31 de marzo de 2025

El Colegio de don Marcelino

    Con el cierre del Colegio Preparatorio Militar al inicio del siglo XX, terminó para los alumnos trujillanos la posibilidad de seguir los estudios de Segunda Enseñanza en la ciudad, sin tener que desplazarse a la capital de la provincia o a otras localidades que contasen con dichos estudios.
    Y aunque hubo en los años siguientes algún intento de recuperar dichas enseñanzas, intento que en algún momento nos contará el arca, lo cierto es que habrían de pasar algunos años más para que se instalase en la ciudad un colegio que, adscrito al entonces “Instituto General y Técnico” de Cáceres, estuviese autorizado a matricular alumnos de Segunda Enseñanza.
    El 30 de agosto de 1918, el entonces director del Instituto cacereño, don Manuel Castillo, recibía la documentación que don Maximino Martínez Cuesta, vecino de Plasencia y natural de Torrejoncillo del Rey, en Cuenca, presentaba con objeto de “abrir y establecer en Trujillo un Colegio de 2ª enseñanza incorporado a este Instituto”. Licenciado en Ciencias y con 56 años, don Maximino tenía una larga experiencia en la docencia como profesor y director en el Colegio de la “Purísima Concepción” de Plasencia. 


    En la calle Domingo Ramos, en el número 8, el nuevo colegio  tendría la denominación de “Nuestra Señora de la Victoria” e impartiría las asignaturas determinadas en el plan vigente de estudios de Bachillerato y contaría con el material científico y los gabinetes de enseñanza que el propio ayuntamiento trujillano le había cedido.



1918, agosto 20. Trujillo
Enseñanza. A D. Maximino Martínez Cuesta, Director del Colegio Instituto de Nuestra Señora de la Victoria, que se propone instalar en esta población para el próximo curso; se le cede el material científico del Excolegio Preparatorio Militar y que no sea necesario para las Escuelas Nacionales.
Dicho material científico le será entregado bajo inventario que formará la Comisión de Instrucción pública y disfrutará dicho Colegio en tanto que esta Corporación no acuerde destinarlo a otro centro docente o hacer uso de él.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1523.1, fol. 50r.)

    Con la figura de Maximino Martínez Cuesta dirigiendo el centro, también impartían las clases los trujillanos Práxedes Corrales Vicente (farmacéutico), Emilio Durán Mediavilla (médico) y Juan Terrones López (abogado) y los licenciados Tomás Martín Gil, Leonardo Ayala Moreno, Ramón Escalada Hernández, Juan Gallego Hernández y Manuel Sánchez Huelves, que ya le acompañara en el colegio placentino.
    Sin embargo, el momento elegido por Martínez Cuesta no fue el más propicio para comenzar el nuevo proyecto educativo en la ciudad y el motivo de su corta vida seguramente no fue la calidad de la enseñanza de tan escogidos profesores. Su andadura se inició con una epidemia, la gripe, que cerró los centros escolares durante algún tiempo. 
    A mediados del curso siguiente, en marzo de 1920, el centro cerraba de forma inesperada dejando a los padres de los alumnos matriculados preocupados por la continuidad de los estudios de sus hijos. Matriculados en el Instituto de Cáceres, su preparación para los exámenes del ya cercano mes de junio de 1920 desaparecía al cerrarse el colegio.
    Fue necesario buscar una solución que parece salió de don Marcelino González-Haba Barrantes y del profesor del colegio cerrado, don Práxedes Corrales Vicente. Hubo que crear con celeridad otro colegio “de cuya dirección se hace cargo don Marcelino González a quien los PP. Agustinos han cedido desinteresadamente local para las nuevas aulas”, contaba el semanario La Opinión, señalando a Corrales, Montero, Escalada, Marcos, Casillas, Beato y el propio director del semanario, Martínez Gala, como los profesores que en tales circunstancias aunarían sus esfuerzos “en la penosa tarea educativa que se imponen, en el deseo de que su trabajo tenga el sabroso premio de una satisfacción completa en el próximo Junio”.

1920, marzo 10. Trujillo
6º. Leída una instancia de D. Marcelino González, solicitando el uso del material de enseñanza entregado por el ayuntamiento al Colegio de Nuestra Señora de la Victoria que, según dicha instancia, había cesado en sus funciones, se acordó poner a disposición del solicitante expresado material para la continuación de estudios hasta la terminación del curso, tan luego como fuese devuelto por el director del colegio mencionado. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1524.1. fol. 14r.)

