En la España de 1900, el automóvil iniciaba tímidamente su historia en
nuestro país, aunque ya se producía en número importante en otros países
europeos y en EEUU. Y en esa historia, los extremeños decidimos apostar por la
velocidad. Es de sobra conocido que el primer coche matriculado en la península
lo fue en nuestra provincia (el primero en España fue un Clement de tipo
cuadriciclo matriculado en Palma de Mallorca), un triciclo Clement que matriculó
el placentino Juan Muñoz Serván el 18 de noviembre de 1900 y que luciría la
matrícula CAC-1. Pocos días después se añadiría un tercer vehículo en
Salamanca, constituyendo estos tres ejemplares nuestro inicial “parque
automovilístico”. Al año siguiente, 47 nuevos y flamantes vehículos inundaron
nuestras ciudades y carreteras, debiendo esperar Madrid y Barcelona hasta 1907
para admirar por sus calles al “diabólico” invento.
También nuestra provincia tuvo el honroso honor de disfrutar del primer
taxi, el Dion Bouton que la “Unión Extremeña” de Coria matriculó con el CAC-2
en 1904. Al año siguiente, las calles trujillanas fueron sorprendidas por el
Renault de 12 HP, matrícula CAC-4, que adquirió Francisco Cano Bote. Un nuevo
invento y una nueva oportunidad de negocio que estuvo pronto clara para los
socios de la compañía trujillana “Artaloytia Sánchez y Cortés”.
Constituida en
1905, la Sociedad tenía como fines la “compra-venta de lanas,
cereales y toda clase de productos del país y extranjeros y la explotación de cualquier
otro negocio lícito”. La formación de los dos socios, Manuel Artaloytia Sánchez
y Enrique Cortés Pérez, fue semejante a la de otros muchos jóvenes que casi desde
niños trabajaron como dependientes en los comercios de la ciudad. Aunque con cierta
diferencia de edad, ambos socios coincidirían en el negocio que el padre
de Manuel tenía con sus hermanos en la calle Sillerías nº 1.
Llegados desde Villoslada de Cameros, los hermanos Manuel, Felipe,
Eustasio, Lope, Braulio y Agapito Artaloytia García fueron aprendiendo el
negocio también como dependientes. El mayor, Manuel, fue el primero en llegar a
Trujillo y con 15 años ya trabajaba en el comercio del barcelonés Pedro
Llacayo, en la calle Tiendas.
Aprendido el oficio, como muchos otros harán en esos años, crea su propio y
próspero negocio y comienzan a llegar sus hermanos desde tierras cameranas. Y a
medida que el negocio crece, se multiplican los dependientes. Allí, en la
tienda almacén de “Artaloytia Hermanos” de la calle Sillerías, Enrique Cortés
comparte vida y trabajo con sus compañeros dependientes: los más pequeños de
los Artaloytia -Bruno y Agapito-, José Díez Chaves, de Arroyo del Puerco,
Antonio Hurtado Rodríguez, de Brozas, Francisco Dorado Gil, de Abertura (el más
joven), Feliciano Gil Artaloytia, sobrino de los jefes y camerano como ellos, y
Herminio Álvarez Gómez, de Piedrafita de Babia, quien con 17 años se iniciaba
en un oficio, el del comercio, que luego, ya en Madrid, compartiría con sus
primos Belarmino y Emilio, creando la famosa casa de perfumes “Álvarez Gómez”. Todos
ellos convivieron y aprendieron un oficio en el que pronto la mayoría
encontraría su futuro, algunos además con éxito.
Quizás el automóvil del señor Cano
Bote que circulaba por las calles trujillanas hizo pensar a los socios de la
Sociedad Artaloytia Sánchez y Cortés que podría ser un buen negocio aprovechar
las grandes posibilidades que ofrecía este novedoso medio de locomoción para el
transporte de personas y mercancías y ya que el ferrocarril estaba aún lejano y
supondría una gran inversión, decidieron arriesgar y poner en marcha la que
sería la primera línea de automóviles de viajeros de España, entre Cáceres y
Trujillo.
“La riqueza de la zona que rodea á
Cáceres y poblaciones tan importantes de su provincia como Trujillo, y la
escasez de medios de comunicación que hicieran efectiva esa riqueza creando un
movimiento de personas y productos, hizo pensar á unos buenos ciudadanos, los
señores Artaloytia Sánchez y Cortés, en la necesidad de remediar tal estado de
cosas” (España Automóvil. 15/1/1908).
Pero no fue fácil iniciar la empresa y antes de poner en marcha el proyecto
fue necesario un gran trabajo: había que pensar en la inversión a realizar, la
adquisición de los vehículos, la logística necesaria, la búsqueda de materiales
y hombres especializados en este nuevo mundo del motor. Por eso, aunque
comienza a hablarse ya del proyecto en 1906 y la prensa espera que esté listo
para las ferias de junio de Cáceres y Trujillo, el proyecto se retrasa porque
quienes lo ponen en marcha son exigentes. Con Manuel Artaloytia Sánchez y
Enrique Cortés se embarca en el proyecto el cacereño Felipe Ramos y desde el
principio contarán también con la importante ayuda de Mr. Enrique Traumann,
representante en España de la casa Suddeuts
Automóvil Fabrik Gaggenau, constructora de automóviles y la elegida
para proporcionar los tres flamantes vehículos que iniciarían el servicio.
