Quedó claro para los ingleses de finales del siglo XVI, “Para un hombre, su casa es su castillo”, pero este logro legal que protegió sus hogares de registros injustificados, tuvo para los trujillanos del siglo XV y XVI un significado real, casi literal. En una sociedad de “bandos y parcialidades”, de conflictividad en la que altercados, enfrentamientos o muertes son frecuentes, la casa no es solo su “castillo”, es signo del poder familiar, de estatus social y a veces de control de la vida del adversario y de protección de los propios.
Cuando la cerca, el muro que rodea la “villa” antigua, pierde poco a poco su valor militar, los adarves y torres de la muralla son lentamente ocupados e integrados en viviendas construidas junto a ellos. Algunas ya lo hicieron desde antiguo y aún se muestra hoy inaccesible desde el exterior el alcázar de los Altamirano.
Nos lo contaron las fuentes: Hernán Alonso Altamirano tenía “armada toda su casa y encorporada en el adarve de la dicha çibdad que se dize el Alcaçarejo”; las casas de Francisco de Torres estaban junto al adarve e incluían cuatro torres; Martín de Chaves, Francisco de las Casas, Pedro de Loaisa, Esteban Rengel, los herederos de Hernando Alonso Pizarro e incluso las monjas del monasterio de San Francisco el Real junto a la puerta de Coria tenían sus “casas e corrales pegados a los adarves desta dicha çibdad y tienen hedeficadas parte de las dichas casas sobre los adarves (...) e metidas en los hedefiçios dellas algunas torres del muro” (1523). Ellos y otros muchos y parece que todos sin oposición.
Pero una de esas casas, uno de esos “castillos,” sí fue una y otra vez objeto de críticas, denuncias y pleitos. Porque dominaba una puerta de la ciudad, la de Santiago, porque sus poseedores encabezaban un bando, los Chaves y porque sus adversarios temían sufrir daño al pasar por su puerta.
La casa de Luis de Chaves el viejo, luego de su nieto Juan de Chaves Mesía y más tarde de su bisnieto Luis de Chaves Rivadeneira, “hera casa fuerta e estava en lo mejor de la çibdad”.
Francisco de Carvajal, hijo de Diego de Carvajal, pretendió que se derribase en 1494. Quince cuchilladas le dejaron manco del brazo derecho y perdió cuatro dedos de su mano izquierda, todo por pasar a caballo ante la casa, seguro, sin armas. Diego García de Chaves, nieto de Luis de Chaves el viejo y hermano de Juan de Chaves, señor entonces de la casa, fue su agresor y el Carvajal solicitó de la Corona que la casa desapareciera o fuera requisada y tomada como cárcel, pues en sus puertas ya había muerto “quatro o çinco parientes suyos e matado e ynjuriado otros muchos”.
De nuevo fueron caballeros los que apelaron a la reina Juana para que la justicia interviniera en la casa, en las obras que Juan de Chaves llevaba a cabo en 1505 levantando “una barrera delante el muro de la çibdad, de una torre suya a otra torre del dicho muro”, sobre suelo concejil. Caballeros Vargas, Bonilleja, Loaisa, Carvajal o Pizarro, apellidos contrarios al bando de los Chaves, reclamaban derribar lo construido sin licencia del concejo del que formaba parte el propio Juan de Chaves.
Apenas cuatro años después, parte de lo construido por Juan de Chaves en sus casas, al menos la zona que ocupaba el adarve de la muralla, se derrumba. Será el propio Juan de Chaves quien plantee al concejo si tal muro era su casa (y a él competía su reparación) o formaba parte de la muralla común de la ciudad.
Faltan en las actas los argumentos de la ciudad y del propio Juan de Chaves a favor de una y otra opción y sólo conocemos lo planteado por el regidor Francisco de Loaisa, para quien lo derrumbado no era muralla de la ciudad sino casa de Juan de Chaves, con tres ventanas o saeteras que daban luz a la casa, cuando en “los adarves de la çibdad no a de aver ventanas syno petril y almenas e saeteras en las almenas”.
