Conocimos por José Lozano
Ramos, allá por 1978, los deseos que desde 1890 tuvieron los trujillanos
por ver levantarse en su ciudad un monumento a su hijo más famoso, Francisco
Pizarro, y sus esfuerzos por conseguirlo a lo largo de bastantes años. Esas
aspiraciones se convirtieron finalmente en realidad cuando la viuda del
escultor Charles Cary Rumsey decidió regalar a Trujillo una copia de la escultura
que su marido realizara del extremeño para la Exposición Internacional Panamá-Pacífico
celebrada en San Francisco en 1915.
Estatua de Pizarro
de Charles Cary Rumsey.
Exposición Internacional Panamá-Pacífico. 1915.
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El arca conserva
no pocos documentos que nos hablan de esa espera, de los continuos retrasos de
una ceremonia que una y otra vez la prensa señalaba como “próxima a realizar” y
que sin embargo sufría una y otra demora.
Mrs. Rumsey, Mary Harriman
Rumsey, visita Trujillo en abril de 1925 acompañada de su hermano y del duque
de Alba, mediador entre la ciudad y la dama americana. En esta visita queda
decidido que el lugar indicado para situar la estatua sería la Plaza Mayor. Se
ponía en marcha la plasmación de la idea que en junio de 1926 comenzaba a ser
realidad. Desde París, Mary Rumsey escribía al alcalde de Trujillo, José Núñez
Secos, y le hacía partícipe de las decisiones tomadas sobre la estatua, el
pedestal que habría de hacerse, el transporte de la obra y su colocación en
Trujillo, decisiones que había compartido con el arquitecto Pedro Muguruza
Otaño, que sería quien dirigiera las obras de remodelación del rincón de la
plaza en el que se colocaría la estatua
“He decidido con el
señor Muguruza hacer un ensayo de montaje de la estatua en la misma plaza, por
medio del modelo de la estatua y del pedestal, a su escala; de esta forma, el
Sr. Muguruza podrá resolver los muchos problemas de arquitectura que para la
instalación se presentan”.[1]
Pero aún falta casi
un año para que la obra esté en disposición de llegar a Trujillo:
“Ahora la estatua
está en la fundición y tardará alrededor de seis u ocho meses en estar
terminada: otros cuatro o cinco meses serán precisos a lo más para patinarla y
esto hará que pueda disponerse de ella para la próxima primavera, lo que me
hace pensar en la oportunidad de exhibirla en el próximo Salón [de París] antes
de ser enviada a Trujillo”.
Estatua de Cortes de
Charles Niehaus.
Exposición Internacional Panamá-Pacífico. 1915.
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Con el modelo de
yeso ya en Trujillo y el pedestal de madera realizado por carpinteros
trujillanos, la estatua de Pizarro comienza un paseo por diferentes rincones de
la plaza buscando el lugar adecuado donde más luzca y menos “estropee” el
recinto, preocupación constante de la señora Rumsey. Decidida la colocación en la
parte norte de la plaza y junto al atrio de San Martín, es necesario llevar a
cabo la remodelación que ha proyectado el arquitecto Muguruza, contando, por
supuesto, con la aprobación del consistorio trujillano.
1927,
julio, 15. Trujillo
A las veinte horas y media del día 15 de julio
de 1927, está reunido el Ayuntamiento en la sala de actos del Palacio Municipal
con objeto de celebrar sesión extraordina (...)
5º. Diose luego lectura de una comunicación del
arquitecto D. Pedro Muguruza, quien en nombre de la Sra. Rumsey interesa la
conformidad del ayuntamiento para la colocación de la estatua de Pizarro en la
situación últimamente ocupada por el modelo de yeso, acordándose sin discusión
y por unanimidad contestar en sentido afirmativo. Referida comunicación abarca otros
extremos que quedan a resolver cuando se conozca el alcance de los mismos.
Con motivo de este asunto, y resultando
incompatible con la colocación de la estatua la existencia de las buñolerías
instaladas en la Plaza Mayor, se acuerda dar por caducados las concesiones
hechas a los dueños de los mismos, los cuales habrán de levantar sus casetas
inmediatamente.
