9 de junio de 2024

Arcas que construyen historias. El pequeño señor de Orellana la Nueva

    También el arca tiene su día y hasta su semana, la Semana Internacional de los Archivos. Y está bien que lo celebre y lo celebremos del mejor modo que un arca puede hacer: contando historias que guarda celosamente esperando a salir y ser compartidas.
    Hoy es el día de las “arcas” y en su honor intentaremos contar una de esas historias. Un relato que se inicia en el arca trujillana con una pequeña pieza que necesitará de otras muchas que ofrecen otras arcas y que, como en un puzle, se unen para darnos una imagen casi completa, porque seguro que la historia es mayor y aún habrá piezas escondidas que podrían resolver espacios en penumbra de nuestra historia.
    En 1508, la ciudad de Trujillo se construía y reconstruía. Atrás quedaron los años de guerra (que no de enfrentamientos) y era necesario derribar algunos de los rastros de esos conflictos. Junto a la puerta de Hernán Ruiz, una torrecilla con garitas que parecía haber sido construida por Fernando de Monroy debía ser destruida. Por su piedra competían los vecinos más próximos, Martín de Chaves, el hijo de Gonzalo de Torres, y doña Mayor de Sotomayor, la hija de don Alonso, la nieta de Luis de Chaves el viejo, la señora viuda de Orellana la Nueva. La torre estaba en su casa, frontera a la de Martín de Chaves, y la piedra debería ser para ella. Además reclamaba el pago del suelo tomado a su casa. Aunque no era su casa pues habla en nombre de su hijo Diego, el auténtico señor de Orellana la Nueva o de la Sierra, su octavo señor. 
Alcázar de los Bejarano. 1928. Archivo General de la Administración.

1508, mayo 22. Trujillo
Doña Mayor de Sotomayor dize que ya saben los señores que la çibdad, al tienpo que hizo la torre de la puerta de Hernán Ruiz, tomó un pedaço del suelo propio de la casa de Diego Garçía de Orellana, su hijo, e mandaron dar VU mrs. por ello, que lo paguen. Que muestre lo que dize y el derecho que tenía allí e que se vea lo que se deva fazer. 
E así mismo pide testimonio de quién y cómo mandó derrocar el cubo torre de su casa. Que sy algund derecho tiene e sy se syente por agravio que lo muestre e diga e alegue ante el señor teniente, que se le deshará el agravio.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 9, fol. 51r.) 

    Esta es la primera pieza de la historia, la única que nos ofrece el arca de Trujillo. 
    Junto a la puerta de Fernán Ruiz, hoy del Triunfo, estaban las casas principales del señorío de Orellana la Nueva, allí donde la torre “que dicen de Theresa Gil” honraba a la esposa del segundo señor, Diego García de Orellana, a quien llamaron “el rico”. Allí estaban también las casas que su hijo Pedro de Orellana, quinto señor de la villa, dejara en herencia a algunos de sus hijos: Fernando, Francisco, Isabel (beata en el convento de Santa María) y Marta, su hija mayor, que con su esposo, Juan de las Casas, comprará las partes de sus hermanos entre 1489 (en que adquiere la parte de Francisco) y 1493 (en que cierra el trato con la viuda de Fernando, Sevilla López).
    Pero las casas principales en Trujillo, el alcázar de los Bejarano, le correspondieron a su hijo primogénito, Diego García de Orellana, el mayorazgo, el sexto señor de Orellana, casado con otra trujillana, Isabel de Vargas, hija de Juan de Vargas el viejo. 
    Y en esas casas vivía en 1508 doña Mayor y su hijo Diego. De doña Mayor contaba en 1548 el cronista Diego de Hinojosa y Vargas que la casó su padre “con el señor de Orellana la Nueva o de la Sierra, llamado creo que Pedro de Orellana. Fué mentecato; muy simple; hubieron un niño, Dieguito o García, que murió de tiña, por cuya muerte heredó su tío, creo que Juan de Orellana, el Ciego”. Y sí, así es la historia, pero mucho más compleja, con muchas más piezas de las que recordaba el cronista, quizás porque la historia se hubiese ya olvidado y sobre todo porque él no pudo acceder a las “arcas” que hoy nos explican con detalle esa historia.
    A la muerte en 1492 de Diego García de Orellana, el sexto señor de Orellana la Nueva, sucedió en el señorío su hijo Pedro, nacido en Trujillo y menor de edad, a quien sus padres prometieron en matrimonio (aún lejano) con doña Inés de Meneses, hija de Fernando Álvarez de Meneses y doña Mencía de Ayala, vecinos de Talavera de la Reina, y biznieta de Marta de Orellana, hija de Diego García “el rico”. Pero es posible que el matrimonio no se llevara a cabo por fallecimiento de la novia (a quien ya no cita en su testamento su madre en 1496) y habría que buscar nueva esposa.
    Antes, y quizás por fallecimiento de su madre y curadora, el nuevo señor de Orellana la Nueva, como mayor de catorce años y menor de veinticinco, buscó tutor, además de  administrador y gestor de sus bienes. Para lo segundo, la persona elegida en diciembre de 1500 fue el clérigo Cristóbal García. Poco después, el 16 enero de 1501, el alcalde mayor de Trujillo, el bachiller Fernán Álvarez de Cuéllar, atendía su petición y nombraba tutor y curador de Pedro a la persona que éste proponía, Alonso de Zorrilla, “que es persona ábile, ydóneo, sufiçiente e abonado”.
Firma de Pedro de Orellana. 1501
    No sabemos por qué, pero apenas quince días de haber sido nombrado su curador, Pedro de Orellana se encontraba preso en Plasencia, en la cárcel episcopal y, desde allí, ordenaba la venta de algunos de sus bienes para atender a sus necesidades.

