El Geógrafo dice:
En este otoño rompiente, las dehesas han recibido con fruición el agua
que generosamente les caía. Las
resistentes y coriáceas hojas de encinas y alcornoques han amansado la fuerza
del agua que lentamente ha calado en una tierra sedienta y generosa y que pronto
se apreciará en esas rubicundas bellotas que atraerán a grullas y torcaces y
que permitirán montaneras intensas. Las dehesas, con sus árboles verde-cenicientos y sus frutos, que irán del
verde al ocre, son buena muestra del buen hacer de la gente que a lo largo del
tiempo las conformó, que las aprovechó y que ahora, una y otra vez, las
redescubre y las comparte.
Las dehesas son ese paisaje que une las tierras extremeñas y que aparece con más o menos intensidad en todas ellas como un suave y calmado mar verde. En este otoño fragante de humedad, en este día de San Miguel, las tierras fragosas del Tajo y de dehesas de Mirabel -en la Reserva de la Biosfera de Monfragüe- se hicieron piña y escuela, fueron un espacio para compartir y de andadura gracias a la Mancomunidad de municipios Riberos del Tajo. Bajo cielos de nubes destrenzadas y del planear de buitres, anduvimos y nos sentimos acompañados y acogidos; compartimos camino y yantar, como los peregrinos. Y como ellos -nunca Perdidos por la dehesa-, aprendimos y compartimos el esfuerzo de plantar en una tierra acogedora y recia; sentimos y supimos cómo apostar los brotes para guiarlos y crear nuevos áboles. Y degustamos caldos conventuales del Palancar y perniles bien engrasados de las Dehesas chinatas. Un placer para los sentidos porque se hacía en amigable e ilusionante compaña.
En los próximos tiempos, las tierras al oeste de Monfragüe sentirán que por sus caminos y veredas la gente recorre y comparte sus dehesas; las mismas que se fueron cuidando desde hace siglos y que en estos tiempos se siguen mirando como un proyecto colectivo y futuro.
A quienes a lo largo del tiempo las cuidaron, a quienes nos acogieron ahora y siempre mimaron las dehesas, a quienes las sienten y ayudan a divulgar, tan solo podemos mostrarles nuestra gratitud, desearles una buena andadura y comprometernos con ellos a velar por un patrimonio común, las dehesas.
Lo que hoy nos mostraron y compartimos se hizo desde antiguo y desde antiguo lo recogió el arca de mil maneras. En ocasiones, como ocurría sobre las dehesas del borde de la penillanura, por las tierras de Aldeacentenera, los viejos documentos señalan el trabajo de sus vecinos apostando sus chaparros, obedeciendo la orden que desde Trujillo llega, pero asegurando también la supervivencia del monte, de su monte que, al fin y al cabo, aseguraba también la vida de sus vecinos.
Las dehesas son ese paisaje que une las tierras extremeñas y que aparece con más o menos intensidad en todas ellas como un suave y calmado mar verde. En este otoño fragante de humedad, en este día de San Miguel, las tierras fragosas del Tajo y de dehesas de Mirabel -en la Reserva de la Biosfera de Monfragüe- se hicieron piña y escuela, fueron un espacio para compartir y de andadura gracias a la Mancomunidad de municipios Riberos del Tajo. Bajo cielos de nubes destrenzadas y del planear de buitres, anduvimos y nos sentimos acompañados y acogidos; compartimos camino y yantar, como los peregrinos. Y como ellos -nunca Perdidos por la dehesa-, aprendimos y compartimos el esfuerzo de plantar en una tierra acogedora y recia; sentimos y supimos cómo apostar los brotes para guiarlos y crear nuevos áboles. Y degustamos caldos conventuales del Palancar y perniles bien engrasados de las Dehesas chinatas. Un placer para los sentidos porque se hacía en amigable e ilusionante compaña.
En los próximos tiempos, las tierras al oeste de Monfragüe sentirán que por sus caminos y veredas la gente recorre y comparte sus dehesas; las mismas que se fueron cuidando desde hace siglos y que en estos tiempos se siguen mirando como un proyecto colectivo y futuro.
A quienes a lo largo del tiempo las cuidaron, a quienes nos acogieron ahora y siempre mimaron las dehesas, a quienes las sienten y ayudan a divulgar, tan solo podemos mostrarles nuestra gratitud, desearles una buena andadura y comprometernos con ellos a velar por un patrimonio común, las dehesas.
Lo que hoy nos mostraron y compartimos se hizo desde antiguo y desde antiguo lo recogió el arca de mil maneras. En ocasiones, como ocurría sobre las dehesas del borde de la penillanura, por las tierras de Aldeacentenera, los viejos documentos señalan el trabajo de sus vecinos apostando sus chaparros, obedeciendo la orden que desde Trujillo llega, pero asegurando también la supervivencia del monte, de su monte que, al fin y al cabo, aseguraba también la vida de sus vecinos.
1719, abril, 1.
Aldeacentenera.
Aldea Nueba
15U
Yo Pedro Martín Carmona, notario
apostólico y escrivano de fechos en este asiento de Aldea Nueva, arraval de la
muy noble y muy leal ciudad de Truxillo hago fee cómo de horden del señor don Mathías
Crespo y Suárez, corregidor de ella, se han apostado por los moradores de este
dicho asiento en el ejido de él, que fue adonde por dicho señor se les hordenó,
quince mil pies de enzina, antes más que menos, los quales e contado por mi
mismo y están echos con el arreglo que por dicho señor y el guarda mayor de los
montes se presentó, y para que conste lo signé y firmé en dicho asiento oy,
primero de abril de mil setezientos y diez y nueve.
En testimonio de verdad (signo)
Pedro Carmona (rúbrica)
Son 15U mil pies de enzina
apostados.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 404.3)
Mirabel. Día de San Miguel. |