(Archivo Municipal
de Trujillo. Legajo 1529, págs. 85-86)
Se procedió
entonces al derribo “del paredón feo y antiestético sobre el que se adosaban
tres “olorosas” churrerías y un urinario que también desaparece”, comentaría el
corresponsal del periódico cacereño Nuevo Día, paredón que se transformaría en
una “hermosa escalinata que ha de servir de fondo a la estatua y que tanto ha
de hermosear la típica y amplia plaza”.
Las siguientes
semanas serían de intenso trabajo en un ayuntamiento que esperaba ver pronto
terminadas las obras de la plaza y que deseaba inaugurar la nueva estatua en
una celebración que le permitiría rendir “a
la señora donante un homenaje digno del favor que se recibe, tributando a las
personalidades que concurran los honores debidos a su rango, haciendo grata la
estancia de los invitados, y exteriorizando con festejos varios el regocijo
popular; todo lo cual deberá llevarse a cabo, no con esplendidez, pero sí
decorosamente, sin encogimiento ni tacañería”.[2]
Porque la estatua
habría de llegar ese verano y el programa debería estar listo, ya que el rey
quizás pudiera presidir unos actos que en principio tendrían como fecha
adecuada el Día de la Raza de ese año, el 12 de octubre de 1927.
Plaza Mayor de Trujillo.
Unión Patriótica. Nº 26. 15/10/1927, pág. 27
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Cuando septiembre
se acababa, el pedestal de granito sobre el que se colocaría la estatua estaba
listo; la Compañía de Riegos asfálticos había dejado impecables las calles
Encarnación, Merced, Canalejas y Piedad y un kilómetro de las entradas a la
ciudad de las carreteras de Cáceres, Badajoz y Madrid; el hotel La Cubana daba
fin a su restauración “quedando a la altura de los mejores de provincias”; se
estaba terminando en Madrid la arqueta que contendría el pergamino que se
regalaría a la señora Rumsey con el título de hija adoptiva de Trujillo; estaba
en marcha el concurso literario que sobre Trujillo, la figura de Pizarro y la
dama americana donante de su estatua había convocado el ayuntamiento;[3] se había solicitado permiso al marqués de Tenorio para que los aviones que
traerían al rey y a otros asistentes a la ceremonia pudieran aterrizar en el
improvisado campo de aterrizaje que se haría en su finca Magasconas y la
Comisión creada al efecto daba los últimos retoques al programa de la fiesta
que incluía banquetes de gala, corridas de toros, fuegos artificiales y “una
sorprendente iluminación en la típica Plaza Mayor, cuyo estudio y dirección se
ha confiado al gerente de la Electro-Harinera, ingeniero don Agustín Durán”.[4]
Pero no, no sería la ceremonia ese 12 de octubre: “dificultades
materiales para la terminación de las obras necesarias, y más aún que esto el
deseo de que para mayor solemnidad del acto asistiera al mismo S.M. el Rey, ha
hecho demorarlo hasta el mes de noviembre”, escribía el alcalde José Núñez
Secos.[5]
Y así, Trujillo hubo de retrasar por vez primera tan
preparada celebración, porque además la señora Rumsey comunicó a la ciudad su
imposibilidad para asistir en esos momentos a la inauguración: “Desesperada
porque una operación me impide ir ahora a España”, telegrafía la dama
americana, mostrándose complacida con la posibilidad de “retrasarlo todo hasta
la primavera”.