Sin embargo, la decisión del corregidor, Sancho Martínez de Leyva, fue favorable a Chaves y la ciudad asumió el coste de la reparación del muro.
Cuando la cerca, el muro que rodea la “villa” antigua, pierde poco a poco su valor militar, los adarves y torres de la muralla son lentamente ocupados e integrados en viviendas construidas junto a ellos. Algunas ya lo hicieron desde antiguo y aún se muestra hoy inaccesible desde el exterior el alcázar de los Altamirano.
Nos lo contaron las fuentes: Hernán Alonso Altamirano tenía “armada toda su casa y encorporada en el adarve de la dicha çibdad que se dize el Alcaçarejo”; las casas de Francisco de Torres estaban junto al adarve e incluían cuatro torres; Martín de Chaves, Francisco de las Casas, Pedro de Loaisa, Esteban Rengel, los herederos de Hernando Alonso Pizarro e incluso las monjas del monasterio de San Francisco el Real junto a la puerta de Coria tenían sus “casas e corrales pegados a los adarves desta dicha çibdad y tienen hedeficadas parte de las dichas casas sobre los adarves (...) e metidas en los hedefiçios dellas algunas torres del muro” (1523). Ellos y otros muchos y parece que todos sin oposición.
Pero una de esas casas, uno de esos “castillos,” sí fue una y otra vez objeto de críticas, denuncias y pleitos. Porque dominaba una puerta de la ciudad, la de Santiago, porque sus poseedores encabezaban un bando, los Chaves y porque sus adversarios temían sufrir daño al pasar por su puerta.
La casa de Luis de Chaves el viejo, luego de su nieto Juan de Chaves Mesía y más tarde de su bisnieto Luis de Chaves Rivadeneira, “hera casa fuerta e estava en lo mejor de la çibdad”.
Francisco de Carvajal, hijo de Diego de Carvajal, pretendió que se derribase en 1494. Quince cuchilladas le dejaron manco del brazo derecho y perdió cuatro dedos de su mano izquierda, todo por pasar a caballo ante la casa, seguro, sin armas. Diego García de Chaves, nieto de Luis de Chaves el viejo y hermano de Juan de Chaves, señor entonces de la casa, fue su agresor y el Carvajal solicitó de la Corona que la casa desapareciera o fuera requisada y tomada como cárcel, pues en sus puertas ya había muerto “quatro o çinco parientes suyos e matado e ynjuriado otros muchos”.
De nuevo fueron caballeros los que apelaron a la reina Juana para que la justicia interviniera en la casa, en las obras que Juan de Chaves llevaba a cabo en 1505 levantando “una barrera delante el muro de la çibdad, de una torre suya a otra torre del dicho muro”, sobre suelo concejil. Caballeros Vargas, Bonilleja, Loaisa, Carvajal o Pizarro, apellidos contrarios al bando de los Chaves, reclamaban derribar lo construido sin licencia del concejo del que formaba parte el propio Juan de Chaves.
Apenas cuatro años después, parte de lo construido por Juan de Chaves en sus casas, al menos la zona que ocupaba el adarve de la muralla, se derrumba. Será el propio Juan de Chaves quien plantee al concejo si tal muro era su casa (y a él competía su reparación) o formaba parte de la muralla común de la ciudad.
Faltan en las actas los argumentos de la ciudad y del propio Juan de Chaves a favor de una y otra opción y sólo conocemos lo planteado por el regidor Francisco de Loaisa, para quien lo derrumbado no era muralla de la ciudad sino casa de Juan de Chaves, con tres ventanas o saeteras que daban luz a la casa, cuando en “los adarves de la çibdad no a de aver ventanas syno petril y almenas e saeteras en las almenas”.
