La ciudad de Trujillo siempre ha sido parte intrínseca del berrocal, en el que pareció crecer y derramarse por sus laderas al sur y al este. Desde la ciudad, como venas que la unían a otros territorios, a otras villas y lugares, los caminos y callejas, las cañadas y veredas se fueron asentando.
Unas y otras llevaban a huertas y viñas, a los Aguijones y Colgadizos de la ciudad[1], a los lugares de su tierra y a otras villas de señorío y realengo. Pero había un camino de un valor y sentido singular que cobraba más razón de ser en el tercer día de la pascua florida. Era un camino que, arrancando de la ciudad, se extendía más allá del berrocal y el Magasca, que parece establecer un límite de identidad de ciudad y berrocal. Era un camino en el que la ciudad cumplía un voto antiguo, un camino que transitaban clérigos, regidores y vecinos. Un camino que se hacía con toda solemnidad pero también en tono festivo.
Ermita de Nuestra Señora de la Coronada |
Era en un tiempo de primavera en el que el Magasca aún correría, en el que sus finas pizarras lamidas de aguas y guijarros casi se cubrirían de ranúnculos y junquillos. Pero el destino estaba aún más allá del berrocal. El final de aquella procesión festiva y casi romera -teniendo como guía el altivo pico de Santa Cruz- estaba coronando una simple loma, una loma adornada de encinas centenarias y de hermosas piedras labradas que sobresalían y crecían a medida que vecinos, regidores y clérigos se acercaban.
Siempre se aproximaban por el mismo lugar, dejando a las espaldas la ciudad y la villa encaramada en el berrocal, dejando atrás el collar de agua del Magasca que lo engalanaba, adentrándose en las tierras que querían asomarse al Guadiana. Es posible que cuando comenzaran a ver su destino les recibiera el tañido de la campana que a buen seguro aceleraba el ritmo de pasos y corazones.
Restos del ábside de la ermita de la Coronada |
La ciudad llevaba la candela, el gran cirio votivo de varias libras de peso que, adornado de flores, ofrecía a Nuestra Señora de la Coronada. Siempre se ocupó la ciudad de su ermita. Pagó su retablo en 1482, dio limosna frecuente a su santero, pagó de sus rentas las obras que en ella se hicieron entre 1525 y 1529, corrió a cargo de la compra del cirio, hachas y velas llevadas en la procesión y construyó en 1485 una cruz de piedra policromada que marcaba la asomada[2] de la Coronada.
Imagen de Nuestra Señora de la Coronada. Parroquia de San Martín. Trujillo |
La procesión había iniciado su recorrido en la iglesia de Santa María la Mayor, suponemos que bien de mañana, y desde la plaza seguía por el corral de los toros, la calle Nueva, Santi Espíritu y San Lázaro, donde parte de la clerecía esperaría el regreso de la procesión para tener derecho a participar en el reparto de los 200 mrs. que la ciudad pagaba al clero por su asistencia. Clérigos y capellanes, vecinos (uno de cada casa, pedía la clerecía en 1530) y ayuntamiento en pleno se adentraban entonces en un berrocal de canchos redondeados, orlado de escobas floridas, de encinas reverdecidas y de suelos cargados de fragantes, generosos y vivaces pastos. En ese discurrir festivo, pasada la cuaresma y la Semana de Pasión, la procesión lentamente se iba alejando de la ciudad.
Porque el concejo, que cumplía ese voto antiguo con la Virgen, había de concurrir en pleno y lo cierto es que el camino se hacía largo para algunos de los regidores, pese a que el corregidor recordase, a veces de forma rotunda, que la asistencia había de ser de todos:
“Que vayan los regidores a la proçesión. Este día se acordó que todos los regidores de esta çibdad que no estuvieren justamente inpedidos vayan a la proçesión, so pena de un ducado para los pobres de la cárçel”. (28/3/1580).
No lo entendió así el doctor Cohorcos, alcalde mayor de Trujillo, un día como hoy, 20 de abril, de 1607, para quien la pena impuesta por no acudir a la fiesta y procesión, aumentada a dos ducados en 1604, le pareció alta pues no siempre el deseo de algunos regidores de acudir a la Coronada era acompañado de las fuerzas físicas para hacer el camino.
1607, abril 20. Trujillo
Para que no se pueda llevar pena a los regidores que falten a la Coronada.
Este día se trató en el acuerdo que se hizo para que los cavalleros regidores desta çiudad fuesen obligados a yr a la proçesión de Nuestra Señora La Coronada con pena de dos ducados a cada uno que no fuesen a la dicha proçesión, y se ha visto por espiriençia que ay muchos ynconvenientes de llevar las dichas penas porque las llevan a cavalleros ynpedidos y que están fuera de esta çiudad en negoçios forçosos y atento que es cosa nueva el dicho auto y no bien reçibido, se acordó que de aquí adelante los cavalleros regidores desta çiudad cunplan con la obligaçión y voto antiguo que tienen fecho en yr a la dicha proçesión y que no se les lleve ni pueda llevar pena alguna a los que no fueren porque se entiende que los que no fueren a la dicha proçesión tienen justo ynpedimento para ello.
Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 66, fol. 335r.
Un esfuerzo importante para quienes llegaban a la ermita acompañando el cirio en una fiesta que no acababa ante la Virgen cuando la ciudad hacía su ofrenda, pues el concejo, generoso siempre en las celebraciones, completaba la recompensa espiritual de cumplir con la Virgen añadiendo una comida generosa de la que darían buena cuenta los trujillanos en el entorno de la Coronada.
1645 mayo 29. Trujillo
Nos la justiçia y regimiento desta muy noble y muy leal çiudad de Truxillo mandamos se le reçiban y paguen en quenta a Pedro Barvero, nuestro mayordomo de propios, en la que diere de los mrs. de su cargo, çiento y treinta y seis reales que parece se gastaron en el almuerço que se dio en la hermita de nuestra Señora de la Coronada el tercero día de Pasqua de Flores del año pasado de seisçientos y quarenta y quatro, adonde asistió la ciudad y fue con la prozesión a llevar el cirio de Nuestra Señora, conforme al parecer del señor don Juan de Solís y Vargas, nuestro regidor comisario y conforme a la carta quenta que va con esta, con ella tomando la razón el señor Juan Calderón Casco, nuestro regidor. Hecha en Trugillo en veinye y nueve de mayo de mil y seisçientos y quarenta y zinco años.
El licenciado Pedro de Laguna (rúbrica) Don Gonzalo Antonio de Chaves Orellana (rúbrica)
Juan de Tejada (rúbrica)
Carta quenta de los mrs. que se an gastado en el almuerço del terçero día de Pasqua de Resureçión en la hermita de la Coronada este año de seisçientos y quarenta y quatro.
Un pernil de toçino, costó veinte reales. ............................................. 20 reales
Diez y ocho pares de criadillas a seis quartos, onçe reales ........ 11 reales
Quatro libras de toçino para con las criadillas, çinco reales ....... 5 reales
Çinco gallinas, veinte reales ..................................................................... 20 reales
Dos doçenas de choriços, veinte y ocho reales ................................ 28 reales
Tres cabritos, quinçe reales ..................................................................... 15 reales
Un queso, tres reales .................................................................................... 3 reales
Dos reales de açeitunas ............................................................................... 2 reales
Catorçe panes a veinte (ilegible)
Arrova y media de vino blanco y tinto, veinte y quatro reales .... 24 reales
Monta çiento y treinta y seis reales .................................................... 136 reales
Pedro Barvero
Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 101.5.