Lo cierto es que tal retraso vendría bien ya que la estatua
aún no estaba lista, según escribía el arquitecto Muguruza al alcalde Núñez
Secos:
“De todos modos, pienso que la estatua se
debe de ir montando y dejarla en su sitio; la envolveremos en unos grandes
lienzos y que vaya todo tomando pátina para que cuando se inaugure haya todo
atado con la Plaza”.[6]
Será Codina, de la Fundición Codina Hermanos, quien se
encargue, en noviembre de 1927, del montaje de la estatua, de la que, ya en su
sitio, Muguruza pensaba realizar varias fotografías que enviaría a Nueva York,
para “calmar las naturales impaciencias de la Sra. Rumsey, que aún tiene el
escrúpulo de si estropeará la plaza”.[7]
Capeas. Carnaval 1928 |
Así, Trujillo vivió
sus siguientes capeas de carnaval, en febrero de 1928, con un Pizarro que ya
presidía los festejos a la espera de ser “oficialmente inaugurado” quizás a
finales del mes de mayo siguiente, momento en principio propuesto por una
señora Rumsey que aún se encontraba delicada de salud. Tales demoras hicieron que el arquitecto
Muguruza escribiera al alcalde trujillano “para rogarle que haga cubrir la
estatua de Pizarro con unos lienzos, de cualquier forma, con el exclusivo
objeto de que quede patente que está a falta de inaugurar: ya que estarán de
paso seguramente amigos de la Sra. Rumsey y, al verla descubierta, pudieran
interpretar como que se ha inaugurado”.[8]
No sabemos si tales lienzos ocultaron en algún momento a
Pizarro, pero no creemos que los trujillanos se resistieran a enseñar la
estatua de su paisano que, ya entonces, suponía un importante reclamo para los
visitantes. Porque la espera se alargaba y en mayo tampoco pudo ser. La mala
salud de la señora Rumsey hacía dudar de su presencia en mayo o junio, e
incluso propuso que la ceremonia se realizara en su ausencia, pero ni el Duque
de Alba ni Muguruza lo aconsejaban:
“tanto el
Duque como yo pensamos que a Trujillo lo que le interesa es inaugurar la
estatua al tiempo mismo de hacer público y grandioso homenaje a la persona de
Mrs. Rumsey y que por lo tanto no les importará el retraso que sea en realizar
la ceremonia, con tal que esta sea asistida por la presencia de la Señora que
la motiva”.[9]
E insiste Muguruza en que Pizarro ha de permanecer oculto a
todas las miradas:
“No
importa que se coloquen como sea unos trapos sujetos a la estatua, pues unos días
antes de la ceremonia irá el Sr. Stuyc conmigo y prepararemos, con material de
la Fábrica de Tapices, unas grandes cortinas que se descorran fácilmente,
quitando previamente los trapos que, ya para entonces, estarán... suaves”.[10]
Además, treinta y cinco kilos de bronce fundido con piezas
de Pizarro andaban perdidos desde que fueran facturados desde Irún en agosto de
1927. ¿Qué le faltaba a la estatua?, ¿qué piezas restaban por añadir a
Pizarro?, ¿llegó finalmente la caja a Trujillo?. El arca, tan rica en
información, guarda silencio.
Y mientras aún se esperaba un acontecimiento al que no se
deseaba renunciar, Trujillo vio pasar por sus calles al rey que debía haberlo
presidido el año anterior. El 17 abril de 1928, Alfonso XIII almorzaba en
Trujillo camino de Sevilla, pero parece que no vio la estatua que sí subió a
contemplar cuando pasó por la ciudad en noviembre de ese mismo año. Desde
entonces, silencio.
1929 trajo otra nueva primavera y otra oportunidad para
agradecer el regalo e inaugurar un monumento que, a buen seguro, ya tendría la
pátina que deseaba Muguruza. Trujillo volvía a ponerse en marcha cuando pareció
que los protagonistas del evento podrían concurrir a la ceremonia. El rey
pasaría por la ciudad a finales de abril o principios de mayo y, desde Estados
Unidos, la señora Rumsey también anunciaba su disponibilidad:
“Por fin puedo tener el placer de ir a su
encantadora ciudad a dedicar la estatua. Espero que ahí no nos habrán olvidado.
El Duque de Alba me ha telegrafiado que el
descubrimiento de la estatua será más o menos al mismo tiempo que la
inauguración de la exposición de Sevilla.
Estoy ahora tan solo esperando sus noticias
con gran entusiasmo.
Su amabilidad y paciencia conmigo durante
mis innumerables retrasos me han encantado y le estoy sumamente agradecida”.[11]
Pero la primavera del 29 fue para España un momento de
múltiples y diversos acontecimientos y “había que tomar la vez” si se deseaba
contar con la presencia de Alfonso XIII en Trujillo, de luto por el
fallecimiento de su madre y que debía además inaugurar y visitar las
exposiciones de Sevilla y Barcelona.
