La ciudad está llena de historias y no son solo las de los grandes acontecimientos o las grandes transformaciones. La ciudad, sus calles, sus plazas y plazuelas acumulan una memoria -las más de las veces olvidada o desconocida- fruto de quienes en ellas vivieron, las habitaron, gozaron, las sufrieron o murieron en ellas.
Recuperar algunos de esos momentos de historias de una calle, una plaza o un rincón de nuestra ciudad, nos ayuda a construir una imagen de quienes allí vivieron. Recuperar esa memoria social y urbana de los rincones de la ciudad nos ayuda a deconstruirla y conformar una nueva imagen más rica, más completa y más humana de los lugares que habitamos.
Si eso ocurre en un entorno más conocido, incluso en ese pequeño espacio que hoy habitamos, entonces la calle, la plaza, la casa o las habitaciones en las que discurre parte de nuestra vida adquieren un valor singular, el de historia de los lugares pequeños y los pequeños acontecimientos que hacen la ciudad más humana y sentida.
Muchos vecinos de Trujillo pasan con frecuencia por la plazuela del Licenciado Burgos y para muchos es simplemente eso, un lugar de paso al subir o bajar a la plaza. Para otros es el lugar en el que se vive, una plazuela donde siempre se escuchan los ecos de los pájaros, de quienes por allí pasan, de coches, de sonidos de procesiones que discurren a su alrededor.
Pero hubo un momento en que esa plazuela se llenaba de voces alegres de niños o de recias y sosegadas voces de trabajadores. Unos y otros deseosos de aprender y conocer, al tiempo que convertían la plazuela en su patio de recreo.
José María Campón Rico había nacido en Cáceres en 1882. En su casa de la calle Arco del Rey, el hijo de Juan Campón y Eladia Rico debió tener muy claro cuál sería su futuro profesional, teniendo en cuenta que su padre y su hermano Francisco eran maestros. Tras aprobar el bachillerato en el Instituto de la ciudad, continuó sus estudios en la Escuela Normal (donde impartía clases su padre). Con 20 años, Juan es ya maestro. Fue entonces el momento de decidir su futuro, que podría haber estado en la escuela particular que en esos momentos regentaba su hermano en la plazuela de la Concepción de Cáceres. Sin embargo, será Trujillo el lugar elegido para iniciar su proyecto de vida.
En 1904, el maestro Campón abre escuela en Trujillo. En la plazuela del Licenciado Burgos, en el número 2, en el principal, fija su vivienda y establece su escuela. Desde Cáceres trae ya buenas referencias pues ese mismo año ha preparado a alumnos para realizar el examen de ingreso en el instituto. El mejor, premio al examen, ha sido uno de esos niños, Antonio Guerra García, hijo del trujillano Cipriano Guerra Cuadrado, profesor en el centro cacereño.
Aún soltero, en agosto de 1906, José María Campón remitió al director del Instituto provincial la documentación que el Real Decreto que acababa de publicarse exigía a todas las escuelas privadas. Sus métodos de enseñanza, los materiales de que disponía su escuela, el horario, las asignaturas... todo lo recoge en los documentos enviados a Cáceres, a los que acompañaba un pequeño plano de la escuela, su acreditación personal y los informes municipales que certificaban que el local reunía las condiciones higiénicas adecuadas y acordes a la normativa municipal.
Impartida la enseñanza en dos grados, por supuesto se fundamentaría en los principios de la moral cristiana, aunque los métodos de enseñanza procurarían amoldarse “a los procedimientos más en práctica por los pedagogos modernos”.
“El curso será solar, sin más vacaciones que los domingos y días festivos, comprendiendo también días de fiesta nacional, Carnaval, Semana Santa, Pentecostés y Navidad”.
“Plano de la escuela que dirige D. José Mª Campón Rico sita en Plaza Burgos”. Archivo IES El Brocense |
Pero la escuela del maestro Campón era especial, pues los alumnos (que podrían ser hasta 30) estarían en régimen de internado o “medio-pensionistas”.
A las 8 de la mañana comenzaban a llegar a la plazuela los alumnos que dormían en sus casas, a las que regresarían a las 8 de la tarde, recibiendo clases en la mañana hasta las 11 y de 4 a 6 por la tarde. Cinco pesetas mensuales era el precio de las clases a las que habrían de sumarse 3 pesetas diarias por la alimentación de los alumnos internos y 1,50 pesetas para los “medio-pensionistas”.
