sean del dicho linaje e puedan gozar de los ofiçios del dicho linaje de los Altamiranos e de todas las otras graçias que los cavalleros hijosdalgo pueden e deven gozar en esta dicha çibdad e su tierra. E luego los dichos Lope de Hurueña e Christóval de Ribera juraron en forma de derecho que bien e fielmente ternán e guardarán e manternán todo aquello que los otros cavalleros hijosdalgo del dicho linaje son obligados a guardar e que serán syenpre en favor del dicho linaje e sus previllejos e que contra ellos no yrán ni pasarán en ningund tienpo ni por alguna manera e a la confusión del dicho juramento dixeron sy juro e amén. E hecho el dicho juramento, dixeron los dichos señores que los reçebieron al dicho linaje a los dichos Lope de Hurueña e Christóval de Ribera, los quales lo pidieron por testimonio. Testigos que fueron presentes Fernando Cañamero e Pedro Dávila e Benito de Aguilar, cantero, e otros muchos veçinos desta çibdad. Va entre renglones o diz Juan de Grado e Françisco de Carvajal, criado de Luis de Chaves, e Florençio de Santa Cruz, escrivano, e Juan Calderón, vala.

Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 14, fol. 189.



14 de febrero de 2021

El incendio de San Pedro

     Cuando se lleva a cabo el Interrogatorio elaborado por el Regente y Ministros de la recién creada Real Audiencia de Extremadura, visita el Partido de Trujillo el alcalde del crimen de esa misma Real Audiencia, don Pedro Bernardo de Sanchoyerto y Achúcarro. Por él sabemos que en la ciudad de Trujillo existían en  febrero de 1791 cuatro monasterios de religiosos (el de los dominicos, los franciscanos, los padres alcantarinos y los de la Merced Calzada)  y que otros seis conventos acogían entre sus muros a 70 religiosas que dedicaban su vida a la oración.  Sólo uno de ellos exigía para entrar “qualidad notoria”, el de San Francisco el Real de la Puerta de Coria, en esos momentos con tan solo cinco religiosas, a pesar de ser el que exigía una dote más modesta para profesar, 500 ducados. El único que admitía “educandas” era el de la “Concepción Franzisca” (Santa Clara, con 18 religiosas en ese momento) y, mientras que algunos de ellos “tienen hacienda”, de otro nos cuenta que “se mantienen solo de limosna” (el convento de San Antonio, también con 18 religiosas).
     El arca conserva mil y una historias de todos ellos, de su interés por asentarse en la ciudad, de sus preocupaciones para conseguir casa y recogimiento, de sus necesidades y ofrecimiento de oraciones...
     De los primeros de los que nos habla el arca son de los conventos que se crearon en la “villa”, de los muros adentro de la muralla. El más antiguo es el de San Francisco el Real, junto a la puerta de Coria, al que ya Juan II concede mercedes en las alcabalas de los ganados de Trujillo allá por 1454 y al que se sumará años después el beaterio de Santa María que luego seguirá la regla de San Jerónimo. A ellos concede el concejo frecuente limosna por los años 80 del siglo XV 

“Mandaron librar a las freylas de la puerta de Coria en limosna para fazer la capilla de su yglesia que se les quiere caer, tres mil mrs” (8/7/1485) 
“Libraron a los monesterios de las beatas e freylas de Santa María e de la puerta de Coria, a cada monesterio tres mil mrs. en limosna para ayuda a sus mantenimientos” (23/12/1485)
“Los benefiçiados de Santa María piden que les ayuden para reparar la yglesia de San Pedro con su portal y altar. Que mandarán fazer el altar” (19/3/1498)
“Gonçalo Ferrandez Regodón el moço pide por merçed que manden librar o pagar el altar que mandaron hazer para la yglesia de Sant Pedro. Que aviendo algunas penas lo pagarán“ (23/11/1498)
“Las beatas de Sant Pedro piden les manden librar e pagar quatro mil mrs. que los señores corregidor e regidores les prometieron e mandaron librar en las penas de los montes porque tienen la casa cayda e ge los mandaron dar para la hazer. Acordaron que en aviendo de qué, gelos mandarán librar” (5/4/1499)
“Las beatas de Sant Pedro piden por merçed les manden dar el libramiento de los mrs. que se les mandaron para la obra de la casa. Que lo verán” (23/6/1499)