1501, enero 31. Plasencia
…dixo que por quanto el honrado señor bachiller Hernand Álvarez de Cuéllar, alcalde en la çibdad de Trogillo le ovo proveydo de curador a Alonso Zorrilla, vezino de la dicha çibdad de Trogillo e él estava e está preso e dethenido en la cárçel del señor obispo en esta çibdad de Plazençia e asy para sustentaçión de su estado y persona y su deliberaçión, él a menester de vender o enpeñar parte de su hazienda para conplir sus neçesidades y por quanto para ello era neçesario su presençia personal y él al presente no puede yr a la çibdad de Trogillo, para el dicho señor alcalde o otra qualquier justiçia de la dicha çibdad de Trogillo para que le de liçençia, poder e abtoridad para vender o enpeñar de sus bienes para lo que dicho es, que desde agora pide y requiere al dicho señor alcalde e a otra qualquier justiçia de la dicha çibdad que paresçiendo ante él el dicho Alonso Zorrilla, su curador, o Christóval Garçía, su fator e mayordomo, o qualquier dellos e presentándole informaçión de testigos de cómo él tiene neçesidad de vender o enpeñar para lo que dicho es, que mande ynterponer e ynterponga a la tal vendida o enpeñamiento su decreto e abtoridad e dé liçençia e facultad para ello, que el dicho Pedro de Orellana desde agora gela pide e requiere por ante mi el dicho escrivano porque esto dixo que le es neçesario, porque de otra manera no puede conplir con su persona y honra…”
(Archivo Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Legajo TR.05/068)

