El 9 de junio se celebra el Día Internacional de los Archivos,
conmemorando la fecha en la que, en 1948, fue creado el Consejo Internacional
de Archivos bajo los auspicios de la UNESCO. Es pues el día de este Arca, de
este maravilloso cofre que conserva y protege nuestro patrimonio documental, nuestra
historia. Es un día que nos sirve para conmemorar y recordar a todas aquellas
generaciones que antes de nosotros pusieron su empeño en que nada se perdiese,
en que Trujillo conservase un valioso e importante Archivo Histórico Municipal.
Todas ellas se sintieron depositarias de este patrimonio, lo protegieron y
aumentaron e hicieron del Arca el lugar valioso que atesoraba parte de su
identidad.
Y nunca tuvieron tan
claro ese valor como cuando lo consideraron en peligro. Por ello hoy queremos
recordar uno de esos momentos en que Trujillo hizo todo lo posible para
conservar su patrimonio documental.
La irrupción en Trujillo de las tropas francesas del mariscal Victor en
marzo de 1809 supuso la destrucción de muchos de sus edificios, el robo de los
bienes de iglesias y monasterios y el saqueo de las casas abandonadas por los
vecinos. Muchos documentos fueron destruidos y con ellos se perdió una parte
interesante de la memoria. ¿Y el archivo? Tomemos prestadas las páginas de
quienes nos contaron el curioso periplo de aquellos papeles:
"La
rapiña del enemigo no perdonó nada, ni siquiera las instituciones públicas,
cuyos recintos también se vieron violentados y sus documentos aniquilados. En
septiembre de 1809 el Ayuntamiento de Trujillo se veía en la necesidad de
comunicar al Intendente de montes la imposibilidad de poder atender a sus
demandas por haberse quedado sin documentación, pues sus papeles se habían
perdido y destruido en la época más propicia para realizar las labores de los
montes, que fue cuando los franceses invadieron la ciudad. Por esas mismas
fechas reconocían haberse "extrabiado
los livros de acuerdos y otros documentos principales por la precipitada
imbasión de los enemigos el día 20 de marzo."
Esta experiencia extrema, que para nadie es grata,
debió resultar mucho más dura en un municipio cuyo celo por la conservación de
su patrimonio documental siempre se había mostrado con gran nitidez a lo largo
del tiempo, porque el ayuntamiento de Trujillo había custodiado casi intacto su
archivo desde el medioevo, ampliándolo y dotándolo conforme el volumen
documental fue creciendo, y lo cuidó con un mimo exquisito. Por eso, cuando
vieron que milagrosamente la destrucción no había llegado a su archivo
histórico, que las pérdidas se circunscribían a aquéllos documentos que estaban
en poder de particulares o de los escribanos del ayuntamiento, cuando temieron
que su pasado se pudiera convertir en cenizas en manos de los franceses, adoptaron
una resolución nada común
como fue buscar el amparo de la Junta Provincial, con una especie de fe ciega,
como si creyesen que a su lado nada pudiera pasar, que la Junta se mantendría a
salvo de los embates del enemigo y junto a ella el acervo documental de
Trujillo. De este modo, el último día del año 1809 llegaba a Trujillo, desde
Badajoz, el visto bueno de la Junta para que se procediera al traslado de
su archivo:
"Complacida esta Suprema Junta –les decían- en
los notorios, continuos e interesantes servicios de la de Truxillo: y pronto
siempre, por lo mismo, a condescender en quanto pueda, con la pretensiones de
la misma, se ha servido por decreto de este día admitir el Archivo de que
V.S.S. tratan en representación de la misma fecha, disponiendo su colocación".
Pese a
las circunstancias, los ediles trujillanos preveían que la salvaguarda
documental debería hacerse tal como siempre se había realizado, es decir,
conforme a los tres llaves que lo abrían, depositadas en diferentes personas de
rango, calidad y confianza. En esta ocasión parece ser que ese honor y
responsabilidad había recaído, según lo previsto por su consistorio, en el
Presidente de la Junta Provincial y
el corregidor de la ciudad de Trujillo, mientras que desconocemos la
identidad de la tercera persona, pero intuimos que, de acuerdo con la
tradición, debía tratarse del escribano del Ayuntamiento. El 15 de enero de
1810 la Junta Provincial confirmaba el acuerdo adoptado para que se trasladara
el archivo de Trujillo a la ciudad de Badajoz, haciendo constar que habían
habilitado para ese fin una sala con estantes en la sede de la Junta. Así mismo, pensando
en el bien de todos, habían resuelto que, puesto que el corregidor debía tener
una de las tres llaves y éste no podía permanecer todo el tiempo en Badajoz, lo
más adecuado era que la mencionada llave quedase en posesión de José Tamayo y
Vélez, vocal de la Junta Superior,
como diputado de Trujillo.