“Puedo anticiparle que S.M. el Rey no podrá acudir por su
luto y que no sé aún si irá alguna representación del Gobierno”, escribía el
duque de Alba al alcalde trujillano a finales del mes de abril. Además, añadía,
“Lo único que sé por carta recibida de Mrs. Rumsey es que esta Señora desea que
la ceremonia de inauguración sea lo más sencilla posible”.
¿Año y medio esperando y ahora tendría que conformarse
Trujillo con una ceremonia sencilla?. No se resistió la ciudad a celebrar por
todo lo alto el regalo recibido y agradecer el gesto de la señora Rumsey, por
lo que hubo que renunciar a la presencia real y buscar otras autoridades que
realzaran la inauguración, “lo demás hubiera sido un verdadero fracaso y un
ridículo espantoso”, escribía Antonio de Orellana y Pérez Aloe, vizconde de
Amaya, desde Madrid, al alcalde Núñez a mediados del mes de mayo. Trujillo
tendría por fin una gran celebración que permitiría, en los primeros días del
mes de junio de 1929, dar por inaugurada, por fin, la estatua de Francisco
Pizarro. De nuevo se ponían en marcha los preparativos de la ceremonia una y
otra vez aplazada, las invitaciones comenzaban a enviarse, el alojamiento de
los invitados a reservarse, se tenían en cuenta mil y un detalles que preocupaban
a los protagonistas y a quien, desde Madrid, no dejaba de insistir en que todo
estuviera previsto y cuidado: “Supongo
te ocuparás de que la tribuna resulte lucida como acordamos, pues es donde van
a convergir todas las miradas. ¿Y el banquete, tenéis ya acordado? (...) No
dejes de invitar oficialmente al Ministro del Perú, que será huésped mío (...) Por
de pronto deben ir las banderas de España, el Perú y EEUU enlazadas (...) No pierdas de vista la importancia de la
comitiva, que debe ser muy lucida pues es el nudo de la fiesta. (...) ¿Y las
bandas de música, cuántas van?. Respecto a los banquetes, debéis hacer la lista
de invitados (...) ¿Y el caballo para el heraldo?. Encargaré las pelucas para
los Reyes de armas (...) aclarar lo del banquete, que es muy esencial. Lo
demás, fuegos artificiales, fogatas, etc. son cosas que debéis determinar y
ultimar (...) Ya me dicen tenéis pedido reserven 20 habitaciones en la fonda.
Muy bien. (...) Luis,[12] mi
yerno, piensa ir con cinco aparatos y me dice no se vayan a quedar sin
hospedaje los oficiales aviadores (....) ¿Y flores?. Tenéis que requisar las
que se puedan para los ramos a las señoras, centros de mesa, etc. ¿Van de
Medellín, de Jerez y Lobón? Te dejo porque estoy contagiado de vuestra locura”.[13]
Porque
sí, una locura debía ser Trujillo en esos días de finales de mayo intentando
que todo estuviera listo, que los mínimos detalles estuvieran cuidados, que los
visitantes fueran debidamente atendidos y que la imagen que se diera de la
ciudad fuera la adecuada y agradara a la persona a quien, en definitiva, se
deseaba homenajear, la señora Rumsey: “Ya le dije que la señora deseaba que la
comida fuera de pocos platos, un poco en tipo americano: un consomé, jamón o
carne fría y legumbres y pollo; un helado (de fresa, por ejemplo) y nada más
como fundamento”.[14]
Además,
había que contar con los deseos del Presidente del Consejo de Ministros, el
general Miguel Primo de Rivera, que asistiría al acto, aunque el vizconde de
Amaya aconsejaba al alcalde Núñez darle “las cosas hechas” y prácticamente
cerradas: “Mira que por aquí la gente anda toda medio loca y nadie se acuerda de
que existe Trujillo, de manera que lo que no hagamos nosotros, no lo hace nadie”.[15]
Crónica de la inauguración. Nuevo Día. 3 de junio 1929 |
“Si siguen Vds. en la idea, se me ha ocurrido
que tal vez fuera eso una base para formar, con ayuda del Patronato de Turismo,
un museo de los Conquistadores de Extremadura o algo por el estilo en el
palacio que ella seguramente restauraría, haciendo una residencia también para
americanos o estudiantes....”[17]
Pero
pasó el tiempo y de tal ofrecimiento nunca más se supo. La larga espera quizás
hizo que cayera en el olvido y la señora Rumsey no tuvo su palacio trujillano. Aunque
con mucho retraso, la ciudad vio por fin inaugurada la estatua y la señora
Rumsey sí recibió el homenaje de una ciudad que, agradecida, la tuvo ya como
hija adoptiva.
