La importancia de los archivos no solo reside
en el volumen de la información que contienen, en su estado de conservación y
acceso o en el valor patrimonial de lo allí conservado. Su valor está también
en la posibilidad de completar desde ámbitos muy diferentes noticias sobre
acontecimientos fundamentales o no, personajes relevantes o personas
aparentemente anónimas que parecen no dejar rastro.
Adentrarse en un archivo permite hilvanar
historias y acontecimientos, hacer que calles y localidades vayan adquiriendo
su propia fisonomía y lo mismo ocurre con quienes fueron sujetos y construyeron
la historia desde el anonimato de la vida que aparentemente tan solo interesó
en su momento a su familia. Años o siglos después de su existencia, los archivos
permiten buscar rastros aparentemente inexistentes, noticias que parecen
aisladas, referencias en censos y padrones, en documentos públicos y privados...
y poco a poco la ciudad y sus habitantes toman forma, quienes allí vivieron lo
siguen haciendo en cientos de noticias que el arca atesora y nos ofrece con
generosidad.
A una vieja foto de familia,
blanquinegra y amarillenta de
tiempos y miradas repetidas durante generaciones, parece casi imposible comenzar a darle color, completar su
entorno y su vida, descubrir alegrías, tribulaciones y momentos de intolerancia.
Desde una de esas viejas fotos del album
familiar nos mira José Aguilar Venegas. Junto él está su mujer Basilisa, su
hijo Emilio, sus nietas Antonia y Vicenta y otras dos desconocidas. Ronda los sesenta años pero su rostro
nos habla de una larga vida llena de duros momentos que el arca nos ha ido permitiendo
descubrir.
Nació en la calle Tiendas, en la casa ocupada
por la botica de doña Antonia Luceño Méndez. Su padre, Sebastián Antonio Pérez
Aguilar vino en 1824 desde tierras salmantinas a hacerse cargo de la botica de
la viuda Luceño, que debió buscar quién la regentase desde la lejana muerte de
su marido, José Gordo Galán, en 1812. En la casa de doña Antonia conocerá
Sebastián a Fermina Venegas, quien desde la vecina Plasenzuela vino a vivir con
su tía y con quien se casará poco tiempo después.
Es entonces la calle Tiendas digna de su
nombre y en ella se apiñan los comercios de José García, María Dolores Ramos,
María Bueno, Ibón Sánchez Lollano, josé Espina, Cayetano García, Felipa
Zorrilla y Bartolomé Arteaga, además de tres zapateros, un sastre, el confitero
Juan Calderón y otros muchos vecinos.
Pronto cambiará todo para José Aguilar.
De la felicidad de sus padres a su soledad como pequeño huérfano al cuidado de
Antonia Luceño. La prematura muerte de su madre al poco de su nacimiento y la
ausencia paterna le obligarán a un rápido aprendizaje y una pronta vida
laboral. A los 14 años ya es cajero
en el comercio de Matías García, en la Plaza Mayor, y después lo será
con Feliciano Fadrique. Cerca, muy cerca, está quien será su mujer. Basilisa
González, la abuela de la foto, vive también en la calle Tiendas. Nació en
Navalvillar de Pela y llegará a Trujillo con su padre Tomás González, hojalatero
que se asienta en la popular calle. En esta calle, en el número 13, en la casa
comprada quizás con lo que le dejara en herencia su madre y la boticaria
Luceño, establecerá su tienda y en ella permanecerá hasta su muerte. De su
esposa nos habla en su testamento que también nos ofrece el arca, sintiendo por
ella "especial cariño por su buen comportamiento y esmeradas
atenciones".
Pero aún está lejos ese momento. Primero ha
de pasar toda una vida. Pronto irán llegando los hijos y pronto también morirán:
Feliciano, con apenas mes y medio, de catarro; Jerónima, poco mayor, de un
accidente, y a Andrés y Catalina se los llevará la viruela con dos meses y seis
años. Sólo Emilio les acompañará en su vejez.