    Y la iniciativa, que tal vez se pensó temporal, dio paso a un nuevo centro educativo. De las aulas cedidas por los padres agustinos en el Colegio creado por doña Margarita de Iturralde, las clases pasaron al palacio del marqués de Albayda y la Conquista, en la plaza mayor, aulas en que un nuevo Colegio-Academia, denominado de “La Purísima Concepción”, iniciaba su andadura en el curso 1920-21. 
    De nuevo el ayuntamiento trujillano prestaba sus fondos educativos como ya lo había hecho con anterioridad.

1920, septiembre 14. Trujillo
6º. Se acuerda ceder en uso a D. Marcelino González, que como encargado de la dirección del colegio de 2ª enseñanza que va a establecerse en esta ciudad lo solicita, el material de enseñanza que es propiedad del ayuntamiento y éste tenga disponible, debiendo hacerse el correspondiente inventario de la entrega. 
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1524.1. fol. 52r.)


    Un nuevo centro en el que estudiar el Grado de Bachiller, los estudios del Preparatorio de Derecho, Filosofía y Letras, Medicina, Farmacia, Magisterio, Correos, Telégrafos “y demás carreras especiales”. Nuevos profesores que se irían sumando a González-Haba y Corrales: el médico trujillano, Agustín Sánchez Lozano, Adolfo Portillo García, Ponciano Manuel González, Francisco Luis y Cremades, Julio Gómez de Segura y Zúñiga y José de Unamuno y Lizárraga, hijo  del catedrático don Miguel.
    Pero ningún centro educativo estaría completo sin sus alumnos. Externos, internos y medio-pensionistas, el nuevo colegio les aseguraba “un amplio local, de inmejorables condiciones higiénicas y pedagógicas, profesorado competente…y material moderno de enseñanza”.  
    Para los internos, una “esmerada asistencia, alojamiento cómodo y alimentación sana y abundante” con café y leche o chocolate en el desayuno, “sopa, cocido, principio y postre al mediodía; pan y frutas del tiempo en la merienda de la tarde; y dos platos, uno más fuerte y postre por la noche”.

 
    Una sola alumna en los inicios (Blanca Míguez Paredes) y otros muchos compañeros que nacieron en Garciaz (Ángel Fernández Barbero, luego farmaceutico), Escurial (Pedro Mellado Cabeza, que seguiría la carrera militar), Plasenzuela (Romualdo Sánchez Bejarano), Puerto de Santa Cruz (Francisco Fernández Muñoz) o Casar de Palomero (Martiniano Morientes Hernández, que también estudio Farmacia). Pero la mayoría fueron jóvenes (niños) trujillanos que tuvieron en el colegio de don Marcelino la posibilidad de estudiar y vivir en su ciudad adquiriendo una formación que llevó a algunos a las facultades de Medicina (Ezequiel de la Cámara y Solís,  Antonio Míguez Paredes, Aurelio Conde Bazaga y Enrique Peralta Santiago), de Farmacia (Gabriel Solís Montero), de Ingeniería (Francisco López-Pedraza Munera) o el mundo del Derecho (Julián Guadiana Artaloytia, Miguel Núñez Secos, Tomás Pumar Cuartero, Andrés Cancho Bravo y Manuel Cortés Villarreal), que les abrió el deseo de emular a sus profesores en el mundo de la enseñanza (Tomás Quesada Cascos y Fernando Civantos Masa) y que seguro les hizo a todos mejores y más formados hombres y mujeres.
Fuente: Colección María Teresa Pérez Zubizarreta. Facebook. Fotos antiguas de Trujillo



8 de marzo de 2025

Los apuros de doña Inés

    Si las condiciones de dependencia y desigualdad de la mujer eran manifiestas a lo largo de la Edad Moderna, la muerte de cónyuges y familiares hacía que tantas y tantas mujeres sin historia tuvieran que afrontar, con una entereza y fortaleza nunca bien reconocidas, momentos aún más difíciles para ellas y para quienes, ya en ese momento, estaban bajo su tutela y cuidado.
Vernon Howe Bailey. Trujillo. 1926

