9 de junio de 2023

Archivos llenos de vidas

    Cuando hablamos de archivos siempre hablamos de patrimonio y memoria. Son todos ellos fuentes de información y fuentes de historias que nos permiten comprender y compartir el pasado.  Una parte importante de nuestro ADN como sociedad está atesorada en los archivos cuya existencia, buena conservación y mejor uso hoy,  Día Internacional de los Archivos, celebramos.
    Y no hay mejor celebración que su uso, no hay mayor aprecio y respeto que su difusión, no hay mayor homenaje que sacar de sus arcas pequeñas o grandes historias que ayudan a conocernos.
    Juana, Leonor, Bernarda y Natividad. Cuatro mujeres que, como tantas otras, vivieron casi sin dejar rastro a pesar de tener quizás grandes historias que contar. 
    Cuatro mujeres que gracias a cuatro archivos surgen del silencio y cuentan su historia.

    Juana Rodríguez de Grado no estaba sola. Junto a ella, la comunidad de franciscanas del monasterio de la puerta de Coria de Trujillo, presenciaba el fin de su tiempo de novicia y su profesión como religiosa del convento. 
    Los días anteriores habían sido intensos. En la misma iglesia del convento, el día anterior, había dictado su testamento. Cuando muriese, deseaba ser enterrada con su madre, Teresa Calderón, en la sepultura en la que ésta descansaba en la cercana iglesia de Santa María. Misas por su alma y las de sus parientes, ofrendas de pan, vino y cera ante su sepultura y limosnas a las iglesias y ermitas de Trujillo. Sus escasas posesiones ya tenían destinatarios. Su parte en la dehesa de Valquemado, junto a Santa Cruz de la Sierra, sería para su padre, Diego de Grado, pero solo mientras viviese. A la muerte de éste, lo heredaría su hermano Juan de Grado y su sobrina Teresa Carrasco, la hija de su hermano Pedro Calderón. Tras su profesión como religiosa, su historia se sumerge en el silencio.
Profesión de Juana. Archivo TPGB. Leg. 19/027

1512, enero, 11. Trujillo
Yo Martín Gonçález, clérigo presbítero, notario público por las autoridades eclesiástica y hordinaria y uno de los notarios de la audiençia obispal de la çibdat de Trogillo, doy fe y testimonio en como en honze días del mes de enero del año del señor de mil e quinientos y doze años, estando dentro en la casa y monesterio de señor Sant Françisco de la puerta de Coria, que es adentro de los muros de la dicha çibdat de Trogillo y estando ende la señora Catalina de Mena, abadesa en el dicho monesterio, e Ana Calderón, portera, e Urraca Alonso e Estevanía de Paredes e Catalina Gonçález Galinda e Teresa Altamirano y Ysabel Álvarez de Paredes e María de Torres e Ysabel Álvarez la Piçarra e otras freylas de la dicha casa, después de aver dicho la misa cantada con solenidat Hernand Alonso de Villarejo, clérigo, y estando ende Juana Rodríguez, hija de Diego de Grado, puesta en ábito de freyla en manos del dicho Hernand Alonso clérigo, husó los tres votos sustançiales de derecho, que son obediençia, castidat e proveza particular, porque dixo que ella avía estado allí en la dicha casa el año de la aprobaçión que el derecho quiere, e aún más, e que ella pedía e requería al dicho Fernand Alonso resçibiese della el dicho acto e votos e que ansy lo quería hazer e hizo e prometió e juró en manos del dicho Hernand Alonso en presençia de muchos onbres e mugeres que ende estavan, la qual solenidat e votos asy hecho la dicha Catalina de Mena dixo que pedía a mi el dicho notario gelo diese por testimonio para guarda de la dicha casa.
(Archivo Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Legajo TR.19/027)


    Leonor de Sotomayor también fue monja profesa, pero no por su voluntad como parece lo fueron sus hermanas Ana de Sotomayor y Marina de Meneses en sus conventos de Toledo; prisionera en una torre de su casa, con “tormentos e prisyones”, acabó por aceptar el destino fijado por su padre, Rodrigo de Orellana, señor de la villa de Orellana la Vieja, en el convento de Santa Clara de Zamora.
Seguro Real a Leonor de Sotomayor.
AGS. RGS. Leg. 151502, 287