No
sabemos exactamente cuándo se efectuó el traslado, pero sí conocemos que éste
se llevó finalmente a cabo, de tal modo que los documentos del Archivo
trujillano permanecieron en Badajoz hasta mediados de octubre de 1810 en que
retornaron de nuevo a la ciudad. Ahora, con la historia por delante, podemos
asegurar que la elección de los capitulares trujillanos no fue de lo más
acertada, porque eligieron un lugar poco seguro para resguardar su pasado.
Tanto es así que a los pocos meses de llegar el archivo de Trujillo, la Junta
Provincial, junto con las demás autoridades, abandonaban la plaza de Badajoz
para instalarse en Valencia de Alcántara, ante el temor de una próxima entrada
enemiga.
La
Junta, antes de partir, para no dejar desamparados los documentos trujillanos,
resolvió depositarlos en José Tamayo y Vélez, por lo que se trasladaron "desde la Casa de la Junta en aquella capital
a la Casa de Morada del señor D. Josef Tamayo". Trujillo debió hacerse cargo
de los 128 reales que importó esta operación, como también costear los 1.180
reales que importó su traslado desde Badajoz de nuevo a Trujillo. José Tamayo
fue el encargado de organizarlo todo, contratando a Alonso Corrales y
Francisco Antonio, vecinos de Miajadas, que cobraron 10 reales por cada una de
las 118 arrobas que pesaron los fardos de papeles que transportaron desde
Badajoz a Trujillo a lomos de mulas, atravesando un territorio en guerra.
El retorno a Trujillo no aseguró, ni mucho menos,
la pervivencia de la documentación, pues la ciudad fue ocupada de nuevo por las tropas enemigas
durante el año 1811, no faltando tampoco en esta ocasión las acciones
vandálicas, sobre todo durante la estancia tristemente recordada de la división
del general Foy en el verano del mencionado año.
En tales
circunstancias, poco o nada pudo hacerse con el archivo que llegó desde Badajoz
en el otoño de 1810. Por eso, cuando la situación comenzó a relajarse en el
transcurso de 1812, las autoridades trujillanas, demostrando una vez más su
amor y celo por la custodia documental, abordaron la necesidad de ordenar y
preparar nuevamente sus papeles. A finales de marzo de 1812 el procurador
síndico, Manuel González Hernández, expuso que "con motivo de allarse los
papeles del archivo sin el orden de colocación que corresponde, le parece
combeniente se coordinen todos los interesantes documentos, privilejios,
papeles, libros y demás que en él se custodian", por lo que resultaba adecuado que se abordara su ordenación inmediata.
Por ello los consistoriales resolvieron comisionar al mismo procurador, al abogado José García de Atocha y a Diego
Mateo Bello, tesorero, por los muchos conocimientos que tenían de los papeles
del archivo[1]".
1810, octubre, 12. Trujillo.
Don Agustín Búrdalo, mayordomo interino de
los mismos, pagará de sus fondos a Alonso Corrales y Francisco Antonio, vecinos
de Miajadas, mil trescientos ocho reales de vellón de gastos hechos en la
condución de papeles del Archivo de esta misma ciudad desde Badajoz a ésta y
por traslación desde la Casa de la Junta en aquella capital a la casa de morada
del señor D. Josef Tamayo y Vélez, en esta forma: los ciento y veinte y ocho
reales por dicha traslación y los mil ciento y ochenta restantes por la
conducción desde Badajoz a ésta, ajustado a diez reales arroba por dicho señor
D. Josef Tamayo por las ciento diez y ocho arrobas que pesaron, cuia cantidad
se le abonará en cuentas con el
recibo de los conductores y toma de razón de la contaduría: Truxillo doze de
octubre de mil ochocientos y diez. Son 1U308 Rs. de vellón.
T.r.
Polo Fernández (rúbrica)
Recibimos. Testigo a ruego, Antonio de la
Fuente (rúbrica)
[1] Sánchez Rubio, Mª A., Testón Núñez, I., Sánchez
Rubio, R., Orellana-Pizarro González, J.L.: Trujillo y la Guerra de la Independencia. Badajoz, 2008. Pp. 11-14.
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