Las primeras en quejarse del corral en que se encerraban los toros que habrían de lidiarse en la plaza fueron las dominicas del convento de Santa Isabel. Asentadas en la abandonada sinagoga, ahora convertida en su casa, las religiosas pedían a la Corona en 1494 que se buscase otro lugar para tal menester, pues las molestias que tal espacio les ocasionaba comprometían la honestidad y apartamiento de su vida religiosa. Pero aunque la misiva real ordenaba que, si tal molestia fuera cierta, no se encerrasen allí los toros, se quitase el corral y quedase la calle “desenbargada”, lo cierto es que su ubicación había de ser lo más próxima posible y abierta al lugar en que se producía el festejo taurino, la plaza.
Resulta difícil imaginar su ubicación exacta pues en nuestra mente se impone el trazado actual de las calles sobre el que intentamos situar una vía, la de Jarandilla o Jarandilla de los Jaboneros, abierta a la plaza, en la que se encontraría el corral que molestaba a las dominicas:
“...que se encierren los toros en el corral que antiguamente se solían ençerrar en la calle de Jarandilla, a la boca de la plaça...”. (1545).
Su ubicación, a decir de los mercaderes de la calle Jarandilla, se hizo cuando sus vecinos eran la comunidad judía y “...a causa que bibyan ally, la dicha çibdad hizo en la dicha calle corral para encerrar toros con una barrera...”. (1517).
De tal espacio se preocupó siempre la ciudad, aderezando el corral y dotándolo de puertas que se retiraban tras los festejos
“Fernán López suplica manden quitar las puertas del corral de los toros y linpiar el corral pues no se an de correr toros fasta San Juan, que se meten algunas personas a hazer villaquerías. Que el mayordomo las faga quitar y entrar en el alhóndiga”. (1508).
Pero toros y negocios no parecían congeniar en el mismo espacio. La calle Jarandilla se llenó de mercaderes y tratantes y pronto quisieron, ellos también, que el corral que guardaba los toros bravos para los festejos se alejara de sus tiendas pues “...la gente no puede pasar por la dicha calle ni los dichos mercaderes tratar ni vender en ella sus mercaderyas e que todos los que biven en la dicha calle están encerrados y ellos y los que a ella vienen no pueden pasar sy no rodean por otras partes e la dicha calle está contynuamente muy suzia syendo tan prynçipal e por donde pasan las procesyones e la gente forastera...”. (1517)
Calle Tiendas. Contreras y Vilaseca. Archivo Fotográfico Fundación Telefónica (Años 20-30) |
Los mercaderes vecinos de la calle volverán a presentar la solicitud ante el corregidor Bernardino de Ledesma en 1532, esta vez aportando dinero que la ciudad pudiera emplear en aderezar otro espacio alejado de sus puertas, diez mil maravedís “...para ayuda a pasarlo en otra parte...”.
El lugar elegido había de estar cercano a la plaza y contar con el apoyo del concejo por lo que el corregidor dejó hablar a los regidores. Francisco de Orellana, Gonzalo de Torres, Francisco de Bonilleja y Gómez de Tapia, los regidores asistentes al ayuntamiento del 15 de julio de 1532, se posicionaron a favor de trasladar el corral de los toros a la parte norte de la plaza, junto a las casas de Gudelo, donde parecía no hacer perjuicio a nadie. Gonzalo de Tapia y Diego de Carvajal prefirieron esperar a dar su voto para ver de nuevo el lugar señalado y tomar una posición.
Cuatro días después, el 19 de julio, los cuatro regidores que aún no habían emitido su voto dieron su parecer. Diego de Carvajal, tras haber visto el lugar elegido, apoyó a sus compañeros y en cuanto al dinero ofrecido, “...en lo que toca a sy los diez mil mrs. que se ofreçen de dar los veçinos de la calle de Jarandilla se deve tomar, que él se remite a lo que en ello mandare el señor corregidor”. También Gonzalo de Tapia había visto el lugar y mostró su parecer favorable al traslado, “...porque dixo que aquel es sytio con mucho menos prejuiçio que donde agora está e que ay mucho menos personas que reçiban agravio e prejuiçio porque la calle donde suele estar el dicho corral es calle más prinçipal e de más trato e donde reçiben los veçinos e moradores della e otras muchas personas mucho daño”.
Los únicos regidores que se opusieron al traslado fueron Juan de Grado y Francisco de Torres y la opinión del primero nos dará las claves de por qué no prosperó la petición de los vecinos de la calle Jarandilla. Juan de Grado “dixo que, vistas las petiçiones que se an dado en nonbre de la yglesia de señor San Martín e de otros veçinos, que el corral de los toros no se mude e que se esté donde está antiguamente”, siendo respaldado por Francisco de Torres, dispuesto a volver a tratar el tema cuando no hubiese vecino que se opusiese al traslado. Porque el nuevo lugar había encontrado una oposición firme de quien se consideraba recibiría perjuicio en el traslado, la iglesia de San Martín, en cuya proximidad habría de establecerse.
