En Madrigalejo, un
lugar de la tierra de Trujillo, hace 500 años sucedió algo que hoy les convoca
a fiestas y celebraciones para las que muchas personas han estado trabajando
con ilusión y ahínco durante los últimos años. Porque fue en Madrigalejo donde
el rey Fernando, el Católico, concluyó vida y viaje.
Para Trujillo, los
últimos días del rey serán días de fiesta, con la presencia del monarca y su
nieto Fernando en la ciudad, días seguidos de lutos al saber la muerte de quien
tantas veces les visitó y recorrió sus calles.
Fiesta y dolor que el
arca conserva, porque cualquier visita importante hacía que la maquinaria del
concejo se pusiera en marcha para agradar al visitante, honrarle y hacerle
presente el afecto de la ciudad y también cualquier muerte
real hacía que Trujillo preparara con detalle las honras debidas al monarca
o su familia. Y esta ocasión lo merecía porque
Fernando II de Aragón, el rey Católico, inició su reinado aragonés en
Trujillo y también serán las tierras trujillanas, su lugar de Madrigalejo, las
que verán cerrar este importante reinado.
Pero como siempre, el
otro arca, la de los caudales, vio mermados los dineros que en ella se
guardaban, porque recibir a tal señor y honrar su memoria no fue barato. El
mayordomo Juan García lo reseñó en sus cuentas del año 1516: 148.864 mrs. se
gastó la ciudad “en la venida y reçibimiento” del rey Fernando y en los
presentes que se hicieron al monarca y a su nieto Fernando, mientras que los
gastos por los lutos tomados por el concejo y las honras que tras su muerte se
celebraron en la ciudad, ascendieron a 53.434 mrs. Muchos gastos que se
entienden cuando seguimos las noticias que el arca nos ofrece.
1515, noviembre 26-1516, febrero 26. Trujillo
Los gastos comenzaron
con un rey Fernando en Plasencia. Desde allí, en noviembre de 1515, el rey pedía
a Trujillo mandar a Plasencia el trigo y cebada que se pudiera conseguir en las
tierras trujillanas. Fernán Martínez, el mayordomo, debió buscar las bestias
necesarias para trasladar las 100 fanegas de pan que desde la alhóndiga se remitirían al rey, fanegas que se
unieron a las que llegaron desde la tierra: 70 fanegas desde Garciaz, 60 desde
Berzocana, 40 de Santa Cruz, 30 de Herguijuela o Abertura...
En la Navidad,
Trujillo se preparaba para recibir en sus tierras al rey Fernando. Y puesto que
“el rey nuestro señor a de venir por esta çibdad o por su tierra”, todo debía
estar listo para agasajar a tan alto visitante, tomando el concejo los
necesarios acuerdos: el término ofrecería sus mejores productos ordenándose
desde Trujillo reunir durante la pascua de navidad las perdices y puercos que
se ofrecerían al monarca; la carnicería de la ciudad habría de estar igualmente
provista trayendo desde los lugares de la tierra las vacas que aguardaría
n en la dehesa para servirse en las mesas del rey Fernando; se
buscaron peones que durante cuatro días allanaron el camino del ribero del
Almonte por el que llegaría el rey, se buscó cebada, harina y paja y un buen
regalo para el monarca:
“Otrosy que el mayordomo busque çinquenta
pares de capones por esta çibdad y tierra y media dozena de terneros gordos”.
Faltaba saber cuándo
llegaría el rey Fernando en su camino a Guadalupe y si Trujillo disfrutaría de
la presencia del cortejo
“Y otrosy que vaya un mensagero a
Plasençia con cartas para los señores Juan Velázquez e el dotor Carvajal para
que fagan saber sy el rey nuestro señor a de venir para aquí y qué tanto estará
aquí”.
Finalizaba diciembre y
ya la ciudad sabía que el cansado y enfermo rey pasaría unos días en Trujillo y
era pues necesario preparar el recibimiento, que quedaba en manos de dos de sus
regidores:
“Este día, los dichos señores mandaron que los señores Alonso Garçía
Calderón e Álvaro de Loaysa cavalguen e junten los cavalleros e fidalgos de la
çibdad con el señor corregidor para el reçebimiento del rey nuestro señor”.