Y
entonces empezó la feria.
1929, mayo, 23. Madrid
Querido Pepe: ahí va esta carta dictada con
arreglo al protocolo.
Como quiera que los infantes llevan la
representación de S.M. hay que hacerlos los honores como si él estuviera en
persona. Los infantes van en avión y es preciso, según me dice Luis, manden
blanquear bien la T del campo de aterrizaje y los cuatro ángulos marcados bien
con blanco y bastante para que sea visible desde arriba. Y vamos a la parte
sensible: en el campo tendrán que estar todas las autoridades a esperarlos y
como piensan llegar a las diez o diez y media, desde allí habrá que ir al
ayuntamiento, que es donde supongo se formará la Comitiva, eso si la Infanta no
quiere mudarse de traje, que si no habrá que llevarla a la fonda, de allí al
Ayuntamiento y de allí a la plaza.
De ABC me dicen irá un redactor y dos o tres
días antes de la inauguración saldrá un trabajito relativo al acto y a
Trujillo.
Que haya flores.
¿Qué has pensado de tribuna de convite?. La
hacéis en el ángulo del atrio de S. Martín. Esto va a traer muchos piques de no
abrir mucho la mano. Tú pensarás.
Puntualiza lo del banquete, que después de la
Inauguración será el acto más solemne. Yo no sé si se quedarán los invitados
por la noche. Lo dudo como no se fije de noche el banquete y todo esto lo debes
acordar con el Presidente y con tiempo.
No te distraigo más pues ya con esto tienes royo.
Recuerdos y te abraza tu primo
Antonio
(Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 1357)
[1] Carta de la señora
Rumsey al alcalde de Trujillo. París, 14 de junio de 1926. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[3]
Archivo Municipal
de Trujillo. Legajo 1357. Se presentaron al concurso 79 trabajos, que el arca
conserva, publicándose los premiados en una “edición de lujo” de cien
ejemplares.
[5]
Unión
Patriótica. Nº 26. 15/10/1927, pág.
27. Parece que la idea inicial era que Alfonso XIII asistiera a la inauguración
de la obra de Rumsey coincidiendo con su visita a Mérida, visita que finalmente
se realizó en diciembre de 1927.
[6] Carta de Enrique
Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 21 de octubre de 1927. Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[7] Carta de Enrique
Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 25 de noviembre de 1927. Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[8]
Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de
Trujillo. Madrid, 9 de abril de 1928. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[9]
Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de
Trujillo. Madrid, 26 de abril de 1928. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[10] Ibid.
[12] Luis Moreno Abella, marqués de Borja, casado con Soledad de Orellana Núñez. Con el
coronel Alfredo Kindelán, que
transportó en avión desde Getafe a don Alfonso de Orleans y a su esposa la
infanta Beatriz, el comandante Moreno Abella dirigió la escuadrilla de aviones
que participó en la celebración.
[13] Cartas del
vizconde de Amaya al alcalde de Trujillo.
Madrid, 13, 16 y 17 de mayo de 1929. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[14] Carta de
Enrique Muguruza Otaño al alcalde de Trujillo. Madrid, 23 de mayo 1929. Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[15]
Carta del vizconde de Amaya al alcalde de
Trujillo. Madrid, 24 de mayo de 1929. Archivo
Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
[16] Ambos había
estado ya en Trujillo a principios de abril acompañando a la reina de Rumanía y
a su hija la princesa Ilena. Camino de Sevilla, fueron recibidos por el alcalde
Núñez Secos y visitaron la plaza y su estatua. Tras un te servido en el hotel
Cubano, marcharon hacia Mérida.
[17]
Carta de Enrique Muguruza Otaño al alcalde de
Trujillo. Madrid, ¿Septiembre? 1927. Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1357.
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