Los espacios de la ciudad también tienen memoria y esa memoria se nutre de las actuaciones, remodelaciones y cambios que en ellos se realizan y de las vivencias de generaciones que, a lo largo del tiempo y en circunstancias muy diversas, discurrieron por ellos.
La ciudad, sus lugares, son una hermosa amalgama de espacios percibidos, vividos, amados, sentidos -o incluso rechazados- de modo muy diferente a lo largo del tiempo. Hay determinados momentos o períodos de nuestra vida en los que algunos de ellos se convierten en un referente fundamental y los cargamos de vivencias, de tiempo disfrutado, de sentimientos. Están llenos, sobre todo, de otras personas con las que allí estuvimos y disfrutamos. Podríamos recorrerlos con los ojos cerrados porque fueron nuestro espacio de juegos infantiles, de primeros paseos, de primeros amores.
Pero sucede que crecemos y que el tiempo, la vida, hace que dejemos de percibirlos y casi se vuelven invisibles. Las mas de las veces pasamos por lugares de la ciudad casi sin advertir su existencia. Los vemos a diario, los atravesamos, apenas los miramos y, aparentemente, no los sentimos.
Ocurre, sin embargo, que una imagen, tal vez en blanco y negro, reactiva nuestra memoria y la del espacio que de nuevo volvemos a percibir con intensidad. Y entonces todo el espacio parece crecer y nosotros menguar mientras soñamos cuando jugábamos a la pica o a la comba, con alfileres o con bolindres. Crecimos y empezamos a pensar en cuestiones serias e importantes y olvidamos los sueños y la memoria que atesoran esos lugares.
En 1472 Inés González y sus hijos procedieron a cumplir una de las últimas voluntades de su marido y padre, Gil González, de la casa de Orellana la Vieja. Regidor de la ciudad de Trujillo en varias ocasiones, Gil González había hecho saber a los suyos que se sentía en deuda con la ciudad. Como sus testamentarios, en junio de 1472 y ante el escribano Alonso Rodríguez de Almazán, Inés y su hijo, el licenciado Francisco de Orellana, procedieron a entregar a Trujillo alguno de los bienes del ya difunto Gil González “para que a todos comúnmente aprovechase”. El “regalo” donado fue un terreno, “canpo syn paredes” en los arrabales de la ciudad, “a donde dizen el Canpillo”, junto al alcacer de Juan de Vargas y entre el camino que salía del Pozuelo (calle Sofraga) hacia la fuente de la Añora y el que desde el barrio de Santi Espíritu se dirigía a dicha fuente. Sería el Campillo tierra común en la que pronto aparecieron mesones, como el de Maderuelo, pozos públicos y viviendas. Allí moraban en 1551 los canteros Alonso Martín, Bartolomé Soto, Martín Casco, Nufrio González y Martín Izquierdo. Allí estuvo el horno de Ana Herrera de Hinojosa y el convento de las descalzas de San Antonio. Poco a poco sus solares se ocuparon, sus calles se empedraron y un arco dio la bienvenida a personajes reales y se cerró cuando la ciudad se protegió del contagio.
A lo largo de los siglos, sus vecinos fueron fundamentalmente labradores y jornaleros, hortelanos, aguadores y viudas pobres. Se mantuvo su arbolado, se limpiaron sus callejas, su llevó a su extremo el rollo que una vez dominara la plaza mayor y un pequeño jardincillo cubrió la plazuela que iniciaba el Campillo.
En ese “paseíno” que todos titulamos con el nombre de un, para nosotros, desconocido “tío Granuja”, jugaron muchas generaciones y disfrutaron de aquel pilar de cerámica azul con pequeñas esculturas de ranas.
En 1892 la ciudad sacó a licitación la “remodelación” de aquel paseo. Un murete de mampostería, un respaldo de hierro y arena en su superficie harían de este espacio ciudadano un lugar de reunión, de encuentros, de juegos. Un espacio del que muchos disfrutamos y que no reconocemos (y en el que no nos reconocemos) al atravesar hoy esa plazuela. Si el “paseíno del tío Granuja” pudiera hablar...
1892, abril 24. Trujillo
Proyecto para la construcción de un murete de mampostería, de un respaldo de hierro y del enarenado de la plaza del Campillo.
Trujillo, 24 de abril de 1892
Condiciones facultativas
Primera
La tierra que para el barro se emplee será arcilloso y de buena liga para que pegue, el barro á de estar bien vatido.
Segunda
La piedra que en la mampostería se emplee, será la que en el sitio de la obra está apilada y si ésta no fuera suficiente, tendrá el Contratista que traerla de iguales condiciones.
El mortero de cal que se emplee en el repello de los muretes estará formado de una espuerta de cal y dos de arena, medido todo en volumen, siendo el repello después de asentado raspado.
Tercera
Las dimensiones que han de tener los muretes serán de cuarenta y un metro de longitud después de descontar las dos puertas de tres metros de longitud que en la misma van por 0,80 de ancho y el alto conveniente hasta formar los 0,30 de altura, que ha de llevar la totalidad del banco por encima del nivel del terreno.
Cuarta
El yerro que en la construcción de la barandilla se emplee, será de buena calidad.
La barandilla estará formada por pilarotes de hierro redondos de 0,50 de altos por 0,015 de diámetro, llevando dos pequeñas espigas para su remache en la parte superior y empotramiento por su parte inferior. Estos pilarotes irán espaciados un metro de eje a eje y sostenidos por dos eses de pletina. Dichos pilarotes irán unidos por su parte inferior y superior por dos llantas de hierro de 0,03 de ancho por 0,006 de grueso, por la longitud conveniente, teniendo que ir la llanta inferior 0,10 levantada del asiento en cuyo centro se ha de colocar la barandilla.
Para complementar el sistema se pondrá de pilarote á pilarote dos pletinas de 0,04 por 0,04 en forma de aspa.
Los pilarotes, así como las eses de refuerzo de los mismos irán convenientemente sujetos á el asiento de cantería para que la barandilla no tenga movimiento.
La barandilla irá pintada al óleo con color negro.
Quinta.
Antes de proceder á el enarenado se empezará por tender una capa de tierra á la que se le darán los espesores que sean convenientes para que el centro de la plaza tenga fácil deshagüe, para lo cual las vertientes no bajarán de un dos por % en las dos direcciones que tiene que llevar. Una vez que se haya hecho el tendido de tierra y que esté perfectamente sentado y sin hoyos ni desigualdades, se procederá á hechar una capa de arena cuyo espesor después de apisonada no ha de bajar de un centímetro.
Trujillo 24 de abril de 1892
El arquitecto
Eduardo Herbás
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1088.12)