La justicia y los regidores, los escribanos del
concejo y el propio mayordomo recibirán de la ciudad las ropas adecuadas para
tan importante evento: terciopelo negro y seda para las galas de justicia y
regidores, mientras que el resto vistieron de paño de Valencia. Los letrados no
fueron tenidos en cuenta, y el licenciado Reinoso mostró su disconformidad,
pidiendo que “pues es letrado de la çibdad, le den una ropa, que asy se
acostunbra a fazer en los otros lugares donde se visten justiçia e regidores.
Respondesele que son ynformados que no se dio en Plasençia syno a justiçia e
regidores y escrivanos del conçejo y por tanto no se puede fazer”.
Nada nos dicen los
Libros de Actas del magnífico recibimiento que la ciudad debió dispensar al rey
y a su nieto Fernando en los primeros días del mes de enero de 1516, pero sí
podemos intuir a través de sus páginas la enorme actividad que en esos días se
vivió en Trujillo. El rey estaba en la ciudad y era posible resolver ahora
algunos de los asuntos que de otro modo exigirían desplazarse a la corte. La
presencia del doctor Galíndez de Carvajal y del licenciado Vargas, con lazos
familiares en Trujillo, haría más fácil acercarse al monarca.
“Este día acordaron que el señor
corregidor e con él los señores Fernán Coraxo e Alonso Garçía Calderón,
regidores, vayan a hablar al señor dotor Carvajal e a Çapata e al liçençiado
Vargas para que se les faga relaçión de cómo esta çibdad tiene un previllejo en
su arca de un mercado franco que el rey don Enrique, que aya gloria, le otorgó,
el qual no se guarda porque no se confyrmó. Y sepan lo que se podría fazer en
esto.
Asy mismo lo del gasto que se a hecho en
el reçebimiento de su alteza e del señor ynfante para que se gane çédula que se
tome en quenta.
Asy mismo se les hable sobre la ordenança
de los conçejos de la tierra sobre los cavallos, que es en perjuizio de la
çibdad porque esta çibdad confina con señoríos.
Asy mismo se les hable para que se gane
liçençia para que se gratyfique a los carniçeros e al obligado de las candelas
que estavan obligados a la çibdad y pyerden en ellas”
Y mientras, los
suministros se acababan ante tanto huésped y el fiel informaba que faltaba
carne de vaca y carnero en la carnicería, ordenando la ciudad que se trajese del
término, de donde también llegaría más pan y paja para los caballos. Además, el
presente de capones y caza realizado a don Fernando no parecía haber servido
para honrar a su nieto, por lo que el ayuntamiento del viernes 4 de enero
decidía completar el obsequio:
“Este día acordaron que el mayordomo
conpre todos los más capones que fallare e perdizes e dos terneros para el
señor ynfante, porque dio dozyentos capones al rey, nuestro señor, que aunque
en este libro está que conprase çien capones, después de asentado se le mandó
que conprase çien pares, que son dozyentos capones”.
Y como en Trujillo no
hay fiesta sin toros, “los dichos señores acordaron e mandaron que el mayordomo
traya seys toros para el domingo, día de los Reyes”.
Pasada la fiesta, el
rey parte para Guadalupe y Trujillo vuelve a la normalidad tras los intensos
días vividos, aunque pronto fue necesario volver a tomar decisiones para honrar
al monarca, pero ahora no serían fiestas y agasajos, porque el día 25 de ese
mes de enero de hace quinientos años “los dichos señores fablaron e platycaron
sobre que el rey don Fernando nuestro señor fallesçió en Madrigalejo, lugar e
término desta çibdad, e que visto el mucho cargo que estos reynos tienen al
rey, que aya santa gloria, de los aver governado e tenido en tanta justiçia e
paz e sosyego e la gran pérdida que han perdido en perder tan justísimo e
christianísimo rey e governador. E como fallesçió en esta tierra e juresdiçión,
que acordavan e acordaron que se den de los propios de la çibdad a la justiçia
e regidores a cada uno dos mil e quinientos mrs. para que saquen dellos una
loba e capyrote e caperuça que trayan por el dicho rey nuestro señor que aya
gloria e para sus onras que se an de fazer, e asy mismo a los dichos escrivanos
e mayordomo y al letrado de la çiudad a cada uno lo mismo para la loba e
capyrote e caperuça otros dos mil quinientos mrs”.
