20 de enero de 2016

Trujillo y Madrigalejo, días de fiesta y lutos

En Madrigalejo, un lugar de la tierra de Trujillo, hace 500 años sucedió algo que hoy les convoca a fiestas y celebraciones para las que muchas personas han estado trabajando con ilusión y ahínco durante los últimos años. Porque fue en Madrigalejo donde el rey Fernando, el Católico, concluyó vida y viaje.
Para Trujillo, los últimos días del rey serán días de fiesta, con la presencia del monarca y su nieto Fernando en la ciudad, días seguidos de lutos al saber la muerte de quien tantas veces les visitó y recorrió sus calles.
Fiesta y dolor que el arca conserva, porque cualquier visita importante hacía que la maquinaria del concejo se pusiera en marcha para agradar al visitante, honrarle y hacerle presente el afecto de la ciudad y también cualquier muerte real hacía que Trujillo preparara con detalle las honras debidas al monarca o su familia. Y esta ocasión lo merecía porque  Fernando II de Aragón, el rey Católico, inició su reinado aragonés en Trujillo y también serán las tierras trujillanas, su lugar de Madrigalejo, las que verán cerrar este importante reinado.
Pero como siempre, el otro arca, la de los caudales, vio mermados los dineros que en ella se guardaban, porque recibir a tal señor y honrar su memoria no fue barato. El mayordomo Juan García lo reseñó en sus cuentas del año 1516: 148.864 mrs. se gastó la ciudad “en la venida y reçibimiento” del rey Fernando y en los presentes que se hicieron al monarca y a su nieto Fernando, mientras que los gastos por los lutos tomados por el concejo y las honras que tras su muerte se celebraron en la ciudad, ascendieron a 53.434 mrs. Muchos gastos que se entienden cuando seguimos las noticias que el arca nos ofrece.