Sin embargo, la decisión del corregidor, Sancho Martínez de Leyva, fue favorable a Chaves y la ciudad asumió el coste de la reparación del muro.
1509, abril 30. Trujillo
Este día, ante mi el dicho escrivano, pareçió presente Gómez Dávalos, veçino desta çibdad y dixo que por quanto ayer, veynte e nueve días deste presente mes, se remató en él la obra del adarve sobre que está armada la casa del señor Juan de Chaves en veynte e quatro mil mrs., que él agora dava e dio por su fyador a Françisco Gonçález Notario, veçino desta çibdad, que está presente, el qual dixo que le fyava e fyó que dará hecha e acabada la dicha obra de aquí al día de Santa María de agosto prymero venidero a contentamiento de los señores justiçia e regidores e avisará de ofyçiales del gordor e anchor que estava de antes e de la misma forma e manera que de antes estava, e cal e canto e todo a su costa e que ponga él todos los materyales que fuere menester para la dicha obra, començando desde el esquina de la dicha torre hasta el adarve nuevo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9, fol. 120r.)
No a todos contentó este acuerdo y en 1516, Juan Méndez, vecino de Trujillo, denunciaba que lo hecho siete años atrás había sido aprovechado por los Chaves para hacer “más flaco e más estrecho” el muro sobre el que estaba “armada” la casa, alargando ésta e integrando aún más parte de la muralla, contraviniendo las leyes del reino que establecían
“...que los muros de la çibdad estén desenbargados, de manera que todos puedan andar por ellos e defender las dichas çibdades quando fuere neçesario e no sea en manos de los que tovieren hechas casas sobre los dichos muros, estando las tales çibdades çercadas, dar entrada a los çercadores...” (AGS. RGS. Leg. 151602,149).
Parece que el ahora propietario, Luis de Chaves, seguía construyendo el baluarte ante sus casas que iniciara su padre, sobre suelo concejil, y tampoco entonces se logró que la justicia interviniera para recuperar lo ocupado.
Contra este baluarte, contra lo que parece estar destinado a ser una nueva muralla que protegiera la fachada “a las espaldas de su casa, hazia la parte de la plaza”, vuelven a levantarse los caballeros contrarios.
Como su padre en 1505, Luis de Chaves, el mayorazgo, era regidor de la ciudad en 1522 por el linaje de los Altamirano. El baluarte se seguía elevando ante la oposición de los contrarios, que consideraron llegado el momento de actuar y solicitar no solo que la obra parase sino que fuese destruida una parte de lo ya construido. Cuatro de los regidores que acompañaban a Luis de Chaves en el cabildo municipal, Sancho de Carvajal, Françisco Altamirano, Álvaro Pizarro y Alonso de Valverde, junto a los caballeros Luis de Carvajal, Alonso García de Vargas, Juan García de Vargas, Gonzalo de Ocampo, Juan Pizarro, Francisco de Bonilleja y Francisco de Carvajal, firmarán el poder que confería a Lope de León su representación para tales objetivos.
La llegada de un nuevo el corregidor, don Alonso de Padilla y Pacheco, que sustituía a don Francisco de Castilla (a quien los cuatro regidores mencionados consideraban “parzial e favorable a Luys de Chaves mayorazgo”), hará posible que el asunto se vea por la justicia de la ciudad. Don Alonso de Padilla habría de informarse “de testigos de una parçialidad e de otra y de maestros canteros sabios espertos en el arte”, además de visitar las obras antes de decidir. Lo que el corregidor Padilla vio fue un baluarte con muros fuertes y troneras que terminaba en medio de la torre que dominaba la puerta de Santiago.