Escudo de Trujillo. Convento de San Pedro

    Cuando ya el siglo XV termina, otros dos nuevos conventos surgen en el “arrabal”, fuera de los  muros. Las dominicas de Santa Isabel llegarán a la ciudad bajo el amparo del monasterio de la Encarnación, de su misma orden, ocupando la antigua sinagoga ya sin uso tras la expulsión de los judíos. Por último, entre las calles Garciaz y Domingo Ramos el arca nos habla de un beaterio, el de San Pedro, ya constituido en convento en 1498. A todos ellos atiende el concejo cuando las existencias del arca de los dineros lo permite

“Este día acordaron que se de en limosna a las beatas de Santa María mil mrs. e a las freylas mil mrs. e a las beatas de Sant Pedro mil mrs. e a las monjas de Santa Ysabel quinientos mrs. para su mantenimiento desta quaresma e porque tengan cargo de rogar a Dios por las vidas e reales estados del rey e de la reyna nuestros señores e del prínçipe nuestro señor” (1/3/1499)

    En ocasiones, los pagos de las limosnas se demoran y una y otra vez los conventos recuerdan al concejo su necesidad de ayuda, no solo para el mantenimiento de las religiosas sino para la construcción o reparación de su convento.
     Aunque a veces tarde, lo cierto es que el concejo es generoso con las religiosas y cada cuaresma les ofrece ayuda para el pescado y se acuerda de ellas cuando el grano escasea y es caro o cuando ha de repartir la carne de los toros con los que se habían celebrado las fiestas. También lo será cuando la desgracia les visite y acudan ante el concejo a pedir su auxilio. En esos momentos, la entonces saneada hacienda concejil permitirá a Trujillo acudir en su ayuda con sumas importantes, viendo cómo el escudo de la ciudad deja constancia en piedra de su patrocinio y financiación.
     Hoy, sobre la puerta del convento de San Pedro está el escudo de la ciudad, la Virgen entre dos torres, y el arca nos muestra la razón de esa presencia. 
    El día 12 de septiembre de 1524 el concejo está reunido. El escribano del concejo, Luis de Góngora, toma nota de los temas tratados por los regidores, de las licencias concedidas y de los acuerdos adoptados, debiendo incluir todo ello en el Libro de Actas del concejo. Y sin embargo no anota en él parte de lo que ese día sucedió y de lo que luego él mismo dará fe “en testimonio de verdad”. 
    Ese día, ante el ayuntamiento reunido, Luis de Góngora nos cuenta cómo por él mismo fue leída una petición del convento y monjas de San Pedro, un escrito que conocemos a través del gran arca que atesora en Simancas los documentos de la Corona

“Magníficos señores

El abadesa, freilas e convento del monesterio de señor San Pedro desta noble çibdad de Trugillo besamos las manos de vuestras merçedes, la qual bien sabe y es notorio la gran desdicha que en el dicho monesterio nos acaesçió la bíspera de Nuestra Señora de setienbre deste mes presente, en la noche se nos quemó la yglesia donde el culto divino se çelebrava e el dormitorio e mucho de lo que en la dicha casa e monesterio teníamos. Ansí mismo señores saben la pobreza del dicho monesterio que es tanta que aún para comer no tenemos quanto más para reedificar la yglesia y reparar adonde podamos syquiera medianamente pasar e retraernos para no desanparar la casa, para lo qual tenemos nesçesidad al presente syquiera de çien mil mrs. A vuestras merçedes suplicamos nos hagan merçed de nos hazer limosna dellos de los propios desta çibdad porque con esto al presente se podría reparar la dicha yglesia e dormitorio y en hazerlo nos harán señalada merçed e limosna...” .