1515, noviembre 26-1516, febrero 26. Trujillo
Los gastos comenzaron con un rey Fernando en Plasencia. Desde allí, en noviembre de 1515, el rey pedía a Trujillo mandar a Plasencia el trigo y cebada que se pudiera conseguir en las tierras trujillanas. Fernán Martínez, el mayordomo, debió buscar las bestias necesarias para trasladar las 100 fanegas de pan que desde la alhóndiga se remitirían al rey, fanegas que se unieron a las que llegaron desde la tierra: 70 fanegas desde Garciaz, 60 desde Berzocana, 40 de Santa Cruz, 30 de Herguijuela o Abertura...
En la Navidad, Trujillo se preparaba para recibir en sus tierras al rey Fernando. Y puesto que “el rey nuestro señor a de venir por esta çibdad o por su tierra”, todo debía estar listo para agasajar a tan alto visitante, tomando el concejo los necesarios acuerdos: el término ofrecería sus mejores productos ordenándose desde Trujillo reunir durante la pascua de navidad las perdices y puercos que se ofrecerían al monarca; la carnicería de la ciudad habría de estar igualmente provista trayendo desde los lugares de la tierra las vacas que aguardaríaá﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽hesa de aan o de Salamrcionares de la tierra, a de navidad las perdices y puercos que se serviry Aberturaan o de Salamn en la dehesa para servirse en las mesas del rey Fernando; se buscaron peones que durante cuatro días allanaron el camino del ribero del Almonte por el que llegaría el rey, se buscó cebada, harina y paja y un buen regalo para el monarca:
“Otrosy que el mayordomo busque çinquenta pares de capones por esta çibdad y tierra y media dozena de terneros gordos”.
Faltaba saber cuándo llegaría el rey Fernando en su camino a Guadalupe y si Trujillo disfrutaría de la presencia del cortejo
“Y otrosy que vaya un mensagero a Plasençia con cartas para los señores Juan Velázquez e el dotor Carvajal para que fagan saber sy el rey nuestro señor a de venir para aquí y qué tanto estará aquí”.
Finalizaba diciembre y ya la ciudad sabía que el cansado y enfermo rey pasaría unos días en Trujillo y era pues necesario preparar el recibimiento, que quedaba en manos de dos de sus regidores:
“Este día, los dichos señores mandaron que los señores Alonso Garçía Calderón e Álvaro de Loaysa cavalguen e junten los cavalleros e fidalgos de la çibdad con el señor corregidor para el reçebimiento del rey nuestro señor”.
La justicia y los regidores, los escribanos del concejo y el propio mayordomo recibirán de la ciudad las ropas adecuadas para tan importante evento: terciopelo negro y seda para las galas de justicia y regidores, mientras que el resto vistieron de paño de Valencia. Los letrados no fueron tenidos en cuenta, y el licenciado Reinoso mostró su disconformidad, pidiendo que “pues es letrado de la çibdad, le den una ropa, que asy se acostunbra a fazer en los otros lugares donde se visten justiçia e regidores. Respondesele que son ynformados que no se dio en Plasençia syno a justiçia e regidores y escrivanos del conçejo y por tanto no se puede fazer”.
Nada nos dicen los Libros de Actas del magnífico recibimiento que la ciudad debió dispensar al rey y a su nieto Fernando en los primeros días del mes de enero de 1516, pero sí podemos intuir a través de sus páginas la enorme actividad que en esos días se vivió en Trujillo. El rey estaba en la ciudad y era posible resolver ahora algunos de los asuntos que de otro modo exigirían desplazarse a la corte. La presencia del doctor Galíndez de Carvajal y del licenciado Vargas, con lazos familiares en Trujillo, haría más fácil acercarse al monarca.
“Este día acordaron que el señor corregidor e con él los señores Fernán Coraxo e Alonso Garçía Calderón, regidores, vayan a hablar al señor dotor Carvajal e a Çapata e al liçençiado Vargas para que se les faga relaçión de cómo esta çibdad tiene un previllejo en su arca de un mercado franco que el rey don Enrique, que aya gloria, le otorgó, el qual no se guarda porque no se confyrmó. Y sepan lo que se podría fazer en esto.
Asy mismo lo del gasto que se a hecho en el reçebimiento de su alteza e del señor ynfante para que se gane çédula que se tome en quenta.
Asy mismo se les hable sobre la ordenança de los conçejos de la tierra sobre los cavallos, que es en perjuizio de la çibdad porque esta çibdad confina con señoríos.
Asy mismo se les hable para que se gane liçençia para que se gratyfique a los carniçeros e al obligado de las candelas que estavan obligados a la çibdad y pyerden en ellas”
Y mientras, los suministros se acababan ante tanto huésped y el fiel informaba que faltaba carne de vaca y carnero en la carnicería, ordenando la ciudad que se trajese del término, de donde también llegaría más pan y paja para los caballos. Además, el presente de capones y caza realizado a don Fernando no parecía haber servido para honrar a su nieto, por lo que el ayuntamiento del viernes 4 de enero decidía completar el obsequio:
“Este día acordaron que el mayordomo conpre todos los más capones que fallare e perdizes e dos terneros para el señor ynfante, porque dio dozyentos capones al rey, nuestro señor, que aunque en este libro está que conprase çien capones, después de asentado se le mandó que conprase çien pares, que son dozyentos capones”.
Y como en Trujillo no hay fiesta sin toros, “los dichos señores acordaron e mandaron que el mayordomo traya seys toros para el domingo, día de los Reyes”.
Pasada la fiesta, el rey parte para Guadalupe y Trujillo vuelve a la normalidad tras los intensos días vividos, aunque pronto fue necesario volver a tomar decisiones para honrar al monarca, pero ahora no serían fiestas y agasajos, porque el día 25 de ese mes de enero de hace quinientos años “los dichos señores fablaron e platycaron sobre que el rey don Fernando nuestro señor fallesçió en Madrigalejo, lugar e término desta çibdad, e que visto el mucho cargo que estos reynos tienen al rey, que aya santa gloria, de los aver governado e tenido en tanta justiçia e paz e sosyego e la gran pérdida que han perdido en perder tan justísimo e christianísimo rey e governador. E como fallesçió en esta tierra e juresdiçión, que acordavan e acordaron que se den de los propios de la çibdad a la justiçia e regidores a cada uno dos mil e quinientos mrs. para que saquen dellos una loba e capyrote e caperuça que trayan por el dicho rey nuestro señor que aya gloria e para sus onras que se an de fazer, e asy mismo a los dichos escrivanos e mayordomo y al letrado de la çiudad a cada uno lo mismo para la loba e capyrote e caperuça otros dos mil quinientos mrs”.
Son ahora ropas de luto las que reciben quienes no muchos días antes vestían de seda y terciopelo para la fiesta. De nuevo se solicita información al doctor Galíndez de Carvajal, a quien se escribe el primer día de febrero pidiendo que indique a la ciudad “cómo se a de hazer y su pareçer” sobre las honras fúnebres que habrían de realizarse en honor del fallecido monarca.
Esperando noticias de Carvajal, justicia y regidores ultiman en los siguientes días todo aquello que fuera necesario para tales honras: el mayordomo debería comprar 4 arrobas de cera “e faga treze hachas de a çinco libras” así como todas las velas que fueren menester y que habrían de repartirse por los altares de iglesias y monasterios de la ciudad en los que se dijesen misas por el alma del monarca.
El sábado 23 de febrero, cuando se cumplía un mes de la muerte de Fernando, Trujillo se congregaba en la iglesia de Santa María. Allí, ante el túmulo realizado por Alonso Casco y Diego Serrano, se realizaron las honras fúnebres por el rey organizadas por el concejo. En otras iglesias y monasterios de la ciudad se dirían misas ese día y al domingo siguiente por el eterno descanso del monarca. Por ello, se distribuyeron velas para sus altares, “de a ocho onças cada una”, y para clérigos, frailes y sacristanes, entre quienes se distribuyó “un cahiz de trigo e doze carneros e doze arrovas de vino”.
Con ello concluía un tiempo que en Trujillo se vivió de forma especial. Un tiempo de intenso trabajo para el concejo, que siempre estuvo atento a cuantas necesidades, de toda índole, se presentaron y que resolvieron a veces con largueza.
Apenas pasados tres días de los funerales reales, Santa María la mayor solicitaba de justicia y regidores que les cedieran la cera sobrante “para el Santo Sacramento que se lleva a los enfermos y para el Jueves e Viernes Santo”. Pero no pudo ser.  También los cofrades del Rosario “que dan çera al Santo Sacramento de San Martín” suplicaron una limosna de cera, pero también fue negativa la respuesta del concejo. Incluso Pedro de Sosa, clérigo beneficiado en la iglesia de la Vera Cruz, pidió parte de la cera “que sobró de las onras del rey nuestro señor”, recordando que el año anterior la ciudad se olvidó de esta iglesia y no “le fizieron parte de la çera del día de Corpus Christi”. Pero tampoco se pudo hacer, porque la ciudad dispuso que el mayordomo guardara las velas sobrantes para la procesión de la Coronada.
Poco quedaba del tiempo de fiesta y funeral si no era cerrar los pagos a cuantos prestaron su trabajo, aportaron viandas diversas o cumplieron los encargos del concejo. Nada quedó en la ciudad que recordara el fallecimiento en su tierra de un monarca tan ligado a ella. Pero seguro que un recuerdo de tales días volvería a quienes esa Semana Santa de 1516 asistieron a los actos religiosos en la iglesia de Santa María, porque si la ciudad negó la cera a cuantos se la pidieron, sí aceptó una última petición:
“Los benefiçiados e feligreses de nuestra señora Santa María suplican a vuestras merçedes les fagan merçed del estrado que se fizo en la yglesia por las onras del Rey don Fernando nuestro señor, que aya santa gloria, para fazer en él el monumento del Jueves de la çena porque la yglesia, con la grande obra que tiene, está muy alcançada. Que se les da el estrado”.