Para probar la buena atención que recibirían sus pupilos, José María Campón detalló también en su informe qué alimentos recibirían los alumnos en su escuela y que hoy consideraríamos poco acordes a su edad:
“desayuno: café con leche o chocolate con bollo, pan francés o buñuelo.Comida: cocido abundante, un plato fuerte de principio, vino, postre y café.Merienda: queso o fruta y dulces.Cena: ensalada, un plato de entrada, otro fuerte y postres”.
Prohibía los castigos corporales y su deseo era que existiera una estrecha relación entre la escuela y el hogar, adoptando los días y tiempo que entendiera oportunos para los paseos y excursiones escolares.
De este modo la plazuela se convirtió en el escenario de la vida del maestro Campón, de una vida no sólo de trabajo pues también encontraría cerca a quien debería haberle acompañado en ese recorrido vital. En la calle Carnicería vivía María Silva Bello, hija de Diego Silva y Máxima Bello, con quien se casaría José María Campón en 1906, sumándose a la familia el pequeño Eladio un año después. Pero la alegría que trajo a la plazuela su nuevo inquilino se sumó a la tristeza de despedir a María ese mismo año. Pocos años después, en 1911, José María Campón Rico abandonaba Trujillo para ocupar plaza de maestro en Alcántara (donde volvía a casarse) donde permanecería hasta 1926 para terminar su vida docente en Vizcolozano, en Ávila.
¿Y su escuela?. En los padrones de vecinos de años posteriores que conserva el arca, un nuevo maestro ocupa la vivienda de José María Campón Rico. El salmantino Enrique Marchante Lora también pertenecía a una familia de maestros. Su hermana Rosario era desde 1895 maestra en Serradilla -donde dejaría un imborrable recuerdo- tres años antes de que Enrique se convirtiera en maestro.
Quizás se hiciese cargo de la escuela de la plazuela aunque no sabemos si en las mismas condiciones que ofrecía el anterior maestro. Pero sí sabemos que tuvo a su cargo otra escuela que en 1912 se abrió en la misma plazuela.
Aunque no formaba parte la educación de sus objetivos concretos, la Sociedad de Socorros Mutuos “La Protectora” estableció en el Reglamento que se redactó en 1910 la posibilidad de llevar a la práctica todas aquellas medidas que pudieran “facilitar toda la ilustración posible a la clase obrera”. Una escuela para artesanos y obreros pareció el mejor camino y en julio de 1912 el presidente de la Sociedad, Manuel García Chamorro, realizaba en el Instituto de Cáceres los trámites que les permitiera abrir “una escuela para sus Socios e hijos de éstos, en la que aprendan la 1ª enseñanza y otros conocimientos pertinentes á los diferentes oficios, artes o industrias á que se dedican”. Reglamento y plano forman el expediente de la “Escuela de obreros” que ocuparía “el local de esta ciudad sito en la Plazuela de Burgos, número 1, principal, bajo la Dirección de Don Enrique Marchante Lora, Maestro superior de 1ª enseñanza, residente en esta población”.
Desde el primer día de noviembre hasta finales de marzo, todas las noches podrían acudir estos alumnos a unas clases que, a lo largo de dos horas, pretendían completar una formación que un temprano acceso al mundo laboral había reducido.
Lectura, Escritura, Lengua castellana y nociones de Matemáticas, Aritmética y Geometría constituían las materias que se impartieron ese primer año, indicándose que en los siguientes años sería también objeto de enseñanza el dibujo lineal y de figura.
1912, febrero 11. Trujillo
Varios. A petición del presidente de la Sociedad de socorros mutuos “La Protectora” de esta ciudad, se le conceden en calidad de préstamo y para que las dediquen á la enseñanza, diez y seis mesas de dos asientos y ocho de dibujo, de las existentes en el Ex-colegio Militar.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 1517, p. 36)
Años después, el maestro Marchante se fue de Trujillo a otros destinos más cercanos a Salamanca, pero la escuela siguió formando a obreros y artesanos bajo la dirección del maestro Ramón Galeano.
Frente a frente, en la plazuela, niños y obreros convirtieron durante unos años este espacio en lugar de encuentro de quienes aún no pensaban en el futuro y quienes se enfrentaban diariamente a su presente. Quienes pusieron en marcha estas escuelas, quienes allí se formaron y estudiaron completan un poco más la memoria urbana y social de esta pequeña plazuela junto a San Francisco.