Sólo a su muerte, sus hermanas de profesión apoyaron su salida del monasterio, porque estaba claro que en ella “no avía señal de monja”. Fuera del convento no se sintió segura y acude a la reina Juana buscando su protección. Se temía de algunos de sus hermanos. De Juan, el sucesor de su padre en el señorío de Orellana la Vieja, de Gutierre, que luego habría de ser conocido como el fraile dominico fray Domingo de Sotomayor, y de Hernando. Con ellos sigue pleito, quizás por bienes que no recibió y ahora reclame, y de ellos recibe amenaza. Doña Juana la protege y manda pregonar en plazas y mercados su seguro a Leonor “para que la no hieran ni maten ni lisyen no prendan ni tomen y ocupen sus bienes ni le hagan ni manden hazer otro mal ni daño ni desaguisado alguno en su persona e bienes”. Nada sabemos de Leonor antes de este documento. Tras él, Leonor vuelve al silencio.


1515, febrero 24. Medina del Campo
(...) Sepades que Leonor de Sotomayor, hija de Rodrigo de Orellana,cuya hera la villa de Orellana la Vieja, ya defunto, me hizo relaçión eçt diziendo que el dicho su padre, por fuerça e contra su voluntad la metió por fuerça monja en el monesterio de Santa Clara de la çibdad de Çamora e que con tormentos e prisyones la hizieron hazer profisyón, de lo qual ella syenpre hizo sus reclamaçiones. Y que luego que su padre murió, la priora e monjas e convento del dicho monesterio, veyendo que en ella no avía ninguna señal de monja, a canpana repicada la sacaron del dicho monesterio y declararon que ella no hera monja. E que después, por virtud de un rescrito de nuestro muy Santo Padre se a avido ynformaçión de la suso dicho, asy de las dichas monjas como de otras personas e de la fuerça que le fue hecha, cómo su padre la tuvo presa en su casa en una torre porque entrase en el dicho monesterio. E que en este estado está el dicho pleito e que no le queda syno un testigo de tomar e que a cabsa desto, Juan de Orellana e Gutierre de Sotomayor e Hernando de Orellana, sus hermanos, por que no siguiese el dicho pleito e porque ella no les pida sus bienes que le perteneçen, diz que le an amenazado que la an de malherir e matar e diz que la an andado buscando para ello, en lo qual diz que sy asy pasase que ella reçibirá mucho agravia e daño e me suplicó e pidió por merçed que çerca dello con remedio de justiçia la proveyese mandándola tomar e reçibir en mi guarda e seguro e so mi anparo e defendimiento real (...)
(Archivo General de Simancas. Registro General del Sello. Legajo 151502, 287) 

    Bernarda Valiente Solís no sabía escribir y así no pudo firmar ninguno de los dos únicos documentos que quizás otorgó en su vida. Sus dos testamentos. Fue la hija mayor de Juan Solís y Josefa Bravo y vino al mundo, en 1804, cuando arrancaba un siglo cargado de acontecimientos no siempre positivos para la ciudad.
    Aún no había cumplido los 19 años cuando unía su vida a Agustín Rubio Iglesias, trujillano como ella. Trece hijos y una vida que se cierran en dos documentos. El primero con su esposo, otorgando ambos testamento, y el segundo, ya viuda, disponiendo lo poco que quedaba por disponer.
    En 1863, cuando los esposos dictaban su testamento, sólo cinco de sus hijos seguían con vida y son pocos los datos que de Bernarda se indican. Que Agustín, su esposo, era mayoral de los ganados vacunos de don Fabián y don José de Orellana, que 6.000 reales se habían ido en pagar para que su hijo Antonio se librase del servicio militar, que Josefa y Antonia aún eran menores de edad. Nada de Bernarda.
    En 1876, Bernarda dictaba su segundo testamento. Agustín había fallecido dos años antes y su hija Antonia en 1871, quizás en el parto de su hijo Pedro. La hora y orden de su funeral y entierro, las misas y demás sufragios que habrían de decirse por su alma lo dejaba a decisión de sus hijos, a quienes legaba lo poco que quedaba de su vida. Una casa en la calle Afuera, la número 7, será el único bien a repartir cuando fallezca el 27 de diciembre de 1877. Setenta y tres años en pocas líneas que seguro fueron vividos con intensidad. 