(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 11.1)

Fernando II de Aragón. Michel Sittow ca.1500. Kunsthistorisches Museum. Viena

3 de enero de 2016

El reloj del arrabal

       A las puertas de la iglesia de San Martín, y ante el regimiento de la ciudad, el 20 de enero de 1534, el licenciado Luis Pérez de Palencia presentaba la carta de su nombramiento como juez de residencia de Trujillo. Como tal, su cometido habría de ser investigar el modo de proceder del corregidor saliente, Bernardino de Ledesma, escuchando cuantas quejas se presentaran sobre su actuación y la de sus oficiales, en un procedimiento judicial –el juicio de residencia- que fiscalizó y controló durante siglos la labor de los funcionarios públicos al finalizar su mandato.
       Como nueva autoridad judicial de la ciudad, el licenciado Pérez recibió en ese acto las varas del teniente de corregidor y del alguacil mayor y, junto al resto del concejo, se trasladó a las casas del ayuntamiento donde prestó juramento.
      Comenzó entonces su tarea de investigación del comportamiento de Ledesma, al mismo tiempo que ejercía las labores normales de un corregidor, presidiendo las reuniones concejiles.
     Apenas cinco días después, la ciudad le encomienda que resuelva una importante necesidad: la iglesia de San Martín, el arrabal, necesita un reloj. El de Santa María estaba lejos y su sonido no llegaba al Trujillo que se esparcía por la plaza del arrabal y las calles que de ella salían. En sus manos dejaban el asunto dándole libertad para disponer aquello que más conveniente le pareciere. Y eso hizo el licenciado Pérez: tomó consejo de los maestros canteros de la ciudad y, con el proyecto decidido, mandó que se pregonase para buscar quien quisiera realizar la obra.
      Pero pocos días antes del remate, tres de los regidores muestran su posición contraria, no a que se instale el reloj sino a los cambios que parecía que habrían de hacerse en la torre de San Martín, porque elevar su altura casi 10 metros más para colocar el reloj les parecía una obra demasiado costosa e innecesaria.


1534, febrero 13. Trujillo
Relox.
Este dicho día, los señores Diego López de Ribadeneyra e Martín de Chaves e Gerónimo de las Cabeças, regidores dixeron que por quanto a sydo acordado e proveido por merçed al señor juez que fiziese poner un reloz en la torre de la yglesia de San Martín desta çibdad y su merçed a fecho apregonar e mandar pregonar que la torre se alçe para ello çierta cantidad, que le piden e requieren que la dicha torre no alçe y que el reloz le ponga como la torre no se alçe más de como está. E ansy lo pidieron por testimonio.
E luego el dicho señor juez dixo que al tienpo que él tomó la vara en esta çibdad, que muchos veçinos della que biven en el arraval lo encargaron e pidieron que porque el reloz que está arriba en la çibdad no se oya en los arravales y se pasava el año que no oyan ora ninguna, que toviese por bien que porque se oyese en los arravales, que se pusyese un reloz en la yglesia de Sant Martín desta çibdad para que todos lo oyesen e aprovechase a todos e vista la neçesidad que del avía, él lo propuso en el ayuntamiento delante de los dichos señores regidores y paresçiéndoles bien le encargaron que él toviese cargo de lo fazer poner como le pareçiese e por bien toviuse e lo pusyese e lo pusyese e que él llamó a los ofiçiales canteros de la çibdad para que ordenasen la manera de lo que se podía e devía fazer para lo poner e que los dichos ofiçiales ordenaron la manera de cómo se avía de fazer para que bien estoviese e con ella él vino a dar cuenta al ayuntamiento e a mostrársela y le respondieron que no hera menester mostrársela syno que fyziese lo que le estava cometido y que ansy conforme a la misma orden que estava dada por los dichos maestros lo puso en pregón y se a pregonado çiertos días y está aperçebido el remate para el domingo venidero e que el domingo se a de rematar pero que sy a todos los señores rexidores les pareçe que no se deve hazer, que no se haga.
E luego, el señor Pedro Suárez de Toledo, regidor, dixo que porque el dicho reloz es muy neçesario de se poner en la dicha torre y está cometido al dicho señor juez, que su voto e pareçer es que se faga e ponga como conviene e al dicho señor juez le pareçiere.
El dicho señor Juan Barrantes dixo que todo lo que conviene que se faga en la torre para poner el reloz, que su voto es que se faga como convenga, pues que se cometió a su merçed.
El dicho señor Ferrando de Loaysa, rexidor, dixo que dezía lo mismo que el dicho señor Pedro Suárez e Juan Barrantes, rexidores.
El dicho señor Juan de Hinojosa, rexidor, dixo que muy bien que el dicho reloz se ponga en la torre de Sant Martín, pues que está cometido al dicho señor juez y lo faga como le paresca e como convenga, de tal manera que el reloz que está arriba en Santa María no se pierda.
Este dicho día, el dicho Ferrando de Carvajal, rexidor, dixo que pues el dicho reloz se cometió al dicho señor juez para que lo hiziese poner, que su voto e pareçer es que se ponga el dicho reloz e se alçe la torre todo lo que fuere menester para lo poner, que está muy bien porque del ay mucha neçesidad en esta çibdad.
Otrosy, los dichos señores Martín de Chaves e Ribadeneyra e Gerónimo de las Cabeças, rexidores, dixeron que en quanto a lo que dize el dicho señor juez de traer las condiçiones al ayuntamiento, que nunca tal oyeron ni tal vieron y que sy pensaran que la torre se avía de subir más de como agora está y que agora dize el señor juez que se a de subir quarenta pies, que es mucho gasto para la çibdad y cosa eçesyva e que para dar limosna a una iglesia o monasterio es menester liçençia e facultad de sus Magestades, que lo piden y requieren como rexidores e personas que no vieron las condiçiones que su merçed dize que traxo al ayuntamiento, que no faga la dicha obra y que sy lo pusiere, que lo ponga de otra manera e a menos costa como ellos dirán y protestavan de lo dicho e ordenado sy neçesario fuere.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 20.14, fols. 109v-110v)

