19 de mayo de 2024

El paseo del elefante

Mª Teresa Pérez-Zubizarreta.
Elefantes en la Plaza.
Fuente: Fotos antiguas de TRUJILLO
     Si hubiera crónicas trujillanas recientes, a buen seguro registrarían, entre sucesos curiosos, la presencia de elefantes en Trujillo, en la misma plaza, la que hace siglos fuera del arrabal. Porque hubo un tiempo en el que, desde su atalaya, con su cámara y su capacidad curiosa, nuestra inolvidable María Teresa Pérez-Zubizarreta dio fe de ese acontecimiento, uno más de los que enriquecieron su arca fotográfica. Hacia mediados de la década de 1980, desde su balcón, captó magistral y oportunamente cómo cuatro elefantes, asiáticos por mayor detalle,  de un circo asentado en la ciudad saciaban su sed en el pilar de la plaza haciendo un alto en el recorrido por las calles trujillanas.
    Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en 1583, nuestra curiosa y detallada arca también guardó el recuerdo de la que quizás fuese la primera visita que la antigua plaza del arrabal recibió de un elefante. 
    En aquellos tiempos, España y Portugal formaban un único e inmenso territorio en el que Felipe II gobernaba en tierras americanas, europeas, plazas africanas y de la lejana Asia. Y el ejercicio del poder y gobierno conllevaba que en tierras tan extremas la presencia de la corona estuviera diestra y rectamente representada por virreyes, gobernadores y otras autoridades.
    Cuenta el propio rey Felipe el 30 de julio de 1582, en una carta dirigida desde Lisboa a sus hijas, que desde Tomar envió a un nuevo virrey a la India, Francisco de Mascarenhas, que sustituiría al fallecido don Luis de Ataíde, conde de Atouguia. Y del mismo modo que se enviaban autoridades y gente de tropa y gobierno, volvían a tierras peninsulares mercancías y mercaderías preciosas, diversas y exóticas. Y exótico era que se enviara un elefante. Un elefante regalo para un infante, Diego, entonces heredero de las coronas de Felipe II.
    Pero si extraño era el envío, las vicisitudes del viaje no debieron ser menores. Pensemos en un azaroso y largo viaje en una ruta ya en ese momento bien conocida por los marinos portugueses pero no exenta de incertidumbres. Ya era notable un viaje de varios meses, sometidos a tempestades, galernas y calmas chichas, a piratas y naves corsarias, atravesando el océano Indico, doblando el cabo de Buena Esperanza y circunnavegando África por el océano Atlántico, pero aún lo era más hacerlo con un elefante a bordo. !Una verdadera odisea!
    Aquel envío agradecido del virrey llegó afortunadamente a buen puerto en julio de 1582 en una nave suponemos que experta en tales periplos. A buen seguro que el paquidermo llegó acompañado del “mahout” o "cornaca" a una Lisboa en la que, acostumbrada a intercambios, mercaderías y fletes tal vez no extrañó demasiado su desembarco. 
    Aquel presente, destinado al infante Diego, aún debería hacer un viaje con seguridad menos cargado de incertidumbres y más corto, pero que, a buen seguro, despertó a su paso mayor asombro, expectación y temor. 
    En febrero de 1583, el elefante regio, del que no sabemos si tuvo nombre -como aquel otro Solimán que en 1542 llegó a Lisboa y hasta Viena-, iniciaba el camino entre las dos capitales peninsulares, Lisboa y Madrid, por el camino real, siguiendo a la corte del rey Prudente que retornaba a Madrid. Una aventura de varios meses en la que recorrer algo más de 130.000 leguas, eso sí a paso de elefante, guiado por un cornaca y en una comitiva en la que -como con Solimán, que novela magistralmente Saramago en "El viaje del elefante"- le acompañaría alguna tropa y todo lo necesario para un viaje que tuvo una “acompañante” peculiar. Porque el elefante no fue lo único extraño y memorable que vieron a su paso por poblaciones portuguesas y luego extremeñas. 
Philippe Galle.  Rinoceronte 
mostrado en la corte española. 1586 

    Agustín Portillo, el “jefe” de tan singular expedición, llevaba en sus manos cédula de paso expedida en Lisboa el 19 de febrero de 1583 por la que se ordenaba que en su camino se le proporcionasen “las posadas, mantenimientos y demás cosas que huvieren menester en los lugares por donde pasare”. Su misión era clara. Llevar a Madrid el “regalo” que desde la India se mandaba al infante Diego y hacer lo propio con la abada, la hembra de rinoceronte que años atrás llegó también como regalo a Lisboa y que Felipe II mandó trasladar a la corte madrileña. 
    En marzo de 1583, Felipe II entraba en Trujillo camino de Madrid y quizás se oyera ya en la ciudad noticias de que pronto habrían de llegar aquellas “monstruosas” y descomunales bestias de piel gruesa, cuya la lenta comitiva pasó por Trujillo en mayo y tal vez descansara en los prados del berrocal, cerca de la Encarnación o de San Juan. Era una oportunidad que quizás no volviera a ocurrir y el concejo decidió que la ciudad merecía “un paseo” al menos del animal que debía parecer más plácido

1583, mayo 20. Trujillo
Libramiento. Este día se mandaron librar a Portillo, que trae el elefante de Su Magestad, seys ducados en un mayordomo de cortos y quemos porque le traiga a la plaça y por las calles y monesterios desta çibdad.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 57, fol. 7v.)

    En la plaza del arrabal, en las calles trujillanas y puertas de monasterios, el paso del elefante de la India, controlado por las piernas y voces en extraña lengua de una persona de tez cetrina sentada sobre el cuello del animal, al que sí era necesario reprendería con aguzado aguijón, debió constituir un espectáculo de asombro y temor que seguro sería recordado en corros y tabernas mucho después de su marcha. 
    Asombro y temor que volvería a repetirse en ciudades, villas y lugares del camino que terminaría en Madrid y El Escorial. 
    Arcas y cartas, vecinas trujillanas y fotografías dejaron noticias curiosas que recrean y alimentan nuestra imaginación, mostrando el pasado y preservando la memoria de la ciudad.

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Cornaca: hombre que en la India y otras regiones de Asia doma, guía y cuida un elefante. Diccionario de la RAE. 

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