“El Viernes Santo, que fué 8 de Abril, estuvo la reina á las
procesiones y á casi todos los oficios de las Tinieblas. Aunque sentía alguna
molestia, disimulaba, porque tampoco se creía en el término, sino para el 15 ó
20 del mes; mas, como las mujeres son buenas aritméticas en el pagar del
crédito como en el cobrar del débito, la cuenta no quiso mentir”.
Quien esto contaba, el portugués Tomé Pinheiro da Veiga[1], fue
testigo, en 1605, del nacimiento de un príncipe en Valladolid, el primer hijo
varón del rey Felipe III y de su esposa Margarita de Austria. “Dicen las viejas
en Castilla que los que nacen en Viernes Santo son zahorís, que son los que ven
las aguas y huesos debajo de la tierra”, señalaba Pinheiro, aunque nunca
demostró el nuevo príncipe Felipe tener tales habilidades.
Los días y semanas siguientes fueron en Valladolid de
fiestas y celebraciones, que se extendieron por el reino junto a la noticia del
nacimiento del heredero.
Trujillo lo celebró pronto. Se encendieron siete hachas de
cera en las casas del ayuntamiento la noche en que Juan González, maestro de
postas de la ciudad de Plasencia, trajo las albricias del nacimiento del
príncipe y hubo danzas y luminarias, pero el gran festejo vendría después,
decidiendo el día 22 de abril seguir el ejemplo de lo que Valladolid preparaba
para el mes de junio, una gran celebración:
“Este día se acordó
que por las alegrías del naçimiento del prínçipe nuestro señor se haga una
fiesta y reguzijo de livreas y juego de cañas con toros y se den las livreas a
veinte y quatro cavalleros a quenta de los propios de esta çiudad. Y que estos
veynte y quatro cavalleros vayan repartidos en quatro quadrillas cada una de
color diferente y nombraronse por quadrilleros al señor corregidor, al señor
don Sancho Piçarro, al señor don Diego Piçarro y al señor don Pedro de Loaysa.
Y que las libreas sean de telas de raso de oro, que queste la vara de çinquenta
y çinco a sesenta reales”.
Era esta una celebración que requería de gran preparación
pero se daba respuesta así al deseo del monarca de que todo el reino se uniese
a su alegría por el nacimiento del príncipe.
1605,
mayo 2. Trujillo
Carta de Su Magestad sobre el naçimiento
del prínçipe nuestro señor
El rey
Conçejo,
justiçia e regidores, cavalleros, escuderos, ofiçiales y onbres buenos de la
çiudad de Trugillo, este Viernes Santo, ocho del presente, entre las nueve y
las diez de la noche fue Nuestro Señor servido de alunbrar con bien y
brevemente a la serenísima reina, mi mui cara y mui amada mujer, de un hijo por
que le e dado y doi ynfinitas graçias y estoi desto con el contentamiento que
es razón, y tanbién de que ella y el prínzipe queden buenos, de que os avemos
querido avisar como a tan fieles vasallos nuestros. Y os encargamos proveáis y
deis orden que en esa çiudad se hagan por esto la demostraçión, alegría y
reguçijo que en tal caso se acostunbra, que dello nos tendremos de bosotros por
servido. De Valladolid a treçe de abril de mil y seisçientos y çinco. Yo el
rey. Por mandado del rei nuestro señor, Juan Ruiz de Velasco, por el rey. Al
conçejo, justiçia y regidores, cavalleros, escuderos, ofiçiales y onbres buenos
de la çiudad de Trugillo.
(Archivo Municipal de Trujillo. Legajo 66,
fol. 167)
Quizás porque parecieran pocas las cuatro cuadrillas señaladas
días atrás, la ciudad decide que sean seis, compuestas cada una por cuatro
caballeros, principalmente regidores. Serán también los regidores quieren en
las semanas siguientes hayan de buscar todo lo necesario para tal festejo,
comisionando a Juan Pizarro de Orellana, Álvaro de Hinojosa y Torres, Pedro
Martínez Calero y Diego del Saz Carrasco “para que en las çiudades de
Valladolid o Toledo o en otra qualquier parte del Reyno conpren todas y
qualesquier telas de raso de oro y terçiopelos y demás cosas que fueren neçesarias
y les pareçiere para la fiesta del reguzijo y juego de cañas”, mientras que
Pedro de Loaisa y Tapia y Álvaro de Hinojosa recibieron el encargo de buscar “en
la villa de Herrera y en otras qualesquier partes de este Reyno...hasta en
cantidad de veynte toros para las fiestas de esta dicha çiudad”.