En febrero de 1907 comienzan las pruebas con un automóvil traído por Mr.
Traumann y que permitiría a la prensa conocer cómo sería el futuro servicio.
Todo un trabajo de “marketing” que dará sus frutos en los días siguientes
cuando los periódicos se hagan eco de tan “lisonjero éxito”. La experiencia
debió ser, cuando menos sorprendente. A las 12,40 horas salía desde Cáceres una
entusiasta expedición conducida por el chauffeur
Mr. Gassedat, “que se cubría con una hermosa piel de oso”. “Desde los primeros
momentos pudo observarse que el chauffeur era habilísimo y el coche útil. Estas
dos observaciones pudieron confirmarse en el trayecto al ver con qué maestría
sorteábamos las curvas rapidísimas de la carretera y con qué facilidad subíamos
las grandes cuestas, sin necesidad, casi, de cambiar la tercera velocidad.
El puente sobre el Tamuja, que por las vueltas que hace y lo estrecho que
es llevaba preocupados a los viajeros, se salvó sin el menor tropiezo á la ida
y á la vuelta y con tal precisión que los expedicionarios tributaron un aplauso
cerrado al peritísimo maestro que guiaba” (El Adarve. 21/2/1907).
Un recorrido de una hora y 55 minutos a la ida y una hora y 47 min. a la
vuelta (“Un soplo” dice el periodista) que, alcanzando la increíble velocidad
de 23 a 24 kilómetros por hora, sustituían a las cuatro horas y media del
correo de entonces.
Y por si aún dudase el lector de lo poco peligroso de la aventura, el
periodista asistente al viaje de prueba reseña en la crónica, “para garantía de
los tímidos”, quiénes fueron los importantes viajeros que acompañaron a los periodistas:
además del propio Enrique Cortés y Felipe Ramos, disfrutaron del viaje don
Adolfo López Montenegro, don Luis y don Juan Antonio Pérez-Aloe (desplazados a
Cáceres desde Trujillo en el automóvil que este último acababa de adquirir), don García Muñoz
de San Pedro (conde de Canilleros), don Pedro de la Peña, don Luis Grande
Baudesson (propietario y director del periódico El Adarve), el director del Instituto de Segunda Enseñanza de
Cáceres, don Manuel del Castillo, y su compañero en el mismo, el trujillano don
Cipriano Guerra. Fueron en total 14 invitados que a su vuelta de Trujillo
pudieron comprobar la expectación que la nueva empresa despertaba en la ciudad:
“Numerosísima concurrencia con las hermosas trujillanas á la cabeza salía á las
calles y balcones para despedir á los expedicionarios” (El Adarve. 21/2/1907).
Sin embargo, aún debieron esperar los ansiosos viajeros para utilizar un
servicio que no comenzó a prestarse hasta el día 15 de diciembre de ese año de
1907, porque todo debía hacerse en las mejores condiciones: “Según hemos oído,
la Empresa del servicio de automóviles de Cáceres á Trujillo, va á cambiar en
los coches la luz de acetileno que tenían, por la eléctrica. A esto se debe el
que no empiecen á correr hasta Octubre los citados automóviles” (El Adarve. 12/9/1907).
Y fue así como Trujillo se acercó a la modernidad, ya que un moderno
servicio fue lo que ofrecería la empresa desde ese momento: tres chauffeurs, un interventor en cada
uno de los automóviles, buenos mecánicos y mozos de equipaje en ambas ciudades
y servicio de carruajes en la de Cáceres para enlazar con la estación de
ferrocarril. Todo un adelanto para un trayecto de 48 kilómetros con tres
paradas: desde Cáceres, apenas un minuto en el caserío de Marimarco, donde
esperaba un cubo de agua por si era necesario refrescar los “bandajes de goma”,
cinco minutos en la Venta de la Matilla, que contaba con depósito de bencina,
aceite y piezas de recambio, y una última y rápida parada en Serrezuela, desde
donde ya se divisaba el cercano Trujillo.
Además, y para dar servicio a la “flota” de la empresa, la Sociedad
“Artaloytia Sánchez y Cortés” establecerá en Trujillo un completo taller. Allí,
nos dice la prensa del momento, “hay fosos de limpieza, almacenes de repuesto,
depósitos de aceite y bencina, cuarto para mecánicos y taller”. Y asombra al
periodista que la organización sea “perfecta, se adivina hasta en los más
pequeños detalles; en mi visita á las habitaciones de mecánicos pude ver el
Reglamento de régimen interior, señalando á cada empleado sus obligaciones,
conciso y terminante...” (España
Automóvil. 15/1/1908).