Pese a ser mayoría los regidores favorables al traslado, nada se hizo entonces ni años después. La calle Jarandilla fue perdiendo su nombre y quedó reducida a una calleja que partía de la vía principal -la de los mercaderes y las tiendas- que acabó tomando el nombre de sus vecinos más molestos, la calle de los Toros.
1538, diciembre 13. Trujillo
Esquina de las casas de Diego López. Este día, los dichos señores mandaron que los alarifes de la dicha çibdad vean una esquina de las casas de Diego López, tendero, que son baxo de la calle de los Toros hazya la parte de la calleja de los Xaboneros. Y visto, vean e tasen e moderen lo que es neçesario tomar la dicha esquina y aquello se tome e se pregone quién se encarga de lo hazer que quede bien hecho por quanto es cosa muy nesçesaria y se aclara mucho la calle. Y lo que tomaren se haga con el menos perjuizyo de la casa del dicho Diego López.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 22.1. Actas 1538-41, fol. XCVv.).
Apenas cinco años más tarde, en 1543, han cambiado los protagonistas pero el guión es el mismo. El corregidor, Diego Ruiz de Solís, comendador de Villanueva de la Fuente, tuvo que responder a una nueva petición de los mercaderes de la calle ahora llamada de los Toros o del Corral de los Toros.
Juan de Camargo, Alonso y Vicente Enríquez, Gaspar Díaz, Juan de Camargo, hijo de Nuño García, y Diego López, mercaderes, junto a Pedro Alonso, cerrajero, y Diego de Monroy, sastre, intentarán de nuevo en 1543 que el concejo retire de su calle el molesto corral, ofreciéndose a aportar las dos terceras partes de lo que costase a la ciudad situarlo en aquel lugar que ya se descartó en 1532. Todo parecía estar a su favor y la decisión tomada. Junto a la iglesia de San Martín, al lado del “pozo ancho”, el corregidor pretendía convertir un terreno municipal en un corral para acoger los toros de lidia de las fiestas, cubierto por un sobrado que habría de servir de “alhorí”, de almacén de grano o sal para la ciudad. A comienzos de agosto de 1543 las obras están en sus cimientos y en ella trabajaban los canteros Alonso Dávalos y Alonso Martín Núñez. Pudo ser ésta la ocasión de que la calle de los Toros, la de las tiendas y mercaderes, quedara libre de la servidumbre que las fiestas taurinas exigían. Pudo ser ésta la ocasión pero no lo fue, porque de nuevo la iglesia de San Martín presentó su firme negativa a que tal cambio se hiciese.
En Granada, ante la Real Chancillería, y en Trujillo, ante Francisco de Rodas, vicario y párroco de Santa María, la parroquia de San Martín intentará con fuerza que las molestias que antes tenían los mercaderes no se traslade a sus inmediaciones.
El Archivo General de Simancas (AGS.CRC.136,19) conserva fragmentos de tal oposición. El capellán de la parroquia de San Martín, Alonso Ramiro, lo tuvo claro y así lo expuso ante el vicario el 6 de agosto de 1543 y lo confirmaron los testigos que presentó (los clérigos Diego Gudelo, Álvar García y Hernando de Tapia). El nuevo corral supondría un gran agravio y daño al templo, cercano apenas 15 o 20 pasos a su puerta principal y coro, casi en el cementerio y en parte de él, donde tendría su entrada, profanando el recinto y dificultando el paso “...para las proçesiones antiguas que se tiene de costunbre de yr por la calle de Ballesteros, porque el dicho corral lo ocupa todo...”. Además de suciedad y malos olores, “...la bozería e alboroto del enzerrar e sacar los toros es muy grande perjuizio a la dicha yglesia..” y alteraría, en tales momentos, el que “...los ofiçios devinos se çelebren e hagan con la deçençia e veneraçión que se requiere...”.
No entendía Alonso Ramiro que los vecinos de la calle del Corral de los Toros, feligreses de San Martín, pidieran que el corral se trasladase cuando, decían, allí estuvo desde hacía más de doscientos años, un lugar conveniente que ahora se quería mudar.
El capellán de San Martín consiguió convencer de sus razones al vicario Rodas, quien ese mismo día emitía un mandamiento para que la obra parase e imponía duras sanciones a quienes consideraba que contribuían, con su decisión o su trabajo, a la construcción del nuevo corral.