    Porque para las mujeres la viudedad rompía su situación de dependencia pero también para muchas ese momento trágico las abocaba a la pobreza y el desamparo. 
    Cuando a su dote, casi su único patrimonio, no se sumaban bienes heredados de su esposo, y cuando no ejercían un trabajo que asegurase sus ingresos, la viuda pobre pasaba a depender de los suyos, de sus hijos e hijas, de la caridad de sus vecinos.
    Viuda, trabajadora y curadora/cuidadora de quienes la sucederán y no heredarán, porque nada tiene, doña Inés Donaire tenía a su cargo a sus tres nietos, José, Manuel y Francisco Cabelludo. Antes dependieron de su hija, doña Francisca Calderón, su tutora y curadora, porque así lo dispuso al morir su esposo, don Luis Martín Cabelludo, cirujano al servicio de la ciudad de Trujillo.
    Pero en 1769 doña Francisca ya no estaba para cuidarlos y su muerte hizo a doña Inés tutora oficial de sus nietos y a ellos se dedicaba con sus casi inexistentes recursos, “alimentando, vistiendo y dando escuela y estudio”.
    Eran escasos también los bienes heredados por sus nietos y las exiguas rentas que proporcionaban -“apenas podrán rentar anualmente cosa de trezientos reales poco más o menos”- y los altos precios de los mantenimientos que en esos momentos se sufría, animaron a doña Inés a recurrir a la justicia y presentar ante don Miguel Francisco de Zafra, alcalde mayor, una petición que aliviase sus estrecheces y necesidades y que le permitiera continuar y completar la educación y aprendizaje de los menores. Autorizarla a vender unas cercas propiedad de sus nietos aliviaría sus “cortos medios” y sus “continuados apuros” que parecía no podía remediar su trabajo. 

1769, julio 5. Trujillo
Antonio Martín Barroso, en nombre de Dª Inés Donaire, de estado viuda, vecina de esta ciudad, ante vuestra merçed, como mejor proceda, parezco y digo que por fallecimiento de don Luis Martín Cavelludo y de doña Francisca Donaire Calderón, su hija y su conjunta, quedaron a su cargo y tutelar cuidado los hijos menores que hubieron en el matrimonio, y como tal su abuela los ha estado y está alimentando, vistiendo y acudiéndoles con lo necesario, a fin de que puedan hir siguiendo su destino y aplicación, que el uno, sin embargo de ser de corta hedad, se halla en estudios maiores y los otros dos más pequeños en el ejercicio de primeras letras, y como la es forzoso el así hirlos sosteniendo, poniendo su industria y cuidado, pues aunque tienen dichos menores algunos vienes raízes, no alcanza su producto para los indispensables gastos, mácsime en el presente tiempo en que así el pan como lo demás necesario para el alimento se halla en subidos precios, por cuia razón permanece mi parte en continuados apuros, sin tener para remediarlos otra salida ni adbitrio que el disponer, si se le diese permiso a mi parte, para la venta de unas cercas que gozan dichos menores, inmediatas al arraval de las casas de Belén (...) la que aora se encuentra en proporción de poderse bender para remedio de los suso dichos, quienes en ello es ebidente y constante esperimentarán clara y conocida utilidad por quanto el producto de su benta se imbertiría en venefizio de dichos menores y remedio de su necesidad, que es el fin para que mi parte lo pretende, y salir al mismo tiempo de su aflición, en méritos de lo qual y ser notoria la estrechez, apuro y necesidad que padecen, que se podrá redimir y sentirían grande utilidad, con el judicial permiso para la venta de dichas alajas.
Suplica a vuestra merced se sirva, atendidas tampoderosas razones y circunstancias que van espresadas, que todas son verídicas, conceder a mi parte licencia judicial para que pueda celebrar la venta de las enunciadas cercas (...).y que el producto o efectos en que se vendisen se le haia de entregar para el fin que va espresado y poder suministrar el diario alimento a dichos menores (...)
                            Barroso (rúbrica)
Licenciado Zárate. Gratis (rúbrica)
                            Inés Donaire
(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Lorenzo Tomás Grande Calderón. 1769, fols. 57r-58r)

    A las palabras de “estrechez, apuro y necesidad” que se recogen en aquella demanda tal vez hubiera que añadir las de fortaleza y determinación de quien, como doña Inés, se vió en su vejez convertida en cabeza de familia y sustento de sus nietos.