    Han perdido su iglesia y gran parte de su convento y, sin rentas, solo el amparo de la ciudad podría remediar su situación. Por supuesto que la noticia era ya conocida por los regidores; toda la ciudad debió sentir tal pérdida y seguro que muchos trujillanos ya habían acudido en su auxilio. Al concejo le constaba “la mucha pobreza que el dicho monesterio e religiosas tienen”, que si no se les hiciese limosna no tendrían con qué iniciar la reconstrucción de lo perdido, considerando que lo solicitado por el convento era incluso una cantidad escasa para tal empresa por lo que proponían ayudar con otra cantidad similar a lo pedido, pagada en los tres o cuatro años siguientes. Pero para disponer de sumas importantes de las rentas del concejo para tales fines era necesario contar con licencia y consentimiento real y a ello animan al convento.
    Con diligencia y rapidez, la abadesa y monjas de San Pedro dirigen su petición al emperador Carlos, repitiendo la solicitud hecha a Trujillo: 

“...la dicha casa es muy pobre y avrá quinze o veinte días que se quemó la yglesia e coro e dormitorio y luego recurrymos al regymiento que nos ayudasen e hiziesen limosna con hasta çien mil mrs. para començar a hazer algún retraymiento donde las religiosas pudiesen estar en tanto que nuestro señor proveya para que la yglesia se edificase...”

    Hacen saber que la ciudad “tienen voluntad de nos ayudar” y que “la çibdad tiene grandes propios” de los que pagar tal ayuda para reedificar lo destruido, “porque si desta manera la casa no se reedifica del todo se despoblaría”.
     Desconocemos por qué el escribano Luis de Góngora no incluyó en el acta de la sesión la petición de San Pedro, pero el arca sí conserva la rápida decisión de la Corona. Carlos V concedía licencia al concejo de Trujillo, mediante cédula dada en Valladolid el 22 de septiembre de 1524, para que de sus propios pudiese dar de limosna al monasterio de San Pedro 100.000 mrs. en dos años para su reconstrucción.
   Tres años después, otro escribano del concejo, Juan Rodríguez Caramaño, volvía a leer ante el concejo una nueva petición de la abadesa y monjas de San Pedro, que de nuevo no recogería en el acta de la sesión de aquel día, 9 de diciembre de 1527; 

“Maníficos señores

El abadesa, freylas y convento del monesterio de San Pedro desta çibdad de Trugillo, besa las manos de vuestra merçed y dizen que ya les consta cómo la yglesia del dicho monesterio se nos quemó y la tenemos levantada de çimientos y el dicho monesterio es povre e no tiene con qué puedan proseguir ni acabar y las limosnas que nos an hecho y hazen las gentes son flacas, que no bastan, y pues esta çibdad, lo dé Dios, es rica de propios, suplicamos a vuestra merçed por serviçio de Dios nos hagan limosna que de los propios de la dicha çibdad nos den dozientas mil mrs. para ayuda acabar la dicha yglesia porque no tenemos donde nos digan misa e se çelebre el culto divino, que demás de hazer serviçio a Dios, al dicho monesterio e a nosotras, harán gran bien e limosna e merçed...” 

    Como en 1524, el concejo, presidido ese día por el doctor Gaspar de Berlanga, juez de residencia, entendió la necesidad de San Pedro y, aunque “de presente tiene muchas neçesidades de conplir e no tiene posibilidad para todo”, se mostraron prestos a ayudar con 200 ducados si su abadesa, Leonor de Orellana, conseguía licencia real para tal gasto y siempre que el convento diera razón a la justicia y regidores de “cómo e en qué se a gastado” la limosna ya pagada entonces y que la nueva ayuda fuera igualmente destinada a la obra de la iglesia, rindiendo cuentas ante la justicia y dos regidores elegidos por el concejo, “para que se gaste en la dicha obra e no en otra cosa”. 
     El camino a seguir era el mismo que en 1524 y la abadesa y monjas del convento de San Pedro obtuvieron la misma respuesta de la Corona, respuesta que permitió a la abadesa Leonor de Orellana presentar ante el concejo trujillano, el 11 de febrero de 1528, la cédula real que daba licencia a la ciudad para contribuir con 200 ducados de oro a levantar la iglesia en la que hoy las armas de Trujillo recuerdan al entrar, y en la clave de su bóveda, que fueron las rentas de la ciudad las que volvieron a elevar sus muros tras ser destruidos por las llamas.