Cajero, tendero, luego cartero y finalmente
escribiente, esos son los oficios que le asignan los padrones que conserva el
arca. Padrones de los que vemos desaparecer en 1827 a su padre sin que sepamos
la razón. Y esa razón también nos la da el arca además de otros datos.
José Aguilar fue cartero distribuidor en un
momento en que el oficio consistía en llevar la correspondencia a los domicilios
cobrando por cada carta entregada. Pero el progreso es el progreso y el sello
vino a dejarle sin trabajo. Un Real Decreto de febrero de 1856 hacía
obligatorio en España para todas las cartas el franqueo en origen con sellos
adhesivos desde el primero del mes de julio. Y José perdió su empleo y pasó a
ser escribiente.
Fueron años complicados en una España
convulsa. Cuando en septiembre de 1868 la revolución que llamaron
"Gloriosa" se dejó sentir en Trujillo, un nuevo ayuntamiento se hace
cargo de la ciudad el día 30. Quizás José se sintió cercano a esos principios
de "Libertad y Soberanía Nacional" que la Junta Provisional de Gobierno
marcó en su bandera. Por eso recurre a ellos y pide empleo. Hace notar su
cercanía ideológica, sus méritos anteriores, que acredita, y al fin nos desvela el destino de su
padre.
Gracias al arca, esa foto nunca será igual,
no nos serán desconocidas las vidas de quienes desde ella nos miran y la triste
dulzura que adivinamos en el rostro de José, que deseaba que su entierro fuera
"modesto según su clase", nos hace pensar que de él la heredó esa
dulce bisabuela Vicenta que nos enseñó a hacer solitarios.
1868,
octubre 10. Trujillo.
Señores de la Junta de Gobierno de la ciudad
de Trujillo.
José Aguilar Benegas, natural y vecino de la
misma, a V.S.S. con toda sumisión y respeto espone: Que en los años de mil
ochocientos cincuenta y cinco y cincuenta y seis estubo desempeñando el destino
de cartero repartidor de la correspondencia pública de la misma con que fue
agraciado, cuyo destino desempeñó bien y fielmente, según lo acredita por la
adjunta certificación que acompaña, hasta que por virtud del cambio de sistema
fue depuesto sin haber sido recombenido por ningún concepto ni haber tenido
pérdida ninguna de la correspondencia ni en los certificados; además, en la
misma época estubo defendiendo la libertad con las armas en la mano siendo
voluntario nacional. En su virtud:
Suplica a V.S.S. que si al recurrente le
encuentran bastante acreedor para obtener el citado destino o para cualquiera
otro, tanto por lo que deja relacionado cuanto porque su padre, por defender la
causa liberal, fue perseguido a muerte, teniendo que emigrar a una nación estrangera
(donde falleció), quedando a su familia desemparada y al esponente en la corta
edad de un año escaso, a el amparo de las almas virtuosas a quienes debe el ser
de Dios sin haberle quedado recursos de ninguna especie, se dignen tenerle
presente para indicado fin. Gracia que el que suscribe espera conseguir de la
rectitud y celo de tan benéfica y esclarecida Junta, cuyas vidas guarde Dios
muchos años.
Trujillo, diez de octubre de mil ochocientos
sesenta y ocho.
José Aguilar Benegas
Don Vicente Fernández Salgado, administrador principal de Correos de
esta ciudad de Trujillo y su Departamento y secretario honorario de S.M. etc.
Certifico: Que D. José Aguilar, cartero
distribuidor de la correspondencia pública y de oficio de la misma ha
satisfecho todos los cargos que ha
recivido por los oficiales de semana hasta hoy dia de la fecha en que por
virtud de Orden superior queda establecido el franqueo forzoso de la
correspondencia sin que adeude cantidad alguna por referido concepto. Y a
petición del interesado le doy la presente que firmo en Trujillo a primero de
julio de mil ochocientos cincuenta y seis.
Vicente Fernández
José Aguilar Venegas y familia. Foto H. Diéguez. Hacia 1890 |