Informado de todo, decide:
Como su padre en 1505, Luis de Chaves, el mayorazgo, era regidor de la ciudad en 1522 por el linaje de los Altamirano. El baluarte se seguía elevando ante la oposición de los contrarios, que consideraron llegado el momento de actuar y solicitar no solo que la obra parase sino que fuese destruida una parte de lo ya construido. Cuatro de los regidores que acompañaban a Luis de Chaves en el cabildo municipal, Sancho de Carvajal, Françisco Altamirano, Álvaro Pizarro y Alonso de Valverde, junto a los caballeros Luis de Carvajal, Alonso García de Vargas, Juan García de Vargas, Gonzalo de Ocampo, Juan Pizarro, Francisco de Bonilleja y Francisco de Carvajal, firmarán el poder que confería a Lope de León su representación para tales objetivos.
La llegada de un nuevo el corregidor, don Alonso de Padilla y Pacheco, que sustituía a don Francisco de Castilla (a quien los cuatro regidores mencionados consideraban “parzial e favorable a Luys de Chaves mayorazgo”), hará posible que el asunto se vea por la justicia de la ciudad. Don Alonso de Padilla habría de informarse “de testigos de una parçialidad e de otra y de maestros canteros sabios espertos en el arte”, además de visitar las obras antes de decidir. Lo que el corregidor Padilla vio fue un baluarte con muros fuertes y troneras que terminaba en medio de la torre que dominaba la puerta de Santiago.
Informado de todo, decide:
“...por quanto por la dicha ynformaçión pareçe la dicha pared y hedefiçio y troneras ser perjudiçial y no se poder hazer y por hevitar pleytos e diferençias y porque ansy convenía a la paçificaçión desta çibdad, que mandava e mandó quiten las dichas troneras y deshazer la dicha pared conforme a la declaraçión de los dichos maestros e mandava e mandó, sy la dicha obra se oviere de hazer, sea de la manera que tienen aclarados los dichos maestros y no de otra manera (...) y mandó que en la buelta que la dicha pared haze hazia la puerta de Santiago, en que yva afrontar la dicha pared en el medio de la torre del dicho Luys de Chaves, que no se haga syno que quede toda la dicha torre esenta (...) y que fuese una pared de tres pies en ancho de piedra (e) barro...”. (Arch. Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Leg. CA. 44/037).
“Si la dicha obra se oviese de hacer...”. Pero los denunciantes no querían que se hiciera y exigían que fuese derribada en su totalidad y que el suelo ocupado volviese a la ciudad. El siguiente paso fue presentar su queja ante el Consejo Real y que un juez pesquisidor recabase los datos necesarios. La información remitida por el licenciado Diego de Almodóvar (que desconocemos) no debió ser muy diferente a la que obtuvo el corregidor Padilla, ni la resolución en el Consejo Real cambió mucho lo ya ordenado por aquél.
Luis de Chaves no tendría que retornar a la ciudad el espacio usurpado y tendría su pared pero en ésta no podría haber troneras ni saeteras que salieran a la calle, ni ser muralla con “andén” en lo alto y ninguna puerta podría abrirse en el lienzo de sus casas que saliese al suelo “que está dentro de la pared del dicho edefiçio”.
Hoy ese muro sigue en pie, no es muralla, no es alto, no protege ni oculta las hermosas ventanas que se abren en las casas de los Chaves, en lo que una vez fue muralla. Pero esa pared era parte del “castillo” de los Chaves y un hermoso escudo nos lo recuerda.
Luis de Chaves no tendría que retornar a la ciudad el espacio usurpado y tendría su pared pero en ésta no podría haber troneras ni saeteras que salieran a la calle, ni ser muralla con “andén” en lo alto y ninguna puerta podría abrirse en el lienzo de sus casas que saliese al suelo “que está dentro de la pared del dicho edefiçio”.
Hoy ese muro sigue en pie, no es muralla, no es alto, no protege ni oculta las hermosas ventanas que se abren en las casas de los Chaves, en lo que una vez fue muralla. Pero esa pared era parte del “castillo” de los Chaves y un hermoso escudo nos lo recuerda.