Cinco regidores fueron pues favorables a acometer la obra en San Martín que permitiese instalar en su torre un reloj y la documentación hace pensar en un principio que el proceso siguió adelante. Rematada la obra por 50.000 mrs. en el cantero Martín de Legorreta, vecino de la ciudad, el 16 de febrero éste presentó a sus fiadores, Diego Serrano y Juan Casco, entalladores, comprometiéndose a que “fará la dicha obra e porná luego mano en ella e no alçará della mano fasta la fazer e fenesçer e acabar”. Sin embargo, los regidores contrarios a tal actuación no desistieron en su posición, argumentando que el mandato recibido por el juez de residencia fue situar un reloj en San Martín y no modificar su torre, ya que emplear dineros de los propios de la ciudad en esta nueva obra, ajena al concejo, requeriría licencia de la Corona, que no se tenía, llegando incluso a conminar al mayordomo, Cristóbal de Ribera, para que no procediese al desembolso de los 50.000 mrs., amenazándole con “que si lo pagare, que no se le tomará en quenta”.
Desde la década anterior, la iglesia de San Martín estaba en obras, habiéndose iniciado en 1526 la ampliación del templo en su capilla mayor. En 1534 las obras continuaban y la ciudad había contribuido con importantes cantidades en los cinco años anteriores, satisfaciendo en ese momento los 50.000 mrs. que aún restaban por pagar de 1533. Era cantidad suficiente para cubrir el coste de la obra de la torre y colocar el reloj. Pero parece que los regidores contrarios a modificar la torre tienen una mejor idea de cómo emplear los dineros concejiles:
Este dya[1] los dichos señores regidores dixeron que será más útil y provechoso para la iglesia de señor San Martín, porque está descubierta y es la prinçipal perruchia que ay en la çibdad y quantos aylli (sic) van a oyr el devino ofiçio reçiben mucha pena quando llueve o faze frío, que piden y requieren al dicho señor juez que tenga por byen que quatroçientos ducados que se pueden gastar en la obra de la dicha torre y relos porque será más sustançial por agora cubrir la dicha yglesia, que le piden y requieren que estos quatroçientos ducados se gasten en cubrir la dicha yglesia, que después Dios dirá si se hubiere de fazer el relos para lo fazer”.
 Esta posición será la que se mantenga y la torre debió esperar hasta 1546 para ser transformada, aunque los trujillanos del arrabal disfrutaron pronto de un reloj. El juez de residencia Luis Pérez de Palencia no pudo completar el encargo recibido de la ciudad, que quizás reiteró la petición al nuevo corregidor que en septiembre de 1534 llegó a Trujillo, Antonio V puercosimpien las calles 392ereuno su puereta 384 habla de ello)ázquez de Cepeda. Pocos meses después el deseo de tener un reloj en San Martín se verá cumplido.

1535, abril 5. Trujillo
Que se enbíe a Toledo por un maestro para un relox.
Este dicho día los dichos señores mandaron que se enbíe a Toledo por un maestro para que se haga en esta çibdad un relox de mano en el arrabal, en la parte e logar que paresçiere que mejor esté. Y que la çibdad le pagará su trabajo de venida y estar y buelta conforme al asiento que con él diere el alcalde mayor de Toledo, a quien mandaron que se escriba sobre ello.
          (Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 20.14, fol. 265r.)


[1] 21 de febrero de 1534. AMT. Leg. 20.14, fol. 114r.



Iglesia de San Martín con el chapitel del reloj realizado en 1555 por Sancho de Cabrera





[1] 21 de febrero de 1534. AMT. Leg. 20.14, fol. 114r.