    Vendida su parte en la dehesa de Magasquilla del Cobo a su tía Marta y a su marido, Juan de las Casas, la vida del joven señor de Orellana la Nueva nos es desconocida hasta casi el momento de su muerte, aunque sí sabemos que casa hacia 1502 con doña Mayor de Sotomayor. 
    A decir del cronista Hinojosa, don Alonso de Sotomayor, el padre de la novia, buscó para sus tres hijas (María, Mayor y Juana) buenos “partidos”, tres mayorazgos,  prometiendo a cada uno de ellos que su esposa sería mejorada en su testamento, “mas después partió la hacienda igualmente entre todas”.
    Pedro de Orellana y Mayor de Sotomayor, señores de Orellana la Nueva y padres de Diego García de Orellana, nacido hacia 1503 y protagonista de esta historia quizás más que sus padres, alternarían su residencia entre el alcázar trujillano y la fortaleza de Orellana. 
    Ya dijimos antes que el cronista Hinojosa calificó a Pedro como “mentecato” y de loco le tilda su propio hermano, Juan de Vargas de Orellana, en julio de 1507, poco antes del fallecimiento de aquél. 
    Consideraba Juan de Vargas que el señorío de Orellana corría peligro en manos de su hermano Pedro, que “se ha tornado loco”, que “los bienes del dicho mayoradgo se destruyen e disypan” y que era necesario nombrar un tutor para que “un pariente çercano del dicho linaje sea proveydo de curador de la persona e bienes del dicho Pedro de Orellana, porque la dicha casa e mayoradgo no se pierdan ni destruyan”. No lo dijo entonces pero tras la muerte de su hermano, Juan de Vargas acusó a la propia doña Mayor de estar detrás de esa locura que afectó a Pedro los dos años anteriores a su fallecimiento. Le “dio bevedizos” y “nunca lo quiso curar como diz que fue requerida para ello por muchos parientes suyos”.
    Nada tuvo que hacer en Trujillo el licenciado Juan de Herrera, juez pesquisidor enviado por la Corona para obtener información de esa presunta locura y tomar las medidas necesarias para proteger el patrimonio del señorío. En ese mismo mes de julio, Pedro de Orellana, séptimo señor de Orellana la Nueva, fallecía dejando el señorío en manos de un niño de cuatro años, Diego, tutelado en principio por su madre, doña Mayor, pero cuya custodia sería objeto de deseo y pleitos en los años siguientes. 
    Comienzan a aparecer entonces nuevos personajes en la historia. A Diego, el menor, huérfano ahora, y doña Mayor, la madre, se unen Juan de Vargas de Orellana, el tío y siguiente en la línea del señorío de Orellana la Nueva, Juan de Vargas mayorazgo, cabeza del linaje de los Vargas, y Juan de Vargas de Madrigalejo. Tres Juanes, primos hermanos entre sí (como hijos de los hermanos Isabel, García y Alonso de Vargas), que unirán sus fuerzas para conseguir la tutela de Diego, la custodia de la fortaleza de Orellana y la administración de los bienes del mayorazgo.
Portada del alcázar Bejarano.
Trujillo

Porque ahora la tenían los Chaves, la tenía doña Mayor (a quien culpaban de la muerte de Pedro de Orellana) cuando debería estar en manos de alguien del linaje Bejarano.
    El primer movimiento es de doña Mayor, quien pide amparo a la reina apenas tres meses de la muerte de su esposo y tras ser nombrada tutora de su hijo por el corregidor de Trujillo, Martín Fernández Cerón. Temía que “estando en la dicha administraçión, por algunas personas les serán movidos algunos pleitos e cabsas contra ella e contra el dicho su hijo”, y pedía que “como hera viuda e de linage e vive onestamente e su hijo huérfano”, cualquier pleito contra ella se viera ante el Consejo Real o las Reales Audiencias.
    Investigar si en sus manos peligraba el patrimonio de su hijo, si doña Mayor “a vendido algunos de sus vienes” y “gasta todos los frutos e rentas del dicho mayoradgo”, será la tarea encomendada en marzo de 1508 por la reina Juana al corregidor de Plasencia, Juan de Montalvo, respondiendo a la petición de los Vargas parientes del difunto Orellana. 
    Nada parecía haber cambiado un año después cuando en abril de 1509 la investigación se comete al corregidor de Trujillo: doña Mayor seguía disfrutando de la tutela de su hijo, de la tenencia de la fortaleza de Orellana la Nueva y de las rentas del señorío. Los Vargas mantenían sus reclamaciones. No era solo que las rentas del señorío aumentarían con otro administrador, sino que la persona de su madre no era ya la idónea para ostentar la tutela de Diego. La cuestionaron no solo por considerarla responsable de la locura y muerte de su esposo sino también por su vida y comportamiento: “bive desonestamente”, dos veces había abortado y en septiembre de 1508 había dado a luz a un hijo, sin estar casada, al que criaba públicamente.
    Tal situación invalidaba a doña Mayor como tutora y sería ella misma la que promoviera el cambio en la curaduría del pequeño Diego. De la poderosa familia Meneses de Talavera de la Reina, el nuevo tutor fue Juan de Meneses. Emparentado con las familias de ambas Orellanas (como descendiente de Marta Martínez de Orellana, hija del segundo señor de Orellana la Nueva, y hermano de Teresa de Meneses, esposa de Rodrigo de Orellana, señor de Orellana la Vieja), quizás pensara doña Mayor (si es que de ella fue la idea) que el prestigio y poder de los Meneses podría contrarrestar la presión de los
Vargas. Seguían reclamando éstos la administración de los bienes del menor para el tío del pequeño señor de Orellana, Juan de Vargas Orellana, y que la tutoría de la persona de Diego y su fortaleza de Orellana pasaran a Juan de Vargas, el de Madrigalejo, primo hermano de su padre. 
    “Forçado e oprimido”, decían los Vargas que se encontraba Diego (parece que en algún momento llevado a Portugal para hurtarle de las manos de quien anhelaba ser su cuidador), mientras que las partes debatían y pleiteaban ante el Consejo Real, realizaban probanzas, presentaban testigos, alegaban en contra de la otra parte… 
    Dos años más que debieron ser difíciles para un niño de su edad, objeto del deseo de tantos. 
    Dos años más de pleitos que se cierran con el nombramiento de otro tutor, el tercero, para la persona y bienes de Diego García de Orellana. Gonzalo de Ocampo asume en abril de 1511 la tutoría y exige que doña Mayor de Sotomayor (ahora casada con Francisco Solano) rinda cuentas del tiempo que tuvo la administración de los bienes de su hijo y reclama al señor de Orellana la Vieja el pago de deudas pendientes con su tutelado. Parecía que la normalidad se iniciaba en la vida del pequeño Diego.
    Pero su historia, su vida, fue corta. Las crónicas no le citan o se limitan a señalar que murió sin descendencia. Y así fue. El octavo señor de Orellana la Nueva no tuvo descendencia y apenas tuvo vida.     En agosto de 1511 fallecía cuando tenía ocho años. No vería a su tío Juan convertirse en el nuevo señor de Orellana la Nueva; reclamar a su madre bienes de los que se consideraba heredera; exigirle títulos y escrituras que doña Mayor había protegido en la cercana Orellana la Vieja. Tampoco vería a su madre acusar a su último tutor de su muerte, de “averle plazido de la muerte del dicho menor”. Porque la historia tiene una última pieza. Murió de tiña, dijo el cronista. Malicia y negligencia, aduce su madre. Triste vida y triste muerte.