1528, enero 24. Burgos

Liçençia a San Pedro de dozientos ducados para la obra della

El Rey

Por quanto por parte de vos el abadesa, monjas e convento del monesterio de San Pedro de la çibdad de Trugillo me es hecha relaçión que puede aver dos años poco más o menos que se os quemó el dicho monesterio y que con la ayuda e limosnas de las buenas jentes lo aveys començado a edificar y aveys levantado los çimientos del y que para lo acabar de hazer pedistes al conçejo, justiçia e regidores de la dicha çibdad, os respondieron que ellos no tenían liçençia e facultad nuestra para hazer ninguna limosna de la dicha çibdad pero que dándola yo os ayudarían con dozientos ducados de los propios della pagados en dos años por los terçios dellos, con tanto que aquellos se gastasen y distribuyesen en la obra del dicho monesterio a vista e pareçer de la justiçia e dos regidores de la dicha çibdad nonbrados e diputados por ella para ello, que ellos sean obligados a tomar e tome en quenta de lo en qué se gastaren los dichos dozientos ducados según todo lo podíamos mandar ver por un testimonio signado de escrivano público de que ante algunos de los del nuestro consejo se hizo presentaçión e me suplicastes e pedistes por merçed os hiziese merçed de les mandar dar la dicha liçençia o como la nuestra merçed fuese. Yo acatando lo suso dicho y porque el dicho testimonio que ansí ante mi presentastes pareçía lo suso dicho ser ansí, por ser para obra pía de que Nuestro señor será servido, por la presente doy liçençia e facultad al conçejo, justiçia e regimiento de la dicha çibdad de Trugillo para que de los propios e rentas della puedan dar e den a vos la dicha abadesa e monjas e convento del dicho monesterio de San Pedro por una vez si quisieren los dichos dozientos ducados de oro pagados en dos años por los terçios dellos con tanto que los dichos dozientos ducados se gasten e distribuyan en la obra del dicho monesterio a vista e pareçer de la justiçia de la dicha çibdad y de dos regidores della que para ello por ella fueren diputados e que vosotros seays obligados a le dar e deys quenta e razón de cómo e de qué manera se gastaron como en los dichos testimonios se contiene que dándolos y pagándolos desta manera y con las condiçiones sobredichas, por esta mi carta mando a qualquier persona o personas que ovieren de tomar las quentas de los propios que se os reçiban e pasen en quenta. Hecha en Burgos, veynte y quatro de henero de quinientos e veynte y ocho años. Yo el rey. Por mandado de Su Magestad, Françisco de los Covos.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 4, carpeta 4, fol. 128v.)

Escudo de Trujillo. Convento de San Pedro




9 de enero de 2021

Por el Paseo de la Exposición

   Durante décadas, saltando la frontera del siglo XIX al XX, los habitantes de Trujillo, mantuvieron aquel suceso en el recuerdo y siguieron hablando de él; su relevancia lo convirtió en parte de la memoria colectiva. 

   El Paseo de la Exposición (hoy Emilio Martínez), cerrado con las puertas de hierro que hizo el maestro herrero Damián Toribio Gil en 1890, formó parte durante años del recreo de los trujillanos, que cuidaron con esmero su arboleda. Es posible que, pasado el tiempo, esos mismos trujillanos que disfrutaron de ese recinto, no recordaran qué Exposición dio nombre al paseo. 

   Ocurrió hace algo más de 130 años y el arca se muestra generosa en datos sobre qué pasó y cómo ocurrió; pero también la prensa nacional se hizo eco de aquel acontecimiento en el que Trujillo volvió a ser generosa en sus aportaciones.

   La ciudad y ayuntamiento supieron responder del mejor modo posible en tiempos de dificultad al mandato de otras instituciones porque, como en tantas otras ocasiones a lo largo de su historia, en aquellos momentos se encontraba en tiempos de sequía y escasez. Una situación que afectaba al conjunto de Extremadura a tenor de lo que recogen periódicos como El Liberal y el propio informe que siguió a la celebración. 

   Sucedía en 1882. Era el comienzo de junio, tiempo de feria que ese año en Trujillo sería especial y tendría una resonancia y alcance regional mostrando lo mejor que tenían y sabían hacer los  extremeños.