Juan de la Corte. Plaza Mayor de Madrid en 1623. Museo Municipal de Madrid |
Y en todas estas decisiones, siempre está presente la voz
discordante de otro regidor, Francisco de Loaisa, para quien los gastos que
ocasionaría tal festejo no deberían ser asumidos por una ciudad como Trujillo con
muchas necesidades y grandes deudas. Y si los Chaves y sus deudos ya festejaron
las alegrías por el nacimiento del príncipe a costa de sus haciendas, la
propuesta del regidor Loaisa es clara: “hagamos los gastos desta fiesta, pues
somos los más ricos de la çiudad, a nuestra costa y no molestemos con gastos
tan eçesivo a esta çiudad y sus propios”.
Pero la ciudad no atiende a sus razones porque gran parte
de los gastos ya están hechos, oro y plumas en Sevilla y las libreas compradas al mercader de
Valladolid, Diego de Quirós, debiéndose guardar lo ya acordado en abril, aunque no
sean éstos argumentos suficientes para Francisco de Loaisa, quien casi consigue
paralizar la celebración. Porque todo parecía estar ya dispuesto para la fiesta
y el pregonero Hernán Blázquez, con trompetas y atabales, había hecho saber el
14 de julio a los trujillanos que el día 18 de agosto celebrarían el nacimiento
del príncipe, cuando se presentaba ante el ayuntamiento una provisión real en
la que, a instancias de Francisco de Loaisa Vargas, se ordenaba a la ciudad no
gastar de sus propios maravedí alguno en las anunciadas fiestas sin contar con
licencia previa de Su Majestad.
Será otro Loaisa, el regidor Pedro de Loaisa, quien marche
con celeridad a la corte para conseguir la ansiada licencia con argumentos que
debieron convencer al rey, que permitió, a mediados de agosto, que de las
rentas de propios de la ciudad se empleasen 1000 ducados en las proyectadas
celebraciones.
“Este día se trató cómo Su Magestad a dado liçençia a esta
çiudad para poder gastar en las fiestas reales que esta çiudad haze por el
naçimiento del prínçipe nuestro señor
mil ducados. Acordóse que las dichas fiestas se hagan a los quinze días
del mes de setienbre primero venidero y así se pregone públicamente.”
Decidido el día y adquiridas las libreas de las cuadrillas
y los toros que habrían de lidiarse al finalizar el juego, tan solo restaba a
la ciudad ofrecer su mejor imagen, preparando su plaza con arena, que
aplanarían y regarían el día anterior, trasladando el mercado (se celebraría un
jueves) a la plazuela delante de la casa de Diego de Vargas y encargando a
Rafael de Casanova y sus compañeros, ministriles, que tocaran las chirimías
durante los juegos, además de asegurar que quienes desde fuera vinieran a
disfrutar del festejo encontraran una buena acogida en Trujillo.
“Que el señor Gómez de Solís despache un correo al abad de
Cabañas, que diz que tiene vino añexo, para saver qué tal es y el preçio a que
lo dará, para la provisión de esta çiudad el tienpo de las fiestas reales”.
“Que Vasco Calderón
Enríquez haga hazer tablados para los forasteros que vinieren a las fiestas
reales en las partes que parecieren más cómodas”.
“Que los señores Vasco
Calderón Enríquez y Juan de Camargo provean que para las fiestas reales aya pan
regalado y mantenimientos para provisión de los que vinieren de fuera a las
dichas fiestas”.
“Que Gómez de Solís y
don Álvaro de Hinojosa Torres hagan comedimiento con los caballeros forasteros
que vinieren a las fiestas reales, ofreçiéndoles asiento y lugar para ellas”.
Nada nos dicen las actas del éxito de tales fiestas, de las
coloridas y ricas libreas de cada una de las cuadrillas y las divisas en sus
adargas, de la música que acompañó a los juegos, de la habilidad de los
caballeros trujillanos en el manejo de sus caballos y en el lanzamiento de
cañas, de su destreza en defenderse con las adargas, del ruido de las cañas al
chocar en el aire, al romperse contra las adargas, de los toros que cerraron la
fiesta... Y todo ello para festejar el nacimiento en Viernes Santo de un
príncipe que bien pudo ser zahorí.
Juan de la Corte. Plaza Mayor de Madrid en 1623. Museo Municipal de Madrid. Detalle |