Pero más asombra aún al cronista el lugar elegido para la ubicación del
taller, porque en el mes de julio de ese año de 1907, el gerente de la
Sociedad, Enrique Cortés, había solicitado del ayuntamiento trujillano la
cesión en arrendamiento de parte de las instalaciones del antiguo Colegio
Preparatorio Militar y así nos lo cuenta el arca.
En la sesión que el consistorio celebra el día 23 de julio, presidido por
su alcalde, don José María Grande de Vargas, se lee y estudia la solicitud
presentada por la Sociedad mencionada y se procede a discutir el asunto una vez
que han abandonado el salón dos de los concejales. Agapito Artaloytia García y
Julián García de Guadiana Moreno son tío y cuñado de uno de los integrantes de
la compañía y por tanto se considera incompatible su presencia en la discusión
del tema. Para el resto de los concejales la decisión es clara: la petición “reviste el carácter de utilidad
pública, en cuanto establece el servicio de Automóviles, facilitando los medios
de transporte de viajeros y mercancías” y por ello no dudan en establecer las
condiciones en que se realizaría el contrato.
1907, julio 23.
Trujillo
(...) Primera: Es objeto de este contrato la dependencia del
Colegio que fue Preparatorio Militar conocida por Gimnasio y el patio grande
con sus cuatro naves y habitaciones que á estas comunican, á escepción de la
Iglesia y el zaguán de entrada, que quedarán incomunicados.
Segunda: La duración de este contrato será de seis años que
comenzarán á contarse el día primero de agosto más próximo venidero, mil
novecientos siete, y que se considerarán prorrogados por la mitad más, ó sea
otros tres años, siempre que no medie aviso por cualquiera de las partes
contratantes dentro de la primera mitad del último año, sexto del contrato.
Tercera: Si durante el tiempo de este contrato el
Ayuntamiento tuviera que utilizar todo ó parte del edificio Colegio
Preparatorio Militar, para cederlo á alguna Institución de enseñanza, á la
instalación de Tribunales de Partido, en el caso de que se crearan, ú otros
fines análogos que á juicio del Ayuntamiento y Junta Municipal fueran de mayor
utilidad pública que la que el Ayuntamiento desde luego reconoce que reporta
esta Empresa y su instalación fuera incompatible con la ocupación por el
arrendatario de las dependencias objeto de este contrato, podrá rescindirse el
mismo avisando con tres trimestres de anticipación y sin que los arrendatarios
puedan exigir indemnización por ello.
Cuarta: Por precio del arriendo pagará la Sociedad
arrendataria al Excmo. Ayuntamiento seiscientas cincuenta pesetas en
cada uno de los años del arrendamiento, que serán satisfechos por trimestres
vencidos.
Quinta: El Ayuntamiento entrega el local objeto de este
contrato en el estado en que se encuentra, pudiendo el arrendatario si lo
considera conveniente colocar puntales tanto en el piso bajo cuanto en el
principal, ó llevar á cabo cualquiera otras obras de seguridad, siempre bajo la
dirección y el visto bueno del Arquitecto Municipal.
Sexta: Las obras que la Sociedad arrendataria lleve á efecto
dentro del local arrendado, no podrán variar la esencia del mismo y serán de su
cuenta, obligándose al terminar el contrato á entregar el local en las mismas
disposiciones que lo recibe, si al Ayuntamiento no le conviniera hacerse cargo
de él en las condiciones que lo dejen; porque si le conviniera, quedarán todas
las obras a su favor. Exceptuase de esta condición las maderas que el
arrendatario hubiese puesto, si hiciese uso de la facultad que le otorga la
base anterior, pues esas maderas serán siempre de la propiedad de la Sociedad
arrendataria, si bien no podrá quitarlas una vez puestas sin la intervención
del Arquitecto Municipal.
Sétima: Si durante los años del arrendamiento el local
sufriera desperfectos de tal consideración que se inutilizara para servir para
el objeto que se arrienda, la Sociedad arrendataria no podrá exigir que se
hagan obras por el Ayuntamiento para reponerlo, sino que será rescindido el
contrato sin que el arrendatario pueda exigir indemnización alguna.
Bajo estas condiciones y las demás generales del Código Civil
por las que se rigen esta clase de contratos, cede el Ayuntamiento y adquiere
la Sociedad Artaloytia Sánchez y Cortés la parte del Colegio que fue
Preparatorio Militar y se determina en la base primera de este contrato y se
comprometen á cumplir fielmente, sometiéndose para cualquier incidente ó
reclamación á que diera lugar á los Tribunales de esta ciudad donde al presente
tiene su domicilio la Sociedad arrendataria. (...)
(Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 1514.1. Págs. 52-54)
Expectación ante el nuevo “artefacto”. (España Automóvil. 15/1/1908)
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Todo un acontecimiento historico y avanzado en su tiempo. Un cordial saludo paisanos.
ResponderEliminarMi antepasado Artaloytia
ResponderEliminarY mi bisabuelo Enrique. Gente emprendedora y con buena visión de los negocios.
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