Memoria de la Exposición.
AMT. Leg.563.28
   Desde 1876, la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio de Cáceres  tenía entre sus proyectos la realización de una Exposición Provincial que mostrara la producción agrícola y ganadera de la provincia cacereña y fomentara el progreso de la economía provincial. Cuándo y dónde aún estaban por decidir. Cuando finalizaba 1880, la Junta Provincial decide materializar el proyecto y aprueba por unanimidad la propuesta de su presidente, Florencio Martín Castro, de que la exposición superase el ámbito provincial y fuese regional y por ello “nada era en verdad más acertado que elegir la ciudad de Trujillo” como punto donde realizar el evento y ninguna fecha mejor que la feria de junio trujillana, “a la que concurren multitud de productores de ambas provincias, proporcionándoles esta circunstancia grandes facilidades para figurar con sus productos en la Exposición”.

   Decidido el lugar y la fecha, la Junta Provincial comenzó su labor de allegar fondos e implicar a otras instituciones que ayudaran a conseguir el éxito previsto.  Se crearon Comisiones de trabajo y Trujillo, su ayuntamiento, se volcó como otras tantas veces que se solicitó su colaboración. 

   Junio de 1882 era el horizonte para celebrar la que sería primera Exposición Regional Extremeña de Agricultura y Ganadería, que contaría con la concurrencia de las Diputaciones Provinciales, Ministerio de Fomento y Ayuntamiento de la ciudad que la acogería. También su majestad el Rey quiso contribuir con 1.250 pesetas, que se sumaron a las 2.000 pesetas de la Diputación de Cáceres, 2.500 pesetas de la de Badajoz, 5.000 pesetas del Ministerio de Fomento, o las 15.000 pesetas que generosamente aportó el ayuntamiento de Trujillo. No faltaron tampoco otras ayudas de comerciantes de la ciudad y algunos hacendados trujillanos. 

   1881 fue año de trabajos para diseñar la exposición, los productos que debería mostrar,  las condiciones para su inscripción y exposición, los jurados que deberían juzgar su calidad y los premios a los que podrían optar. 

   También en Trujillo su ayuntamiento se dispuso a preparar la ciudad para acoger a visitantes y expositores y lucir orgullosa esos días ante los ojos de toda la región. 

   La Casa de Comedias se acondicionó “para instalar en ella los productos agrícolas y vitícolas de la Esposición regional” mientras para la sección de ganadería el arquitecto municipal, Santiago Rebollar, diseñó un amplio recinto de exposición tras el antiguo convento de dominicos de la Encarnación. 

Premio de la Clase 40: Útiles y aperos agrícolas
AMT. Leg. 563.28

   “Siendo el país esencialmente ganadero, la primera sección será la más importante y por lo tanto en ella hemos fijado toda nuestra atención en lo que á nosotros atañe”, estando listo el proyecto, para su contratación en marzo de 1882. Se diseñaba un rectángulo de 234 metros de largo por 45 metros de ancho en el que se construirían las casetas o jaulas de madera para el ganado mayor y espacios separados con cuerdas para el ganado menor.  En el centro, un pabellón en el que se centraría la actividad “social” para el jurado. Dos pilares “de estilo moderno que sostiene un jarrón” cerrarían el recinto, decidiendo el arquitecto no realizarlos en madera sino en piedra para que se mantuvieran una vez pasada la Exposición.

   Y así llegó el 2 de junio y la prensa nacional nos traslada lo vivido por los trujillanos, expositores y visitantes:

   “Dicen de Trujillo, que á las diez de la mañana de hoy, el gobernador civil de la provincia de Cáceres, en nombre del Gobierno de S.M. ha declarado abierta la exposición regional extremeña cuyo solemne acto se ha realizado con la mayor brillantez y asistencia de todas las autoridades, de diputados y senadores, siendo victoreado con entusiasmo S.M. el Rey. La Exposición está concurridísima y lucida”. (El Debate. 3/6/1882)

   Fuera su éxito mayor o menor, para la ciudad se abrió un nuevo espacio de paseo y ayudó a crear un nuevo eje de expansión que, ya en los años veinte del siguiente siglo sería ocupado lentamente por construcciones pero aún conservando el recuerdo, en el nombre, de aquel momento en que,  a su manera, Trujillo, la ciudad ubicada casi geográficamente en el centro geográfico regional, quiso -y lo consiguió- ser un referente de la Extremadura de finales del ochocientos con un tipo de eventos que en Europa y España se vinculaban a los grandes adelantos de la civilización del momento.


1882, marzo 15. Trujillo




(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1088.30)