Calle Tiendas. A. Durán |
A lo largo del día 7 de agosto, los sacristanes de San Martín y Santa María (Pedro de Segovia y Francisco Blázquez) notificaron el mandamiento a los regidores, al alguacil, a los maestros canteros encargados de la obra y a sus peones, a los carreteros que llevaban la piedra a la misma, a Rodrigo del Amarilla, mayordomo de la ciudad y quien habría de pagar los gastos, y a los vecinos propulsores del cambio. Al día siguiente, 8 de agosto, Blas Bejarano, notario apostólico, hacía lo propio con las máximas autoridades de la ciudad, el corregidor y su alcalde mayor, Diego Núñez.
Ante todos ellos se leyó y notificó el duro mandamiento del vicario que hacía suyos los argumentos expuestos por la parroquia de San Martín, ordenando a la justicia y regidores “...mandéis çesar e çese la dicha obra e más en ella no vos entremetays ni mandeys edificar cosa alguna ni traher piedra ni otros materiales para ella y lo que está mandado hazer lo hagays derribar e çerrar...” y al resto “...que luego dexen la dicha obra e no se entremetan a hazer el dicho edifiçio e no trabajen más en la dicha obra ni trayan piedra ni den dineros ni contribuyan para la dicha obra...”. De no cumplir con el mandamiento, el vicario imponía la excomunión para ellos y una pena de diez marcos de plata para las obras del templo.
Por todos y cada uno de los implicados respondió, como su procurador, Francisco de Parra, no reconociendo la autoridad del vicario en asunto civil y no eclesiástico y dejando en manos de la Chancillería granadina la resolución del conflicto. En su escrito, Parra rechazaba las acusaciones de profanación, afeando el comportamiento de la iglesia en otras actuaciones que sí podrían tildarse de tal:
“...porque si se tiene atençión al profanar de la dicha yglesia e de las otras yglesias desta çiudad, mucho más se profana con tener los delinquentes recojidos en las yglesias dándogelas por moradas a ellos e a sus mugeres e hijos e a otros sosteniéndolos en ellas con sus ofiçios mecánicos e otras cosas que no está bien estenderse syno pedir quenta a quien se deva dar de derecho...”.
Aclaraba igualmente que entre la pared del nuevo corral y el cementario aún quedaba espacio y anchura para calle “...por donde pueda pasar una azémila aunque sea cargada con una cama, por grande que sea...”, recordando que el edificio que se quería construir más daba “...ornato a la çibdad e delantera de la yglesia que profanalla, que las pasiones son las que profanan e no las obras de cantería, que las hermosean...”.
Ese año los toros siguieron en su corral de siempre y en octubre aún se discutía si el sitio elegido era o no el apropiado; si el suelo sobre el que se había comenzado a construir era o no público y concejil; si la obra afectaba o no al cementerio y si por allí pasaba calle desde antiguo. Por supuesto, los testigos presentados por el concejo confirmaron su posición. Era terreno de la ciudad “...e como tal pasava por él calle enpedrada de piedras grandes muy antiguas e que después, por ser en piedra grande, se tornó a enpedrar por la çibdad de piedra menuda e que como calle pública se husava pasando carretas e bestias e presos que traían a la cárçel...”, apuntando algún testigo “...que en el dicho sytio o çerca de él vio muladar donde se hechava vasura e enterravan quando avía entredicho a los descomulgados e quando se alçava el entredicho los pasavan a lo sagrado...”, motivo por el que quizás algún hueso humano había aparecido al abrir los cimientos.
Como ya ocurriera en 1532, tampoco ahora mudaron los toros de lugar de encierro. La amenaza de excomunión dictada por el vicario fue argumento más que suficiente para que la parroquia de San Martín consiguiera de nuevo mantener alejadas las molestias del corral.
La calle que hoy llamamos Tiendas siguió siendo de los Toros, lugar de mercaderes y paso de procesiones (las que iban a los Mártires y la Coronada o la de San Gregorio), y en ella se siguieron encerrando los toros hasta que el corral pasó a la corralada que, junto a ella, se abría a la plaza. Corralada en la que los negocios que pudieran sufrir las molestias no eran tiendas sino casas mesones, al menos las dos que poseía en 1654 Gonzalo Antonio de Chaves Orellana, señor de la casa de la Cadena, en la “...Corralada de los Toros que está en la plaça della, alindan una con otra y con cochera del Marqués de Orellana...”, que antes poseyera su padre Juan de Chaves Orellana al recibirlas de “los cavalleros Mesías de Mérida” como parte del precio de las casas principales que vendió a éstos en esa ciudad, las casas que llamaron de los Milagros.
Hoy los toros siguen llegando a la plaza pero no hay corral ni corralada por la que discutir.