20 de julio de 2014

¡Y todo por un sello!


  
   La importancia de los archivos no solo reside en el volumen de la información que contienen, en su estado de conservación y acceso o en el valor patrimonial de lo allí conservado. Su valor está también en la posibilidad de completar desde ámbitos muy diferentes noticias sobre acontecimientos fundamentales o no, personajes relevantes o personas aparentemente anónimas que parecen no dejar rastro.
   Adentrarse en un archivo permite hilvanar historias y acontecimientos, hacer que calles y localidades vayan adquiriendo su propia fisonomía y lo mismo ocurre con quienes fueron sujetos y construyeron la historia desde el anonimato de la vida que aparentemente tan solo interesó en su momento a su familia. Años o siglos después de su existencia, los archivos permiten buscar rastros aparentemente inexistentes, noticias que parecen aisladas, referencias en censos y padrones, en documentos públicos y privados... y poco a poco la ciudad y sus habitantes toman forma, quienes allí vivieron lo siguen haciendo en cientos de noticias que el arca atesora y nos ofrece con generosidad.
   A una vieja foto de familia, blanquinegra  y amarillenta de tiempos y miradas repetidas durante generaciones,  parece casi imposible comenzar a darle color, completar su entorno y su vida, descubrir alegrías, tribulaciones y momentos de intolerancia.
   Desde una de esas viejas fotos del album familiar nos mira José Aguilar Venegas. Junto él está su mujer Basilisa, su hijo Emilio, sus nietas Antonia y Vicenta y otras dos desconocidas.  Ronda los sesenta años pero su rostro nos habla de una larga vida llena de duros momentos que el arca nos ha ido permitiendo descubrir.
   Nació en la calle Tiendas, en la casa ocupada por la botica de doña Antonia Luceño Méndez. Su padre, Sebastián Antonio Pérez Aguilar vino en 1824 desde tierras salmantinas a hacerse cargo de la botica de la viuda Luceño, que debió buscar quién la regentase desde la lejana muerte de su marido, José Gordo Galán, en 1812. En la casa de doña Antonia conocerá Sebastián a Fermina Venegas, quien desde la vecina Plasenzuela vino a vivir con su tía y con quien se casará poco tiempo después.
   Es entonces la calle Tiendas digna de su nombre y en ella se apiñan los comercios de José García, María Dolores Ramos, María Bueno, Ibón Sánchez Lollano, josé Espina, Cayetano García, Felipa Zorrilla y Bartolomé Arteaga, además de tres zapateros, un sastre, el confitero Juan Calderón y otros muchos vecinos. 
   Pronto cambiará todo para José Aguilar. De la felicidad de sus padres a su soledad como pequeño huérfano al cuidado de Antonia Luceño. La prematura muerte de su madre al poco de su nacimiento y la ausencia paterna le obligarán a un rápido aprendizaje y una pronta vida laboral. A los 14 años ya es cajero  en el comercio de Matías García, en la Plaza Mayor, y después lo será con Feliciano Fadrique. Cerca, muy cerca, está quien será su mujer. Basilisa González, la abuela de la foto, vive también en la calle Tiendas. Nació en Navalvillar de Pela y llegará a Trujillo con su padre Tomás González, hojalatero que se asienta en la popular calle. En esta calle, en el número 13, en la casa comprada quizás con lo que le dejara en herencia su madre y la boticaria Luceño, establecerá su tienda y en ella permanecerá hasta su muerte. De su esposa nos habla en su testamento que también nos ofrece el arca, sintiendo por ella "especial cariño por su buen comportamiento y esmeradas atenciones".
   Pero aún está lejos ese momento. Primero ha de pasar toda una vida. Pronto irán llegando los hijos y pronto también morirán: Feliciano, con apenas mes y medio, de catarro; Jerónima, poco mayor, de un accidente, y a Andrés y Catalina se los llevará la viruela con dos meses y seis años. Sólo Emilio les acompañará en su vejez.
   Cajero, tendero, luego cartero y finalmente escribiente, esos son los oficios que le asignan los padrones que conserva el arca. Padrones de los que vemos desaparecer en 1827 a su padre sin que sepamos la razón. Y esa razón también nos la da el arca además de otros datos.
  José Aguilar fue cartero distribuidor en un momento en que el oficio consistía en llevar la correspondencia a los domicilios cobrando por cada carta entregada. Pero el progreso es el progreso y el sello vino a dejarle sin trabajo. Un Real Decreto de febrero de 1856 hacía obligatorio en España para todas las cartas el franqueo en origen con sellos adhesivos desde el primero del mes de julio. Y José perdió su empleo y pasó a ser escribiente.
   Fueron años complicados en una España convulsa. Cuando en septiembre de 1868 la revolución que llamaron "Gloriosa" se dejó sentir en Trujillo, un nuevo ayuntamiento se hace cargo de la ciudad el día 30. Quizás José se sintió cercano a esos principios de "Libertad y Soberanía Nacional" que la Junta Provisional de Gobierno marcó en su bandera. Por eso recurre a ellos y pide empleo. Hace notar su cercanía ideológica, sus méritos anteriores, que acredita,  y al fin nos desvela el destino de su padre.
   Gracias al arca, esa foto nunca será igual, no nos serán desconocidas las vidas de quienes desde ella nos miran y la triste dulzura que adivinamos en el rostro de José, que deseaba que su entierro fuera "modesto según su clase", nos hace pensar que de él la heredó esa dulce bisabuela Vicenta que nos enseñó a hacer solitarios.