1876, junio 9. Trujillo
En la ciudad de Trujillo, a nueve de junio de mil ochocientos setenta y seis, ante mí, D. Pedro Pedraza y Cabrera, vecino y Escribano del Número y Juzgado de la misma, Notario de su distrito, colegiado del territorio de la Audiencia de Cáceres, con presencia de los testigos que se dirán, comparece Bernarda Valiente y Solís, de setenta y un años de edad, viuda de Agustín Rubio, hija legítima de Juan y de Josefa, ya difuntos, natural y vecina de esta ciudad (...) la que asegura hallarse en pleno uso de sus facultades mentales y derechos civiles, sin fuerza, miedo ni interdicción alguna que la obste sus libres disposiciones, ni me conste cosa en contrario y dice: Que creyendo ante todo, como firmemente cree y confiesa el Misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Spíritu Santo, tres personas realmente distintas y un solo Dios verdadero (...) hallándose en avanzada edad y quebrantada salud, hace su testamento en la forma que sigue.
Primero. Encomienda su alma a Dios nuestro Señor que la crió de la nada, y su cuerpo lo manda a la tierra de que fue formado, y que hecho cadáver, sea sepultado en el cementerio de esta ciudad. (...)
Tercero. Manda se digan por el alma de su difunto esposo Agustín Rubio treinta misas rezadas, de cuatro reales limosna cada uno. (...)
Quinto. Declara: Que de su matrimonio con Agustín Rubio existen hijos legítimos Antonio, Juana, Francisco y Josefa, habiendo fallecido su también hija Antonia, dejando un solo hijo llamado Francisco Quesada Rubio.
Octavo. Del remanente de todos sus bienes, derechos y acciones instituye y nombra por universales herederos a sus hijos legítimos Antonio, Juana, Francisco y Josefa Rubio y Valiente y a su nieto Francisco Quesada Rubio, para que los ayan por quintas e iguales partes, encargándoles se conduzcan con honradez, providad y como buenos hermanos, y que encomienden a Dios a sus padres. (...)
Así lo otorgó la referida Bernarda Valiente Solís, y no lo firma, por no saber (...)
(Archivo Municipal de Trujillo. Protocolos Pedro Pedraza y Cabrera. 1876. Fols. 585r-586v)

    Natividad Morales Moreno nació en Trujillo el primer día de octubre de 1840. Hija de Juan y Antonia, sus abuelos maternos, Fabián y Joaquina, eran trujillanos, pero su abuelo Casimiro había llegado desde Higuera de la Serena y su abuela Inés desde Casas del Puerto de Miravete. Con 66 años, vivía en 1906 en la calle de la Lanchuela, en el número 8, con su marido Luciano Jorge Holguín y sus hijos: María, Josefa y Manuel, los tres solteros. 
    Como también harían algunos otros maestros de la localidad, Natividad se dirigía en septiembre de ese año al director del Instituto General y Técnico de Cáceres para obtener la aprobación de la escuela particular de niñas que ya regentaba y que ocupaba parte de su casa. Adjuntaba la fe de su bautismo en la parroquia de San Martín, el reglamento del centro, el cuadro de asignaturas que se impartían y los planos del local, el informe de Aniceto Bravo Fernández (médico de la Beneficencia municipal) sobre la ventilación, luz y capacidad de las instalaciones y la certificación del alcalde de la buena conducta de Natividad y del cumplimiento de las ordenanzas municipales en su escuela.
Plano del Local Escuela. Archivo Instituto El Brocense


1906, septiembre 1. Trujillo
Iltmo. Sor. Director del Instituto General y Técnico de la provincia de Cáceres

    Natividad Morales y Moreno, natural y vecina de Trujillo (Cáceres), casada, de sesenta y seis años de edad y con cédula personal de 11ª clase expedida el día 7 de mayo último, señalada con los números 52435864 impreso y 1310 manuscrito, á V.S. respetuosamente expone: Que teniendo abierta una Escuela de niñas de 2ª enseñanza con carácter particular, establecida en esta ciudad, calle Lanchuela núm.º 8 y debiendo acojerme á la legalidad común que preceptúan las disposiciones vigentes, 
SUPLICA a V.S. se digne tramitar el ajustado expediente á fin de que le sea concedida la autorización legal que corresponde, al objeto de que continúe abierta la escuela que tiene fundada. Gracia que espera merecer de la reconocida justificación de V.S. cuya vida guarde Dios muchos años.
Trujillo, primero de septiembre de mil novecientos seis.
La Directora
Natividad Morales (rúbrica)
(Archivo Instituto El Brocense) 

Cuatro archivos, cuatro historias, cuatro mujeres. Los archivos siguen esperando a quienes de nuevo den voz a todas las vidas en silencio que atesoran.