Son ahora ropas de
luto las que reciben quienes no muchos días antes vestían de seda y terciopelo
para la fiesta. De nuevo se solicita información al doctor Galíndez de Carvajal, a
quien se escribe el primer día de febrero pidiendo
que indique a la ciudad “cómo se a de hazer y su pareçer” sobre las honras fúnebres
que habrían de realizarse en honor del fallecido monarca.
Esperando noticias de
Carvajal, justicia y regidores ultiman en los siguientes días todo aquello que fuera
necesario para tales honras: el mayordomo debería comprar 4 arrobas de cera “e
faga treze hachas de a çinco libras” así como todas las velas que fueren
menester y que habrían de repartirse por los altares de iglesias y monasterios
de la ciudad en los que se dijesen misas por el alma del monarca.
El sábado 23 de
febrero, cuando se cumplía un mes de la muerte de Fernando, Trujillo se
congregaba en la iglesia de Santa María. Allí, ante el túmulo realizado por
Alonso Casco y Diego Serrano, se realizaron las honras fúnebres por el rey
organizadas por el concejo. En otras iglesias y monasterios de la ciudad se
dirían misas ese día y al domingo siguiente por el eterno descanso del monarca.
Por ello, se distribuyeron velas para sus altares, “de a ocho onças cada una”,
y para clérigos, frailes y sacristanes, entre quienes se distribuyó “un cahiz
de trigo e doze carneros e doze arrovas de vino”.
Con ello concluía un
tiempo que en Trujillo se vivió de forma especial. Un tiempo de intenso trabajo
para el concejo, que siempre estuvo atento a cuantas necesidades, de toda
índole, se presentaron y que resolvieron a veces con largueza.
Apenas pasados tres
días de los funerales reales, Santa María la mayor solicitaba de justicia y
regidores que les cedieran la cera sobrante “para el Santo Sacramento que se
lleva a los enfermos y para el Jueves e Viernes Santo”. Pero no pudo ser. También los cofrades del Rosario “que dan
çera al Santo Sacramento de San Martín” suplicaron una limosna de cera, pero
también fue negativa la respuesta del concejo. Incluso Pedro de Sosa, clérigo
beneficiado en la iglesia de la Vera Cruz, pidió parte de la cera “que sobró de
las onras del rey nuestro señor”, recordando que el año anterior la ciudad se
olvidó de esta iglesia y no “le fizieron parte de la çera del día de Corpus
Christi”. Pero tampoco se pudo hacer, porque la ciudad dispuso que el mayordomo
guardara las velas sobrantes para la procesión de la Coronada.
Poco quedaba del
tiempo de fiesta y funeral si no era cerrar los pagos a cuantos prestaron su
trabajo, aportaron viandas diversas o cumplieron los encargos del concejo. Nada
quedó en la ciudad que recordara el fallecimiento en su tierra de un monarca
tan ligado a ella. Pero seguro que un recuerdo de tales días volvería a quienes
esa Semana Santa de 1516 asistieron a los actos religiosos en la iglesia de
Santa María, porque si la ciudad negó la cera a cuantos se la pidieron, sí
aceptó una última petición:
“Los benefiçiados e feligreses de nuestra
señora Santa María suplican a vuestras merçedes les fagan merçed del estrado
que se fizo en la yglesia por las onras del Rey don Fernando nuestro señor, que
aya santa gloria, para fazer en él el monumento del Jueves de la çena porque la
yglesia, con la grande obra que tiene, está muy alcançada. Que se les da el
estrado”.
Fernando II de Aragón. Michel Sittow ca.1500. Kunsthistorisches Museum. Viena |
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