1511, octubre 9. Burgos
…teniendo el dicho Gonçalo do Canpo el dicho menor en su poder lo dio a un Gonçalo Cano, su criado, que lo toviese e administrase e que un día del mes de agosto que agora pasó, el dicho Gonçalo do Canpo e el dicho Gonçalo Cano llevaron al dicho menor a casa de un Alonso Blasco, cantero, en su presençia le rapó la cabeça con una navaja hasta que le hizo saltar sangre della e luego sobre la sangre, asi fresco e reziente le untó con un ungüento hecho de çebollas albarranas, que diz que es una yerva peligrosa e ponçoñosa, matadora, e lo puso de tal forma y estado que el niño espiró dentro de una ora e que en contynente el dicho cantero huyó al monesterio de la Encarnaçión e que el dicho Gonçalo Cano se absentó de la dicha çibdad. E falleçido el dicho menor, diz que luego el dicho Gonçalo do Canpo, tutor, lo hizo llevar a enterrar a una hermita de la Coronada, dos leguas de la dicha çibdad, e que de allí, de camino se juntó con un tío del dicho menor, hermano de su padre e le fue a entregar la villa e fortaleza del menor por su abtoridad... Por ende que me suplicava e pedía por merçed (….) que mandase proçeder contra los culpantes e cada uno dellos aquellas penas que segund fuero e derecho paresçiese aver yncurrido porque no se dé atrevimiento a semejantes delitos, pues sabía el dicho Gonçalo do Canpo que el dicho menor tenía médico salariado en la dicha çibdad, onbre sabio que acostunbrava curar al dicho menor, e le curó e hizo curar por persona que no tenía ninguna çiençia ni esperiençia e con yervas tan ponçoñosas e de qualidad que le quitó la vida…

(Archivo General de Simancas. Registro General del Sello. Leg. 151110, 563)

    Tres archivos, tres arcas que en su celebración, en éste su día, nos regalaron las piezas de esta historia.
Escudo de los Bejarano. Palacio de Orellana de la Sierra
Fuente: https://laserenaturismo.es