1868, octubre 10. Trujillo.

Señores de la Junta de Gobierno de la ciudad de Trujillo.
José Aguilar Benegas, natural y vecino de la misma, a V.S.S. con toda sumisión y respeto espone: Que en los años de mil ochocientos cincuenta y cinco y cincuenta y seis estubo desempeñando el destino de cartero repartidor de la correspondencia pública de la misma con que fue agraciado, cuyo destino desempeñó bien y fielmente, según lo acredita por la adjunta certificación que acompaña, hasta que por virtud del cambio de sistema fue depuesto sin haber sido recombenido por ningún concepto ni haber tenido pérdida ninguna de la correspondencia ni en los certificados; además, en la misma época estubo defendiendo la libertad con las armas en la mano siendo voluntario nacional. En su virtud:
Suplica a V.S.S. que si al recurrente le encuentran bastante acreedor para obtener el citado destino o para cualquiera otro, tanto por lo que deja relacionado cuanto porque su padre, por defender la causa liberal, fue perseguido a muerte, teniendo que emigrar a una nación estrangera (donde falleció), quedando a su familia desemparada y al esponente en la corta edad de un año escaso, a el amparo de las almas virtuosas a quienes debe el ser de Dios sin haberle quedado recursos de ninguna especie, se dignen tenerle presente para indicado fin. Gracia que el que suscribe espera conseguir de la rectitud y celo de tan benéfica y esclarecida Junta, cuyas vidas guarde Dios muchos años.
Trujillo, diez de octubre de mil ochocientos sesenta y ocho.
José Aguilar Benegas


Don Vicente  Fernández Salgado, administrador principal de Correos de esta ciudad de Trujillo y su Departamento y secretario honorario de S.M. etc.
Certifico: Que D. José Aguilar, cartero distribuidor de la correspondencia pública y de oficio de la misma ha satisfecho  todos los cargos que ha recivido por los oficiales de semana hasta hoy dia de la fecha en que por virtud de Orden superior queda establecido el franqueo forzoso de la correspondencia sin que adeude cantidad alguna por referido concepto. Y a petición del interesado le doy la presente que firmo en Trujillo a primero de julio de mil ochocientos cincuenta y seis.
Vicente Fernández


(Archivo Municipal de Trujillo. Leg. 1198)

José Aguilar Venegas y familia. Foto H. Diéguez. Hacia 1890